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Maruxa, mi bebé estrella

-El descubrimiento de tu llegada-

Entre mediados y finales de febrero te sentía intensamente dentro de mí. Debía estar embarazada de unas 3 semanas (5 para las cuentas de los ginecólogos). Me hice la prueba un lunes, y durante todo ese fin de semana estaba segura de que ya estabas con nosotros. Parece increible, pero sentia tu peso dentro de mí al estar tumbada de lado en la cama, sobre todo al girarme hacia el otro lado. Una sensación que ya había sentido antes... !Estando embarazada de tus hermanos de 7 meses! Desde el principio estaba clara la fuerza que crecía en ti.

Así que tras llevar a Jernej a la guarde me fui directa a la farmacia, me compré una prueba de embarazo y me fui corriendo para casa. Me hice la prueba al momento, las líneas se marcaban suaves y lentamente, pero ahi estaban. Las dos. !La confirmación de que no estaba loca! Era tal la magnitud de tu presencia, que no podía ser de otra manera.

Tardé nada en ir con Martinho a buscar a tu padre. Estábamos preparando una nueva plantación de manzanas y había mucho trabajo por hacer. Justo estábamos plantando los árboles, así que tu padre estaba cavando agujeros. Al llegar, medio corriendo medio a saltitos, le dije “¿Quiéres que te diga un truco para cavar más rápido?” “¿Cuál?” Me dijo. “!Qué estoy embarazada!”

Sí, el shock y el estrés inicial de otro bebé que en menos de 8 meses estaría con nosotros es algo que Papi necesitaba procesar haciendo algunos hoyos más. “¿Pero no dijimos que íbamos a esperar un poco más?” “Bueno, se ve que no”, le dije feliz. Estaba entusiasmada con tu llegada, si, claro, algo abrumada, tres hijos en cuatro años y tres meses, (3 embarazos en 3 años y medio) pero otro ratoncito fruto de nuestro amor. !Me sentía flotando de alegría como si fuese el primero!

Desde el mismo campo, sujetando los árboles que tu padre plantaba, y mientras Martinho destrozaba alguna cosa que encontraba, yo llamaba a la matrona para concretar las fechas del parto en casa cuanto antes (!no podía ser de otra manera!). Según Úrsula tu fecha estimada de parto sería el 14 de Noviembre. Más adelante tendría clarísimo que eras escorpio. Toda la energía que me transmitías. Siempre suelo reconocer alguno de los rasgos de vuestra personalidad en mi comportamiento durante el embarazo. Soy consciente de que alguna de mis reacciones no es propia de mi persona, sino de la pureza de vuestro ser. Y tú, no eras menos. Los grandes miedos, la intución, la fuerza. Escorpiona seguro.

Tras colgar la llamada con Úrsula llamé al hospital para concretar una cita con Macun. Estaba de vacaciones, pero yo no quise esperar porque no recordaba la fecha de mi última regla, aunque sí sabía el día de la concepción (!O eso creía yo!). Solicité que me atendiera otro gine para asegurar el desarrollo embrionario y así no tener problemas para concretar la fecha. Sin problema.

Al llegar al gine, !qué sorpresa! Estoy de menos de lo que creía. “¿Pero cómo?”; “¿Estás segura que no pudo ser después?” Me preguntó la gine. “Pues no sé”, me bloqueé. “Bueno, pues vuelve en un par de semanas. Estás de casi 6”.

Llego a casa y se lo comento a tu padre. A él no le costó nada recordar dónde había estado. “Ah, sí, pues estabas en un congreso en Bilbao”. Vale, por un momento la coña valió. Pero ya estaba. Obviamene la gine se había equivocado, y había que echar cuentas. “Te acuerdas de...”, “Lo hicimos cuando...”. Vale, cálculos hechos. Todo en orden. Fecha estimada 17 de Noviembre.

Me encontraba tan bien, te sentía tan presente, todo era tan idílico e inesperado que lo propagué a los cuatro vientos. Jernej estaba feliz. !Iba a tener una hermanita! “Pero cómo tiene tan claro que va a ser una hermanita, le dijiste tú algo?” “¿Yo? ¿Cómo? si no sé lo que va a ser Yo siento que es una niña, pero no sé si es mi intuición o mis ganas. !Pero Jernej lo tiene clarísimo! Y no le lleves la contraria..” “Mami, cuando la hermanita salga por la parrochiña, !Vamos a ver dibujos!” “Mami, cuando la hermanita salga vamos a jugar” “¿Pero Mami, cuando viene?” Me acariciaba la barriga y te mandaba besitos. Jernej sí que te tenía muy presente.

