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Hoy hace siete meses de aquella noche.

Hoy hace siete meses de aquella noche. Y tengo a mi hija dormida a mi lado. Soy incapaz de expresar lo que siento por ella. Si la miro así dormida, veo un ángel hecho carne, y si me dejo invadir, se me llena el corazón de una emoción intensa y dulce que me desborda. Debe ser lo que han sentido todas las madres, lo que sintió mi madre por mi, y la madre de mi madre...Y ahora entiendo que las mujeres estamos unidas por algo divino de una forma que nunca podría haber comprendido antes.

He necesitado siete meses para integrar todo lo que me ha ocurrido y seguramente me queda mucho que sacar de todo esto.

Antes he sido incapaz de completar el relato de mi embarazo y de mi parto.

Tampoco he podido enfrentarme a mi placenta antes, verla, tocarla, investigarla. Nunca encontraba el momento, ahora sé que al igual que mi historia, me daba entre aprensión, asco y miedo.

Hoy he podido, me he tomado mi tiempo, poco a poco se ha ido abriendo y primero con un dedo, luego con dos. He descubierto que no era asquerosa, que tenía un tacto agradable. Me he tomado confianza con ella y he empezado a manipularla, ¡vaya, qué sorpresa! Nunca la imaginé así. Es preciosa. Es realmente un órgano, entero y precioso, nutriente, latiente en su día, que nació para mi hija y para mi, la albergó con amor treinta y nueve semanas y dos días, y murió. Me parecido tan noble y tan bonita, que he llorado mi placenta en las manos con pena y alegría.

Ahora que la conozco necesito cavar un hoyo, meterla dentro y echarle tierra encima para que nutra el suelo y de ella puedan crecer cosas hermosas. Igual que con mi historia.

Resumen general de las circunstancias del embarazo:

  • Un embarazo deseado-inesperado-no buscado-buscado inconsciente.
  • Veintidós años, una carrera a medias, sin trabajo, dependiendo de la familia.
  • La apertura de visión: <¿mi pareja tiene un trastorno mental grave?>, al mismo tiempo que me embarazo ¿Casualidad? Separación.
  • Mi familia en crisis enfrentándose a otros problemas por su lado, me da la espalda en todos los aspectos “Si lo tienes no cuentes para nada con nosotros”. Presionan con mucha fuerza para que aborte con amenazas, con súplicas, y sobretodo metiéndome miedo (más del que yo ya tenía) “ Si tienes a ese niño nunca podrás ofrecerle nada, tú serás una amargada y a él lo harás un infeliz toda su vida”.

Piden cita sin mi consentimiento para que aborte.

  • Nadie del entorno que pueda sostenerme.
  • En AYUME se ofrecen para acogerme en caso de quedarme en la calle.
  • Mi pareja se ofrece como único punto de apoyo conocido. Vuelta a empezar con esperanzas de que pueda mejorar. Creo en la relación aunque con miedo. Trabajo dos semanas de camarera y lo dejo por mareos. Empiezo a depender de él. Estuve un total de año y medio con él, de los cuales dependiendo logísticamente de él nueve meses. Sufrí maltrato psicológico en diferentes formas y abuso de poder. Sufrí una crisis de ansiedad, y en otra ocasión estuve a punto de repetirla. Me sentía profundamente triste de estar viviendo la peor época de mi vida con mi hija dentro. Me volví a separar de él.
  • Mi familia me aceptó pero con ellos sentía profunda soledad y desamparo. Con él sentía lo mismo pero también cariño de vez en cuando y podía mantener la ilusión de que un día mejoraría.
  • Apareció de nuevo al mes con intenciones renovadas, y me agarré a un clavo ardiendo. Estaría con él si se trataba. Yo iba abriendo cada vez más los ojos pero siempre con la esperanza de, con paciencia y amor, poder sanarlo. Cada vez la situación fue a peor y muchos días y noches fueron un infierno. A los tres días de nacer la niña ocurrió el detonante final y ya no cabía lugar a dudas, tenía que protegerme a mi y a mi hija, y estaba claro que allí nada había cambiado. Salvo yo.

Mi parto

Era una noche de invierno. S., mi pareja en aquel entonces, se fue a dormir. Yo llevaba sintiendo contracciones muy leves de mi útero hacía... ¿algo más de una semana? Tan leves que dudaba de si realmente las había sentido o era sugestión. Como cuando empecé a sentir las patadas de mi niña las primeras veces.

