520

Nacimiento de Mario

Aquí os dejo mi historia, que aunque traumática, tiene final feliz.Cuando todo se tuerce

Que mi parto se iba a adelantar se veía venir. No era ningún secreto teniendo en cuenta que Mario estaba dispuesto a conocer este mundo desde la semana 31. No tuve un mal embarazo hasta entonces, cuando empezaron las contracciones a diario.

Era una mañana de viernes soleada, un día estupendo para ir a pasear con mis cuñadas. Fue entonces cuando empecé a sentir unas contracciones más fuertes de lo que habitualmente estaba acostumbrada a sentir, aunque muy ingenua de mí, no les di mayor importancia y supuse que era "lo normal". Cuando llevas meses experimentando contracciones y molestias y siempre te dicen lo mismo, acabas por creer que todo lo que pasa con tu cuerpo es "lo normal en un embarazo".

Creo que no empecé realmente a ser consciente de lo que sucedía hasta después de comer. Esto empezaba a ser algo más serio que simples contracciones falsas, de hecho empezaron a ser contracciones constantes cada 5 minutos, todavía no muy molestas pero lo suficiente para poner al cuerpo en alerta y empezar a hacerse a la idea de que justo ese, podía ser el día tan esperado. Y efectivamente, tras un intento de siesta fallido y la esperanza de que sería una falsa alarma como siempre, lo vi "casi" claro, y digo "casi" porque justo en ese momento me asusté. Fueron tantas las veces que pensaba que había llegado el día, que cuando quise ser consciente de que había llegado el gran momento de verdad... sentí pánico. Pero reconozco que me duró poco. Es alucinante cómo la mente se hace con el control de la situación y te invade la tranquilidad mientras te empiezas a preparar para lo que se avecina.

Iván llegó pronto. De entre todas las posibilidades posibles, el destino quiso que estuviera viajando justo en ese momento. Pero... tranquilos!!! no hay prisa!!! Después de ducharme y preparar todo, pasé toooooda la tarde sentada en mi pelota de pilates gestionando las contracciones una tras otra, que ya eran cada 2 minutos. Sólo intentaba retrasar lo inevitable, y vaya si lo retrasé, hasta las 22 de la noche no acudimos al hospital y menos mal, porque sólo había dilatado 2 míseros centímetros!!! A puntito estuvieron de mandarme a casa de no ser porque en cuestión de una hora más, ya pasé a 3 centímetros. Yujuuuuuuuuuu!!! 3 centímetros!!! Todo el día penando para 3 centímetros??? Pues sí, así somos las mujeres de sufridoras. Me llevaron al paritorio, una habitación normal con una cama que posteriormente se convierte en potro como por arte de magia donde se da a luz cuando llega el momento. Tras el momento más bochornoso de mi vida en cual me pusieron un enema anal (muy divertido), me dí una ducha calentita muy relajante que me vino bien para destensar un poquito el cuerpo.

Entonces algo empezó a cambiar. Los dolores cada vez eran más y más intensos. Hasta ese momento pensé que era pan comido, pero según pasaban los minutos las contracciones se hacían más fuertes, más largas y con menos tiempo para descansar entre una y otra. Y entonces la palabra EPIDURAL llegó como música a mis oídos. Si por favor!!! Si aquello sólo acaba de empezar no quería imaginar lo que vendría después, así que dicho y hecho. Un pinchacito de nada en la espalda y supuestamente en cuestión de 10 minutos los dolores pasarían a la historia. Ingenua de mí esperé y esperé a que aquello hiciera algún efecto pero solamente noté un ligero hormigueo en la parte exterior de mi muslo derecho. Todo lo demás (y cuando digo todo es todo) seguía igual de despierto que cuando llegué. Me quejé varias veces y cuestioné seriamente que me hubieran pinchado bien, a lo que muy amablemente me contestaron que no hacían milagros y que era normal sentir algo. ¿Algo? una cosa es algo y otra cosa es todo!!! pero como en ese momento no estaba la cosa para andar discutiendo y pesaba sobre mí la inexperiencia de ser primeriza decidí conformarme y aguantar el chaparrón. Entonces empezó el calvario.

