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Nacimiento de Marina. Historia de Montserrat. 9 de Febrero de 2011, Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid)

“Algunas (contracciones) las pasé de rodillas en el suelo con el cuerpo sobre cama, otras abrazada a Martí, otras besándonos, otras colgada de su cuello... “


Puedo decir que tuve la suerte de tener un embarazo muy bueno. Padecí muchas de las típicas molestias de la gestación, pero no fueron insoportables y pude llevarlas como una parte más del maravilloso proceso del embarazo. De hecho, fui a ver a mi marido, Martí, que trabaja en Vietnam, en cuatro ocasiones.

Mi fecha prevista de parto era el 8 de Febrero y aunque mi marido hizo hasta lo imposible para poder venir a mi lado al menos una semana antes, fue en vano, puesto que coincidió con la semana de celebración del fin de año vietnamita y su empresa sólo permitió librar a los nacionales. Yo pasé toda esa última semana recordándole a mi pequeña el día en que llegaba su papá, en semi-reposo puesto que tenía contracciones muy regulares todas las tardes y con mucha angustia por no soportar la idea de no vivir tal acontecimiento sin el pilar de mi vida.

Finalmente Martí consiguió programar su viaje para llegar el mismo día ocho a las diez de la mañana. Anécdota incluida, perdió el vuelo de conexión y su llegada se retrasó hasta las cuatro de la tarde. Esa misma mañana a las 8.30 tuve mi último control: dilatación de un centímetro y cuello bastante borrado. Me lo hizo mi prima Lola, matrona del hospital, quien me llevaría el parto. Justo antes de marchar recuerdo que me dijo: "Para mí, entre el jueves y el domingo te pones de parto. Mañana miércoles no te pongas, que lo tengo imposible, como mucho estaré libre a partir de las seis de la tarde...". Y yo me fui feliz, sabiendo que en pocas horas vería a mi marido, tras mes y medio sin él, y con la certeza añadida de que podríamos vivir juntos nuestro parto.

Esa tarde la pasamos descansado, abrazándonos e imaginando el tan deseado momento que se acercaba. Al día siguiente iríamos a hacer unas últimas compras y una sesión de cine... Pero cual fue mi sorpresa que, a las 00.30 justo en el momento en que iba a entrar en la cama, noté que mis braguitas se humedecían. Comprobé, con absoluta sorpresa, que se trataba del tapón mucoso. Desde el momento en que llegó mi marido me había hecho a la idea de que al menos un par días estaríamos sin novedades, así que mi cara de "Dios mío, el momento se acerca, y mucho..." dejó completamente descolocado a Martí, que rápidamente se lanzó a por el libro "Qué esperar cuando se está esperando". Decía que el parto podría presentarse tanto en 24 horas, como en una, dos o tres semanas. Así que nos relajamos, y a dormir.

Sin embargo, de madrugada me desperté con contracciones que venían con un dolor muy fuerte de ovarios y riñones. ¡Nunca imaginé que serían así! Cambiaba de vez en cuando de postura, a ver si así lograba hacerlas más llevaderas o remitían, pero no había manera. Llegó el momento en que tuve que salir de la cama. Fui al baño y vi que seguía expulsando tapón mucoso. En ese mismo instante tuve una contracción que me hizo ver que el trabajo de parto había comenzado. Regresé a la habitación y Martí estaba despierto. Me preguntó que qué pasaba y le contesté: "No sé cuánto podré tardar, pero de hoy no pasa para que seamos papás. Tú duerme, cariño, que tienes que descansar y llegará un momento en el que no podré hacerlo sin ti." En ese momento eran las 4.45 de la madrugada. Me senté en la pelota que tenía preparada para ayudarme en la dilatación y, junto a la cama y con su mano de mi mano, me dejé balancear con cada contracción. Me sentía tan feliz... Era cuestión de horas ver la carita de mi bebé y tenía a mi amor de la mano.