Fueron pasando los días y todo empezó a cambiar. Me sentía súper mal. Llegadas las 4 o 5 de la tarde me moría del cansancio, me ponía verde o blanca (según Papi) y necesitaba tumbarme. Con el tiempo entendí que necesitaba descansar y no lo hacía si no me encontraba así de mal. El sol y el calor eran insoportables. Si me daba el sol, me subía la fiebre !A mí, qué no tengo nunca! Me pasaba las tardes de 7 a 9 tiritando y con temblores, y antes con sofocos. Me sentía tan mal que empezaba a preocuparme de que la cosa fuese bien.

Casi no comía, todo me daba ganas de vomitar, no me apetecía nada, !sólo ensalada! Y mira que es raro porque en todos los embarazos !Me vuelvo súper carnívora! “En fin, será lo que necesitaré. Lo que necesitaremos”.

Igual que mi cuerpo físicamente empezaba a cambiar y a dejar bien claro mi embarazo. Mi personalidad también. Empezaba a sentir cosas que no reconocía como mías. Eran tuyas. Era tal la fuerza en ti que las empecé a sentir súper pronto (igual porque no había más tiempo...) Pero es interesante como estabas muy presente en alguna de las personas de mi entorno. Nina me dijo “Espero que todo salga bien” La verdad es que le salió del alma, y hasta nos reímos de su pesimismo. Tu tía Caro lo había intuido el mismo fin de semana que me hice la prueba. Es tu madrina, y también tenía claro que eras una niña. Babi también te tenía súper presente, y me decía constantemente que me encontraba así de mal porque eras una niña. La pobre, también lo pasó mal.

Llego el desayuno familiar de Semana Santa. Como es tradición, nos fuimos todos a casa de Babi y Dedi a desayunar en familia. Tuvimos relaciones antes de ir, y de repente me sorprendí con un ligero sangrado. Nunca me había pasado antes, y curiosamente por algo no tenía ganas...

“Debería ir al hospital o espero hasta el martes que tengo revisión? Definitivamente me voy hoy. Es domingo de Pascua, seguro que no hay nadie” Así fue, nadie, nadie que me tuve que poner a buscar al personal abriendo literalmente puerta por puerta hasta que encontré a !!mi ginecóloga!! Estaba de suerte, la ginecóloga en la que más confiaba estaba de guardia y me iba a atender.

“No hay hematomas. Hay latido. Todo está bien. Estás de 7+5. Fecha estimada 17 de Noviembre.” “Confirmado”, pensé yo, “el cumpleaños de Filip”. “¿Pero es normal que me encuentre tan mal? Nunca antes me había sentido así en los anteriores embarazos. Es súper fuerte”. “Sí. Lo es. Mis hijos me doblaron durante todo el embarazo. Los dos” dijo Eva.

Pasaron los días y yo seguía encontrándose igual de mal !Eso no era mal, era fatal! Los miedos ¿o sería la intuición? Me acompañaban cada día más. ¿Deberé dar a luz en casa esta vez? Tengo la sensanción de que algo malo va a pasar. Un miedo muy profunzo tuvo que invadirme para llegar a hacer temblar esos pilares tan sólidos. Será miedo.

El 22 de abril tenía revisión. “Uy, qué raro, en la semana 10 ¿Y por qué no en la 12 como debería de ser? Que raro, ni me di cuenta cuando me dio la cita”. Llego. Me mandan a hacer análisis de sagre, ¿y no de orina? Jolin, con lo mal que me encuentro me quedaría más tranquila si me hiciesen las dos.

“Estás perfecta. Ahora vamos con la eco”. “!Mhhh!” Exclamó la gine. Eso me hizo centrarme. Sabía lo que significaba. Miré fijamente la pantalla, y ya lo entendí. Ahí estabas, flotando como en un mar a la deriba, con las manitas unidas, sin moverte, sin vida, sin latido. Suelen tener que mover mucho el aparatito porque entre el bebé y el líquido, hay mucho movimiento, pero no está vez. Todo estaba en calma. Silencio. Soledad.

¿Qué pasa? Dije. “Parece que no hay latido. Vamos a hacer una eco vaginal para verlo mejor.” “!Sí, claro!”. Desnuda de piernas para abajo en una camilla normal a la que hay que ponerle un cojín bastante alto en mi lumbar para girar la pelvis. Introduce el tubo. Lo mismo. Empiezo a vibrar, no me puedo aguantar los sollozos, y eso son como turbulencias para hacer la eco. En una respiración profunda la gine consigue congelar el momento. La foto. Mi niña. Ahí está, quietecita.