Me concentré todo lo que pude, reuní fuerzas de donde creí jamás poder encontrar y allí me dejaron con mi pareja y su bendita mano que estreché y espachurré durante horas con cada larguísima contracción. Desde las 3 de la madrugada ya dilatada de 10 centímetros empujé y empujé mientras Mario iba avanzando por el canal de parto hasta que mi cuerpo comenzó a dejar de responder. ¿Cómo es posible que algo pueda doler tanto? Era incapaz de hablar o responder a nada, sólo podía retorcerme, respirar y empujar cada 3 segundos!!! No fue hasta las 5 de la madrugada cuando Iván avisó a las matronas que entonces acudieron para ayudarme. Y allí estaba yo como un alma en pena casi a punto de llorar por lo intenso de la situación. Sólo podía pensar que cada vez quedaba menos, que ya quedaban escasos minutos para ver a mi bebe y poder abrazarlo. La quemazón era insoportable, y es que allí estaba su cabecita queriendo salir, a puntito de salir, pero entonces algo empezó a ir mal. Las constantes de mi bebe cada vez eran más débiles y la cosa se puso seria. Me dí cuenta en el momento en que empezó a entrar gente en la sala, incluido el ginecólogo, varias enfermeras y personal de neonatología. ¿Qué demonios estaba pasando?.

Sin presentarse siquiera, me dijeron que iban a tener que ayudarme un poquito, y acto seguido tenía al ginecólogo subido de rodillas encima de mi cama con todo su brazo clavado en mi tripa. Lo que no me dijeron directamente pero sí pude oír, era que Mario venía con dos vueltas de cordón y eso era lo que le impedía salir y le estaba dejando sin oxígeno. Entonces me desanimé mucho. Sabía que el bebe estaba en peligro y estaban a punto de practicarme la maniobra de Kristeller, lo que no me hacía ninguna gracia. Y así fue. Me la hicieron al menos 6 veces porque el bebe no salía y se había quedado sin constantes. Y en una de esas maniobras horribles que por poco me deja sin sentido, una buena episiotomía y un gran desgarro vaginal, sentí perfectamente cómo salía la cabeza. Se tomaron su tiempo para poder desenrrollar el cordón. En otro empujón salieron los hombros y en el último empujoncito salió todo el cuerpo y los dolores desaparecieron como si nada, al instante.

Allí estaba yo, toda dolorida, esperando con gran emoción ver su cuerpo, su cara, sus manitas. Entonces lo pusieron sobre mi tripa. No fue bonito, ni emocionante. Mi bebe no se movía, no respiraba, no daba señales de vida alguna y me asusté, me asusté mucho al verlo así, como un trozo de carne encima de mi vientre que no respondía ante ningún estímulo. Y la angustia se apoderó de mí por completo. Empecé a llorar al ver que no se movía y acto seguido me lo quitaron para poder empezar la reanimación. Después de 5 largos minutos en los que yo también dejé de respirar, y una reanimación de grado 3 (nada simple), llegó a nuestros oídos un pequeño sonido, el sonido de la vida. Era mi pequeño luchando por respirar, por vivir. Hubo mucho sufrimiento fetal y también tragó meconio por lo que era inminente su ingreso en neonatos, pero entonces, gracias a una de las enfermeras volvieron a ponerlo sobre mí antes de llevárselo, sobre mi pecho, y ahora sí, sentí el milagro de la vida, el sentimiento más puro que nunca había sentido antes, ser madre. Gracias a esa señora pude quitarme un poquito de angustia, pude disfrutar apenas dos minutos de mi pequeñín antes de que nos separasen y esa miseria de tiempo para mí fue muy importante. Acto seguido se lo llevaron para poder valorarlo y atenderlo mejor.