Los últimos días, especialmente al caminar mucho rato o después de tener sexo en alguna ocasión, había sentido algunas bastante más obvias. Notaba cómo mi panza se endurecía desde abajo y por el interior, llegando cada vez más arriba.

Esa noche, la casa quedó en la penumbra de unas velas que encendí. Puse música suavecita. En esos ratos, me encontraba muy a gusto, fuera del caos en el que vivía, podía encontrar un momento de paz y conexión con mi hija. Lo venía haciendo muchas noches. Y ya había soltado las riendas, ya me había dicho desde el interior “ Todo está bien tal como está, el momento en el que decida nacer, a partir de ahora, será perfecto” Me lo dije a mi, y se lo dije a mi hija, y para celebrarlo, para expresarlo, dibujé cómo sería mi parto.

Me relajé, solté las riendas, mi útero se relajó.

Esa noche comenzaron a sucederse contracciones más fuertes. Fueron tan progresivas que ni me percaté de cuándo empezaron exactamente a ser molestas. No eran realmente dolorosas, sí incómodas, pero al mismo tiempo me encantaba sentirlas. Era agradable pasarlas sobre la pelota o paseando, meciéndome casi bailando por la casa. No debía ser el parto, puesto que era suave, y no podía creer que ya hubiese llegado el momento después de tantos meses de espera y sin haber cumplido. Quizás serían los pródromos de los que me habían hablado. De cualquier modo, mis entrañas se contraían anunciándome que quedaba menos para conocer a mi hija. La persona más importante de mi vida. La que quería desde que supe que estaba creciendo dentro de mi, la que soñaba hacía años... ¿Cómo sería su risa? ¿Y su olor? ¿Cómo sería abrazarla?...

Como a las tres y media de la mañana, fui al baño a orinar y al limpiarme vi que había algo de sangre en el papel. Me asusté mucho. Traté de tranquilizarme. Veamos, ¿qué puede estar pasando? no es mucha. Si estuviera de parto y se hubiera roto la bolsa podría salir líquido, pero ¿Sangre? Recordé que Choni había dicho que si el líquido estaba manchado tendríamos que ir al hospital. El manchado al que ella se refería era por caca del bebé, pero ¿¿Sangre??

Se nubló mi mente y aunque quería confiar estaba cagada ¿Estará bien la bebé? No quería ni pensar que la bolsa se hubiera roto y que esa sangre fuera de mi hija. Ahora veo que eso sería realmente raro, ¿por qué le va a salir sangre a un bebé hacia fuera por muy malito que esté? Y ahí no se puede cortarse con nada. Pero en ese momento no estaba para mucha lógica. Yo me encontraba bien, pero si esa sangre indicaba que algo no iba bien en mi... ¿Tendríamos que ir al hospital? ¿Y allí sería capaz de parirla sin problemas? ¿Tratarían de separarme de mi bebé cuando naciera? Por favor, tan sólo que ella esté bien...

Acudí a S., que aunque hasta esa misma noche me estaba tratando muy mal, en ese momento se mostró cuidadoso e intentaba recordar que en la preparación al parto dijeron que podía ocurrir eso. Pero mi miedo le hizo dudar.

Me dio mucho apuro, pero llamé a Choni como a las cuatro de la mañana. Y con voz de sueño y mucho cariño me explicó que era normal, que mi útero había empezado a trabajar y que tenía tantas posibilidades de ponerme de parto durante esa noche como dentro de una semana.

Ah, qué relajación. Me recuperé poco a poco del soponcio y volví a la calma y alegría. Esa noche la pasé con contracciones moviéndome por la casa, que en cuanto llegó el día empezaron a calmarse, deteniéndose al medio día.

Ya no recuerdo si pude echar alguna siesta ese día.

Sobre las diez y media de la noche, empezó lo mismo del día anterior.

Tomé una pequeña ducha y me sentó bien, sabía que el agua me relajaba.

Las contracciones parecían seguir el mismo ritmo. Yo estaba realmente cansada, y si iban a ocurrir lo mismo, mejor descansar. Podía ponerme de parto en pocos días.

Me acosté en la cama creyendo que incluso podría dormir, pero las contracciones me hacían revolverme. En una de ellas, noté cómo la cabeza de Maia se incrustaba abajo, noté algo raro, y S. y yo oímos un “¡CLACK!”

No era un “glub” ni “plof” sino un “¡CLACK!” bastante fuerte. Yo sospeché que se había roto la bolsa, pero no había salido líquido. S. se preocupó por la nena, porque decía que a él eso le había sonado a crujir de huesos. Yo sabía que ella estaba bien. Al final, entre las tres y las cuatro, las contracciones me hicieron agacharme encima de la cama y salir de ella.