“¿Puede nacer en casa?” Dije llorando...

Mi bebé estrella.

-II parte: Aceptar tu pérdida-

La gine consiguió hacer dos fotos. En una salías de lado, como con las manitas agarradas. En la otra, tenías forma de cacahuete. Se veían unas sombras que supuestamente eran hematomas. “No vamos a hacer ninguna prueba para saber porqué ha pasado. Probablemente es un fallo cromosómico. Tienes dos bebés sanos” Esa fue toda la explicación (tampoco tenía más para poder decirme). Pero no me dejaba nada tranquila. No es que necesitase saber exactamente porqué te habías ido tan pronto, pero sí necesitaba entender que no era que hubiese algo mal. No podía quedarme sin hacer nada.

Tras la noticia, inconscientemente esperada, Eva me explicó los 3 tipos de procedimiento que “existen” para llevar a cabo el proceso de aceptación y despedida. Muy respetuosa y conociendo mi filosofía de vida, se saltó el primero, el raspado. Pasamos al segundo, “manejo farmatológico”, consiste en tomarte unas pastillas. Una que provoca la muerte de tu bebé, es decir, de ti. Cosa que no entendía, ya que si no tenías latido, ¿Por qué debería tomarme algo, que seguro que no es nada bueno para mi organismo, para provocar lo que ya estaba hecho? Además, ¡Yo creo en la magia! No iba a dejar de creer ahora. ¿Cuántas noticias he leído sobre bebés que nacen sin latido y tras horas en contacto con sus madres esos hijos vuelven milagrosamente a la vida? No es que me agarrase a un clavo ardiendo desesperada por que la noticia fatídica no fuese real. Era realista, desde el principio sentí que las cosas no iban bien, algo no funcionaba. El caso es que para mí, lo de tener que tomarme una pastilla para matarte no tenía ningún sentido, y mucho menos cuando ya no tenías latido. Tras esta pastilla, a los dos días prostaglandinas para la dilatación y expulsión. “En tu situación, podemos dártelo para que te las lleves a casa. Son pastillas que no se dan con prescripción médica, ya que son abortivas. Generalmente las mujeres vienen a tomárselas aquí y se quedan ingresadas para controlar todo el proceso. Te las damos y en un par de días, cuando hayas asimilado la situación, te las tomas”, me dijo Eva. “Bueno, está bien, ¿Me las puedo llevar por si acaso y traéroslas en caso de que decida no tomármelas?”.

“Un par de días...” pensaba yo, “un par de días” ¿Cómo voy a asimilar en un par de días el hecho de que acabo de perderte? ¿La gente lo procesa tan rápido? ¿Y luego cómo lo lleva?

Ella seguía con sus explicaciones. Hay una imagen, una frase que no olvidaré jamás. Sentada en esa butaca negra, con esa luz tenue que casi no te permite vez la habitación, casi ni las notas de la gine, que las hace ininteligibles alumbradas sólo por la luz de un foco de escritorio. Me sentía tan pequeña en esa butaca, con un montón de cosas pasándome por la cabeza, era como una enanita dentro; mientras, ella seguía explicándome. Entonces me volví a centrar en ella. “Ahora te prescribo dos analgésicos distintos, funcionan a diferentes niveles, debes tomarte los dos”. Aquí se giró y me miró directamente a los ojos: “No tienes que sufrir para pasar por este proceso”.

“No tienes que sufrir para pasar por este proceso”. Esa frase retumbaba y retumbaba en mi cabeza. “No tienes que sufrir para pasar por este proceso”. Pero... Cómo coño no voy a sufrir al pasar por este proceso! ¡¡¡¡Qué acabo de perder a un bebé!!!! ¿Qué le pasa a este mundo?

Sé que Eva lo decía con toda la buena intención, que su intención era darme a entender que ya era bastante doloroso el proceso como para tener que vivir algún dolor físico. Se lo agradezco. Pero desde mi punto de vista, tenemos tanto miedo al dolor, a sufrir, ¡a sentir! Y eso no es nada sano. Como yo lo veo, y ahora desde mi experiencia, el dolor físico ayuda a procesar y dejar partir el proceso emocional. Durmiendo al cuerpo, de algún modo nos aislamos, nos alejamos de lo que verdaderamente está pasando. Transformamos la realidad. Es algo que no apetece vivir, que inconscientemente desvias para no afrontar. El dolor ayuda, ayuda.