Empezaron a llegar contracciones que me hacían tararear en bajito a su son y Martí despertó: "Tenemos que llamar a Lola y a mi madre". Le contesté que no, que la cosa acababa de empezar, que se podía alargar incluso hasta el día siguiente y no quería alarmar a todo el mundo antes de tiempo. No le hizo gracia mi respuesta y volvió a coger el libro. A mí me empezó a dar hambre y le pedí que me trajese unas almendras y acuarius. Me replicó que el libro decía que no podía comer ni beber y yo me enfadé: "Me tienes que ayudar como yo te pida. Sé que puedo y sé que he de confiar en mi cuerpo. Y por favor, no me hables cuando tenga una contracción porque necesito concentración y me molesta muchísimo". -"Pero, ¿Y si te tienen que hacer cesárea y has comido? -"No me digas eso porque no va a pasar." Mientras fue por ello, yo seguí concentrándome con respiraciones abdominales en cada contracción. Algunas las pasé de rodillas en el suelo con el cuerpo sobre cama, otras abrazada a Martí, otras besándonos, otras colgada de su cuello... Hasta que de repente, me entró la necesidad de tomar un baño caliente y en penumbra. Por un momento pensé que quizá era demasiado temprano, que me debía haber apetecido estando mucho más avanzada de dolor... Pero en seguida me dije: "Ya tendrás tiempo de salir y de entrar cuando quieras. Si ahora necesitas un baño, pues te bañas." Mi marido me recogió el pelo muy delicadamente y yo me sumergí en el agua calentita y relajante, cogida de la mano de mi amor, que de vez en cuando me daba una almendrita o un sorbito de acuarius.

Me siguió insistiendo con llamar a Lola, yo me volví a negar, le repetí que acabábamos de empezar y que aún era demasiado pronto. Pero no paró de intentar convencerme. Entonces acabé diciéndole: "Está bien, haremos una cosa: Cronométrame y si las contracciones son de un minuto cada cinco minutos, la avisamos." Y yo comencé a conectarme con las contracciones. Mi mente repetía a su compás y al de mis respiraciones: "Yo confío (1-2-3-4 inspiración abdominal), yo permito (1-2 contención), yo me abro (1-2-3-4-5-6 expiración)" -Tal y como Cristina Núñez nos enseñó en el curso de educación maternal de Más Natural.- Y sentía como me iba abriendo, como cada contracción era un paso adelante, con una relajación cada vez más plena. Tanta paz conseguí que con los ojos cerrados, como si estuviese trasladada a otro mundo, susurré a Martí: "Mi amor, estoy tan a gustito que me estoy durmiendo..." - "¿Sí?, pues duerme, duerme..." Ciertamente por poco me dormí. Aunque las contracciones seguían ahí, apenas eran ya dolorosas, cada vez éramos más aliadas.

De repente, mi marido me sacó del letargo: "Las contracciones son muy irregulares, pero los descansos más largos los tienes de máximo tres minutos y las contracciones más cortas de aproximadamente un minuto. Llamamos a Lola, ya." No me atreví a rechistar. Él salió del baño sin más tardar para buscar su número de teléfono, pues mi teléfono era uno viejo y no quería cargar... Mientras tanto entró mi madre para acompañarme, aunque mejor que no lo hubiese hecho, pues rondaba por allí ordenando y moviendo cosas, desconcentrándome. Apareció Martí con un teléfono y me hizo llamar a Lola. Saltó el contestador: "Soy una inoportuna, pero estoy así y no sé si aguantaré hasta la seis... Te llamo para que estés al corriente..." A los pocos minutos me devolvió la llamada: "Voy a ver cómo arreglo lo que tenía y te vuelvo a llamar". En cuestión de minutos, otra vez Lola: "Montse, nos vemos a las diez en el hospital".

