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Mi segundo parto - Hospital Universitario de Getafe

Mi segundo parto

Mi segundo embarazo ha sido tranquilo, como lo fue el primero. Cuando me faltaban cuatro días para salir de cuentas empecé a tener contracciones. Justo esa mañana tenía cita para monitores, así que salí de casa pensando que igual volvía en un par de días y con un bebé en los brazos. Hicimos el trayecto hasta el hospital en coche y me di cuenta que, si bien no había dejado de notar a la pequeña, sí había dejado de notar las contracciones. Estaba un tanto desconcertada, si hubiera sido primeriza habría dudado de mis sensaciones. Al llegar al hospital le comenté a la matrona lo que venía sintiendo y durante los 35 minutos de monitorización sólo tuve una contracción. Pasé la mañana con mi hija mayor y después de comer en casa, a eso de las 16:00 volví a empezar con contracciones. Estuvimos varias horas en casa hasta que el ritmo se hizo más regular y nos fuimos al hospital, donde me volvieron a monitorizar y al cabo de un rato me exploraron para comprobar la dilatación: 3-4 cm. Estaba sorprendida porque en mi primer parto llegué con 4-5 cm y pensaba que esta vez había apurado más. Tras un rato, la matrona me dijo que el registro del monitor era adecuado pero que no parecía que el parto fuera a ser inminente. No obstante, las ginecólogas dieron el ok para que pasase a dilatar a la Sala de Baja Intervención, uno de los motivos que me habían llevado a cambiar mi expediente al Hospital Universitario de Getafe (HUG), centro de gestión completamente pública. La primera vez di a luz en el Hospital de Fuenlabrada y todo fue bien, pero esta vez, tras visitar ambos paritorios semanas antes de dar a luz, una vocecita en mi interior no dejaba de decirme que debía ir a Getafe.

La matrona de mi centro de salud fue quien me sugirió ir a conocer el paritorio del HUG. Me apunté para la visita guiada y lo que encontré me encantó. Lo primero porque la urgencia obstétrica se encuentra al lado de la infantil, no hay que ir a Urgencias Generales, lo que creo que acorta los tiempos de espera. Después, todo el bloque obstétrico se sitúa en la misma zona, y cuentan con 6 boxes de exploración para realizar la primera monitorización y la exploración, y con 6 salas de dilatación convencionales a las que pasas una vez que autorizan el ingreso, además de la Sala para Partos de Baja Intervención. Hay 2 paritorios y un quirófano para atender cesáreas de urgencia. Además, en cada turno trabajan 4 matronas (una más que en Fuenlabrada), lo que puede suponer un pequeño alivio en la carga de trabajo. Las habitaciones para las parturientas están también muy próximas, son individuales y aunque no tienen vistas (dan a patios interiores), resultan agradables. Los baños fueron reformados hace poco y tienen una butaca y un sofá en el que el acompañante puede dormir más cómodo. Dejan disponibles para la mamá camisones y también ropita para el bebé, así como pañales y compresas. Durante la visita, también nos reunimos con el Jefe de Obstetricia y con una de las enfermeras de planta.

