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Historia de Montse. Nacimiento Elena

El embarazo de Elena fue algo inesperado. Acababa de dejar los anticonceptivos y sabía que, si no utilizaba ningún otro método anticonceptivo, podría quedarme embarazada en cualquier momento, pero nunca me imaginé que sería tan rápido. No tardé ni dos meses en quedarme. Era noviembre. Mi hija Elena nació el 29 de agosto de 2002.

El embarazo lo llevé bien, excepto que cogí demasiado peso (25 Kg., es que no me privaba de nada) y que los dos últimos meses estaba tan hinchada que no podía ni ponerme los zapatos. Pasaban los días y todo estaba bien. No tenía contracciones (o, al menos, yo no las notaba) y la niña se movía constantemente. El caso es que llegó la fecha de parto, y no pasó nada. Ni tampoco en la siguiente semana. Yo me encontraba perfectamente. Bueno, era primeriza y estaba un poco nerviosa al ver que se retrasaba tanto y mi familia y amigos estaban todo el día llamando por teléfono para ver si había "alguna novedad", con lo que me ponían más nerviosa si cabe.

El día 27 de agosto tenía que ir a que me pusieran "las correas"(monitorizarme), para ver cómo estaba la niña. Pero ese día la pillaron dormida. Apenas se movió en todo el rato que estuve allí. Me dieron glucosa, pero la niña seguía sin despertarse y sin moverse. Al ver este panorama, el ginecólogo me mandó al hospital, para que allí me tomaran un nuevo registro. Bueno, pues me fui directamente hacia allí, un poco asustada la verdad porque habitualmente la niña no dejaba de moverse pero al parecer esa mañana no estaba por la labor. Decidieron dejarme ya ingresada.

A lo largo del día me hicieron varios registros y vieron que, efectivamente, la niña se movía mucho y que se encontraba perfectamente, pero que como ya llevaba una semana cumplida me pondrían un "Proper" (no sé si se escribe así) para ayudarme a ablandar el cuello del útero. Pues nada. Así estuve dos días más. En el hospital, sin contracciones, sin dilatar... Vamos, que no me "ponían" de parto. La ginecóloga me dijo que si no me ponía de parto esa noche, al día siguiente por la mañana me lo provocaría. Si os digo la verdad, en ese momento me pareció estupendo. En primer lugar porque ya tenía ganas de ver a mi niña, y en segundo lugar porque llevaba ya tres días ingresada en el hospital y estaba desesperada del aburrimiento. Esa noche tuve algunas contracciones, fuertes y rítmicas, pero se pasaron en unas horas. Y no dilaté nada.

Por la mañana no me dejaron desayunar y, por supuesto, no me libré del enema. Me lo pusieron y aguanté tanto como pude antes de ir al baño. A las 9 me pasan a la sala de partos. Lo primero es tumbarme en la cama (una cama articulada, muy moderna, en la que puedes tumbarte o sentarte, pero no levantarte de allí) y cogerme la vía para ponerme el suero y la oxitocina. En seguida empezaron las contracciones. Tan fuertes y tan rápidas que no podía casi respirar. La matrona (que era una estúpida) no me hizo ni puñetero caso en todo el día. No me explicaba nada de lo que iba pasando, ni me decía lo que me ponían en el suero... ella estaba sentada en un rinconcito, leyendo una revista.

Pasaban las horas, pero no conseguía dilatar. Estando de 2 cm llegó el anestesista y me puso la "bendita" epidural (en aquel momento me vino estupendamente, porque yo no podía más del dolor). Él fue el único que se portó bien conmigo. Durante todo el rato que estuvo conmigo me explicó muchas cosas y entre ellas que mi parto no estaba siendo normal. Tuvo que volver a ponerme epidural hasta en tres ocasiones, porque no me hacía efecto. Es decir, tenía las piernas dormidas y no notaba nada en ellas, pero las contracciones las seguía notando perfectamente y, os lo aseguro, eran muy dolorosas y seguidas. Serían ya las 3 ó 4 de la tarde cuando alcancé los 10 cm de dilatación.

