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Me robaron mi parto

Pasados unos días de la experiencia más bella y más dura de mi vida, y aún cicatrizando en cuerpo y alma, siento la necesidad imperiosa de desahogarme, de contar mi historia, de gritar al mundo cómo me robaron mi parto.

Ese día, tras la noche de luna llena, y ya varios días pasada de cuentas, me desperté mojada. Ya llevaba días mojando un poco de más, pero esa mañana era más abundante. No tenía dolores de parto, no sentía contracciones, pero había manchado un poco de sangre, y desayuné chocolate, pero a pesar de eso, mi pequeña no se movía. Por miedo, fuimos al hospital.

Afortunadamente mi pequeña estaba bien, latido constante, yo estaba dilatada sólo de 2 cm pero la bolsa estaba rota, por lo que me quedé en el hospital a la espera de un parto inducido. Las primeras horas, calmadas y con paciencia. Pasé los primeros tactos y terminaron de romperme la bolsa, aguas sucias, tampones de oxitocina y a esperar con las correas puestas.

Tras varias horas solo había conseguido dilatar un cm más, por lo que me pasaron al goteo de oxitocina. Unas horas después comenzaron los dolores, ya con el cansancio de unas 9 horas de espera. Comenzaba el baile. Mi cuerpo me pedía movimiento. Pedí una pelota de pilates que llegó medio deshinchada. Puse mi música, las notas que me animaban. Bailé como mi cuerpo me pedía, escuché y disfruté entre dolores y muecas. El monitor se caía cada poco y perdía el latido de mi pequeña. Rabieta entre dolores, no podía moverme, no podía hacer caso a mi cuerpo. Tenía que tragarme el dolor de las contracciones parada y apoyada en la cama, cuando había descubierto que la vibración de las piernas que tanto he usado bailando me calmaba más que nada. Rabia e impotencia, pensé mil veces que tenía que haberme ido a parir al río. Otro tacto. Sigo dilatada de poco más de 3 cm. Pero ¿por qué no dilato? Pensé entre dolores que mi cuerpo me estaba traicionando. Mi cuerpo, al que tanto amaba, mi útero sagrado al que he rendido culto varias veces, me estaba traicionando. El corazón se me empezaba a romper. Volví a bailar, volví a moverme, y el monitor volvió a desconectarse, una vez más, y otra, y otra... la vía con el goteo tampoco ayudaba. La loba estaba atada, enjaulada y rabiosa...

Resignación. El golpe de realidad me dió en la cara con toda su fuerza. Me dí cuenta que ese no iba a ser el parto que había imaginado. Que no iba a librarme de mis ataduras y no iba a poder hacer caso a mi cuerpo, así que me resigné. Pedí la epidural. Yo, que siempre dije que mientras pudiera aguantar quería sentir mi cuerpo, pedí la epidural. Efecto inmediato. Dicen que tarda 20 min en hacer efecto, a mí me dejó inerte desde el minuto uno. Comenzó el limbo. Ya no era dueña de mi cuerpo, pasaron los dolores y pasó el sentir. Tan resignada que hasta me daba igual. Lloraba sola. No sentía. Volvieron los tactos. Mi cuerpo se convirtió en un "pasen y vean". "Te voy a mirar yo también", "Adelante". Sentia mil manos entrando en mí, sin sentir. Dormía a cabezadas, todo me daba igual ya. Seguía sin dilatar, pasaban las horas, 6 horas para un centímetro más. Fuí haciendome a la idea de que muy posiblemente acabaría en cesárea. Le dije a mi marido que disfrutara el piel con piel por mí.

Más manos entrando en mi cuerpo durante toda la noche. 5 cm de dilatacíón. Por la mañana al cambio de personal nos pasaron a otra habitación. Le hicieron la prueba del oxígeno a mi pequeña y por suerte aún le quedaba oxígeno para varias horas, así que seguimos esperando. Cada pocos minutos entraba alguien a nuestra habitación a cambiarme el goteo o moverme la barriga. Mi cuerpo y mi alma seguían completamente dormidas y resignadas. Nada me importaba. La tristeza me tenía dominada. Tras otras 5 horas me prepararon para cesárea. Mis sospechas acabaron confirmadas. Me dió igual. Solo más tristeza y más resignación. Mil personas rodeándome. Frío helado por la espalda y calor abrasador en las piernas. Sensaciones muy extrañas, comencé a temblar. Me pasé temblando toda la intervencíon. Sentí como me desgarraban. Una de las enfermeras me cogio la mano y me explicó como iba todo. "Está saliendo la cabeza, ahora va el resto, lo estás haciendo muy bien"

Oí llorar a mi pequeña y por primera vez en varias horas, sonreí. Tras unos minutos me acercaron a mi lobezna, unos ojos enormes me miraron. Un hola y un beso rápido y se la llevaron a su padre, sin piel con piel, sin vínculo, tampoco hubo piel con piel para él. Tampoco sé por qué.

Cosieron la herida de mi barriga, pero la de mi alma seguía abierta. Aún sigue sin coser, costará mucho que cicatrice. Dias después, aún dolorida física y moralmente, tras el ingreso, tras llorar mil veces y darle mil vueltas, de por qué mi cuerpo me hizo eso... recordé que el día que salí de cuentas, la ginecóloga que me atendió me hizo un tacto muy invasivo y doloroso, sin avisar ni siquiera de que me iba a meter la mano, y sin informarme de lo que estaba haciendo. Tras informarme, he sabido que eso fue una maniobra de Hamilton, una practica en la que te separan las membranas, que puede incentivar el parto, pero que conlleva unos riesgos, y que no debe hacerse sin el consentimiento de la mujer. A mi nadie me informó, ni me explicó ni me preguntó. Me la hicieron sin más. Esa "profesional" de la sanidad me rompió la bolsa y nos puso en riesgo. El día que fuimos al hospital ni mi pequeña ni yo estábamos aún preparadas. No fue que mi cuerpo me traicionara, fue que no estaba preparado aún. Esa ginecóloga nos robó nuestro parto, y esta impotencia no será nada fácil de superar.

Ahora, cicatrizando en cuerpo y alma, cuento mi historia, y quiero que llegue a la mayor parte de mujeres posibles. Quiero hacer todo lo que esté en mi mano para que a estos "profesionales de la sanidad" les obliguen a informar a sus pacientes y no tomarse la justicia por su mano.

Quiero recalcar también la amabilidad en general del personal del hospital de Cruces, que después de 28 horas de parto la mayoría fueron amables y cuidadosos, incluso recibí calor humano de algunas, y se notó en las últimas horas que intentaron evitar la cesárea a toda costa, aunque finalmente no fuera posible.

Ahora, la loba herida sigue sanando despacio mientras amamanta a su cachorro, con el único pero gran consuelo de que, finalmente, tiene una bebé sana y preciosa. Costará superarlo, pero sé que soy fuerte. Eso sí, la marca no se irá nunca, lucharé contra esto todo lo que me quede de vida.