Puse música de Rosa Zaragoza, encendimos las velas...Esto era otra cosa...

Pasó tiempo, no sé cuanto, pero las contracciones eran intensas y dolorosas. Al principio las pasaba en la pelota, o sobre una esterilla que teníamos entre el sofá y la mesita del salón. En una contracción me retorcí en ese pequeño espacio, apoyándome sobre la pelota. En otra sobre el sofá...En otra necesité levantarme, caminar...Me llegaba...Y me entró un desasosiego tremendo, un dolor desquiciante.

Las contracciones empezaban a “picar”, ¡parece que van en serio! Casi desesperada buscaba algo de lo que colgarme: un mueble, la puerta...No quería romper nada, pero era necesidad pura. Esas fueron las primeras contracciones realmente dolorosas.

En seguida, me fui dando cuenta de cómo poner mi cuerpo en cada una para pasarlas lo mejor posible. Seguían siendo dolorosas, sí y mucho, pero mucho menos, y no era un dolor desquiciante. Ahora entiendo que esa sensación tan desagradable hacía que lo único importante y lo único que existiera en ese momento fuera encontrar la mejor posición para facilitarle el camino a Maia.

Durante esa madrugada fui tres veces a hacer caca, cada vez más blandita, mi intestino estaba vacío.

Bebía agua.

Caminaba casi danzando y murmurando por la casa y cuando venían las contracciones me colgaba de algo. La mesa del comedor empezó a estorbarme muchísimo. Me pareció absurdo incluso en ese momento, pero me irritaba tenerla en medio. La apartamos. En una de las habitaciones encontré un mueble con ruedas que tenía una barra y le pedí a S. que lo llevara al comedor. Yo caminaba dando vueltas alrededor de él y cuando volvía la oleada me volvía a colgar, era un gran alivio.

¡Vaya! ¡No me quiero imaginar cómo debe ser parir en un potro! A veces necesitaba pasar contracciones en el suelo, sobre la esterilla o apoyada en la pelota. Unas veces hacia delante, otras hacia atrás...Coloqué la esterilla con la pelota al lado del mueble con perchero. El salón ya parecía una auténtica gymkhana. Y yo haciendo las pruebas: dar vueltas, colgarme, al suelo...Todo esto meciéndome y haciendo sonidos de vibración, canturreando...Cada vez estaba más dentro, no sé de qué, pero más y más dentro.

A veces, en mis paseos me quedaba un poco en el cuarto de aseo, era un lugar pequeño y oscuro, y me resultaba confortable.

S. dijo que debía estar de parto, que estaba ya lo suficientemente rara. No quería hablar, a veces no me enteraba muy bien de lo que me decía...Yo no quería llamar aún a Choni, por si era algo parecido a lo del día anterior.

Esperamos un tiempo, y sobre las siete le dije que la llamara. Creo que hablé un poco con ella. No lo recuerdo.

La casa tenía un pequeño inconveniente: el tendido eléctrico sólo soportaba a la vez dos estufas, el calentador y el reproductor de música a la vez. Por suerte no necesitábamos más luces que las velas. Como hacía mucho frío, cuando estaba en el salón tenía dos estufas encendidas allí, cuando estaba en el baño, apagábamos una de las del salón y encendía la del baño, que a su vez hacía de única luz.

Seguí a mi ritmo. Me molestaban mucho las bragas, tenía que quitármelas de encima, uff, ¡me irritaban! Pensaba “pero que tontería me ha dado...si es que estuviera de parto aún quedaría muchísimo para que el bebé saliera, ¿por qué no quiero llevarlas?” No lo sé, y me daba vergüenza que Choni viniera y me viera sin bragas ya, aún pudiendo ser que esto siguieran siendo pródromos. Pero era lo que había, tenía que quitármelas.

Cuando me venía una contracción necesitaba quitarme la ropa, cuando se iba necesitaba abrigarme. Yo llevaba un camisón de manga larga y con pelo por dentro. Puse las dos estufas cerquita de la esterilla y cuando venía la contracción allí en el suelo empujaba casi con rabia las estufas, me quitaba la ropa...Y soltaba quejidos. Cuando se iba, me acercaba las estufas como un animalito indefenso en plena nieve, me cubría, me acurrucaba, me mecía un poco y me llenaba de paz.

