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Mamá mamífera

Ésta historia nace a mis 7 meses de embarazo, cuando empiezo a pensar en que me falta poco para parir. ¿Dónde lo haré? ¿Quién estará presente? ¿Me pondrían suero? Y me empiezo a asustar, pues mi cuerpo y las agujas dentro del mismo… no tienen una buena relación. Empiezo a buscar en mi cabeza y la única relación cercana que he tenido con un parto, son los partos de las yeguas en los cuales he estado presente o asistiendo. Pues soy veterinaria de profesión y los caballos son mis pacientes. Las yeguas paren normalmente a la madrugada, cuando hay mucho silencio, se apartan de la manada y dejan fluir su instinto. Unas caminan apuradas durante su labor, otras se quedan quietas, hay otras que se acuestan y levantan repetidamente… y empiezo a pensar:¡yo quiero para mi parto esa misma libertad!

He notado algunas veces que cuando se deja a las yeguas parir con tranquilidad, sin asistencias, sin luz, sin ruidos… el parto se desarrolla de manera progresiva y favorable, tanto para la yegua como para su potrillo. Van pasando los días, reviso fotos de partos, recuerdo muchos partos y situaciones y decido empoderarme de mi cuerpo, de mi parto, de mi cría que está por nacer. Siento la necesidad urgente de buscar un lugar tranquilo donde pueda parir, igual que las yeguas… sin bata de hospital, sin sueros, con la libertad y el espacio necesarios para moverme o quedarme quieta durante mi labor.

Tampoco quiero que me separen de mi bebé cuando ésta nazca. ¿A qué madre yegua, perra, gata, vaca, etc… le quitan sus crías apenas paren? ¡A ninguna! Y si lo intentan… seguro habrá mordiscos y patadas de por medio. Pues ese es el instinto materno, la capacidad de proteger a la cría desde que ésta nace y lo admiro. Entonces yo tampoco quiero que me quiten a mi hija recién nacida. En esas primeras horas de vida, las crías y sus madres se reconocen; se lamen, se miran, se huelen… La cría se impronta y después de esas horas… es capaz de reconocer a su madre entre una manada de animales, por un sonido o simplemente por su olor. Yo también quiero vivir la impronta con mi cría. Y además quiero que escuche mi voz, quiero abrazarla y sentir su cuerpo con el mío, darle mi calor y mi amor. Necesito oler a ésta pequeñita y que ella haga lo mismo conmigo. Y estoy segura de que así estaremos tranquilas las dos. Así es como me he empoderado de mi parto, de mi cuerpo y de mi cría.

Ahora llevarlo a cabo en éste mundo donde todo sucede muy rápido, donde estoy casi loca por querer parir en casa, en mi espacio, en la calma, por no querer suero ni bata de hospital. Entonces me enfrento a grandes hospitales donde en vez de ofrecer calma, luz tenue y respeto… me ofrecen suites cómodas, bancos cercanos y servicios de comida. ¿En qué ayuda eso a mi parto? Seguramente con labor no voy a necesitar ir al banco, si quiero comer algo… seguro serán mandarinas, y no comida chatarra del lugar cercano… y de las batas, rutinas hospitalarias y sueros…. ¡No quiero ni saber! Este empoderamiento entonces implica cambiarme de ginecólogo y seguir buscando el lugar adecuado.

Finalmente, un mes antes de parir… encuentro un lugar acogedor, de tres habitaciones y personal lleno de amor. Donde la luz es tenue y no me han tratado de vender la suite, el banco o la comida cercana; donde puedo llevar todo lo que yo quiera, no necesito batas ni suero. Y un mes después… empieza mi labor, gradualmente… ¡como las yeguas! Camino, bailo, me muevo sobre una pelota, como algunas mandarinas, me visto, me desvisto, sigo bailando, mi cuerpo me lleva a las esquinas, tengo a una mujer de luz acompañando mi labor de parto y a mi esposo al lado… y son lo único necesario para ese momento. La luz es muy tenue y tengo música sonando, música que yo elegí.

El dolor es tremendo, igual que en los últimos momentos del parto de una yegua. Hasta que finalmente a la madrugada… nace mi cría, su cordón umbilical deja de latir y con todo el amor mi esposo lo corta, mi bebé ya está sobre mi cuerpo y todo se ha dado a su tiempo, a nuestro tiempo. Ambas desnudas compartimos calor, olores, miradas, sonidos… ¡es el momento más especial y emocionante de mi vida! No encuentro palabras para describir cuán intenso y feliz es éste momento.

Nadie me quita a mi cría, no hay apuros en la sala, la luz sigue siendo tenue, no hay sonidos fuertes, es la madrugada… cuando paren las yeguas. Sobre mi cuerpo cobijan a mi bebé y ésta chiquitita empieza a lactar… a los 7 minutos de haber nacido… igual que cualquier potrillo, ternero o cachorro gatuno. No necesita agua con glucosa, tampoco fórmula ni antibióticos. Pues mi cuerpo se ha preparado casi 10 meses para producir lo que ésta pequeñita necesita.

Y así nos quedamos… ella pegada a mi cuerpo y teta… y yo pegada a éste ser por medio de un cordón umbilical que me ha nacido desde el corazón.

Así parí, como una yegua, como una mamá mamífera que soy. Y mi bebé se quedó pegadita a su mamá… como cualquier cría apenas nace, tomando teta y alimentándose de amor y calor.