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Nacimiento de María, parto de Ana

Nacimiento de María

Mayo 2019

Nuevo Belén (Unidad de parto natural)

Parto natural, sin episiotomía.

Es justo el día que mi peque cumple 1 año cuando me he decidido a narrar mi experiencia. Es el momento de recordar cómo fue aquel día.

Se trataba de mi segunda hija. La primera había nacido 4 años antes en un parto poco respetado y algo traumático, en la Quirón de San José. No fue terrible, todo sea dicho, tengo que admitir que mi recuperación fue muy buena, pero siempre te preguntas si los fórceps eran realmente necesarios y, sobre todo, se no podían haberme tratado como a una persona adulta y haberme explicado lo que iba a suceder antes de mandar salir a mi marido a escondidas, subírseme encima o de aplicarme los fórceps.

Por este motivo había decidido que mi segundo parto iba a ser distinto. Leí mucho, quizá demasiado. Libros, webs, foros… Elegí la maternidad Nuevo Belén porque tenía la opción de parto respetado y elegí una ginecóloga que atendía este tipo de partos. En la visita a la maternidad me explicaron que podía elegir el parto en las instalaciones habituales, que es lo que cubre el seguro médico (siempre con el ginecólogo o la ginecóloga elegida, eso sí) o en las 3 habitaciones de parto natural que tienen. Eso hay que pagarlo aparte, según me dijeron en la visita realmente lo que pagas es una matrona o matrón que te acompaña todo el tiempo. El equipo de matronas con las que trabaja mi ginecóloga, cobraba 700 euros, independientemente del número de horas que estuvieran contigo. Lo hablé con mi marido y decidimos pagarlo. ¡Todo sea por superar mi trauma anterior!

El domingo final del puente de mayo estaba ya de 38 semanas justas y poco antes de levantarme empecé con contracciones. ¡Parece que llega el gran momento! En mi familia somos dados a nacer en la semana 38. Yo nací en esa semana y mi hija mayor también, así que ya tenía todo preparado porque sabía que iba a ser esos días. Además, los monitores del martes anterior también parecían indicar que era cuestión de poquitos días.

“¡Qué bien!”, pensé, “Voy a tener un parto por el día, no por la noche como el anterior. ¡Así no estaré tan cansada!” ¡¡Ingenua de mí!!

Me encontraba bien, las contracciones no eran muy intensas y estaba súper contenta. No tenía los nervios de la vez anterior. Así que acabé los pocos preparativos que me quedaban, me descargué una aplicación de contracciones en el móvil de las que te dicen cuándo ir al hospital y avisé a mi hermano para que se viniera a comer con nosotros y de paso se quedara con mi hija, que, siendo el puente de mayo, teníamos a todos los abuelos y resto de familiares fuera de Madrid, así que le tocó a él quedarse de niñero.

Comimos y las contracciones seguían aumentando, aunque no eran muy intensas. “¡Qué bien lo estoy llevando!”, pensé. Pero cada vez eran más seguidas, así que llamé al teléfono que me habían dado las matronas y se lo conté. Me lo cogió una de las matronas y me dijo que si veía que eran más fuertes la avisara. Así lo hice al cabo de un rato. Me dijo que fuera para el hospital para que me exploraran y allí que nos fuimos.

La ginecóloga de guardia me exploró y me dijo que, aunque estaba de parto, iba despacito todo. Solo 2 cm. Me dijo que si fuera un parto “habitual” me ingresaría, para ponerme oxitocina y que fuera todo más rápido. ¡Con toda naturalidad me soltó eso! Pero que como era parto natural pues que todavía tenía que esperar, y mejor esperar en casa. Así que llamé a la matrona para que no viniera a la clínica y nos volvimos un poco “plof” para casa. Nos recibió mi hija dando saltos: “Mamá, mamá, ¿ha nacido ya el bebé?” Y cuando vio que no se llevó una desilusión tremenda.

Toda la tarde con contracciones, cada vez más fuertes. Intenté hacer todo lo que me habían recomendado y lo que había leído: andar, respirar, andar, respirar. Y controlar las contracciones con la aplicación. Y mi marido anotándolas en un papel.

