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Nacimiento de Julia, Hospital Universitario Torrejón

Hace tiempo que quiero contar mi relato, porque leer los vuestros me ayudó mucho a prepararme para mi segundo parto y, de alguna manera, creo que os lo debo. No he podido hacerlo hasta hoy porque la herida emocional que me dejó era tan profunda que me sentía incapaz de hacerlo… Mi primer hijo nació por cesárea en el Hospital de Puerta de Hierro de Majadahonda (otro día me sentaré a contarlo). Ante el temor que con mi segundo parto la operación se repitiese sin justificación, sólo por el hecho de tener cesaría previa, mi marido y yo valoramos la opción de ponernos en manos de un hospital que me garantizase un parto respetuoso. Por trayectoria, testimonios de conocidos y desconocidos decidimos acudir al Hospital Universitario de Torrejón, pese a que vivimos a 100 km de distancia.

El transcurso del embarazo fue precioso, las que lo vivís por segunda vez lo sabréis. Todo es mas consciente, controlas más los tiempos, a la gente…vamos yo lo disfruté muchísimo. El trato del hospital fue excepcional en cada visita. Me hubiese gustado haber tenido un seguimiento por parte de la misma matrona todo el embarazo, porque considero que eso te aporta confianza, pero bueno, todas las matronas que me atendieron fueron cariñosas, atentas y me arroparon en cada visita como yo necesitaba.

En la visita con la ginecóloga de la semana 36 vieron que mi hija no se había encajado, seguía de nalgas. Una de las causas de mi cesaría anterior fue que mi hijo también estaba de nalgas. Yo no me lo podía creer…un 3% de los niños nacen de nalgas y mis dos bebés estaban en ese 3%. A partir de ahí recuerdo el resto de la visita como si lo hubiesen rebobinado hacia delante. La ginecóloga me soltó un discurso que yo no lograba interiorizar porque la cantidad de información que me estaba soltando me abrumaba. Sólo recuerdo el final de su monólogo: debido a mi cesárea previa y a la posición podálica de mi bebe lo mejor era una cesárea programada, así que cogió su calendario de mesa y antes de que pudiese abrir la boca me estaba indicando que eligiese un día de la semana 39. El estado de shock me tenía paralizada, no era capaz de articular palabra. Yo había ido a una visita rutinaria y de repente me veía eligiendo el día de nacimiento de mi hija????? Mi marido, sentado al lado mío, claramente vio mi cara de horror, pero la presión del momento le tenía igual de paralizado que a mi. Titubeante elegí un día, recogí mis cosas y salí. Esta fue mi primera decepción con el Hospital, obviamente el resto de camino a casa lo pasé llorando, sin entender nada.Cuando llegamos a casa nos tranquilizamos un poco y pensamos que no, no íbamos a conformarnos con esa metralleta de explicaciones, no íbamos a tomar esa decisión presionados de esa manera, no. Así que pedimos cita con la matrona para ver si volvíamos a coger el rumbo del respeto, la empatía y la comprensión.

La visita con la matrona fue totalmente distinta, fue lo que tenía que ser. Nos explicó que existía la versíón cefálica externa, pero que ésta debía hacerse con sumo cuidado debido a mi cicatriz anterior, también nos informó sobre la maxobustión. En cualquier caso no teníamos que programar la cesárea si no queríamos. Pero con el historial de mi primer parto y dada la distancia que había desde mi casa, consideraba que había cierto riesgo de acabar en una cesárea de urgencia. Mi anterior parto fue prematuro, en una visita rutinaria detectaron que estaba de parto muy avanzado. Con toda la información nos comentó que hiciésemos lo que debíamos hacer: ir a casa, sepesar todo con tranquilidad y tomar la decisión que nosotros considerábamos mejor. Así que así lo hicimos. La versión cefálica la descarté porque había visto vídeos y leído testimonios. Considero que si estás en buenas manos puede ser una buena opción, pero también había visto y oído cómo puede ser una maniobra sumamente invasiva y dolorosa. Como yo no conocía la persona que me lo haría decidí no hacerla. Además algo dentro de mí me decía que si mis dos niños habían elegido esa postura sería por algo, que forzar algo que naturalmente no se había dado así no era lo que debía hacer. Me decanté por la maxobustión, creo que es una técnica más sutil, quería invitar a mi bebé a girarse sin forzarle. El resto de tiempo que hubo hasta el parto me puse en manos de una persona que me lo estuvo haciendo (sin éxito)

Por otro lado estaba el tema de decidir si programábamos o no la cesárea. Es cierto que elegir yo el día de nacimiento de mi hija estaba en las antípodas de mi pensamiento de un parto respetado, pero la experiencia de mi primer parto (no darme cuenta de que estaba de parto), la distancia que me separaba del hospital (incluyendo una carretera A2 que es el infierno de los atascos) y el que estuviese de nalgas hacían que me imaginase situaciones horribles de partos con complicaciones en mitad de atascos… Valorando ambas situaciones al final nos decantamos por una “cesárea respetada programada”.

