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Mi parto en el Hospital Fundación Alcorcón

Mi parto no empezó con las contracciones, ni con la rotura de la bolsa... Mi parto, a mitad de la semana 41, empezó en la semana 36. Sin indicios, sin contracciones, sin nada físico. Mi parto empezó en lo psicológico. Estaba convencida de que se adelantaría porque llevaba un pesario por acortamiento del cuello del útero desde la semana 20, así que todo me lo tomaba con un poco de prisa, con un poco de agobio. Poco antes de la semana 36 fuimos a la charla de la epidural-visita a paritorios-consulta con las matronas del hospital. Ya en la charla de la epidural hubo algo que supe que no marchaba como yo quería. Yo esperaba que, además de la charla general, se haría algo parecido a lo que se haría en cualquier procedimiento en el que se valore la administración de una anestesia. Revisarían si tienes alguna contraindicación, etc. Porque, en mi mente, pensaba que tendrían que ver de alguna forma si eras alérgica o podía haber alguna complicación. Así que, yo que tengo una lesión en una de las lumbares, justo a la altura a la que hay que meter el catéter, me llevé todas mis pruebas, con la esperanza de verlas con el anestesista. Pese a que yo quería parir sin epidural. Había leído y releído las contraindicaciones y el primer jarro de agua fría fue cuando vi que la charla consistía en "vender" la epidural. Las contraindicaciones se pasaban muy rápido, por encima, y haciendo hincapié en que eran cosas menores y que no suelen suceder. El segundo jarro de agua fría llegó en la visita a paritorios. Cuando nos explicaron en las salas de dilatación las opciones de monitorización (fija o inalámbrica), las de control del dolor (epidural, pelota de pilates, una ducha para las 6 salas de dilatación, óxido nitroso), lo primero que nos dijo la matrona fue que estaban abiertos a que pidieramos la opción que prefiriésemos, pero que una vez la hubiéramos pedido... no iban a estar cambiando. Lo siguiente fue preguntar si alguna pensaba dar a luz sin epidural. Fui la única que levantó la mano. De repente todas las miradas se dirigieron hacia mí. Como si estuviera loca, o hubieran visto un fantasma o un extraterrestre. No recuerdo el comentario de la matrona, pero me hizo sentirme pequeñita. Sólo recuerdo que le respondí algo así como "bueno, yo lo voy a intentar, luego si veo que no aguanto, pues la tendré que pedir, pero de entrada no sé cómo va a reaccionar mi cuerpo, así que me gustaría intentarlo". El tercer jarro de agua fría llegó en la consulta individual con las matronas. Planteé mi intención de presentar plan de parto, y lo saqué para revisarlo con la matrona. Quería contrastar sus opiniones antes de llevarlo al registro. No me dijo literalmente que no lo presentara, sin embargo, sí me miró y me dijo: "pero para qué quieres presentar un plan de parto, si todas las opciones de las que estamos hablando nosotros las tenemos incorporadas a nuestro protocolo. Presentar un plan de parto no te va a aportar nada más, salvo que quieras pedir cosas que no podemos hacer... y esas no se van a hacer". Me vine abajo y no lo presenté. En aquel momento podría haber cambiado de hospital, pero estaba convencida de que el parto se adelantaría, no me daría tiempo y probablemente acabaría en uno mucho menos respetuoso, así que no lo hice. Y llegó la semana 36. Aquel día me quitaban el pesario, mi parto dejaba de ser de riesgo. Me hicieron ecografía. Todo estaba perfecto. Me quitaron el pesario y a continuación me hicieron un tacto. Recuerdo que fue muy muy molesto. Pegué un respingo en el potro.Cuando me bajé para vestirme, noté que estaba sangrando y lo comenté: "ah, eso no es nada". Cuando salí de allí y nos fuimos a comer, tuvimos que volvernos a casa, porque tenía unos dolores tremendos. Por un rato pensamos que me estaba poniendo de parto. Duraron un par de horas, y luego desaparecieron. Al día