Lo único que me importaba era que pudieses nacer con todo el respeto y el amor con el que nacieron tus hermanos. En el calor del hogar, respetando tus tiempos y rodeada de los que te quieren y no te olvidarán. Pero sobre todo, que te pudieses quedar con nosotros, en nuestro hogar, que tu cuerpo fuese tratado con el mayor de los respetos, como lo más sagrado, como lo que eres. Un regalo del Universo. Eso, seguro no sería posible en el hospital. ¿Qué harían contigo? ¿A dónde te llevarían? Y lo peor, ¿Dónde acabarías?

Cómo podría yo vivir pensando en qué habría sido de ti. Ahora sé donde estás, te veo crecer muy, muy suave y sutilmente, en las raíces de nuestro hogar. Ahora sé que esa decisión la había tomado tiempo atrás. Leyendo la historia de la pérdida de una compañera. El respeto y amor con que trató la situación que la vida le traía. Eso quería yo para ti. Para mí. Para todos nosotros. ¿Dónde quedaba tu padre en cualquiera de los procesos hospitalarios? Fuera, simplemente fuera de la ecuación. Y ninguna de las dos queríamos eso.

Aún en el hospital, esperando a que tu padre llegase para traducirme el consentimiento informado de todo lo que me acababan de explicar, tenía claro lo que íbamos a hacer (aunque en algún momento las dudas me acorralasen). Papeles firmados. Entro en la sala. ¿Cuándo vas a venir a tomarte las pastillas? Me pregunta la enfermera. “Ehhh, no sé.” “¿El jueves?” Me vuelve a decir. “Ehhh, no. No lo sé. Tengo que procesarlo. Creo que me han dado permiso para poder llevármelas y poder tomármelas en casa”. Cara de absoluta confusión. “Preguntale a la ginecóloga, si quieres” Adjunto. Con eso bastó para que me diesen las pastillas, que nunca iba a utilizar.

Papi triste. Le costó asimilarlo mucho menos que a mí. Lo entendió y aceptó en el mismo momento. Súper triste. “¿Por qué nos pasa esto?”, “Pues no lo sé” Le contesté. Nos dimos un abrazo. Ni una sola lágrima por mi parte. Estaba en shock. Era real, había pasado. Estaba pasando. Algo había fallado. Pero no puede ser... Sí, si es.

Llego a casa, me pongo en contacto con las amigas-conocidas especialistas en el tema. ¿Por qué pasa esto? La gine me había dicho que no iba a hacer ningún tipo de prueba, que todo estaba bien, que tenía dos hijos totalmente sanos. No. A mí eso no me valía en absoluto. No, perdón, no tengo dos hijos sanos. Tengo dos hijos sanos y una hija muerta, aún dentro de mí.

Patricia, una gran compañera que me dio tanta luz en este proceso y a la que le estoy tan agradecida me dio mucha información sobre el procedimiento que había elegido. Cómo reconocer una infección, síntomas para ir al hospital, tiempo que podría durar la espera, y mucho, mucho apoyo. ¡Gracias Bonita!

También me comentó las pruebas que podía hacerme para quedarme más tranquila. Posibles causas y qué debía pedir en los análisis. Yo pensaba que sería mejor hacérmelos una vez todo hubiera pasado, pero no, ella me explicó lo “bueno” que era que todavía siguiese embarazada. Era así, seguía embarazada. Mi cuerpo no había reconocido la pérdida, seguía funcionando todo. Las hormonas y el malestar del primer trimestre (que por cierto, duraron exactamente hasta la semana 12+0). Por tanto es el mejor momento para hacerte las pruebas, si algo está mal, es en ese momento en el que mejor se ve.

Así que a la mañana siguiente me fui al médico de cabecera a hacerle las pruebas pertinentes: tiroides, coagulación. Tuve suerte. Había tirado el volante para la prueba de tiroides (pensé que una vez embarazada no lo necesitaría hasta después del embarazo), así que tuve que volver a pedirlo, con la suerte de poder ampliarlo con todas las cosas que Patri me había recomendado. Así fue. Así lo hice.

Yo seguía con mi mente ocupada, buscando respuestas y estando ocupada.

Pero la ansiedad empezó a apoderarse de mí. ¿Qué pasa si salgo de casa y empiezo a sangrar a chorro en medio del supermercado? ¿O en una visita? ¿O de paseo? Y peor, ¿Qué pasa si me pasa sola con los niños por ahí? Entonces no puedo salir de casa. De todos modos, seguía encontrándome igual de mal, así que tampoco tenía muchas ganas ni fuerzas para mucho.

La verdad es que la espera es dura, durísima. ¿Deberé tomarme esas dichosas pastillas?

