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NACIMIENTO DE VERA (PVDC)

Cuando me enteré que estaba embarazada por segunda vez, sentí una mezcla de alegría, emoción y miedos. Y, también, en tren de confesiones, sentí que esa iba a ser para mí una oportunidad para poder transitar aquello que tanto deseaba y que no se había dado con mi hija mayor: parir. En aquel caso, Uma nació por cesárea porque estaba sentada en la panza y yo, bastante informada pero muy ingenua aún, acepté aquello como la “mejor solución” creyendo todo lo que me decía el obstetra. Al fin y al cabo, lo que más me importaba era que mi hija naciera sin problemas, así que esa fue la historia en 2011.

Con Vera ya estaba mucho más informada y decidimos –junto a Fer, mi compañero- buscar un equipo que acompañara partos después de cesáreas (PVDC) en institución. Conocí a, por lo menos, cinco obstetras que me dijeron que era prácticamente imposible parir vaginalmente después de una cesárea: “se puede romper el útero y te morís por una hemorragia interna”, “sos muy estrecha de caderas”, “así que sos profesora de yoga? Hacé om y relajate que todavía falta”, escuché entre otras frases desafortunadas. Sabía que esas personas no iban a ayudarnos, así que seguimos buscando. Una colega mía, también especializada en yoga pre y post natal, me comentó de un programa de Parto Seguro Sin Intervención que tenían en el Hospital Austral de Pilar, así que ahí fuimos con Fer a escuchar de qué se trataba.

Al llegar, ese grupo de mujeres parteras y doulas, transmitían todo lo que necesitábamos: información basada en evidencia y seguridad en nosotros mismos. Nuestro obstetra, una hermosa persona con quien tuve cuatro controles durante el embarazo y no llegó a estar en el parto, como así tampoco nuestra partera llena de sabiduría y siempre sonriente. Es que todo fue rapidísimo.

El 4 de abril de 2014, sentí una contracción fuerte al amanecer. Sabía que iba a ser “el día”, le dije a Fer pero seguimos durmiendo como pudimos. Más tarde, entre contracciones que cada vez iban siendo más fuertes, preparábamos a Uma para ir al jardín. Yo estaba entrando en el “planeta parto” y no podía ya conectar mucho con el mundo yang, así que me fui a la habitación. Uma vino a saludarme antes de irse y me dijo “está todo bien mami”. Se fueron. Yo alternaba posturas de pie y en cuatro patas mientras sonidos guturales salían de algún lugar mío, muy hondo. Dolía. Pero si hay algo que el yoga me enseñó, es a no identificarme con las sensaciones pasajeras. Era el cuerpo el que sentía dolor, no yo. Yo estaba fuerte, radiante, inmensa, sana, más viva que nunca.

A los 15 minutos vuelve Fer y me ofrece entrar a la bañera. Eso fue un gran alivio, siempre el agua me salva cuando algo me duele. Nos comunicamos con la partera, quedamos en volver a hablar más tarde. Música, compañía silenciosa, la luz de la mañana, el alivio del agua. Todo era perfecto, intenso y desconocido, pero con total tranquilidad. Como pude, salí del agua. Ya las contracciones no me daban tregua, Fer habla con Nati y le dice “me parece que ya se viene” así que acordamos encontrarnos en la puerta del hospital. Me puse un vestidito y zapatillas, y al auto. En el asiento de atrás y sin parar de moverme transcurrí todo el viaje desde Martínez hasta Pilar, ya con sensación de pujo. Al llegar, mi doula, nos esperaba en la puerta. La abracé muy fuerte y le dije “¡¡quiero pujar!!”. Me ofrecieron una silla de ruedas que rechacé. Caminamos hasta el ascensor, haciendo cuclillas en cada contracción, ante la mirada de toda la gente que estaba por ahí. Mi doula me miraba y me sostenía con paz, dulzura y sonrisa. Entramos en un consultorio vacío y llega una partera de guardia: “te voy a revisar para ver cómo venimos”, dice. Y automáticamente lanzó “¡ya nace!”. Me incorporo y rompo bolsa. Nos vamos a una sala de parto con la partera del servicio, Fer y mi doula. Apenas entramos, me apoyo con los brazos en el borde de la cama, y comienzo a pujar. Era doloroso pero tremendamente gratificante sentir cómo Vera iba naciendo. Ser canal de vida, con humildad y determinación. “¡Me voy a partir!” grito, y me dicen “sí, sí, es eso”, y entonces en un último pujo con una fuerza que no pensé que tenía, nació Vera a las manos de su papá que la esperaba detrás de mío. Gratitud infinita.

Comenzamos a reír, me pasa a la beba para ponerla en mi pecho y me siento en un banquito que estaba detrás. Palabras de bienvenida, risas, alivio, teta. En ese momento llegó mi partera y quedó pasmada con la escena. Hablan entre parteras y ahí me acuesto en la cama, para que suturen un pequeño desgarro. Mientras, Fer hacía unos sellos placentarios con las témperas y las hojas Canson que habíamos llevado. Al ratito ya estábamos los tres juntos en la habitación, en el mejor momento de nuestras vidas. Recapitulando todo lo vivido. Integrando experiencias de aceptación ante las cosas que suceden aunque no nos gusten, y experiencias de poder ilimitado cuando se actúa con consciencia y valor.