siguiente, expulsé el tapón mucoso. Leyendo y leyendo llegué a la conclusión de que me hicieron una maniobra de Hamilton a traición. No quedó por escrito en ningún sitio, o si quedó, me lo negaron en la siguiente visita. Las semanas pasaron y no me puse de parto como llevaba todo el embarazo temiendo. Llegó el día de la FPP y allí no había ni rastro de contracciones. Me hicieron ecografía. Todo estaba perfecto. Al entrar en consulta pedí expresamente que no se me volviera a hacer ninguna Hamilton. Según la ginecóloga de ese día nadie me había hecho ninguna. Aun así, insistí. Confiada en que estando advertida y pidiendo que se reflejase en mi historia que no autorizaba una Hamilton, accedí a que me hicieran otro tacto. Otra Hamilton. Más tarde se repitió lo mismo que en la semana 36. Esta vez no me dolió tanto, pero las dos horas de contracciones terribles, no dejaron lugar a dudas. Cuando la ginecóloga terminó me pidió que me bajara y me vistiese, y una vez que me hubiera vestido, hablaríamos de la inducción. OK. Y mientras me estaba vistiendo vi que cogía el teléfono, llamaba a paritorios y concertaba la cita para la inducción justo para la semana siguiente (41). Entonces, sin dejarla terminar, me senté y le dije que por favor, cancelase la cita porque yo no había aceptado aún la inducción. Le debió sentar muy mal, porque de malos modos le dijo a su interlocutor que cancelase, que no quería una inducción y que colgase. Y al colgar me recriminó de mala manera y me preguntó por qué le había hecho cancelar la cita. Muy sencillo, le contesté, porque me ha dicho que hablaríamos sobre la inducción, y aún no hemos hablado de ella. Le pregunté por los riesgos, por los beneficios y por la razón para inducir si todo estaba bien, y no esperar. No me dio razones claras, y respecto a los riesgos y beneficios, tampoco, se limitó a "vender" la inducción y a pasar por encima de los riesgos de puntillas. Me citó a monitores para la semana siguiente. Durante esa semana lo pasé fatal, era horrible tener a todo el mundo alrededor preguntando si "ya" hasta tres veces al día, presionando porque "hay que ver lo que está tardando esta niña, que te la van a tener que sacar", pero no me quedé parada. Hablé con EPEN, pedí los documentos donde pudiera encontrar toda la evidencia científica respecto a la inducción, imprimí todos y cada uno de los párrafos que me interesaban... Y llegó la semana 41. Era el miércoles 19 de noviembre. En monitores no se registró ni media contracción. Mientras esperaba para que me llamasen a consulta, entró la enfermera y me reconoció. Con mucha sorna me preguntó si pensaba seguir esperando. Le respondí que, mientras mi hija estuviera bien, y hasta la 42, íbamos a esperar. Sólo a partir de la 42 hablaríamos. Lo tuvo que comentar con la ginecóloga antes de entrar, porque ya de entrada su actitud era muy defensiva. Me hizo ecografía: la niña estaba perfecta, el líquido amniótico también, la placenta bien... Me dijo que tenía el cuello del útero borrado al 80% y estaba dilatada de 4cm. En estas condiciones, y sin dar ni una contracción en monitores, deberías dejar que te ingresemos ya y te induzcamos el parto, sólo va a ser un poco de oxitocina... Total, si estás así quiere decir que tu cuerpo no es capaz de producirla por sí mismo, no vas a ser capaz de ponerte de parto. No pude contestarle más que con una pregunta: ¿Cómo es posible que mi cuerpo no produzca oxitocina y esté dilatada de 4cm? Aún estoy esperando una respuesta. Volvió a venderme los beneficios de la inducción y a pasar por encima los riesgos. Entonces saqué todos los documentos y le fui exponiendo uno por uno todos los riesgos de la inducción y la cesárea. Le hablé del porcentaje de inducciones que acaban en cesárea, a lo que me respondió que no era así, que ellos estaban haciendo un estudio en el hospital para demostrar que ese porcentaje no era tan alto. Días más tarde, hablando con una de las matronas