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El parto de Sandra

Durante todo mi embarazo, debido al desconocimiento y la inseguridad de ser primeriza, me sumergí en una búsqueda desmesurada de información sobre el tema. Buscaba consejos sobre alimentación, ejercicio físico, seguridad laboral… Y claro, el proceso del parto no fue menos. Como resultado de mis innumerables búsquedas por la web no siempre obtuve luz ni ayuda para despejar las millones de dudas que rondaban por mi cabeza. Sin embargo, la lectura de las experiencias vividas por otras madres en “elpartoesnuestro” me ayudó a confiar en mi misma, así como a tener claro qué quería y qué no quería en mi parto. Por ello, sabía que, como mínimo, también debía compartir aquí mi experiencia.

Para empezar debo confesar que mi embarazo fue muy bueno. Me mantuve muy activa durante los 9 meses, caminaba 1 hora diaria siempre que podía, en compañía de mi pareja, Ramón, o de mi inseparable amiga María, y hacía estiramientos de yoga por las mañanas al menos 3 veces en semana. Además, desde la semana 32, use el balón de pilates para hacer rotaciones de cadera y favorecer el encajamiento del bebé. También hice masaje perineal desde la semana 35. Mi preparación no solo fue física, sino también mental. Tenía claro que, si no había complicaciones, quería que mi parto fuese lo más natural posible. Recalco todos estos factores porque, sin duda, me ayudaron el día en que nuestra niña vino al mundo.

Fue el 12 de noviembre de 2014. Justo ese día cumplía las 41 semanas de gestación y tenía cita en el hospital maternal de Granada para hacer la segunda monitorización de bienestar fetal. Mi madre estaba esa noche durmiendo en casa para acompañarme al hospital, ya que mi pareja tenía que trabajar. Sin embargo, no acudimos a la cita.

Me desperté a las 5h con un ligero malestar y no lograba volver a conciliar el sueño. A las 5:30h me levanté de la cama y fui al baño. Tenía retortijones. Eran las primeras contracciones. Volví a la cama, pero no podía estar, tumbada me encontraba peor. Me volví a levantar, Ramón se despertó y empezamos a cronometrar, con una aplicación móvil, la frecuencia de los dolores. Estaba de pie andando alrededor de la cama y cada tres minutos aproximadamente volvían. Cada vez que tenía una contracción apoyaba las manos en la cama y aguantaba el dolor un poco inclinada. Algunas de ellas me producían ganas de ir al baño, y eso hacía. A las 6:30h aquello ya evidenciaba que el parto había empezado y decidimos que Ramón no iría a trabajar. Mi madre escuchó ruido y se despertó, la tranquilicé y le dije que creía que estaba teniendo las primeras contracciones, pero que se quedase en la cama porque quería esperar un poco más en casa antes de ir al hospital. A las 7h el dolor de las contracciones se hacía cada vez más fuerte, y aunque me recuperaba bien entre contracción y contracción, decidimos vestirnos y salir los tres para el hospital.

Desde mi casa hasta el hospital maternal hay poco más de 20 minutos en coche. El trayecto se me hizo mucho más largo. Mientras que en casa podía caminar, inclinarme o cambiar de postura cada vez que tenía una contracción, en el coche, fuese cual fuese la postura que cogiese, me dolía mucho más. A las 8h llegamos al hospital y Ramón y yo pasamos a la consulta de triaje. Estábamos sentados dando mis datos cuando me vino una fuerte contracción y unas ganas tremendas de ir al baño. La matrona que nos estaba atendiendo me dijo que pasase, pero al levantarme de la silla rompí aguas. Estaban teñidas. La matrona me dijo que me quitase la ropa y me pusiese la bata porque ya, estuviese como estuviese de avanzado el proceso del parto, me tenían que ingresar. Estaba en riesgo el bienestar fetal.

