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Martín: la historia de tu nacimiento

Martín: la historia de tu nacimiento

Antes de ponerme a escribir este texto releo el relato de mi primer parto, el nacimiento de tu hermano Elías, lloro, me emociono. 2 partos, 2 hermanos, 2 mujeres. Tan distinto todo y a la vez tan igual.

Me quedé embarazada en julio del 2017, un poco sorpresa sí fue, no te esperábamos tan pronto. Nos fuimos de vacaciones a Galicia y yo andaba con la certeza dentro de mí de que ya estabas conmigo, así fue. Bromeábamos con la idea y tu padre andaba algo asustado de mi seguridad. Nada más llegar del viaje me hice un test que aún tenía en casa y dio positivo, muy suave pero positivo. Yo me eché a llorar de miedo… Elías mamaba mucho aún, era muy demandante, no dormía más de 2 horas seguidas y ¿embarazada? ¿Cómo íbamos a conseguirlo?

La primera ecografía lo confirmó, se nos hizo muy larga la espera, pero por fin teníamos la seguridad de que todo iba bien. También serías grande! El embarazo transcurrió con normalidad, aunque el primer trimestre fue bastante más duro que con Elías, cansancio extremo y más náuseas, todo el mundo pensaba que por eso mismo serías una niña, a mí me daba igual, estaba muy ilusionada. Me pasé todo el embarazo bastante nostálgica pensando que sería mi último embarazo y quería exprimirlo, disfrutarlo, vivirlo profundamente consciente… Estaba aún más informada que con el primer embarazo y era consciente de todos los riesgos y los enemigos del parto que anhelaba. Deseaba volver a parir y deseaba tenerlo todo controlado. La vida me dio una gran lección, no todo lo puedes controlar, no todo depende de ti.

Salía de cuentas el 31 de marzo. El día 19, día del padre, mientras cenaba con Elías, solos los 2 porque papá salió tarde de trabajar, sentí algo extraño, ¿me había hecho pis? Rápidamente me di cuenta de que no era pis, el olor era inconfundible. Elías y yo estábamos solos mucho durante esa época y esa fue nuestra última cena solos los 2, aparentemente normal y extremadamente especial y única. Escribí a las chicas de mi tribu, llorando, sabiendo lo que una pequeña fisura en la bolsa significaba. ¿Ninguno de mis hijos iba a poder elegir cuándo nacer? Tenía miedo. No fui al hospital, manchaba muy poco… sabía que la fisura era minúscula y no entrañaba riesgos, intenté dormir, pero no dormí nada. A la mañana siguiente dejamos al peque con la abuela para ir al hospital, algo me decía que no volvería a casa. Otra imagen que se me ha quedado grabada, esos ojitos tan abiertos mirándome desde el portal, asustados los 2, sabiendo que era la primera vez que nos separábamos y la última que nos mirábamos así: el fin de una madre en exclusiva y mi última mirada a mi hijo único, estaba asustada y lloraba. Lo llamé de nuevo, no quería que se preocupara viéndome así, lo abracé fuerte y le expliqué, nos veríamos muy pronto.

En el hospital me confirmaron que era líquido amniótico lo que perdía, aunque muy poco, ya lo sabía, me quedaba ingresada y me arrepentí un poco de haber ido. No tenía contracciones. Me dijeron que me daban unas horas para ponerme de parto, intenté pasar el día relajada, tranquila y confiada, pero no fue posible, no llegaban las contracciones. Papá y yo pasamos un día tranquilos y relajados solos los 2, lo recuerdo con cariño. Me disponía a meterme en la cama y me llamaron de paritorio a las 22h, pensaba que sería para explorarme y era para inducirme, ya no querían esperar más, más de 24 horas con la bolsa rota y sin dinámica uterina, había que empezar a hacer algo. Hablaban de sepsis, desprendimiento de placenta, infección... sabía que eso prácticamente era imposible y me eché a llorar de rabia. En otros países hay mucha más evidencia científica sobre esto y consideran que no hay que inducir en todos los casos, si la fisura es pequeña controlan la fiebre, el bebé y punto, es menos arriesgado que inducir, pero es lo que tocaba, estábamos en España. La ginecóloga no entendía mis lágrimas, la matrona sí, fue cariñosa y me explicó bien todo. Pactamos algunas cosas. Me propusieron oxitocina pero me negué, me propusieron entonces rotura de bolsa para ver si así la cabeza bajaba y estimulaba, elegí la segunda opción, con Elías me fue bien. Arrancaron las contracciones, cómo las deseé, ya estaban aquí, las disfruté muchísimo. Iban aumentando en intensidad y frecuencia. Fui echando el líquido muy poco a poco, olía tan bien… a mi bebé tan deseado! Me acordé del artículo de Ibone Olza y bebí algo, juro que estaba rico. Sobre las 3 de la madrugada me propusieron oxitocina en la dosis mínima porque las contracciones no arrancaban del todo y tenían prisa. Acepté, pedí que no me aumentaran o lo hicieran muy poco a poco (al final conseguí estar todo el parto con la dosis mínima, bien!), lo malo fue la vía y las dichosas ruedecitas para ir llevando la medicación, pero era lo de menos. Estuve un rato moviéndome por la habitación, pero enseguida quise poner música y meterme en la ducha con el agua calentita, así lo hicimos los 2, con la música de Rosa Zaragoza, que daba algo de risa o vergüenza a tu padre.