En la sala empezaron a entrar médicos. Un montón. Tanto que llegué a asustarme pensando que la cosa iba mal. Allí todos se quejaban de la cantidad de horas que llevaba pariendo, como regañándome por ser tan lenta, aunque no me lo decían a mí directamente. Todos se sentaban delante a hacerme tactos y comentaban entre ellos. Sospechaban que a la niña podría estar faltándole oxigeno y le pincharon en la cabecita (que todavía estaba dentro de mí) para tomarle una muestra de sangre y comprobarlo. Me pidieron que empujara y así lo hice. Os lo juro, no empujé más de 5 minutos. Y no sé si lo estaba haciendo bien o mal porque no notaba las piernas. Ni tenia ganas de empujar. Total, que a las 5 la ginecóloga dice que nos vamos al quirófano, que van a hacer una cesárea por "no progresión del parto". Mi madre se puso muy triste y vi cómo se le saltaban las lágrimas. Me asusté un poco, la verdad, porque pensé que sería peligroso dada la reacción que vi en mi madre (más tarde me enteré de que no lloraba por la operación sino por la cantidad de horas que me habían tenido “puteada” sabiendo, casi desde el primer momento, que mi parto muy posiblemente acabaría en cesárea y por la impotencia que sintió al no poderles decir a los médicos lo mal que habían hecho las cosas y lo mal que se estaban portando conmigo). Lo último que recuerdo es que me llevaron al quirófano y me dormí. Es cierto que el anestesista me recomendó que no me pusiera anestesia general, pero yo estaba tan agotada que lo único que quería era dormirme y que aquello terminara cuanto antes.

Después me desperté en la sala de reanimación, sola, adormecida todavía por la anestesia general, sin saber ni dónde estaba, ni la hora que era. Qué angustia. Me llevé las manos a la barriga por pura inercia. ¡Mi barriga!

¿Dónde estaba? Solo en ese momento comencé a recordar cosas. El parto, tantas horas, la cesárea... me había perdido lo mejor, ver nacer a mi hija. Y solo podía pensar en ella, ¿dónde estaría? ¿cómo sería? ¿habría salido todo bien? Yo me encontraba bien. Ya me había espabilado de la anestesia y quería ver a mi niña pero allí no aparecía nadie. No podía llamar a nadie porque ni siquiera podía hablar. Tenía la garganta dolorida por haberme entubado durante la cesárea.

Cuando por fin vinieron a recogerme para subirme a la habitación eran casi las 9 de la noche. Había pasado 4 horas desde que mi hija nació. Pude ver a mi marido, quien me comentó que la cesárea no habían sido ni 5 minutos y que la niña estaba bien. En la habitación había tantísima gente....

Entiendo que todos eran nuestros amigos y familiares y que estaban allí para felicitarnos pero yo lo único que quería era ver a la niña y nadie me la traía. Hasta que por fin mi madre dijo que iba a buscarla.

Ese momento.... fue el mejor y el peor de mi vida. Me explico. Por fin podía ver a mi niña, perfecta, guapísima, tan pequeñita.... pero yo tenía unas ganas enormes de llorar. Por la emoción de verla por primera vez, de tocarla, de olerla, de acariciar su pelito tan suave.... pero estaba cortada, por tanta gente como tenia delante. Siempre lo había pensado como un momento tan íntimo....

Y al cabo de un ratito se la volvieron a llevar al nido, "para que yo descansara". Es cierto que estaba muy cansada, pero yo quería tenerla conmigo.... El caso es yo era la que menos pintaba allí. Lo que yo decía no se tenía en cuenta ni mi opinión contaba para nada. De todos modos, me dijeron (ahora sé que no hay problema) que al haber tenido anestesia general durante la cesárea, no podía darle el pecho a la niña. Como lo que no quería era discutir, me callé y me conformé. Y me quedé dormida en seguida.

Al día siguiente por la mañana, me trajeron a Elena y ya se quedó conmigo durante toda la semana que estuve ingresada. La lactancia materna no se inició bien desde el principio. En el hospital tampoco me ayudaron. Tenía los pezones agrietados y la niña no cogía bien el pecho, pero se lo di hasta los dos meses.

No os podéis imaginar la cantidad de veces que he llorado recordando el parto. Lo frustrada que me he sentido por no haber parido a mi hija y por no haberla visto nacer. La manía que le tengo a esa matrona, de la que jamás olvidaré su nombre ni lo mal que se portó conmigo. La gente que no ha pasado por esto no lo entiende. Me dicen que no es para tanto. Que solo es una cesárea y que tengo una niña preciosa. Pero yo he llegado a sentirme muy triste y cada vez que veía un parto en la tele se me escapaban las lágrimas. Qué bonito. Qué emocionante.

Como comprenderéis, esta vez estoy dispuesta a pelear como haga falta para que esto no se repita. Estoy a punto de dar a luz y tengo muy claro como quiero que sea. Tanto que, como no me queda más remedio que dar a luz en el hospital, voy a aguantar todo lo que pueda en mi casa. Si tengo ganas de andar, ando. Si tengo ganas de beber, bebo. Sin sentirme mal por ello ni darle explicaciones a nadie. Que a mí sí que me las tendrían que dar y nadie lo ha hecho.

Me alegro de haberos encontrado aunque haya sido en el último momento.

Vuestros relatos y comentarios me han animado y me han hecho darme cuenta de que no soy tan exagerada como me dicen, y por supuesto, me hacen recordar que PUEDO parir a mi hijo como yo decida, sin presiones y sin prisas. Que para eso soy yo la preñada.