que me asistió me dijo que ese estudio no era tal, que el estudio existía, sí, pero lo estaba haciendo el equipo de matronas para demostrar, precisamente, la relación entre las inducciones y la alta tasa de cesáreas e intentar convencerles para bajar el número de inducciones. Finalmente, me volví a negar a la inducción, y en un ataque de ira, mientras me daba cita para monitores 48h después, me espetó: "Muy bien, pues ya vendrás con tu hija muerta en los brazos". Aquella frase no cayó en saco roto. Reconozco que me asustó, pero mantuve el tipo, no había llegado hasta allí para claudicar ante la "carta del niño muerto". Mi marido no estaba preparado para aquello. Salió de aquella consulta llorando y suplicándome que aceptara la inducción, tenía pánico a que de verdad nuestra hija muriera antes de nacer. Le pedí 48h. Si no me había puesto de parto antes de la cita para monitores, le prometí que aceptaría la inducción.Creo que algo me decía por dentro que aquello empezaría pronto. Pasamos el miércoles por la noche con algunas contracciones, pero no dolorosas ni regulares, ni rítmicas ni nada... tripa dura y poco más. El jueves nos levantamos y decidimos darle caña a la peque: nos fuimos de centros comerciales, al centro de Madrid... tooooda la mañana caminando. Iba teniendo contracciones, pero lo mismo, no dolorosas. Quizá un poquito más regulares, pero nada preocupante. Más cansada que otra cosa. Por la tarde me empeñé en que nos íbamos a andar, y ahí sí empezó la fiesta: contracciones cada 30-40 minutos. Teníamos que pararnos en mitad de la calle por el malestar que me entraba. Sudores fríos. Pero apreté de riñones y dije que yo me hacía los 4km que andaba diariamente antes del embarazo, sí o sí, esa niña tenía que salir antes del viernes. Llegamos a casa y empecé a tener contracciones cada vez más frecuentes. A las 9 y media de la noche las iba teniendo ya cada 8 minutos, más o menos. Duraban aproximadamente entre 1 minuto y un minuto y medio. Decidimos cenar, no fuera a ser que tuviéramos que salir corriendo y nos pillara el asunto sin comer nada. Y nos pusimos a ver Águila Roja, aunque mi marido en vez de mirar la tele, me observaba a mí. Estaba muerto de miedo. Contracciones cada 7 minutos. Terminar la serie, y las contracciones cada 6-5 minutos. Ahí me empecé a poner nerviosa yo, y pensé (qué error!): Ostras, si he llegado de 4 sin notar contracciones, ahora con estas, a ver si de verdad no voy a llegar al hospital... "Niño, voy a ducharme, prepárame los vaqueros, el jersey y los botines, que nos vamos al hospital. Pero tranquilo, que de momento estoy bien. Las contracciones duelen, pero es soportable, tenemos tiempo de sobra". Decidimos pasar a recoger a mi madre de camino al hospital, porque yo iba relativamente bien, y ella quería estar allí aunque no pudiera hacer nada. Bueno, bien, me parece normal. A la 1 de la mañana del viernes 21 ingreso en el hospital. Me ve la matrona de guardia y mientras le voy contando todo me dice (un poquito despectiva): tú no estás de parto. Bueno, igual te quedas si dices que vienes de 4cm, pero no estás de parto. Traes una cara, una tranquilidad y una alegría, que no es normal en una primeriza que está de parto (las auxiliares del turno de noche también me lo dijeron unas cuantas veces, pero ya sabiendo que estaba de parto). Tuve que insistirle un par de veces para que se creyera que tenía contracciones. Se lo terminó de creer cuando me vino una contracción mientras me exploró y vio que la cosa iba en serio. Me sube al potro, me hace un tacto: "bien, estás dilatada entre 4 y 5cm. Te vamos a llevar a dilatación, pero que sepas que no tenemos camas... aunque si todo lo llevas como hasta ahora, supongo que cuando acabemos, ya se habrá dado algún alta..." Me llevan a dilatación, me ponen los monitores inalámbricos, me ofrecen agua, y en 2 horas vienen a revisar cómo vamos. Todo bien, las contracciones se van regularizando y haciendo