El 14 de Noviembre, fecha señalada para el nacimiento me levanté para vestirme y : bingo! Había roto aguas!!!!!!! No os pedéis imaginar la emoción y alegría que sentí: mi hija iba a nacer cuando ella lo había elegido. En mi anterior parto no sentí ni cuando rompí aguas porque estuve nadando en la piscina, así que eso era lo que más cerca había estado de un parto (y lo que iba a estar…). Nos presentamos allí y empezaron todos los preparativos. Recuerdo mucha emoción, alegría, momentos únicos con mi pareja y nuestra música… Ya nos llevaron para quirófano, mi marido se quedó fuera a la espera de que me anestesiases. Recuerdo música, mucha, mucha gente y todo el procedimiento para la anestesia: sentada, desnuda, quieta. Cuando me tumbaron para sondarme dije que no lo hiciesen, que todavía no se me habían dormido las piernas. Pero ellas lo hicieron. Di un tremendo respingo y un dolor como un calambre me recorrió por dentro. Al verme se dieron cuenta de que efectivamente no me había hecho efecto. Noté sus caras de circunstancias. Así que volvieron a repetir la operación, esta vez alguien (creo que el anestesista) me dijo: “ si esta vez no hace efecto te tendremos que poner anestesia general”. Yo casi no recuerdo nada más: las palabras "anestesia general" retumbaba en mi cabeza. Quería gritar, salir corriendo, abrazar a mi marido y salir de allí. Cuando se dispuso a pincharme por segunda vez sabía que se iba a equivocar, porque sí, fue no una, sino dos equivocaciones. Porque esta anestesia no hace efectos en unos sí y en otros no, no depende de la persona, depende de pinchar en el sitio correcto. Todo el mundo se movía deprisa, me cogieron una vía por si me tenían que hacer una transfusión y yo sólo pensaba: por qué? Por que? Efectivamente la segunda anestesia también me la pincharon mal, así que me pusieron la general. La segunda decepción.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme en una sala enorme, tiritando, sola. Había un mostrador al fondo, con chicas haciendo no sé qué. Yo no paraba de mirarlas intentado interceptar una mirada. No podía moverme, no podía hablar, sólo miraba con los ojos desorbitados. Como si fuese una película de terror. Pero por dentro estaba fuera de mi, quería gritarlas que dónde estaba mi hija. No sé si habréis visto alguna vez a una perra cuando en un descuido se llevan a sus cachorros. Pues esa locura, esa agonía, esa rabia, ese miedo.. Todo eso sentí yo. Pasados como unos 20 minutos vinieron a por mi: nadie me dijo nada, ni tan siquiera cómo estaba mi hija. Porque alguien tenía que haber estado allí cuando desperté, alguien que me acariciase y me dijese que todo había salido bien, alguien que me dijese que no iba a estar sola, que no se separa de mi hasta que no estuviese con mi hija, alguien, alguien…

Cuando llegué a la habitación estaba mi marido haciendo el piel con piel, me la pusieron encima mío y entonces me derrumbé. Los dos días siguientes que pasamos en el hospital fueron, afortunadamente, una suma de recuerdos de amor, cariño, felicidad, paz. La habitación se convirtió en nuestra cueva, y por momentos fue tan acogedora y se respiró tanta paz y amor que parecía que estuviésemos en nuestra propia casa. Gracias, en gran parte, a todo el equipo de enfermeras que nos atendió esos días. Y como no decirlo, a la acerada decisión que tuvimos al no querer recibir visitas allí.

La primera secuela pos-parto fue un terrible dolor de cabeza que me vino cuando salimos del hospital y que soporté durante una semana, fruto de la rotura que me habían hecho de la membrana raquídea al pincharme mal y dos veces. La otra secuela, la emocional, todavía la estoy curando. Después de pasar por la incredulidad, el victimismo, la rabia, el enfado, la tristeza y la desilusión a día de hoy agradezco todas esas emociones, todas forman parte de este proceso en el que sigo de cura. Me doy mi tiempo, intento hablar con gente que entienda lo que digo, más allá de una : “chica pues si todo salió bien, que más da lo demás…además te ahorraste un parto”. Intento compartir mi experiencia por si sirve a futuras mamás y acepto. Acepto que a veces la vida no viene como quieres sino como viene. Que nos queda mucho camino para humanizar un proceso vital en una mujer y que todas nuestras experiencias sumarán para que llegue ese día.