Por la tarde seguía igual, iba todo más despacio de lo que me gustaría, así que le dije a mi marido que se fuera al parque un rato con la peque, para que jugara un poco. Volvieron, cenamos y me acosté. El parto iba a ser por la noche, ya estaba claro que muy descansada no iba a estar. Pero decidí intentar dormir un poco.

Y afortunadamente logré dormir como hasta las 2:00. Ahí me desperté con dolores y vi que tenía contracciones cada 5 minutos así que llamé a mi madre para que viniera a quedarse con la peque. Mi madre, cuando se enteró de que estaba de parto, se había vuelto del pueblo a Madrid deprisa y corriendo en el último autobús, que además pilló por los pelos. Llamé a la matrona, cogimos un taxi y nos fuimos de nuevo a la clínica. Allí me exploró la matrona y me dijo que todavía estaba de 2 cm, que, o me aceleraba el parto rompiéndome la bolsa, o me mandaba para casa. ¡Un jarro de agua fría! “No, la bolsa no”. Había leído que cuando te rompían la bolsa dolía mucho más. Y además tampoco me parecía muy respetado. “Pero, ¿y cuándo vuelvo? Si ya son cada 5 minutos. ¿Qué tomo como referencia entonces?” Es que soy ingeniera y soy muy cuadriculada para estas cosas. No supo decirme tampoco. Que volviera cuando me encontrara peor.

Así que buscamos un segundo taxi (qué difícil es encontrar un taxi por esa zona a esas horas) y volvimos para casa. ¡Qué dolor sentía cada vez que daba un pequeño bote el taxi! ¡Y qué taxista tan pesado nos tocó!

Pero bueno, llegamos a casa. Yo cada vez con más dolores, me puse a andar a gatas, que era lo que más me aliviaba. ¡Mi madre alucinaba cuando me veía hacer esas posturas! A ella, pobre, que la tumbaron en la cama en sus partos, le chutaron oxitocina y no la dejaron levantarse en ningún momento. “¿Seguro que estás bien así?” “Que sí, mamá. Es que lo he leído y lo que me han contado en los cursos de preparación al parto”. Y, desde luego, lo de estar en cuclillas y a gatas era lo que más me aliviaba. Le dije a mi madre y a mi marido que se acostaran, que tampoco podían ayudarme mucho en ese momento y era mejor que descansaran algo. Y yo me quedé en el salón, cada vez con más dolores y con posturas más raras. Y, entre contracción y contracción, cogía el libro que me había leído de preparación al parto para buscar cuándo ir al hospital. “Esto está mal” Pensaba. “Aquí dice que cuando las contracciones son cada 5 minutos debería estar de 8 cm, no de 2 cm”. Es que soy muy cuadriculada, ya os he dicho. Pero me da que nuestro organismo no es una ciencia tan exacta.

Y llegó un momento, sobre las 7:00, que ya no pude más. Desperté a mi marido y le dije que teníamos que irnos. Se despertaron también mi madre y mi hija. A la pobre niña no pude hacerle ni caso en ese momento. ¡Qué difícil fue conseguir calzarme! Las contracciones eran fortísimas y muy seguidas. Cada vez que me daban me tenía que agachar hasta que se me pasaban. Así que salir de casa, coger el ascensor y salir a la calle fue eterno. Encontramos taxi enseguida y me senté en el asiento trasero. ¡Qué dolor! ¡No soportaba estar sentada! Afortunadamente el taxista vio el panorama y fue súper amable. Pero cada pequeño bote del camino me hacía ver las estrellas.

Bajamos del taxi, fuimos a urgencias. Yo andaba a la velocidad de un caracol, agachándome en cuando venía la contracción. Ya en urgencias me exploró la ginecóloga de guardia, la misma de la tarde anterior. “Dime que ya estoy de más de 2 cm, por favor”. “Sí, sí. Ya estás de 8 cm, casi 9.” Sonrió y fue a avisar a la matrona. En seguida vino, ya estaba de camino. Me pusieron una silla de ruedas para llevarme a la habitación. ¡Qué dolor! Me preguntó la matrona que si prefería caminar y le dije que sí, sentada el dolor era insoportable. Así que caminando, muy despacito, llegué a una de esas habitaciones súper fashion que tienen de parto respetado en esta maternidad, que poco iba a disfrutar ya. Le comento a la matrona que quiero donar la sangre del cordón, pero dice que teníamos que haberlo dicho antes, que no tiene nada preparado para ello. Así que nada, tampoco en esta ocasión puedo donarlo.