más frecuentes y más dolorosas. Camino por la habitación, hago ejercicios en la pelota... Cada vez más estresada, el monitor no funcionaba del todo bien, y cada vez que me movía yo, o que se movía la niña, se perdía la señal. Cuando no volvía recolocando yo misma la cinta, aquello se ponía a pitar de una forma horrible, y yo tenía pánico a que entraran y dijeran que había que poner monitorización interna porque aquello no funcionaba. A las dos horas, siguiente tacto: "estás de entre 6-7cm". Las contracciones, cada vez más dolorosas. Pasó otro rato (no recuerdo si las dos horas de rigor), pero me entró el pánico. Las contracciones eran cada vez más dolorosas, pero eso no era lo que más me preocupaba. Sin embargo, empecé a pensar que llevaba casi 24h sin dormir, que no era capaz de dormir entre contracciones, y que no iba a ser capaz de aguantar el expulsivo sin dormir. Pedí la epidural. Yo no quería pedirla, pero temí no resistir hasta el final sin agotarme. No recuerdo si el tacto me lo hicieron antes o después de pedirla. El caso es que estaba ya de 8cm. La anestesista y su equipo tardaron un ratito en venir, y cuando vinieron, los auxiliares y enfermerons maravillosos. Sobre todo el que me sujetaba, un amor completo. Costó un poco ponerla, hizo un par de intentos, en los que el auxiliar me decía: "agárrate a mí con todas tus fuerzas, sin miedo, tira de mi ropa, cuélgate". Yo le decía: "pero te romperé el pijama!" y me contestaba "no importa, tú tira, que ya buscaremos otro". Me ponen la epidural y me dicen que hará efecto entre 10 minutos y media hora. A la media hora yo seguía notando las contracciones exactamente igual que antes. Se iban a los riñones y mi vértebra abombada me mataba. Como ya tenía la epidural, ya no me dejaban moverme de la cama. Para poder ir al baño, me sondaban. Yo quería girarme a toda costa, pero cuando lo hacíamos, perdíamos el registro del latido de la niña, así que después de que lo intentarán varias veces, no me dejaron moverme más. Varias veces me echaron agua en las piernas para ver si me había hecho efecto la anestesia. Nada. No sabemos dónde se fue, pero desde luego, a su sitio no. Entonces me dieron la opción de pinchar otra analgesia combinada con la epidural (¿peridural?). Me dormiría los pies muy rápidamente, pero creían que sería suficiente hasta terminar de parir. Dije que sí, necesitaba llegar con fuerzas a paritorio y ya eran las 8 de la mañana. Me la pincharon y me hizo efecto inmediato. Pero tuvo otro efecto secundario: las contracciones se hicieron algo menos dolorosas, pero irregulares, y la niña dejó de avanzar por el canal del parto. Al rato cambió el turno de matronas y entró por la puerta la que nos había llevado en la visita a paritorios. Según entró por la puerta, se sentó en la cama y me dijo que podíamos esperar, pero si tardábamos mucho más, no podrían retener a los ginecólogos para hacer un parto instrumental o una cesárea. Teníamos la opción de arriesgar o poner oxitocina, lo que yo quisiera. Ella sabía que por encima de todo quería evitar un parto instrumental, en paritorio había salido la conversación al mencionar los forceps. Opté por la oxitocina. No la quería, pero prefería agotar las opciones antes de un parto instrumental. Incluso hubiera suplicado por una cesárea antes de un parto instrumental. Las contracciones seguían, y aun con la analgesia me resultaban muy dolorosas, más que nada porque no podía volverme de lado para no perder el latido y a la contracción se sumaba la vértebra. Entonces vino la residente de matronas, un amor, y me dijo que si me aliviaba empujar, empujase. Empecé a empujar en cada contracción. Así estuvimos 2 horas y media aproximadamente. Entonces vieron que estaba en completa y me llevaron a paritorio. Yo insistía en que quería parir sentada o de lado, por el dolor de la vértebra. Me llevaron, me pasaron a la camilla, la elevaron un poco (me dejaron semitumbada, pero no