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Nacimiento de Maël

A veces, resulta difícil encontrar las palabras justas para describir una experiencia vivida. Aun más cuando se trata de relatar la historia de un parto, tu parto, durante el que todo lo que vives, lo vives como si estuvieras en un planeta paralelo, desde una perspectiva netamente animal. Un momento único durante el que tu estado de consciencia se borra para dejar lugar al subconsciente. Donde a tu alrededor ya nada importa.

Esta historia empieza el día de mi cumpleaños, a las 40 semanas y 1 día de estar embarazada. Como es domingo, mi esposo, Dieguito, no trabaja. Es un hermoso día soleado, y decidimos ir a pasear en la mañana con mi madre, quien llegó de Francia 2 días antes. Desde la madrugada, me salen ligeras secreciones color café claro, y siento un poco de presión en el bajo vientre. Pienso en este momento que mi cuerpo se está preparando y sé que pronto tendremos a nuestro hijo en nuestros brazos. No siento dolor, pero confío en que todo viene a su tiempo y que todo está bien. Mi hijo es quien decidirá cuando salir. A las 4pm, empiezo a sentir dolores parecidos a dolores de menstruación pero más fuertes, aunque totalmente soportables. Son dolores furtivos, que duran de 20 a 30 segundos y vuelven cada 5 minutos. En este momento, como madre primeriza, no logro identificar por seguro que la labor ya empezó y que lo que siento son en realidad contracciones. Recuerdo lo que mi doula, Dani, nos dijo cuando nos explicó las etapas de un parto, pero vivirlo es otra cosa y me pregunto si lo que siento corresponde a lo que nos enseñó. Luego recuerdo que nos dijo también que cada parto es un mundo, que cada parto es único. ¡Todo parece ser un sueño! Los dolores son regulares, llamo a Dani, mujer de luz quien como siempre me tranquiliza y me guía. Con mi esposo estamos felices y emocionados. Compartir juntos este momento es algo intimo, único, hermoso. A las 7pm, Dani llega a casa. Es hora de ir a la clínica.

Al llegar, nos reciben con mucho cariño. El ambiente esta relajado, me siento rodeada de paz, y todo esta fluyendo a la perfección. Hacemos una ecografía de control, bailamos un rato, y vamos a nuestra habitación. Los dolores se hacen poco a poco más intensos y más seguidos. Dieguito y Dani me cuidan y me transmiten su paz. Una enfermera me hace un enema y la verdad, no me arrepiento de esto a pesar de que cuando fui al baño unos minutos después, sentí vergüenza al saber que todos podían escuchar que me vaciaba del todo. No lo sabía aun, pero poco tiempo después iba a perder todo sentido de pudor y vergüenza.

Poco a poco, pierdo la noción del tiempo. Vamos al área de parto: entramos a una habitación con luz tenue, cama, fular,… Se siente bien. Todo está hecho para que me pueda mover como quiera. Me dan agua, intento concentrarme en mi respiración, me ponen mantas calientes en la espalda en cada contracción, me hacen masajes, me hablan suave y me alientan. Lo estamos haciendo bien. Algunas contracciones son fuertes. A tal punto que mis brazos se empiezan a amortiguar para luego paralizarse… Estoy empezando a tener una crisis de tetania. No es la primera vez que me pasa, pero ahora es cuando necesito que todo esté bien, necesito que el aire que respiro le llegue a mi hijo… ¿Por qué me viene esta parálisis ahora? Me molesta no lograr controlarlo. A partir de este momento, siento la necesidad de refugiarme en mi misma. El instinto animal se despierta a medida que el dolor se intensifica. No recuerdo cómo ni cuándo me pusieron oxigeno y suero para ayudarme a desparalizar mis brazos. ¡Todo a mi alrededor parece tan lejos! Solo escucho la voz alentadora de Dani que me incita a respirar y a pensar en mi hijo, siento su presencia así como la de mi esposo, y siento las mantas calientes en mi espalda que me relajan tanto. No sé quienes más están en la habitación y no me importa. No necesito nada más. No sé si pasaron minuto u horas, pero nos vamos a la sala de agua. Me meto en la tina en la que tantas otras mujeres dieron a luz. ¿Será que el nacimiento de mi hijo se acerca? Mis brazos ya no están paralizados y el agua me relaja y alivia el dolor aunque las contracciones me parecen demasiado largas y seguidas. Luego de un rato, son tan fuertes que siento ganas de pujar, pero el ginecólogo me dice que mi cuello no se dilata, que aún estoy en 6cm, que no se ha dilatado en horas, y que es recomendable hacer una cesárea humanizada para evitar cualquier tipo de sufrimiento fetal. Me entristece ver que mi cuerpo no me permite darle a mi hijo el nacimiento que se merece con el parto que soñé: un parto normal, en agua, donde solo hay amor y confianza. Pero si su vida está en juego, no hay que pensarlo.

Y así es cuando llegamos al quirófano. Me alegro que Dieguito y Dani se puedan quedar conmigo durante todo el proceso de la cesárea. Siento una contracción al momento mismo en que me introducen la aguja en la espalda para anestesiarme con epidural. No puedo, no debo mover para nada. La contracción es fuerte, me tengo que concentrar tanto en ella y en el hecho de no mover que… ¡ni siento la aguja! Después, todo va rápido. Dani me explica lo que están haciendo los doctores, mientras Dieguito me da la mano. ¡Mi hijo está naciendo! El doctor lo saca suavemente, con tranquilidad, de mi vientre. Escuchamos su primer grito y me derrito de emoción. El cordón deja de latir, lo cortan y ponen enseguida a mi hijo en mi pecho. La sensación que me procura el hecho de estar pegada a mi cría es indescriptible, inolvidable. No me quiero separar nunca. Ya lo amo con todo mi ser, del amor más puro que existe. Mi esposo está a mi lado, le damos la bienvenida… ¡Estamos tan felices! Maël vino a este mundo 9 minutos después de las 00h00. Ya no es mi cumpleaños, él tendrá el suyo propio, pero puedo decir que es el regalo más perfecto que la vida me ha dado.

Subimos a la habitación y viene la prueba que más temo: la prueba de la lactancia… Siempre he tenido pechos chiquitos y mal formados, siempre supe que no eran “normales”, pero hace apenas algunos años que me dijeron por qué: tengo los senos tuberosos, y además con hipoplasia. Nadie, nunca, me supo decir con certeza si esto podía afectar la lactancia o no, así que cuando llega al momento de la prueba, estoy con algo de aprensión. Quiero dar de lactar a mi hijo, alimentarlo de la mejor forma posible, y ¿qué mejor que la leche materna?! Muchas veces durante el embarazo soñé de este momento tan especial. Muchas veces dudé de mi capacidad en alimentar a mi bebé, pero fui soltando el miedo y Maël empezó a lactar sin ningún problema. ¡Y no paró por horas!

Hoy, mi hijo cumplió un mes, y sigue lactando con ganas y gusto. Este vínculo que una crea con su bebe gracias a la lactancia es de los más hermosos. No hemos tenido que introducir formula a pesar de lo que muchas personas, hasta algunos médicos, nos decían antes de que de a luz. ¡Hoy puedo decir que el tamaño no importa! Puedo afirmar que no hay que escuchar a la gente llena de prejuicios o gente simplemente mal informada. Y que lo más importante es: ¡confiar! Confiar en su cuerpo, en su bebe, en nuestros deseos, voluntad, y capacidades. La maternidad puede ser dura, surgen muchas dudas e inquietudes, pero en realidad todo se maneja y se supera... con amor y confianza.