Menos mal que al cabo de dos días todo se normalizó. No pasa nada. Mi bebé y yo necesitamos este tiempo. Vendrá cuando tenga que venir. Marta también estuvo a mi lado virtualmente, como la gran comadrona que es, sintiéndola a mi lado, su cariño, su apoyo, su sabiduría. Todo ello ayudaba a procesar y sentirme segura de mi decisión. Tenía una gran profesional y una gran experta (por desgracia) a mi lado. No había nadie que pudiese darme más seguridad, más confianza.

Ahora tengo tiempo para organizarlo todo. Dónde la vamos a enterrar, qué vamos a plantar, dónde lo vamos a plantar. Fue fácil. Un magnolio, ese olor, esa belleza, esa grandiosidad en la que se pueden convertir. Dónde era la elección más complicada. Siempre dudamos donde plantar más árboles en el jardín. Pero esta vez, los dos estuvimos de acuerdo, delante de la ventana de la cocina, en la que cocinamos, para verlo crecer en nuestro día a día. Sí, es perfecto, junto al peral.

Más adelante leería un libro que me regaló la abuela. “El lenguaje de las flores”. La magnolia significa dignidad. ¡¡¡Ni que lo hubiese elegido a propósito!!! Ni siendo así hubiese podido elegir ningún significado mejor. Todo, absolutamente todo lo experimentado con este proceso, incluido el apoyo y cambio social, se basa en esto, dignidad, dignidad y respeto.

Estaba irascible, malhumorada, enfadada, encontrándome todavía físicamente mal por el embarazo. Qué frustración, ¡un embarazo que no va a ninguna parte!¡Qué injusto seguir encontrándome fatal para nada! Pero no es verdad. Tú, mi pequeña princesita querida, mi tan deseada ratita viniste a enseñarme mucho, no necesitabas quedarte ni un minuto más... ni un minuto menos. Me has enseñado tanto en tan poco... Mi corazón se ha ampliado, a unos niveles impensables. Ahora soy más compasiva, más sensible, más incondicional. Es decir, mejor persona.

Los días seguían pasando. Todos mis seres queridos se preocupaban, Todos pensaban que era malo tener a un bebé sin vida dentro de una. ¡Pero ¿por qué?! La verdad es que todavía no lo entiendo. “Es mi hija, necesitamos nuestro tiempo. Durante toda la historia de la humanidad se ha hecho así. No me duele tenerla dentro, ¡sino que no tenga vida!”. Babi me preguntó “¿Es dura la espera, verdad?” “Sí, bueno, más duro es pensar que no sé que harían con ella si nace en un hospital. Que no me van a dejar llevármela a casa y lo más probable es que acabe en el cubo de los residuos”. Que surrealista es este mundo. Qué insensibles son los protocolos. Entiendo que los médicos se tienen que proteger del dolor constante que ven. ¡Pero la humanidad es fundamental! Tiene que haber un punto medio. No entiendo tanta necesidad de control ¿Para qué? Cada uno deberíamos de ser libres de elegir lo que queremos en cada momento. Sobre todo en cosas tan personales, delicadas y dolorosas. Porque ese muro no ayuda a nadie. Sobre todo a las madres, que las presionan para que lo hagan rápido y acaben ya y no les dejan procesar y decidir lo que es mejor para ellas. Quieren evitar el dolos, mirando hacia otro lado, pero lo que no se dan cuenta, es que sin afrontarlo, vivirlo, llorarlo, no se acaba de currar. Esconder, sea lo que sea, nunca ha sido saludable, mucho menos la muerte de un ser querido.

Llegaron los resultados de las pruebas. Todo bien. Algo de anemia. Me quedo tranquila. En conclusión creo que fue fácil para mi cuerpo quedarse embarazada, pero después fue consciente de lo mucho que suponía y lo muy cansado que está de 3 embarazos en menos de 3 años y medio y casi 4 años de lactancia. A nivel espiritual... viniste a lo que viniste, me enseñaste lo que me tenías que enseñar, a mí y a toda nuestra familia. Incluido tu hermano mayor.

Hablo con Cachú. “Necesito que me testes. Me ha salido anemia en los análisis y no quiero que sea un problema a la hora de dar a luz en casa, y mucho menos cuando con este procedimiento se tiene más sangrado”. Tras 14 días desde que sé la noticia, Cachú me testa y entre las 20 cosas que me tengo que tomar, necesito tomarme en ayunas medio litro de agua con dos cucharadas de vinagre y una cucharilla de miel. ¡Dios mio bendito! En cuanto empecé a tomármelo empecé a manchar. A los dos días tenía algunas molestias como de regla. El viernes, 8 de mayo sabía que de esa noche no pasaba. Tenía reunión de la Asociación. Te había pedido que no tuviese que perdérmela y que no nacieses el sábado, ya que es el aniversario de tu padre y mio, hacíamos 8 años.