Sobre las ocho estaba en la casa la matrona más chula de Cartagena, con una maleta más grande que ella, silla de partos, su portátil...Dios sabe qué llevaría en esa maleta... ¡El hospital en la mochila!

Me hablaba con mucha tranquilidad, palabras suaves, escasas y simples. Me preguntó cómo estaba y me dijo de explorarme cuando yo quisiera. Al poco me acerqué, y me dijo que estaba de 4 centímetros:

-¿Y eso qué significa?

-Que estás al principio, pero de parto parto. Ya has pasado lo más largo

¡No me lo podía creer! ¡Qué emoción! Yo me encontraba aún más segura teniendo a mi matrona-mujer-sabia de confianza en casa. Y estaba contentísima de estar de parto. Me pregunté “Entonces, ¿hoy la conoceré?” Aún así no formulé la pregunta en voz alta, no quería ilusionarme demasiado. Quería ser paciente, pues sabía que hay partos que duran días.

Al levantarme de la silla de partos dejé una manchita de líquido transparente en el suelo que vi más tarde. Y Choni me confirmó que se me debió romper la bolsa cuando escuchamos el “clack” y noté la cabeza de mi niña incrustarse con fuerza.

Yo seguía en lo mío, mi música, mis velas, mis paseos, mis murmullos, me colgaba, me agachaba hacia atrás sobre la pelota. Por aquí tengo muy perdida la percepción del tiempo (más si cabe) así que puede que no relate las cosas en orden.

Yo ni me enteraba de que S. y Choni estaban allí. Algunas veces que me daba cuenta los veía sentados en el sofá, Choni con su portátil en sus cosas...S. mirándome con cara de ¿cansancio?, ¿aburrimiento? No es precisamente como se imagina una que la miren el día de su parto, pero fuera como fuese, era un encanto que me dejasen hacer y que fuera como si no estuvieran. Pero que estuviesen.

Alguna vez me preguntaba Choni cómo estaba y si necesitaba algo, pero cada mucho tiempo. Era perfecto así.

Cuando necesitaba algo se lo pedía a ellos, y enseguida me atendían.

Tomé una infusión, y miel en un momento dado tuve mucha necesidad de algo dulce.

Mis balanceos, la música, las olas que vienen y van...

Llegó un momento en que estaba agotada, sólo pedía un descanso, un pequeño descanso para poder coger fuerzas y seguir el tiempo que hiciera falta. Prepararon la bañera para que me metiera. Y aquello era el cielo. No había color. Me encontraba muy bien allí metida. Cuando llevaba un rato le pregunté a Choni que si me debía salir en algún momento (porque sabía que tenía la bolsa rota), y me dijo que no, que estuviese el tiempo que quisiera. Qué maravilla. Cuando el CD se acababa les gritaba desde el baño que lo pusieran de nuevo (me calmaba muchísimo también la música) y empecé a reírme yo sola de imaginármelos a los dos con cara de amargados por escuchar por veinteava vez el disco completo de “Nacer Renacer”. Y luego me reí por estar riéndome en mi parto por algo tan tonto, y después de lo que pensarían Choni y S. si me oían reírme sola.

De vez en cuando se acercaba alguno para preguntarme si necesitaba algo. Choni me monitorizaba con su maquinita de escuchar al bebé hasta debajo del agua. A diferencia de la primera vez que escuchamos al bebé en la que sí me interesó que me confirmara que estaba bien, el resto de ocasiones yo ya la dejaba escuchar para que se quedara tranquila ella. Porque yo sabía que Maia estaba como una rosa.

¡Me cachis! Yo estaba en la gloria en mi mini-bañera, pero el agua comenzaba a estar fría. Y el calentador eléctrico ya no tenía más reserva. Me resistía a salir, pero tuve que hacerlo, empezaba a tiritar. Ellos empezaban a calentar cazos de agua pero no daba tiempo. De mala gana me tuve que salir.

Aún así no estuvo mal estar fuera, me había repuesto las pilas.

Las contracciones siguieron como antes. Mis estufitas y yo. Mis balanceos. Después de dejar el intestino vacío, mi cuerpo decidió que el resto del aparato digestivo no iba a ser menos, y al final de una contracción vomité todo en el suelo. Me dio apuro por ellos, sobre todo por Choni, pero me hizo sentir cómoda. Era agradable estar vacía. Vacía sin contar con la niña que se abría paso en mi interior.

Después de alguna contracción me encontraba como si nada, perfectamente. Como si no llevara horas de parto, como si no llevara dos noches sin dormir, muy bien. Se lo comentaba a Choni asombrada. Ella decía “ah, pues mejor, disfrútalo” La verdad es que todo era un mundo nuevo para mi.

