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Historia de Diana. Nacimiento de Jacobo Leopoldo Elvis

JACOBO LEOPOLDO ELVIS 21/06/04

Es vergonzoso que, con lo bien que funciona el sistema sanitario (a mí al menos) en España, nacer pueda convertirse en un trauma tan grande.
Trauma para la madre y el/la recién nacido/a.
Lo he comentado con varias amigas madres -conozco muy pocas, la verdad- y tengo la sensación de que la mitad son conscientes de la mercantilización de la carne en esos momentos mientras que la otra mitad "anestesiadas" por la felicidad de una nueva vida olvidan el trato tan vejatorio al que son sometidas.
Las mujeres son despojadas de su autonomía, de su capacidad de decisión, y lo que es más grave: se ignora el conocimiento innato de la mujer sobre la naturaleza; algo que roza lo paranormal, y pendiente de explorar por la ciencia (desde los ciclos menstruales al unísono con la luna y las mareas, hasta la capacidad de dividir el cerebro y realizar 3 ó 4 tareas a la vez).
Se utilizan técnicas MUY invasivas, se agrede y mutila el cuerpo de la mujer y se la "pueriliza" constantemente, dando por hecho que no es ella la dueña de su cuerpo, de sus sensaciones...
Una conocida me llegó a contar que se sentía "como una puta" en los momentos previos al parto: Un montón de desconocidos invadiendo su cuerpo constantemente...
Mi experiencia resulta incluso divertida cuando la cuento, pero en absoluto lo fue.
Tenía programada una cesárea para el lunes porque el niño venía de nalgas. El domingo anterior me puse de parto (¿Decidió el niño salir antes de que lo sacaran?; ¿reaccionó mi cuerpo?...) El caso que me fui a la clínica unas horas después de haber roto aguas. Durante toda la tarde pensé que me había meado. No sabía que "romper aguas" era algo tan literal.
Empecé a tener contracciones en cuanto llegué a la clínica (Virgen del Mar, Madrid -ya no atienden partos-) y una amable matrona de guardia me tumbó en una camilla de un quirófano para explorarme. La exploración que se repetiría cada poco tiempo consiste en introducir dos dedos (bueno, por cómo notaba las cosas, deduzco que eran dos, tampoco he practicado mucho en eso de "adivina cuantos dedos tienes") en el orificio vaginal.
Con esta evolucionada práctica, al parecer se deducen muchas cosas: dilatación, tiempo que queda antes del parto, y seguro que tu signo del zodiaco o tu cuenta bancaria, porque como digo la penetración de dedos de distinta gente en mi anatomía fue constante.
El quirófano era de película de terror, baldas sucias de cristal, una papelera oxidada y una bombilla sin lámpara colgando del techo.
Me llevaron a mi habitación y me dieron uno de esos absurdos camisón-bata como de papel, semitransparente y con el culo al aire, para que me lo pusiera. Teniendo en cuenta que había engordado 30 kilos en el embarazo, es fácil hacerse una idea de lo bien que me sentaba la prenda en cuestión. Las contracciones eran cada vez más dolorosas. Me intentaba acordar de las respiraciones que había aprendido en las clases de preparación al parto y las intentaba hacer pero el alivio apenas se notaba. Supongo que no hay mucha diferencia en una escala de dolor del 1 al mil entre mil y 1001 ¿no? En un momento dado vino alguien (otro personaje de los que sin presentarse ni nada, introducía los dedos en mi interior y opinaba sobre el diámetro de mi orificio vaginal) y me "monitorizó", que no es que te enganchen a un motor (ojalá); sino que te ponen un cinturón con un aparatito que mide el corazón del bebé y las contracciones. Como yo pensaba que con la palabra mágica "Epidural" se pasaban todos los males del mundo en aquel momento, comencé a pedirla con una sonrisa y después a grito pelado... Cada vez que entraba alguien en la habitación a testar la dilatación de mi vagina (a lo que yo respondía: "¡Pero si va a ser cesárea!") empecé a gritar ¡Epidural!¡Epidural! Y me decían con los dedos en mi coño "Todavía te queda un rato..."