Martí se fue rápidamente a meter en el maletero las bolsas que teníamos preparadas para llevar al hospital y mi madre siguió en el baño. Comenzó a decir que mis contracciones eran muy seguidas, que no iba a aguantar, que saliese de la bañera, que me tenía que vestir... Y todo esto en plenas contracciones. "Mamá, ¿No recuerdas que te dije hace días que no quería nadie a mi lado compadeciéndose de mí? Lo que me está pasando no es malo, sino todo lo contrario. Y puedo perfectamente con ello." Pero ella seguía y seguía... De golpe retrocedí de mi mundo y la grité: "¡Cállate por favor, que desde que te oí comentárselo a Martí te dije que lo oigo todo, y eso no es ayudar!" -"¡Cállate tú!" Y siguió con sus tareas de ordenanza... Podía palpar sus nervios y su angustia, y me imagino que ella no sabía ni qué hacer... Pero yo me fui a mi habitación desolada. Seguí sobre la cama a cuatro patas, agarrada al cabecero. Mi madre vino enseguida. Se puso de pie y con los brazos en jarra, mirándome como el que contempla un cuadro... "Mamá, no te quedes así, siéntate aquí..." Pero no se sentó a mi lado, sino en una butaca que tenemos al otro lado de la habitación, que en ese momento para mí estaba lejísimos. No podía entender qué hacía allí sentada y mirando al infinito... Me quedó claro que no sólo no me ayudaba, sino todo lo contrario.

Gracias a Dios, Martí no tardó en volver y mi madre salió de la habitación. Él continuó mimándome, dándome suaves masajes en la zona lumbar, acariciándome... Mi madre, cada diez o quince minutos recordando la hora... ¡Y eso que aún quedaba más de hora y media para salir de casa! Esto me mataba porque yo hasta entonces lo había llevado fenomenal sin tener noción del tiempo, en cambio, oyendo lo que estaba oyendo, ya no tenía ni fuerzas ni ganas para sacarla de mis oídos y me estaba desmoralizando por momentos: Mi sensación era de que ya habían pasado unos tres cuartos de hora más y resulta que su torta de realidad me decía que habían pasado como mucho quince minutos... Le pedí a Martí que la dijese que nos dejase y mi madre bajó las escaleras llamando a mi padre a pulmón abierto. Recuerdo que en ese momento mis padres me parecieron misión imposible y abrazándome al cuello de Martí le dije sollozando: "¿Pero por qué no me entienden?" Mi amor me calmó a besos, yo me anestesié con cada uno de ellos, y le rogué: "Por favor, no quiero volver a saber de tiempos. Cuando haya que salir me lo dices y me visto, que no tardo nada".

Seguimos avanzando, tanto que sin darme cuenta llegó la hora de marchar, pero las contracciones para entonces eran tan fuertes que me tuvo que vestir Martí. Las contracciones se volvieron muy seguidas, apenas sin pausa: Cuando me disponía a salir de mi habitación tuve una contracción, al principio de la escalera otra, a la mitad otra (esta la pasé con un alarido mientras pegaba la boca a la pared... ¡Menos mal que mis vecinitos ya estarían en el cole...!) Según terminé, mi padre vino con una gran sonrisa y me cogió los brazos: "¡Montse, qué Marina ya viene!" Yo le sonreí feliz, pero también pensé: "No me pares a mitad de la escalera porque no llego a la planta de abajo hasta mañana..." Y así fue, cuatro escalones más y otra contracción... Logré llegar al coche, pero justo antes de entrar pasé otra agarrada a la puerta. El camino fue mucho mejor de lo que esperaba, aunque los badenes eran auténticos hachazos en mis riñones. Las demás contracciones las pasaba haciendo círculos con la cabeza, mientras abría la boca grande, grande... ¡Parecía Nemo! Sentía que mi boca bailaba al ritmo de la contracción y que a su vez mi vagina se abría al ritmo de mi boca... Un badén me volvió a traer a la Tierra y grité a mi padre: "¡Para, para! ¡Por favor!" Abrí los ojos en medio del dolor y me llevé una gran sorpresa: ¡Estábamos al lado del hospital!. Paramos casi al lado de la puerta y mi madre fue a comprobar que Lola ya estaba allí. Yo salí del coche, pensando si me encontraría con que apenas había dilatado y me tendría que llevar una decepción. Tenía miedo de que eso sucediese y me viniera abajo. Pasé un par de contracciones en medio del aparcamiento, agarrada al cuello de Martí, con mi baile bucal...