Y así fue, la reunión la pasé retorcida entre contracciones, preocupada de que eso que yo sentía fuese la energía del ambiente de reunión. Es curioso como nuestra mente se manipula sola. ¡Pensaba que era la regla! Pero a mis compañeras les decía que hoy era el día y que si me iba era porque me tenía que ir.

A las 6:30 tuve una contracción importante, un mensaje instintivo súper potente que me decía que me tenía que ir a casa. Tenía a un bebé dormido en brazos, el hijo de la doula que estaba dando la charla ¿Cómo podía interrumpirla ahora? 6:37. Otra contracción. “Tienes que irte YA” Me decía mi yo interno. No sé cómo dejé a ese bebé con su madre y me fui corriendo. Ya en el coche. Otra contracción realmente intensa. Sí, en dos minutos estoy en casa. Nunca me olvidaré, dando la rotonda de al lado de casa. Llegué. Aparco. Saludo (o gruño) Gente en casa, invitados. Supuestamente tendrían que estar en el jardín, pero no, están en el salón del piso de arriba. “Genial” pienso. Me encierro en mi habita. Portazo. Me siento en el baño. Otra contracción. Una especie de... Plof “Uf, voy a desnudarme e irme a la ducha, porque aquí sentada en el wáter si sales no te voy a poder coger”. Intento sacarme la falda por la cabeza. No puedo. Me levanto. “¿Qué es eso marrón clarito que hay ahí, que raro es? Lo cojo. Eres tú. Perfecta. Preciosa. Prácticamente formada: tu cabecita, tu columna, tus ojos, tus brazos y piernas. Hasta tus mofletes y nariz de patata,. Sin quererlo te habías quedado perfectamente colocada en mi mano. De lado, tumbadita, descansando. Que bonita eras, que pequeñita, que fuerte y que valiente. Qué maravilla poder tenerte en mi mano, qué duro tener que dejarte. No quiero. Un poquito más. Dios, gracias por haberlo hecho así. Todo ha merecido la pena. Estás aquí, en casa, en amor. Estaba tan en paz que ni me había dado cuenta que estaba sola. No me importaba. No estaba sola. Estaba llena. Estabas conmigo. Por fin estabas ahí. Por fin me podía despedir. Por fin la espera se había acabado.

“¡¡¡¡Anžeeeeeeeee!!!!!”

Papi vino corriendo, el olor era demasiado intenso para él (ya sabes la sensibilidad que tiene). Y los hombres lo viven de otra manera, necesitan más tiempo para procesar y vincularse. Nosotras, las madres, no tenemos que hacer nada, el vínculo se hace solo, simplemente por estar ahí, escuchando mi corazón por dentro, alimentándote con mi sangre, sangre de amor verdadero. Todo nace naturalmente, un vínculo físico y emocional. Los hombres, hasta que nacéis, “sólo” tienen el vínculo emocional. Yo no podía soltarte, él no podía mirarte. “No importa, estoy bien, puedes irte, yo me quedo con ella”.

Te hago varias fotos ¿Cómo puede ser que siendo tan pequeña seas tan sumamente perfecta? Simplemente, el poder de la creación. Somos Diosas creando y los niños ángeles llegando a nosotras, no importa cómo lleguen cuánto se queden. Son el regalo más puro y absoluto.

El teléfono suena. Es Nina “Dice Lelé que envíes a Uroš para aquí”. “Ya nació, ya está aquí. Todo bien. Todo rápido. Es taaaan bonita... Te dejo. Te quiero. Hablamos”.

“Ati, tráeme la mini cestita que está en el armario de la alacena” “Aquí la tienes, ¿Es ésta?”. “Sí, perfecto, vamos a colocar papel para dejarla ahí” “Ufff, que duro, no soy capaz de soltarla, sólo un poquito más en mis manos” Algo tan pequeño y tan poderoso. Seguro, una de las pruebas más difíciles que he tenido que vivir, apoyarla en esa cestita y dejarla ir, dejarme ir y aceptar. Una prueba más de la vida. ¡Qué intensidad, qué profundidad, qué desafío!

Vale, una vez más, otro intento, ahora sí, mi niñita está en su cestita. “Vamos a enterrarla. Vamos niños”, “Ves Jernej, la hermanita ya nació, está aquí”. “Que pequeñita es” dice él.”Ahora vamos a enterrarla y a despedirla, ¿vale?”