Las ventanas que daban al comedor y al baño pequeño estaban tapadas. Yo no me di cuenta de que se había hecho de día, a pesar de que sabía que habíamos llamado a Choni sobre las siete de la mañana (pequeñas incoherencias de parturienta). Para mi fue como una noche eterna que al fin y al cabo tampoco duró tanto.

Me di cuenta de que era de día porque en un momento en que S. pasó a la cocina, en medio de una contracción dejó la puerta abierta y un sol que me pareció de mediodía se me clavó en el fondo de los ojos cegándome. Fue como si amaneciera en medio de la noche, una impresión rarísima. ¡Qué dolor! ¡Qué desagradable! “S., ¡¡esa puertaaa!!” Ahora lo pienso y me da pena, pero, ¡si lo hubiera tenido a mano lo hubiera matado!

En algún momento usé un poco la silla de partos.

Choni y S. tenían puesta agua a calentar en cazos. Y en cuanto estuvo lista volví a la bañera. Un alivio de nuevo. De vez en cuando se acercaban y me traían agua. Yo empezaba a tener más sed.

Estaba bastante “drogada”: me quedaba ensimismada mirando unos dibujos de los azulejos, hababa con Maia diciéndole “Qué bien qué estamos haciendo esto juntas”, hacía vibrar una especie de “ohm...” en mi garganta y lo hacía resonar en mi tripa, en mi cabeza. Me balanceaba en la bañera, cantaba flojito “Siente...que el momento llega...tus huesos son fuertes...el niño está en la puerta...”

Me daba fuerzas pensar que yo pariría en paz, como mis ancestras, y por todas aquellas mujeres que no habían podido hacerlo, aquellas de mi familia, amigas, mujeres que me habían contado y las de partos que había leído. Todas se alegrarían en su corazón de que mi hija y yo pudiéramos vivir eso y en parte gracias a ellas.

De repente “Nnnnnngggrrrrrr” solté como un largo rugido mientras surgía desde el centro de mi interior hacia fuera una fuerza descomunal fuera de control que empujaba dejándome alucinada.

Choni, que me debió escuchar, se acercó al baño “¿Has tenido ganas de empujar?” ¿Ganas? Pero si ha empujado mi cuerpo por si sólo, ¡y muchísimo!

Le dije que sí. Vinieron conmigo. En las contracciones yo me echaba mucho hacia atrás, me clavaba el borde de la bañera en la nuca, pero no me hacía daño (los días siguientes me enteré del moratón que me hice). Las contracciones cuando empezaban si que dolían, pero conforme mi cuerpo empujaba no me dolían absolutamente nada. Esto me dejaba asombradísima. Mi barriga iba cambiando de forma, el ombligo se salía y entraba, la bola de mi panza empezaba a estar plana y yo notaba a mi hija cada vez más recta dentro de mí, sentía como si sus piernas se clavaran en mis costillas. Choni me echaba agua por encima de la barriga con un vaso, eso era gloria... Le dijo a S. que me cogiera desde atrás para que no me desnucase en la bañera. Cuando venían las contracciones me colgaba de él, pero me molestaba muchísimo que se pusiera con la cabeza por encima de mi. Lo apartaba bruscamente con la mano cuando se ponía de forma que me agobiaba, y lo ponía como yo necesitaba. En una parte de mi me daba pena, sentía que en ese momento lo estaba utilizando sólo como a mime interesaba, el resto de mi estaba a lo que estaba.

Me notaba a la niña dentro de mi demasiado a lo largo, necesitaba ponerme yo también recta y dejarla salir, si me ponía doblada sentía que la doblaría, y dentro de la bañera no podía moverme bien, así que me levanté y trataba de agacharme.

Choni me preguntó “¿Te quieres salir?”

Me salí, me agachaba en aquel minúsculo baño, ponía posiciones raras, apoyaba un pie sobre la bañera, me ponía debajo del lavabo, me sentía como una gallina buscando dónde poner el huevo. Choni me preguntó que si me traía la silla de partos. Había un empapador en el suelo y ¿algo blanco sobre la silla? Me senté en ella y cuando venían las contracciones me sostenía hacia atrás apoyando mis brazos muy erguidos en la parte trasera de la silla.

Calor, mucho calor...necesitaba beber agua, les pedía como podía que me pusieran paños de agua fría por la cara.

Choni: -Te suda el bigotillo, ¿eh?