Mi padre se acercó: "Id, que Lola os espera." ¡Qué bien me comencé a sentir! Apenas veía porque no llegaba gafas, pero según iba caminando, intuí su silueta detrás de la puerta de cristal, cuando se abrieron y vi que era ella, me saltaron lágrimas de alegría: ¡El gran momento había llegado de verdad y estaba deseando compartirlo con ella! Nos dimos un abrazo profundo y reparador. Me bromeó diciendo: "Mira que después de decirte ayer que no te pusieses de parto esta mañana, me arrepentí. Pensé: ahora por decirlo, se pone..." Pasamos a una salita de la entrada donde me hizo un tacto y... ¡Estaba de cuatro centímetros! Qué alegría me dio: mi trabajo había dado resultado. Nunca olvidaré que poco antes de salir me vino una contracción, que pasé de pie y agarrada al respaldo de una silla, y Lola me hizo un suavísimo masaje circular, en el centro lumbar con tanto mimo y tanto cariño que me llegó al alma. Sus manos me curaban. Comenzó a entrar gente y me escondí tras una cortina para pasar una más abrazada a mi amor. Me pusieron un camisón y salimos dispuestos a emprender nuestra labor: ¡Mi nena venía decidida! Allí estaba mi madre en la puerta, llorando. Pobrecita... "Mamá, soy muy feliz. Mi niña ya viene". Pasamos por un pasillo muy iluminado, Lola nos dijo que si nos apetecía pasear, lo podíamos hacer por allí, pero tanta luz me cegaba, estaba deseando dejarlo. Comunicaba con los cuartos de dilatación y en uno de ellos nos quedamos.

Aquí la luz era muy tenue, mis ojos y mi mente descansaron. Martí preguntó curioso a Lola que si estando así de dilatada las mujeres ya pedían la epidural. "Claro, ¡Y mucho antes!" Yo pensé: "Pues aún no me parece para tanto, esto es perfectamente soportable, no lo entiendo..." Lola me preparó una pelota grande y otra pequeña. En la grande pasé algunas sentada y la pequeña la utilicé para reposar mi cabeza cuando me ponía a cuatro patas sobre la cama. Seguí dejándome llevar por mi cuerpo y mi cuerpo me pedía cantar. Y así pasé, por lo que he intuido después horas, tarareando una melodía de aes que me sacaban de este mundo y me conectaban con el viaje que estaba haciendo mi hija. Estaba en estado de éxtasis. Lola nos dejó en la intimidad de aquella penumbra, pero de vez en cuando venía silenciosa a ver cómo iba todo. Me decía que lo estaba haciendo muy bien, que la gustaba mucho como lo estaba llevando y sobre todo mis cánticos, y que estaba avanzando muy rápido. Una de las veces me tomó las manos para que pasase la contracción colgada de su cuello, qué galante me pareció... No pude dejarme llevar, sentí que si lo hacía realmente la destrozaría. En una de esas me hizo otro tacto: "¡Estás de ocho! ¿Pero no me dices nada? ¿No estás contenta?" ¡Pues claro, y mucho! ¡Pero no podía trasladarme a este mundo así como así y conseguir hablar a tiempo! Martí aprovechó para comentarle que mis contracciones cada vez eran más intensas y de mayor duración. Ni qué decir que esa contracción se me hizo eterna y muy dolorosa. Ella le contestó que eso era bueno, que significaba que todo seguía buen curso. ¡Qué alivio...! Nos volvió a dejar solos, pero no mucho después llegó una etapa en que venía bastante seguido, o eso me pareció a mí porque sabía que quedaba mucho, para preguntarme si tenía ganas de empujar.