Papi trae todo lo que necesitamos, la pala, el magnolio, los niños. Yo te llevo a ti, “solamente” a ti. “Niños, coged flores para echar junto a vuestra hermanita”. Cada uno cogió una flor, todas perfectas, las echaron la ollo y se despidieron diciéndote adios y saludando con las manitas. Yo te coloqué, no me acuerdo muy bien lo que dije, el dolor de las contracciones se intensificaba. Así que me subí corriendo al baño mientras el resto de nuestra familia acababa con la ceremonia.

El proceso no había acabado, en realidad sólo acababa de comenzar. Todavía quedaba mucho que expulsar, limpiar y procesar. Pero todo eso no importó, no importaba, no importa ni importará porque tú, mi regalito del Universo, tú, ya estabas enterrada, con todo el amor, el respeto y por supuesto la dignidad que te mereces, que nos merecemos. Y cada día vemos a ese magnolio crecer, estar, observar y nosotros a él, a ti, querida mía. Gracias.

Mi bebé estrella. Parte III

“Corazón lleno, manos vacías”

La primera imagen que tengo es de estar en el coche volviendo del hospital. La sensación era de plenitud, totalmente bajo los efectos de las hormonas. Un chute natural de oxitocina y endorfinas corría por mis venas, por mi corazón y mi alma. Una sensación total de estar flotando, absolutamente drogada, en paz, en equilibrio. El coche volaba, y me llevaba a casa en plenitud. No sé que hice al llegar, no recuerdo cuando fuimos a recoger a tus hermanos. Sólo sé que tenía ese subidón de hormonas, pero ningún bebé en mis brazos, ningún bebé que achuchar, acariciar y amamantar. Mis pechos vacíos. Mi cuerpo no crea alimento para un bebé que era demasiado pequeño siquiera para necesitarlo. Una gran sensación de vacío me invade. Me siento bien, estoy en armonía, pero me faltas tú.

Sí, hacer lo que me dictaba el corazón, sin duda, ha ayudado muchísimo. Me siento bien conmigo misma, orgullosa de poder mantenerte en casa, de ver ese magnolio crecer desde mi ventana. Pero te echo de menos, tanto de menos... Sin vacilación volvería a elegir este procedimiento para despedirte. Sin tomarme nada farmatológico. Así, todo a pelo. Si ya fue demasiado intenso al natural, no quiero saber cómo hubiese sido con la intensificación de las pastillas. Si ya es duro no tenerte. El vacío que has dejado, que pesa en mí, que siento en mi corazón... cómo hubiese sido si me hubiesen roto el cóctel hormonal con drogas. Cómo estaría psicológicamente ahora. Nunca lo sabremos, pero seguro que lo habría llevado mucho peor, sin hormonas que me arropen, y aún encima ajena a mi propio cuerpo.

Recuerdo la plenitud de mi corazón expandiéndose, creciendo, llevando cada recoveco de mi cuerpo, de mis venas, de mi ser. Ha sido tanto lo que me has dado y lo que has dejado en mí. Muchas gracias por toda esta experiencia, por toda esta aventura, este aprendizaje que nunca acaba. Sí, con un punto oscuro, pero bañado del amor más puro, más incondicional. Sólo puedo darte las gracias por haber venido a nosotros, el tiempo justo para enseñarme tanto.

Es difícil explicar un postparto sin bebé, sin ti. Es un cúmulo de sensaciones profundas muy intensas... Nadie te trae flores, o te da la enhorabuena, o te alienta por el trabajo duro. Todo el entorno esta lleno de miradas tristes o perdidas que no saben muy bien como actuar. Pero también de miradas compasivas y compañeras que saben que con un abrazo y un estar ahí bastan, gracias a todas.

No recuerdo muchas lágrimas en este camino. Pero ahora, que estarías a punto de nacer, todo revive, todo reaparece. Te echo más de menos que nunca. Me doy cuenta que al perderte con 3 meses, a nivel psicológico, todavía faltarían 6 meses para que hubieses nacido. Esos que se asoman cada noche en mi subconsciente, que me hacen estar aquí a las 5 de la mañana. Levantarme y ponerme, al fin, a escribirte mi último relato sobre tu paso por mi vida (que no el último de mis pensamientos o de mi amor por ti, que es y será infinito), tras unas cuantas horas sin dormir. Uno de los muchos desvelos de este supuesto 8º mes de embarazo. Uno de los muchos de estos días, cada noche, todas ellas, necesito ir al baño, como mínimo una vez, sueños que desconciertan, parece que todavía hay mucho subconsciente que limpiar... Pero yo sigo, con mi embarazo subliminal, sola, prácticamente en silencio, nadie me entiende y casi nadie lo sabe.

