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El parto que me tocó vivir Chile

Me llamo Jocelyn, tengo 37 años y fui madre por primera vez a los 35.
Vivo en un país donde las cesáreas alcanzan el 80% de los nacimientos, sin embargo, pasé todo mi embarazo preparándome emocional y físicamente para el parto. Tal vez por eso dolió mucho más.

Les contaré el parto de mi primer hijo: "Desperté a eso de las 4 de la mañana, con la convicción absoluta de que “esto era el trabajo de parto”, desperté a mi esposo e instintivamente me metí a la ducha, sentía como mi cuerpo lo necesitaba, estuve allí mucho rato, sintiendo como mi cuerpo se entregaba a ese ritmo dolor – descanso – dolor, aún con poco entrega, como experimentando vivir en el cuerpo de una manera poco conocida para mí...El dolor no era algo que significara mucho, he vivido situaciones de muchísimo más dolor, y siempre he tenido claro que el dolor y el sufrimiento no son sinónimos, así es que en la medida que avanzaba la hora y el dolor aumentaba yo me sentía más y más entregada, el agua tibia, la pelota, los susurros, la oscuridad, los masajes, las ansias del momento... así pasaron 12 horas, midiendo contracciones, sintiendo como a ratos el dolor venía tan profundo que rozaba lo manejable... nos fuimos a la clínica, caminaba y tocaba mi panza, podía sentir como estaba en expansión en esa vida pronta a ver la vida desde acá, le hablaba a mi bebé y entre contracciones me reía, me ilusionaba más, me sentía más feliz y quizás también más nerviosa. El ingreso a la urgencia y todo el protocolo tuvo el efecto esperado en mi débil y miedosa oxitocina y pese a que nos dejaron ingresados porque yo estaba con dilatación, cesaron las contracciones... Así, sin más. Ya no sentía nada y hubieses querido pararme y salir de allí corriendo, un poco porque sentía que tenía la energía para hacerlo, pero también porque mi desilusión fue máxima, me sentí que había cometido mi primer fallo, “no debí haberme venido a la clínica aún”. Punto para ellos, 0 para mí. Estuvimos así cerca de 2 horas, cuando las contracciones retomaron venían ahora con mucha más fuerza, intensidad y por supuesto dolor, me emocionaba sentir ese dolor, era un proceso que anhelaba, que ansiaba y estar allí, tan cerca de poder conocer la carita de mi bebé, me hacía vivirlo con más fuerza aún. Estaba viviendo mi trabajo de parto, como yo lo había planeado, como lo quería, como lo soñaba.

Cerca de 6 horas mi matrona consideró que era mucho tiempo y me propuso inducción, de lo contrario probablemente nunca llegaría a dilatar lo suficiente (creo que ahí estaba como 5 o 6 de dilatación) y me dijo que era por mi bien... que era mejor, y toda la teoría, todo lo estudiado, todo aquello que yo sabía, que quería y que no quería se derrumbó detrás de mí como un escenario de cartón y cedí. Cedí porque tal vez sentí vergüenza de mis 3 cm con que llegué a urgencias, cedí porque vi en sus ojos que yo no sería capaz, cedí porque la vulnerabilidad que representa el estar allí, tan expuesta en cuerpo y en alma no permite oponerse mucho, cedí y aún no dejo de sentir vergüenza, pena y a veces un poco de desdén hacia mí misma por mi falta de fortaleza. Hoy, con los ojos de hoy, me veo asustada, me veo sola, me veo dudando y con pensamientos fugaces unos tras otros, palabras como dolor, riesgo, cesárea, muerte, difícil aparecen en la mente de esa mujer, que acostada y con el equipo de monitoreo puesto, no tiene muchas posibilidades de resistirse. “La posibilidad de un parto natural está reservada a otras aptas, no es para mí tal vez...” Dudé. Dudé por primera vez explícitamente en mi fuero interno... No recuerdo bien si me llevan a preparto, creo que me ponen analgesia también y luego ya me salto un pedazo de tiempo hasta que empiezo a sentir unas contracciones diferentes, dolorosas y allí ya no me dejaban moverme, estaba en la camilla de espaldas, con una vía, con contracciones que se agolpaban, con poco goce, pero cada vez más cerca sentía yo. Mucha gente, muchos tactos, mucho monitoreo, de pronto sentí como se rompió la bolsa y mi esperanza se reanudó, ¡mi cuerpo seguía respondiendo como debía!, había esperanzas... sentí allí tumbada, como ese líquido que había sido el universo de mi bebé flotante, se despedía lentamente y bajaba por mis piernas...

Contracciones y más contracciones, momentos borrados, el médico y el tiempo de pujar, al fin habíamos llegado a los 10 cm de dilatación, ya no me sentía tan deficiente, sin embargo, todo se sentía lejano, tan poco mío. Con las contracciones y los primero pujos vino el primer indicador de que las cosas si se pueden torcer: con cada pujo de mi cuerpo la frecuencia cardiaca de mi niño bajaba abruptamente, me ponían de lado, cesaba el pujo y todo se normalizaba, luego lo mismo, contracciones intensas, pujo y frecuencia cardiaca en disminución. Aquí ya las cosas se ponen oscuras, no sé bien cuánto tiempo pasó, no sé cuántos intentos hicimos, ¿dos o quizás 6?, el efecto de la analgesia se estaba yendo por completo, en un momento el médico mete su mano para alzar a mi guagua y jalarla hacia afuera, creo que fue el momento en que más dolor físico sentí en el parto, “su cabeza se ve”, “está ahí pero no baja”, yo pujaba con lo que creía que eran todas mis fuerzas, pero no se rotaba, no avanzaba, solo se ahogaba. ¡SE AHOGABA! Y mi dolor ya no era físico, sé que grité, que grité de dolor y de impotencia, que sentía que me quebraba entera, que físicamente me desgarraba y un poco también en el alma. Fueron segundo y la cesárea ahora era una urgencia, la distancia entre pre parto y pabellón parecía un túnel eterno, de pronto la sala se llenó de luces, de gente, de mascarillas, yo temblaba un poco por las contracciones y esos pujos imparables y porque la desolación se había apoderado de mí. Ahora si había perdido. Ya no sentí dolor, no físicamente al menos, pero desde ese momento y a pesar de que estaba a minutos de tener a mi hijo en brazos, sentí que me habían arrebatado el parto. Amarrada, anestesiada, un bebé que fue difícil de sacar porque estaba en el canal de parto atrapado, y luego estaba en mi pecho, grité que me soltaran, quería sentirlo, quería tocarlo, nos miramos y no lloramos.

Desproporción céfalo-pélvica dijo el médico, “te lo dije, eres muy baja” me dijo la matrona, su circunferencia craneal midió más que el promedio dijo la neonatóloga y las pocas visitas que tuve decían “lo importante es nació sano”.

Hoy me pregunto si no fue la Oxitocina sintética la que aceleró de manera desequilibrada el proceso y mi cuerpo anestesiado no respondía, no por ser deficiente, sino porque no le dieron tiempo, porque no nos dieron tiempo. O quizás sí, quizás con todas las condiciones habría sido igual de necesario la cirugía, a lo mejor esa era la forma que mi niño tenía que llegar a este lado de la piel, su forma, su momento. Recuerdo haber roto en llanto con gritos en la sala de maternidad, fue incontrolable, la sensación de deficiencia, de no haberlo logrado, de que me fallé y le fallé a mi hijo, de frustración, de pena era incontenible y me brotó en un momento sin poder sujetarlo. Yo inventaba que estaba semi dormida y que eran pesadillas para justificar que en verdad estaba viviendo los peores días de mi vida.