...Tras unas horitas más retorciéndome de dolor, entró una persona -quiero pensar que enfermera, y no una degenerada que pasaba por allí- y ¡sorpresa! No introdujo sus dedos en mi anatomía! Me giró en la cama y me dijo "Te voy a poner un enema, no te preocupes"... ¿Que no me preocupara? De pronto noto algo helado y acuoso en mi ano (una sensación nada agradable, la verdad) y en cuanto la mujer cerró la puerta, me levanté con absurdo cinturón de monitorización, mi camisón transparente con el culo al aire y mis 30 kilos de más hacia el vater, donde solté un alto porcentaje de mi alimentación en los últimos 20 años. Y yo allí expulsando, gritando de dolor a mi pareja que no quería que me viese ni me recordase en ese lamentable estado de vejación. Debí adelgazar 7 kilos. Teniendo en cuenta que era verano y no me dejaban comer ni beber, el nivel de deshidratación era considerable...
Al comentarlo con el siguiente enfermero, me pusieron un suero por la vena y arreglado.
Al poco me bajaron a poner la epidural. Yo pensé que sería un alivio... Qué va: primero tienen que pinchar (¡entre 2 vértebras!) en la espalda para dormírtela, y después dejan un goteo puesto con la famosa epidural (que encima se me infectó) colgando de la espalda. La mujer que me administró las inyecciones me pidió que me sentara en una camilla. Me colgaban las piernas y se me veía el culo. Parecía un grotesco muñeco de un ventrílocuo.
Con tanta medicalización, aparte de parecer robocop (¡cables saliendo por todo mi cuerpo!) pero en plan muñeco de nieve gordo, me destemplé muchísimo y no podía parar de tiritar. Se me durmieron las piernas, pero las notaba como carne muerta. Es una de las sensaciones más desagradables que puedas imaginar.
A las pocas horas (y unos cuantos tocamientos vaginales más tarde, -a los que yo me seguía defendiendo inútilmente diciendo que iba a ser una cesárea-) llegó un enfermero a recogerme, y me llevó al quirófano.
Yo me había grabado un cd con canciones jipis, para que fuera lo primero que escuchara mi hijo al nacer, pero ni me atreví a pedir permiso.
Entré sola (mi marido se quedó en la habitación) y allí había 6 ó 7 personas que ni me saludaron, con una radio puesta donde sonaba M80. Entre ellos hablaban de avales e hipotecas, y sólo de vez en cuando me decían "¿notas algo?" "¿notas si el agua está fría o caliente?"
He de decir que tenía puestos una especie de "grilletes" en muñecas y tobillos sumados a toda la parafernalia de tuercas, turbinas y motores que salían de mí y una decorosa lona verde delante de mi cara para "que no viera nada"... ¡Qué detalle!
Me afeitaron la mitad del pubis. La mitad, qué gilipollez, me abrieron la tripa, mientras yo notaba los cortes de las distintas capas, y notaba cómo tiraban del cuerpecito de mi niño, mientras decían "¡sólo queda la cabeza!". Al sacarla sonó un "¡flop!" como de vacío. Sonaba en M80 "Dignity" de Deacon Blue. Añadieron más sedantes a los que ya circulaban por mi cuerpo, escuché el llanto del bebé a lo lejos y lo siguiente que recuerdo es despertarme en una camilla tirada en un pasillo.
Apenas tenía fuerzas para hablar, y seguía tiritando. Cada vez que pasaba alguien por allí pedía que me llevaran con mi hijo, que quería conocerlo... Y me contestaban que en un rato, que ahora era el cambio de turno de los camilleros.

Cuando al fin me subieron, Leopoldo estaba en brazos de su papá. Lloré al verlo. Me encontraba fatal. No tuve fuerzas para hacer nada, sentí que me las habían robado, junto con mi parto. Por supuesto no le di el pecho (no pude moverme en mucho tiempo) y a los dos días de llegar a casa se me soltaron algunas grapas de la cesárea de un estornudo y se me abrió un poco la tripa… Vuelta al hospital, donde ya de paso me trataron la infección de orina (producida por eso que ponen ahí abajo para que salga el pis).
El milagro de todo esto es que yo no tengo un trauma de dimensiones colosales pero sí un niño encantador, lleno de rebeldía y de carácter.

…Se llama Elvis por el rey del rock.
Eso sí, decidí desquitarme con Lucas Kurt, mi segundo hijo. Pero eso es otra historia, un parto de verdad…