Durante todo aquello, expulsé la placenta y el cordón (el cual donamos para que pudieran extraer y conservar las células madres). Apenas me enteré y creí que ya había pasado todo, incluso respiré aliviada hasta que de repente comenzaron a coserme. Si en algún momento creí que el calvario había finalizado... que va!!! aún tenían un poquito más de dolor reservado para mí. La matrona intentó coser aquel desastre pero le fué imposible por lo que nuevamente tuvo que volver a intervenir el ginecólogo. En mi vida había visto a nadie tener menos tacto con algo tan delicado. Tal y como estaba, sin ningún tipo de anestesia local, aquel hombre empezó a coser con un gancho y un hilo enorme puntada tras puntada. Me dolía tanto que sudaba y sudaba, me entraron ganas de vomitar y no pude evitar levantar el culo en varias ocasiones a lo que de muy mala gana me pidió que me estuviera quieta para poder hacer su trabajo. No podía dar crédito a lo que estaba viviendo pero aguanté el tipo ya que no me quedaba más remedio. Y después de 45 larguísimos minutos cosiéndome, se quitó sus guantes y me dijo que estuviera tranquila porque la vagina era muy agradecida. Gracias! ya me quedo mucho más tranquila!!!

Sola. Apagaron las luces y allí me quedé en observación completamente sola en aquella horrible habitación donde había vivido los momentos más horribles de mi vida, y no exagero. No pude evitar llorar, con una intensidad que nada ni nadie podría calmar. Es posible que estuviera experimentando una crisis de ansiedad, quién sabe, nadie se preocupó de mi estado psicológico en ese momento ni después, y así me quedé durante al menos 3 o 4 horas. Sólo en una ocasión pasó mi matrona para asegurarse de que no había más hemorragia de lo normal, se sentó al borde de mi cama y mirándome a los ojos me pidió perdón. Se sentía realmente mal por cómo se había torcido y complicado todo. No sé exactamente si lo hizo porque se dio cuenta del estado en el que me encontraba o porque así lo sentía, pero al menos me sentí un poco agradecida. Aprovechando la situación la supliqué que por favor dejara entrar a mi madre unos minutos para que me hiciera compañía pero sólo recibí una negativa alegando que no era posible debido a reglas extrictas de protocolo hospitalario (bonita forma de decir que no). Como no tenía otra cosa que hacer, intenté serenarme un poco.

Y llegó el momento. Me subieron a planta donde estaba la familia esperándome y al verlos allí se me hizo un nudo en la garganta. Sólo quería llorar y desahogarme pero reuní fuerzas de nuevo y me tragué todas las lágrimas. En seguida llegó una enfermera para informarme sobre la situación. Como me había decantado por la opción de la lactancia materna, era fundamental que acudiera lo antes posible a la unidad de neonatología para poder poner al pecho a mi pequeño y así estimular la subida de la leche. Hasta ahí todo perfecto, y no había nada que quisiera más en ese momento que ir a ver a mi pequeñín, pero cuando quise levantarme todo se volvió blanco, se me nubló la vista y casi me desmayo de no ser porque me sujetaron. Después de tanto esfuerzo, cansancio y pérdida de sangre tenía taquicardias y mi cuerpo no respondía como a mí me hubiera gustado. La situación no mejoraba mucho y cada vez me sentía peor por no poder estar junto a mi bebe y atenderle, pero en ese momento Iván entró por la puerta de la habitación con una cunita y allí estaba, nuestro chiquitín. Sentí una alegría inmensa, le cogí, le abracé, le olí, le besé y no quería separarme de él ni un momento, pero la alegría nos duró poco porque al haber tragado meconio seguía vomitando y tras unas horas tuvieron que volver a ingresarlo. Pasamos la noche sin él, y también el día siguiente. Le dieron el alta la segunda noche y entonces sí que pudimos disfrutar un poquito, al menos una noche. El lunes por la mañana nos dieron el alta y por fin pudimos irnos a casa.

Y así termina mi parto. Han pasado 8 meses ya y todavía lo recuerdo casi a diario, sin poder evitarlo. Creo que durante meses he experimentado lo que se conoce como "trastorno de estrés postraumático". Poco a poco y con ayuda de mi pareja y familia he ido superando mis miedos y a día de hoy he decidido buscar ayuda y acudir a un fisioterapeuta especializado en rehabilitación del suelo pélvico. Espero poder curar mis secuelas y mejorar mi calidad de vida.