En una de esas le pedí a Martí: "Llama a Lola para que me desmonitorice, que necesito ir al baño." ¡Qué rápido entró! -"No, no es caca. ¡Es el bebé!" -"No, de verdad, créeme. He tenido diarrea en casa (¡Dios qué angustiosas y dolorosas aquellas contracciones! ¡No podía comprender como las mujeres aguantan las contracciones con un enema puesto! ¡Era horrible!) y sé perfectamente que sí lo es." No vi a Lola convencida del todo, pero me dejó ir. Cuando salí me preguntó: -"¿Lo era?" -"No sé, sí..." Estaba muy aturdida, pero ella me dijo: "Me gusta mucho que sabes exactamente cómo está la situación en cada momento." Me volví a subir a la cama, otra vez a cuatro patas, y en nada ya estaba en trance total: Mi cabeza bailaba con el contoneo de mis caderas dando ambas círculos enormes. Oí una voz nueva y suave que me advirtió: "No hagas eso, que te puedes marear". ¡Había dos enfermeras más y yo ni me había enterado! No tardé mucho en decir: "Quiero hacer caca, pero no es caca." Pude apreciar sonrisas... ¡Mi bebé quería que empujase ya! ¡Pero Santo Dios ese sí que me parecía momento para pedir la epidural! La manera más llevadera era agarrada a la barra de los pies de la cama y en cuclillas, pero sabía que me quedaba un buen trozo y eso sí que costaba... Ya no soportaba mi pelo suelto y chorreante, una enfermera me hizo una coleta con una calza. ¡Cómo me despejó! Sentía que tenía un séquito complaciente que me mojaba la frente, o los labios, o mi cuello, nada más pedirlo. Me sentía arropada, acompañada, querida... ¡Una mujer verdaderamente afortunada!

Y así llegó el momento de ir al paritorio. Cuando entramos sentí que la luz de los focos me penetraba y me puse a caminar dando vueltas por donde no daba tan directa. Lola estuvo al quite y los mandó apagar. En nada me di cuenta que la llegada de mi nena era absolutamente inminente, así que pedí que llamasen a mi madre. No quería que se perdiese ese momento. Me ayudaron a subir a la camilla. Me mostraron varias posiciones, yo me puse semi sentada, con los pies en el potro. Comenzó la fase de pujos, esto sí que se me hizo verdaderamente cuesta arriba. En una de esas Lola exclamó: "Qué ya casi la tienes aquí, mira, toca la bolsa..." El hogar de mi bebé era tan suave... Los pujos continuaron, pero aunque empujaba con todas mis fuerzas, no servía para nada. Comencé a oír voces nuevas junto a la de mi madre, eran insoportables, y me sacaron de mala manera de mi planeta parto: "¡Pero mujer, no chilles que se te va la fuerza por la boca!" Esto me enojó muchísimo. Cada vez que venía una contracción nueva, me decía: "¡De ésta no pasa, en ésta tiene que salir!" Pero era completamente inútil. Un invencible dolor de ovarios y riñones me hacían sentir que se me partirían las entrañas... Por las caras me di cuenta que mi nena estaba sufriendo y sé que por eso, una enfermera que estaba junto a Lola, me pidió respirar. Hice un par de respiraciones abdominales y pude sentir como oxigené a mi niña. Se lo dije a Lola y ella me advirtió, aunque yo ya me había dado cuenta, que el bienestar de mi pequeña dependía sólo de mí; que ella no tenía ninguna prisa, que quedaba poquísimo y sólo tenía que tratar de hacerlo bien. Intento tras intento le pedía cambiar de postura, su cara me hablaba: "Pero si ya lo tienes, ahora cómo vamos a cambiar..." En un par de ocasiones sentí que me venía abajo, que no me quedaban fuerzas, que era incapaz... Ya quería llorar... Alguien me dijo: "Pero después de todo lo que has conseguido ahora no puedes dejarte caer..." Sentí que tenía razón, pero mi tenacidad no daba resultados y el agotamiento comenzaba a apoderarse de mí.