La matrona me vuelve a decir que si me dejo romper la bolsa y le respondo que no. ¡Qué obsesión con eso! Voy a hacer pis, casi ni puedo, me dedico a andar como una loca por la habitación, me cuelgo de una liana que tienen… Digo que me quiero meter en la bañera, que todo el mundo dice que el agua caliente es una maravilla, y ya que la tenemos habrá que aprovecharla, así que empiezan a llenármela. Se me hace eterna la espera. La matrona entra y sale de la habitación, dice que tiene que arreglar papeles, pero yo sospecho que tiene alguna otra parturienta en otra habitación a la que atender. Me meto en la bañera y la verdad es que es un alivio. Unas horas antes me habría venido genial, pero ahora no es suficiente. Necesito moverme así que salgo. La matrona me dice que tengo una fisura en la bolsa, que si me la dejo romper. Vuelvo a decir que no. Creo que me vuelvo a la liana de nuevo y ahí siento unos dolores terribles y, de repente, me vienen unas ganas horribles de empujar. “Creo que voy a hacerme caca” digo apurada. “No pasa nada”, me dice. Tiene pinta de que están acostumbradas a estas cosas.

Y ya no puedo más de dolor, todo es muy confuso en mi cabeza a partir de ese momento. Digo que quiero la epidural, que no puedo más. ¡A la porra mi idea de parto natural! Pero me dice la matrona que no, que ya para lo que me queda no me deja ponérmela. A posteriori le agradezco mucho que no me dejara, pero en ese momento creo que la odié. Tiro la toalla y le digo que me acabe de romper la bolsa, que cuanto antes acabe todo mejor. Así que me la rompe. No recuerdo si fue en la cama-silla de parto o en la liana. Recuerdo que pregunté si el agua de la bolsa estaba limpia y me dijo que sí, que ya lo había visto ella antes cuando vio que se había fisurado, que estuviera tranquila. Recuerdo que mi marido me abrazaba, que las luces estaban muy tenues (supongo que para no ver toda la sangre, líquido y demás que habría por toda la habitación), que en algún momento decido irme a la cama-silla de parto, que las contracciones son casi seguidas e insoportables, que me da por decir que no puedo, que no puedo y que no puedo, medio lloriqueando. E intento respirar como me han enseñado en clase, pero qué difícil es en esos momentos. En algún momento me dice la matrona que todo viene tan deprisa que a lo mejor a B., mi ginecóloga, no le da tiempo a llegar. ¡Lo que me faltaba! Pero sí, llegó. Y solo verla me tranquilizó un montón. ¡Qué importante es en estos momentos tener a alguien que te dé confianza! Se asomó, vestida con ropa de calle, me sonrió y me dijo que se iba a cambiar de ropa, que parecía que le daba tiempo a ello. Y volvió en seguida.

Y yo ya estoy empujando, como me habían enseñado en las clases y como me pide el cuerpo. Despacito, nada de empujar en apnea. Creo que ahora el dolor es más llevadero, supongo que ya ha pasado la etapa de transición, que dicen que es la más dolorosa. Me concentro en empujar y en respirar. En algún momento oigo que la ginecóloga le pide algo a la matrona, y me da por pensar que quiere cortar. Pero no, lo que le pide es una especie de vaselina, para embadurnarme, lubricar y ayudar a que salga la cabecita. Me dicen que tengo que empujar fuerte, en apnea. Y yo quiero decirles que en las clases y en los libros que he leído recomiendan no empujar así, pero no soy capaz ni de hablar. Así que al principio no les hago caso. Y luego ya, cuando veo que sigue sin salir, pues les hago caso, qué remedio. Y empujo, y noto que sale la cabeza. Y curiosamente, aunque duele ese momento, no me parece tan terrible después de lo que he pasado. Por lo que me habían contado y había leído, creí que sería peor eso del “aro de fuego”. Me preguntan que si quiero tocar la cabecita, pero digo que no. Solo quiero que esto acabe. Así que vuelvo a empujar despacio y sale mi bebé. Son poco más de las 8:00 de la mañana.

