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Nacimiento de Adrián, parto velado de un prematuro

Desde que tuve a mi hija en el Hospital del Salnés en Pontevedra han pasado casi cinco años en los que el Materno de A Coruña ha cambiado muchísimo gracias a su jefa de matronas, una mujer excepcional a la que nunca podré agradecer del todo el apoyo que me ha dado tanto en la preparación al parto de la mayor y el puerperio como en este embarazo y parto. Cuando en este embarazo la llamé para comentarle mis dudas sobre qué centro escoger para dar a luz estaba tan nerviosa y emocionada que le dije a una amiga "es como llamar a un novio nuevo". Con esto último ya adelanto que este texto es un homenaje a todas las personas increibles que me ayudan estos días en los que Adrián y yo estamos esperando el alta. De algunas de estas personas no sé el nombre pero lo cierto es que sé que nunca las olvidaré porque se crea un vínculo super especial que va más allá del agradecimiento y que está ligado a emociones tan primitivas como el miedo.

Cuando hablé con mi matrona hace ahora apenas un mes todavía necesitaba sanar mi herida del anterior parto. Ella me dijo algo muy importante que había marcado esa experiencia en concreto el tiempo previo al expulsivo, ese momento de transición en el que parece que no puedes más. Me dijo que yo no quería dejar de estar embarazada. Toma ya. Con lo deseada que era mi niña. Pero ese día y el siguiente reflexioné sobre sus palabras y me di cuenta de que tenía toda la razón. Yo había llegado de 10cm al hospital después de pasar en casa una dilatación de 9 horas y poco después mi hija asomaba la cabeza ella solita. ¿Por qué tardé 4 horas en abrirme a que saliese? Efectivamente tenía miedo de lo que venía después, de la crianza, de los desencuentros con seres queridos, de la incertidumbre sobre la toma de decisiones, de la culpabilidad... Parece mentira. A mi hija la ayudaron a salir con un kiwi y yo me sentía tan culpable por ello que cuando nació le repetía que lo sentía sin parar. Y esa culpa, esa vulnerabilidad, efectivamente me acompaña desde entonces en muchos de mis días de mamá. Sin embargo, mi matrona me dijo que yo ahora era otra y que este embarazo era muy diferente y no iba a tener problema ninguno en el parto. De hecho mi primer parto ya se consideró un parto estupendo, rápido para ser el primero, sin epidural, sin episotomía y con solo 3 puntos que me tuvieron que dar, podía imaginar que un segundo parto sería incluso mejor. De nuevo tenía razón: yo ya no tenía miedo a lo que venía después del parto, lo había hecho una vez y estaba más que lista para hacerlo de nuevo y ahora con el estímulo que me daba ofrecerle a mi hija mayor la experiencia de ser hermanita mayor. Sentía que podía todo y me imaginaba con Adrián haciendo cosas los cuatro o los tres juntos, le compré ropita con mucha ilusión y estaba deseando verlo y enseñárselo a su hermana y emprender con ella esta aventura. Pero este embarazo ha sido una carrera de obstáculos y tuve pronto contracciones muy intensas. Problemas con el cole de la niña, un trabajo nuevo que requirió de mí muchísimo esfuerzo, una oposición en el tercer trimestre... Sea cual fuese el motivo, cuando por fin estábamos de vacaciones relajados en un lugar precioso disfrutando de la playa juntitos, y cuando parecía que tenía menos contracciones que en los dos meses anteriores un día me encontré especialmente cansada y rara. Esa noche empecé el trabajo de parto y aunque podría ser algo que se iniciase lentamente yo supe desde el primer momento que ya venía nuestro niño y que no iba a tardar. Nos volvimos para Coruña y en el Materno me confirmaron que a las 35 semanas y 6 días estaba empezando el parto lentamente, a priori. Me observaron esa noche y pude volverme a casa a seguir con la dilatación, que no se podía prever cuánto tiempo iba a durar. Para sobrellevar el dolor de las contracciones descubrí que pensar en mi hija era lo que más me ayudaba, ya fuese visualizarla o recordar algo que a ella le gusta o dice o hace. De hecho en casa me acosté detras de ella mientras veía unos dibujos y como tantos otros días me dormí sintiendo su calor y su risa, aunque las contracciones eran ya muy fuertes. Previamente la había duchado y lavado el pelo intentando disfrutar al máximo del momento. Pero unas horas después empecé a tener sangrados por los tactos y el ablandamiento del cuello del útero y la intensidad de las contracciones se intensificó, de manera que nos volvimos al hospital. Yo sabía que todavía no estaba