Llegó un momento en que Lola me alertó: "¿Has visto al médico de la puerta? Como no acabemos ya, va a entrar." Para mí fue: "¡Que viene el coco con la episiotomía en una mano y la cesárea en otra!" Ahora, aquel pensamiento hasta me hace gracia y sé que Lola lo hizo adrede para que viese las orejas al lobo, pero en ese instante me morí de miedo y me juré que eso no iba a pasar. En cambio, tras otros cuantos pujos acompañados de esas insufribles voces que me criticaban por chillar y me amenazaban con un dolor insoportable de garganta al día siguiente, Lola aseveró: "Montse, es que no estás empujando". Pensé: "¿Pero cómo? ¡Si no puedo empujar más! ¡Ahora tú no, por favor...!" Y aquella pesadilla de voces incansables no paraba de retumbar... Por suerte, Lola me salvó inmediatamente: Me miró con unos ojos muy grandes y expresivos que me encantó ver y, tan dulce como siempre es ella, pero contundente, me dijo algo así: "Coge aire y retenlo, y mientras lo mantienes, empuja como si quisieras hacer caca." Caí en que mi reflejo ante el dolor era parar para coger aire de nuevo e intentar seguir. Grave error, porque la nena hacía por salir y ese momento de debilidad mío la hacía retroceder. Ahí me acordé de Carmen Gloria, matrona de Más Natural, que nos lo había explicado muy bien. Me sentó muy mal no haberme acordado, pero me dije: "Lo hecho, hecho está. Ahora toca hacerlo bien y lo vas a conseguir." Lola me sugirió colgarme de una barra que había sobre mí con la cara interna de los codos, ¡Fue genial! Ahora sí que mi niña estaba casi con nosotros. Martí se asomaba una y otra vez y me miraba cargado de emoción: "Montse, que ya está aquí, está aquí... ¡Veo su cabecita!" Lola me invitó a tocarla y me habló del quemazón que sentiría en la próxima contracción. "Sí, sí, el círculo de fuego." Noté que le gustó que supiese de que me hablaba. También me dijo: "Cuando vaya a salir te pediré las manos para que cojas a tu bebé y lo pongas sobre tu pecho". Y llegó la contracción del ardor, y la siguiente de fuego con una sensación, en el primer momento terrible, de que la vulva se me separaría completamente en dos, pero en seguida recordé que eso significaba que mi niña en ésta salía y que a nadie se le ha partido la vulva en dos al parir... Así que empujé aguantando la respiración, con todo mi ser, con toda mi alma... ¡Y por fin Lola pudo entregarme a mi preciosa! Sólo lloró en el trayecto hasta llegar a mí, fue posarla en mi pecho y se calmó al instante.

Lo primero que vi fue su bonito color de piel, después besé una y otra vez su cabecita de melocotón, mientras me embriagaba de su olor a vida, un olor celestial que jamás olvidaré. Recuerdo a mi madre y a mi marido mirando la hora como locos: "¡Las dos menos cinco! ¡Justo la hora que ha dicho el abuelo!" Y acto seguido, con sus caras pegadas a mí, miraban embelesados a mi muñeca, repitiendo una y otra vez lo bonita que era... Martí no paraba de contemplarla y me decía: "¿Pero ves qué guapa es?" Yo sólo podía ver su cabecita, estaba exhausta y era incapaz de moverme para verla. En seguida me acordé que había de alumbrar la placenta e incluso sin contracciones, yo ya empujaba. Salió muy poco después. Lola nos la enseñó y no pinzó el cordón umbilical hasta que no paró de latir. Sentí un deseo enorme de besarla y se lo pedí, aunque ella ya tenía el beso preparado. No me podía sentir más feliz...

Con la nena sobre mí, otra enfermera (siempre que digo enfermera es porque no sé qué eran en realidad) me explicaba los beneficios de tener a mi bebé pegadita a mí, piel con piel. Cómo me gustó su apacible voz, no pude menos de decírselo. Mientras tanto Lola me cosía un único punto en el interior de la vagina, en el exterior tan sólo me hice unos pequeños rasguños. Cuando terminó nos llevaron de nuevo a la sala de dilatación y allí, a oscuritas los tres, disfrutamos de lo inmensamente felices que éramos. En cuestión de minutos mi niña ya estaba mamando y hasta pasadas dos horas, no se la llevaron para pesarla y hacerla el test de Apgar. El papá pudo acompañarla y yo me quedé tranquila esperando. Pesó 3.120kg, midió 50cm y en el test sacó un diez de diez.

Todavía me emociono cuando recuerdo mi fabuloso parto. Siempre tendré presente el imprescindible e inmenso apoyo de mi marido y estaré toda mi vida agradecida con Lola, pues ella fue quien hizo posible que yo tuviese el parto con el que siempre soñé. Me enamoré de mi niña nada más verla, de mi marido me volví a enamorar minuto a minuto, y a Lola le he hecho un hueco enorme en mi corazón donde la llevaré siempre.