Y en ese momento, además del alivio porque de repente se te quitan de golpe los dolores, siento que todo ha merecido la pena. Me invade una sensación de amor loco hacia este bebé mofletudo que acaban de ponerme encima para hacer el piel con piel. “Así que esto es la ventaja de no tener epidural, de que la oxitocina sea natural”, pienso. Es que otra de las cosas traumáticas del parto de mi primera hija fue la sensación horrible de ser una madre descorazonada, porque cuando me la pusieron encima no sentí nada por ella. A ver, a los pocos días la quieres muchísimo, no pasa nada. Y es un amor sólido, como el de una relación de pareja afianzada durante años. Pero en aquel momento me sentí muy mal. Y ahora, sin embargo, lo que siento por este bebé mofletudo no es ningún amor sólido. Es un amor tipo flechazo. Irracional, loco e instintivo. Sé que es fruto de la oxitocina, pero, ¡es una sensación que me encanta!

“Ay, qué coseja”, dice mi marido mirando al bebé. Le preguntaron que si quería cortar él el cordón, pero dijo que no. Nos fiamos de ellas para eso. Preguntamos que si es niño o niña, porque a todo esto queríamos que fuera sorpresa y seguimos sin saberlo. Y no tengo ni fuerzas para mirarlo. “Niña”, me dicen. Entonces se llama María. ¡Y cómo llora María! ¡Qué carácter demuestra ya desde ese momento! No quiere mamar, por más que yo intento meterle el pezón en la boca. “Tiene un moquillo en la nariz, y hasta que no lo expulse llorando no va a mamar”, me dice la ginecóloga. Y, efectivamente, así es.

En seguida alumbro la placenta, eso no duele casi nada. B. me dice que he tenido un pequeño desgarro y que hay que coser. Me lo dice un poco apenada, me parece, pero a estas alturas ya no me importa nada. Me inyecta un anestésico local para que no me duela y me cose. La verdad es que fueron 2 puntitos que no me dieron ninguna lata después. En algún momento se dan cuenta de que no tengo puesta la vía. El protocolo era ponerla, pero no dio tiempo. Mejor para mí, porque ya no tiene sentido ponérmela, eso que me ahorro. Así que me ponen una inyección con el anticoagulante y, de paso, como les digo que estoy dolorida (¡¡mi rabadilla!!), pues también me inyectan un Enantyum, que me lo he ganado, me dicen.

Cuando acaban de coserme me suben a la habitación normal (esa es solo para los partos), todo ello sin separarme de la niña en ningún momento. Disfrutamos de ese momento los 3 solos, felices y tranquilos. Luego irá llegando el resto de familia, pero ese momento es para nosotros. Yo tengo mucha hambre, eso sí. ¡Qué hambre da tanto esfuerzo!

Y poco más que contaros. Sobre la opción de parto natural en el Nuevo Belén, os diré que en mi opinión no merece la pena pagar. Me parece que lo que merece la pena es elegir un equipo ginecológico que abogue por los partos respetados, pero ya lo de la habitación y el acompañamiento de la matrona, sinceramente, a mí no me compensó. También es verdad que mi hija nació a primeros de mayo, en pleno babyboom de todos los niños engendrados en las vacaciones de agosto. Estaban desbordados, la matrona no daba abasto y lo que quería era acabar pronto. Supongo que en otras circunstancias será distinto, pero yo acabé pagando 700 euros por 1 hora en esa habitación. La ginecóloga vino a verme por la tarde, la matrona tenía que haber venido también, pero estaba desbordada y no vino, aunque esa visita estaba incluida en el precio. Realmente creo que pagamos, como dice mi marido, para que en mi momento de debilidad cuando pedí la epidural, me dijera que no. Cosa que, como he comentado, le agradezco a posteriori. Pero bueno, reconozco que tengo un recuerdo muy bonito de este parto. Que, efectivamente, me sirvió para superar el trauma del nacimiento de mi hija mayor, y me enseñó que el parto es un momento que, a pesar de todo el dolor, se puede disfrutar.