en completa pero como era prematuro estaba inquieta por que todo fuera bien y prefería seguir dilatando vigilada. De hecho nos llevamos una serie y algo de picar porque imaginaba que aún me quedaban unas horas. En el hospital tengo que decir que encontramos de todo, aunque finalmente las personas que me atendieron fueron inmejorables. A las tres horas de haber llegado yo ya no estaba ni para comer chocolate ni ver nada asi que me fui a la ducha porque el dolor me estaba llegando a la cabeza con cada contracción haciéndome sentir que me mareaba. El agua fue un alivio, especialmente aplicada en las piernas, pies, riñones y pubis durante los segundos que no estaba con contracción. Pero empezaba a agotarme y desesperarme. Hablé con la matrona que me acompañó hasta el final. Me hizo un tacto con mucha delicadeza. Estaba casi de 10 pero con la bolsa totalmente cerrada. No quería rotura de bolsa pero obviamente una rotura hubiese acelerado la bajada del niño y el expulsivo. Me animó a que si tenía dudas hablase con mi matrona y la llamé, ya que ella está actualmente de baja. Con infinita paciencia me atendió apesar de estar ocupada. Y le hice caso. Este no era mi anterior parto, tenía que escuchar a mi cuerpo y a mi hijo, sentir la presión que era ya insoportable en el culo y empezar a empujar según me lo pidiese el cuerpo. Mi cuerpo. Había leído sobre el parto orgásmico y la posibilidad de masturbarse durante el trabajo del parto. El horno no estaba para bollos pero era cierto que si podía gustarme el chorro de agua en los pies y en los riñones podía sentir algo agradable incluso con semejante panorama. Así que apreté mi vulva, los labios de la vagina entre cada contracción y efectivamente el calor y el masaje me aliviaba. Solo quedaba empujar. De rodillas en la cama, moviendo mis caderas en círculos fui abriendo elevando una pierna u otra para ayudarme en el expulsivo. Empujé lentamente entre contracciones abriendo todo lo que podía mi cuerpo y con las contracciones bajando el culo hacia atrás totalmente fuera de mí. Ahí estaba el poder de las contracciones solo durante una contracción puedes empujar de semejante manera. Por eso "dolía" porque te convierted un animal durante esos segundos y liberas una fuerza increible. Con el espejo podía ver tímidamente a Adrián que se acercaba en su bolsa muy despacito. Con la fuerza que estaba haciendo y lo lento que se acercaba. Pensaba en mi hija, en acabar de pasar el trance y verla y que viese al niño. Lo repetía mentalmente "la voy a ver ahora, la voy a ver ahora" y mi marido y las dos matronas me repetían que lo estaba haciendo genial, que ya venía y podía ver en sus ojos que era verdad. Mi pareja estaba sinceramente emocionada porque estaba llegando y era increible poder pasar por eso juntos de una manera más consciente y con menod miedos que la anterior vez. Noté que podía sacar la cabeza aunque volvía de nuevo arriba lentamente. Ahí estaba. Yo podía hacerlo y lo estaba haciendo. Parecía que me iba a romper por todos los sitios pero ya lo ibamos a ver por fin a nuestro pequechito. Empujé y empujé sin dolor ya sintiendo a mi niño bajar y subir, luego asomar. Grite "bebé, bebé" con todas mis fuerzas para que me ayudase algo y lo sentí salir tan lentamente como había sido todo el proceso, muy poco a poco salía y era simplemente lo mejor que había sentido jamás. Lo mejor de la vida. La vida misma, mi bebé. Rompió la bolsa al salir y lo cogi calentito oliendo a vida y todos estabamos emocionados. La matrona, la residente, mi marido que me miraba como diciendo "lo hiciste" entre lágrimas. Y yo estaba tan agradecida a todos: a Silvia por su confianza en mí y su infinita paciencia, a María por acompañarme en un parto velado de un gran prematuro seguramente con miedo, pero apoyándome y respetándome en todo, a mi hijo por ser tan bonito y enseñárme tanto sobre mi cuerpo, a mí misma porque estaba intacta y llena de fuerza, no necesitaba ni un solo punto y podía levantarme si quería y enseñar a Adrián al mundo y a su papá por confiar siempre en mí, en mis decisiones y en mi instinto siempre, siempre, siempre. La maternidad es lo más difícil del mundo pero es sin duda lo mejor que me ha pasado. Adrián no necesitó incubadora y pesó 2.450. Ahora estamos superando la subida de la bilirrubina, echando muchísimo de menos dormir con nuestra hija y haciéndonos cada día más fuertes como pareja y familia. Gracias a Cris y a Silvia por darnos vuestro cariño y alegrí en planta y a todos los que no tendéis la mano en cada pasito que vamos dando