Sí, las dos sabíamos que era señal de que Maia ya estaba muy cerca. Voy a tener a mi niña en brazos en seguida. Calor, calor, urgencia, necesito acabar ya, calor, calor...más que en toda mi vida...Venia una contracción, en cuanto empezaba a empujar no me dolía nada, seguía asombrándome, notaba cómo mi cuerpo se abría y cómo Maia iba saliendo poco a poco.

Me preocupaba estar siendo escandalosa. Y alguna vez salía de lo que estaba y me preocupaba por si los vecinos estarían asustados de oírme. No quería que llamasen ellos o la policía y me rompieran el clima. Tampoco quería que llegase ya Belén la otra matrona que había dicho de venir pero llegaba tarde, no quería ver a nadie más y tendría que decirle que se fuera si aparecía. Y por dios, ¡que no se les ocurra a Choni ni a S. grabarme o echarme fotos ahora que me los como!

Justo en el expulsivo, llaman al timbre: ¿sería la policía?, ¿el 112 como en el parto de Choni?, ¿la otra matrona?, ¿los vecinos? Oí a alguien hablar pero no me enteré, y agradecí que los hubieran despachado.

Dijeron que la cabeza ya estaba ahí, que era morena. La toqué mojada, caliente, blandita, con pelo...Y no me lo podía creer. Conservo ese tacto aún en la yema de los dedos. Aún después de casi siete meses, a veces le pongo los dedos en la coronilla para recordar que es la misma, y así lo siento. Qué emoción y qué viva y frágil me pareció. Me dio casi aprensión que esa cabecita tan viva y blandita estuviese tan prieta dentro de mi. Otra contracción, la cabeza estaba más fuera (supongo que coronando) S. se emocionó creo que después de tocarla, no sé si la tocó. Me preguntaron que si quería tocarla. Esta vez no quise.

Choni me acariciaba la pierna, me decía que lo estaba haciendo muy bien...Era agradable.

Sin embargo cuando S. me puso la mano en la pierna tuve que quitársela.

Me ponían paños fríos.

Sentía el “aro de fuego”, ¡cómo quema!

Choni: -Sé que duele mucho, sé lo que es eso. Pero tienes que aguantar hasta que venga la próxima contracción.

No duele, ARDE, pensaba yo que no podía ni quería hablar. Y aquí yo con mi calor, calor calor, y con mi urgencia. No llegaba...¡Y llegó! Y esta vez empujé con todas mis fuerzas, no quería que el parto se alargara mucho y seguí el consejo de Choni de no tragarme el sonido que me nacía, empujé con él mis tripas hacia fuera, pero ¡¡Ooooop!! Un pescadito se deslizó por mi vagina y le vi la cabecita de lado, morena, un poco apepinada con esa preciosa carita. ¿Pero como? ¿YA? No me lo podía creer. No la esperaba tan pronto, fue una gran sorpresa. También pensé “¿Ya he parido?” “Pues si no ha sido nada...¡pariría otra vez ahora mismo!” (Dos días después no diría lo mismo). En cuestión de milésimas de segundo sentí mil cosas a la vez, me quedé paralizada, fui a cogerla, vi que llevaba el cordón enredado en el cuerpo, estaba viva, respirando a través de él, Choni la desenredó y me la dio. ¡Ay señor! Qué tacto tan dulce y ¡qué olor! “Maia, ¡mi pequeñita!” Me emocioné.

Me quedé mirándola y soltó un par de gritos de reniego, yo la apreté contra mí y dejó de quejarse. Qué delicia...No sabría explicarlo. Yo estaba deseando irme a la cama con ella. Cuando el cordón dejó de latir S. lo cortó. No tenía ganas de esperar a la placenta, quería irme ya. Yo estaba enamorada de ella, de S., de Choni, del mundo, de la Vida. Me sentía como si tuviese los mofletes sonrosados, como si se me sonriesen también los ojos, muy guapa y tierna. Al poco la placenta se deslizó hacia fuera, la sentí rápida, suave y esponjosa y la vi de un rojo muy oscuro en el empapador. Racionalmente sabía que luego me arrepentiría de no haberla inspeccionado un poco, pero en ese momento no me interesaba.

Me acompañaron a la cama con Maia, le di de mamar por primera vez. Y después hizo unos sonidos preciosos como si hablara con los que nos terminó de derretir. Qué vocecita tan dulce...Todo había terminado y en ese instante yo era la mujer más feliz sobre la Tierra.

Todo no había hecho más que empezar,

pero eso... ¡Eso es otra historia!