Es normal, es otra parte del duelo, un paso más, el definitivo, tu nacimiento. Me imagino que a partir de aquí serán aniversarios: de cuando te perdimos, de cuando deberías haber nacido, y suposiciones infinitas de cómo serías, la edad que tendrías, qué te gustaría... En fin...

Sentimos que eras niña. Esta vez no sólo yo. Tu tía Caro que también es tu madrina y Babi. En el momento en que te perdimos (y mucho antes en realidad) estábamos pensando en tu nombre: “Maruxa”. Es un nombre que me encanta, que me transporta a las raíces más profundas y añoradas da minha Terra, y además el único nombre de niña que existe tanto en galego como en esloveno. Por tanto tuve mucho recelo en llamarte así. Recuerdo querer preparar una cajita con tus cosas y decirle a Papi “pero que nombre le pongo. Bebé suena tan poco personal” “Maruxa” dijo él. “Nooo, ¿Maruxa?” Es como gastar el nombre en algo que no lleva a ningún sitio. Suena tan mal ahora que lo expreso... Tardé tiempo en llamarte por tu nombre, unos meses, en entender que necesito que tengas nombre, en darte la identidad que te mereces, que serás recordada, y el nombre utilizado, independientemente de que estés conmigo o no. Ha sido siempre Maruxa, mi Maruxiña querida, mi regalito del Universo.

Justamente hoy, que estamos a 11 de Noviembre, seguramente estarías en nuestros brazos. No es algo planeado, han salido las cosas así, para que acabe este relato. La fecha estimada era el 17 de Noviembre, y tus hermanos han nacido una semana antes de tal fecha. Asi que a día 11, probablemente, te tendría toda desnudita en mis bracitos, achuchándote sin parar. Enamorándome, enamorándote con cada mirada, con cada caricia, con cada arrullo, observando cada mini pedacito dee tu pequeño cuerpito, oliéndote (mmmmhhhh!)... con tantas pequeñas y sutiles cosas mágicas que pasan tras la bendición de un nacimiento respetuoso de un bebé sano a término. El poder de la mujer, el empoderamiento, la consciencia de la grandeza de parir, así, salvaje. El acto más sagrado y puro que jamás experimenté. Entre nosotras ha sido distinto, a tenido mucho poder y ha sido tan especial como cualquiera, pero sigo echándote de menos. Me sigo perdiendo en mis propios pensamientos, a veces incluso en mi tristeza y en la soledad que me lleva, en la pena al ver una niñita pequeñita que revolotea a mi alrededor, entre amigos, en el parque, en el supermercado... Ahí podrías haber estado tú, junto a mí... En la mujer embarazada de lo que yo debería estar, sobre todo de la que está del tercero, como tú.

Hay momentos que los miedos me invaden, miedos ¿Irracionales? ¿Irreales? ¿locos? Tengo tan presente la maternidad. Me llama desde cada poro. Noto como la inocencia me ha abandonado, al igual que tú. Toda esa ilusión ahora está salpicada de oscuridad, de millones de ¿Y si? ¿Tendría un parto en casa ahora? ¿Tendría tiempo mi matrona? Tanta suerte en todos los partos no puede haber... ¿Me tocará ahora un parto prematuro? ¿Una cesárea? ¿Un hospital? ¿Podré tener un hijo que llegue sano a término? ¿Cómo viviré el embarazo? ¿Sería duro? ¿Lleno de miedos? ¿Cómo afectaría eso al desarrollo físico de mi bebé? ¿Y la carga emocional que pondría en él con toda esta pesadez? ¿Se la merece? ¿Estoy siendo egoísta?

Las ganas de ser madre me invaden constantemente, me obsesionan, me abruman y me entristecen. Papá no quiere otro hijo, no puedo imaginarme que este sea el final, que me quede con estas ganas, y que está sea mi última experiencia con la maternidad. ¿De verdad, ésta? ¿Así van a acabar las cosas? Sé que queda tiempo, que no me tengo que desesperar, que aún queda mucha vida por delante y nunca se sabe... todo lo sé... Pero me sigues faltando, y la razón no calma mi espíritu, sólo lo cansa....

Gracias por haberme enseñado tanto, por haberme ayudado a ser mejor persona, más compasiva y a expandir mi corazón. Gracias por estar ahí con mis demás ángeles, cuidándonos, guiándonos y protegiéndonos. Gracias por haber existido, y por estar. Gracias.