sentada) y la matrona me dijo que empujase cuando me apeteciese y como me apeteciese. Yo estaba muy incómoda, sobre todo por la vértebra, pero había llegado a un punto en el que lo único que quería era terminar de una vez. Allí estaban mi chico, la residente de matronas, la matrona, un residente de ginecología, mirando, el pediatra de neonatos, otro par, supongo que de residentes, un par de enfermeras y un par de auxiliares. En ese momento me sentí arropada, pero con el tiempo me parece que eran una legión y que la mayoría no pintaban nada allí. Y después de otra media hora de pujos, vi salir aquella cabecita. Yo no quería el espejo, pero me preguntaron si lo ponían y ya me dio igual todo. No quería mirar, y pujaba sin hacerlo, pero cuando salió la cabeza, alguien dijo "Mira!" y no pude evitar desviar la mirada al espejo. Reconozco que ver asomar su cabecita fue de lo más bonito que he visto nunca. Un poco asqueroso, sí, pero precioso. La matrona dijo que iba a terminar de romper la bolsa, porque llevaba un par de horas fisurada, porque no estaba haciendo nada, y era un colgajo entre las piernas. No le hizo ni falta, cuando se estaba acercando, se rompió. No me tocaron en ningún momento hasta que la cabeza de mi niña estuvo fuera. Y de repente me vi cogiéndola y poniéndomela encima del pecho. Cómo gritaba... Eran exactamente las 11:01 de la mañana. Me la dejaron un ratito, yo sólo gritaba que me quitaran la bata para ponérmela en la piel y aunque no querían dejar que lo hiciera, movía el brazo de la via para sacar la manga. Se me colapsó. Mi chico pidió cortar el cordón, cómo lloraba... Yo no podía reír ni llorar, estaba totalmente en shock, y agotada. Le hicieron coger el cordón para comprobar que dejase de latir, y lo cortó. Intentamos donar la sangre, pero ya quedaba muy poca, y no fue suficiente para poder hacerlo. En compensación, toda la familia (estaban mis suegros, mi cuñada, mi hermana, mi madre, mis tíos, los hermanos de mi chico) se fueron a donar sangre. Al ratito de cortar el cordón se llevaron a mi niña a una mesa al lado. La pesaron, hicieron test de apgar y me la devolvieron. En realidad creo que fue esto lo que le hicieron, pero la mesa estaba en un ángulo en el que yo tenía que forzar la cabeza para ver y la luz sobre esa mesa era muy intensa. Quizá es lo peor de lo que viví allí, hubiera preferido que hubieran esperado o lo hubieran hecho con la niña encima mía. No veo razón para hacer esas cosas en una mesa y no sobre mi cuerpo. Era rosadita, regordeta... tan bonita... Pesó 3,400. Yo escapé con 4 puntos externos y 2 internos, un desgarro de grado 2, que me cosió la residente de matronas con mucho mimo. Físicamente, la recuperación fue maravillosa. Sin embargo, adaptarme a mi niña fue otra cosa. Por un lado sólo quería estar con ella, pero por otro era como si tuviera un alien en los brazos. La primera noche no la quise ni coger. Durmió toda la noche sobre el pecho de su padre. Mi habitación parecía la Castellana. A todas horas estaba llena de gente. No respetaban desayunos, ni cenas, ni comidas... casi ni el rato de ducharnos. Con tanta gente yo no era capaz de amamantar y me sentía tan pequeñita... La segunda noche no sabíamos cómo conseguir que dejase de llorar. No había manera, y yo estaba deshecha. Tenía los pezones en carne viva. Llamaba a las enfermeras, porque algo me decía que había algún problema de agarre, pero decían que estaba bien. Venían, la enganchaban ellas y se iban. A las 3 de la mañana, como no paraba de llorar, una auxiliar entró y le dio una jeringa de leche artificial. Días después no podía dejar de pensar en esa jeringa. Sacamos adelante nuestra lactancia, pero nos costó meses volver a enamorarnos. Mi parto tuvo muchas cosas muy respetadas, y otras no tanto y a día de hoy no dejo de pensar que quizá si algunas de esas cosas no hubieran sucedido, la relación entre mi hija y yo durante sus primeros meses habría sido diferente.