Estuvimos ahí varias horas, el último rato fue bastante intenso, creía que ya estabas, porque me acordaba de aquella presión, pero no, aún quedaba bastante. Quise salir del baño, necesitaba cambiar, me hicieron un tacto y creo que no me quisieron decir de cuánto estaba para no disgustarme, sólo que había evolucionado, por el tono entendí que estaba verde. Me ofrecieron Entonox y acepté de buena gana, me fue muy bien también en este parto. Estuve un rato en la cama y me entraron ganas de empujar, sabía que con Elías había dilatado gracias a eso, pero por alguna razón ahora no funcionaba, parece que te estaba empujando contra algo aún cerrado y te estaba haciendo daño. Me explicaron que tenía que dejar de hacerlo, pero era involuntario, no podía parar y comencé a sangrar, vi que tu padre se asustó. Me puse a llorar y me agobié bastante. La matrona tuvo una larga conversación conmigo y me ayudó a entender la importancia de relajar expectativas, no comparar y fluir un poco más. En ese momento a la matrona se le encendió una luz, la oxitocina estaba acelerando demasiado, me la quitaron y por fin se frenó. ¡Qué alivio! El parto seguía, pero a un ritmo más natural, disfruté de las respiraciones y me relajé con el Entonox. Me quise levantar de nuevo a ver si así la gravedad hacía su función, pasé otro ratito de pie, cuclillas… las contracciones empezaban a ser muy fuertes, pero yo estaba muy motivada y feliz.

De repente me entraron ganas de hacer caca, vergüenza máxima, porque no me sentía preparada para moverme e ir al váter. Fueron muy comprensivas y naturales diciéndome que eso pasaba muy a menudo. Me pusieron un empapador en el suelo y lo recogieron, a lo loco iba todo ya! Tu cabeza iba presionando y barriendo todo lo que se encontraba, sabía que faltaba poco. Me volví a tumbar en la cama, estaba cansada. Recuerdo que me puse boca arriba y los puños debajo del sacro para aliviar un poco, me fue genial. ¡Ya tenía ganas de empujar! Ahora sí que sí, era el momento más importante y estaba súper ilusionada, por fin íbamos a ver tu carita, podía tocarte tu cabecita. Vamos, Belén, ¡vamos a parir!

Me ofrecieron la silla de partos que acepté convencida y feliz por lo bien que me fue con Elías. Este expulsivo fue más duro, más largo y más molesto, pero fui siguiendo tus pujos, ya casi estaba, tocaba constantemente tu cabecita. Tu padre estaba detrás de mí en una posición estratégica, me sujetaba y alentaba, qué bien se le da a tu padre acompañar partos, una vez más lo supo hacer a la perfección. Por fin en una gran contracción sentí que salía la cabeza, esperamos a la siguiente contracción y en esta ya saliste entero por fin, completamente blanco y llenito de vérnix, llorabas. No podía parar de repetir que eras mi niño, cómo lloraba! Nos dejaron así juntitos un rato hasta que salió la placenta, tapados los 2 con una mantita marrón. Yo te olía y te acariciaba, extendiéndote esa cremita blanca por la espalda, sabía que era muy bueno para tu piel, no quise ni que te limpiaran mucho ni que te pusieran gorrito, quería olerte y que no te llevaran.

Eran las 8 de la mañana de 21 de marzo de 2018. Hoy es 9 de enero de 2021 (el día de la gran nevada histórica que ha caído en media España) y por fin termino de escribir esto, reconozco que un tanto apenada por haber dejado pasar tanto tiempo. Gracias a que tu padre apuntó las horas y los sucesos más importantes del parto he podido reconstruirlo en el orden adecuado y me ha encantado revivirlo de nuevo.

Así transcurrió tu nacimiento, mi amor, mi segundo parto. En el primero todo es nuevo, pero no más especial, no te creas, cada uno lo es en su justa medida porque cada uno sois distintos y especiales a vuestra manera e inevitablemente ya no era la misma mujer. La única diferencia significativa es que cuando ya has dado a luz a tu segundo hijo y sabes que todo está bien y estás tranquila y en paz observándolo llena de amor, tu corazón y tu alma sienten un pequeño pellizco, porque tu pensamiento también está con el hermano mayor. Los hilos de una madre con sus hijos nunca se pueden cortar, aunque no estén cualquiera de los 2. Y ahí viene otro segundo pellizco, la conexión con tu propia madre, que te tuvo a ti misma, en esa misma imagen, hace decenas de años. Y con tu abuela, que tuvo a tu madre en sus brazos… brazos que recogieron los brazos que te sujetarían a ti misma. Al parir, la conexión con las mujeres de tu propia familia se hace sagrada.

Espero poder contarte muchos más detalles cuando me preguntes de mayor, pero quiero dejar por escrito todos estos pensamientos para que no se pierdan en el tiempo. Quiero que sepas que no olvidaré jamás ese primer momento juntos, ese primer abrazo, calentito y húmedo sobre mi pecho, ese enamoramiento máximo y ese primer aliento que aún sigue acompañándome cada noche, acurrucado sobre mi lado izquierdo casi 3 años después de aquel día. Te queremos mucho, Martín.