Pues bien, a las 22:00 entramos a la Sala de Baja Intervención, una sala preciosa, amplísima, con lianas para colgarse, espalderas, una colchoneta, balón de pilates, silla de partos, luces tenues y cama articulada. También una ducha estupenda. Lo único que no tiene es bañera, ya que la dejaron pendiente de instalación, pero todo lo demás me sugería que estaba en una casa o en un hotel y no en un hospital. Lo mejor, sin embargo, es que hay una matrona dedicada en exclusiva a la mujer que ocupa esa sala y al bebé que viene en camino. Los requisitos para poder acceder a ella son que sea un embarazo de bajo riesgo, que no se utilice medicación para la dilatación ni para el dolor y que la monitorización realizada al ingreso sea "perfecta". Si esto se da, quien acompaña el parto no es el ginecólogo sino la matrona, y en nuestro caso, la que nos acompañó resultó ser la profesionalidad y la dulzura personificadas. Nada más entrar me puso el antibiótico para el Estreptococo Agalactiae grupo B (EGB) y con un pequeño eco doppler escuchó el latido de la peque: en esa sala la monitorización se realiza de manera intermitente, cada 15 minutos, un lujo que me permitía moverme a mi antojo y lo que más me apetecía era suspenderme de las lianas. Después nos dejó solos indicándonos que ante cualquier duda o problema la avisásemos, ella estaba al lado. Hizo alguna otra monitorización, cada vez que entraba en la habitación lo hacía con muchísima delicadeza, como para no interrumpir, y me preguntaba dónde estaría cómoda para realizar el control, me repitió varias veces que ella se adaptaba a mis necesidades. Al cabo de un rato, cuando se acabó el gotero del antibiótico, le pedimos que viniera a quitármelo porque necesitaba tomar una ducha. Había tenido alguna contracción muy intensa y pensé que el agua me relajaría. Entré en la ducha, puse el agua muy, muy caliente y me metí debajo (mucho rato dice mi chico, yo no hubiera dicho lo mismo, aunque está claro que la percepción del tiempo de una parturienta se distorsiona) pero no parecía haber ningún cambio, tuve varias contracciones mientras me duchaba, una de ellas tan intensa que me hizo ponerme de cuclillas y me vinieron a la cabeza esas historias que a todas nos han contado de la amiga que parió en el baño. A mí no me pareció cómodo así que por si acaso salí, me sequé y me volví a vestir. Colgada de las lianas como había estado al principio ya no estaba cómoda, por lo que me puse en la postura del mahometano en la colchoneta. Las contracciones eran increíblemente duras y sólo llevaba alrededor de 50 minutos en la sala de dilatación. Entró la matrona para hacer otro monitor y me puse de pie, cuando acabó esa contracción me escuché diciéndole: "¡Viene ya!" Noté que enseguida venía otra contracción, apoyé mis manos en las rodillas y de pronto noté algo entre mis piernas. Cuando acerqué la mano me encontré con que la bolsa estaba ya saliendo, sin romperse, notaba el líquido dentro, caliente. Otra vez dolor. Mi chico preguntando si quería la silla de partos. Yo respondiendo que así de pie estaba bien, no podía moverme. Tras la contracción la matrona fue a por ayuda, estábamos ya en el expulsivo y necesitaban monitorizar tras cada contracción. Me preguntó si podía ir hacia la espaldera, fui hacia allí y me agarré a ella, aún de pie, la cabeza salió. En la siguiente contracción los hombros se resistieron, por lo que me preguntó si probábamos a ponerme en cuadrupedia. Entre mis gritos de dolor, la recuerdo a ella diciendo que no empujase excesivamente fuerte para no desgarrarme, que respirase. Mi chico delante mía, al otro lado de la espaldera, me cogía las manos. Supongo que desde fuera el padre se siente algo impotente pero lo cierto es que tenerle cerca me ayudaba. Por fin salieron los hombros y el resto del cuerpo. Me la pasaron hacia delante entre las piernas para que la abrazara, estaba totalmente cubierta de vérnix caseoso, parecía que alguien la hubiera untado de manteca. Me ayudaron a levantarme con la recién nacida en brazos y fuimos hasta la cama para alumbrar las membranas y la placenta. Papi cortó el cordón cuando éste dejó de latir y tras unos pocos minutos y un pequeño masaje en mi abdomen por parte de la matrona, la placenta salió fuera, sin dolor, aunque hay a quien el alumbramiento le puede resultar muy doloroso yo sólo sentí que un peso salía de mí, sin esfuerzo, me resultó una sensación agradable incluso. La matrona me preguntó si nos la mostraba y la extendieron sobre una mesa a mi lado, roja y mullida. Mientras tanto, ese pequeño ser que habitaba dentro de mí hasta un momento antes, ahora se encontraba trepando por mi abdomen, cabeceando en busca del pecho que encontró con muy poca ayuda y al que se enganchó sin ningún miramiento.

Este fue un parto hermoso como lo había sido en su día el primero, en el que me sentí protagonista junto con mi hija, muy cuidadas y completamente respetadas, y que nos sorprendió a todos por lo rápido que se dio la dilatación: la pequeña llegó al mundo a las 23:17, solo una hora y diecisiete minutos después de entrar en la sala.