Después de cambiarme, en la misma consulta de triaje, me hicieron el primer tacto. Estaba de 7cm. En ese momento noté como se aceleró todo un poco. Indicaron a Ramón como hacer el papeleo del ingreso, este salió e informó a mi madre, que esperaba fuera. Me subieron a dilatación en una silla de ruedas, aunque hubiese preferido ir de pie. Sentada me dolían mucho más las contracciones.

Cuando llegué a la sala de dilatación eran las 8:20h. Allí conocí a las matronas que me atenderían. Se llamaban Mª José, que era muy joven, y Justa. Ambas se presentaron y Mª José se quedó conmigo. Estaba sola, Ramón aún estaba gestionando el papeleo del ingreso. Tenía las contracciones muy seguidas y me dolían mucho. Mª José me preguntó si quería ponerme la epidural, le dije que no. Me trajo un balón de pilates, pero no podía sentarme. Estaba mejor de pie. Me pidió que me apoyase un poco al menos en la camilla para poder hacerme un tacto. No podía, necesitaba de nuevo ir al baño. Estuve allí un rato, al menos 5 minutos. Cuando salí del baño ya tenía ganas de empujar, las contracciones eran muy frecuentes y dolorosas. Me pidió de nuevo que me pusiese en la camilla, necesitaba monitorizar al bebé y hacerme un tacto para ver cómo estaba evolucionando. Lo hice, el bebé estaba bien y yo ya estaba en completa. Ni siquiera fue necesario ponerme la vía. No estuve ni 15 minutos en la sala de dilatación, Ramón no había llegado aún, y ya me llevaban para la sala de partos.

Cuando llegamos al paritorio Mª José acondicionó la camilla para que pudiese estar semi-sentada. Ramón ya estaba allí, conmigo. Apoyé el pie derecho en el soporte plantar y el otro en la propia silla. Había una especie de agarraderas y las sujetaba para ayudarme a empujar en cada contracción. No había pasado ni media hora desde que llegamos al hospital y ya estaba empujando. Notaba que el bebé estaba muy cerca. Entre cada contracción, que ya eran muy, muy frecuentes, recuperaba fuerzas, y bebía un poco de agua. Mª José me ponía compresas calientes en el perineo que me aliviaban muchísimo el dolor. Tanto ella como Justa me ayudaban mucho en las contracciones y me animaban a empujar. Mª José incluso me dejó apoyar sobre su hombro mi pie izquierdo para que pudiese seguir inclinada durante las contracciones. Ramón también. Cuando dolían tanto que gritaba “¡No puedo!”, él me recordaba que sí. Sí que podía. El bebé ya estaba coronando y Justa envió llamar a los pediatras. Dijo que sería conveniente hacer una episiotomía, porque mi periné no daba para más. Dije que no, que, si no era necesario, episiotomía no, por favor. Me avisó que si no la hacían me desgarraría, pero Mª José concluyó: “Cuidemos su periné, confiemos en él”. En la siguiente contracción empujé tan fuerte, que la pequeña no solo sacó la cabeza, sino que salió enterita. Justa me decía “Ahora sopla, sopla...”, pero no pude parar de empujar y aquel empujón fue lo que me desgarró.

Nuestra niña nació a las 9:20h y estaba muy bien. En ese momento recordé que quería donar la sangre del cordón umbilical. Había sido todo tan rápido que ni siquiera había entregado el plan de parto que había estado preparando concienzudamente. Me dijeron que lo debía haber dicho antes pero que de todos modos era pequeño y no se podía. Los pediatras revisaron a la niña para verificar que no había tragado líquido amniótico sucio debido a la expulsión del meconio dentro de la bolsa. En seguida me la pusieron en el pecho y ya no se movió de allí. Ni siquiera me di cuenta de que salió la placenta, fue Ramón el que me dijo: “Mira, la placenta”. Pregunté si estaba bien, si había salido entera, y Mª José me la enseñó.

Las matronas debían coser el desgarro, así que pusieron anestesia local. Me pusieron puntos por dentro, no sé cuántos, y un punto por fuera. Les pregunté si había sido mucho, si habría sido mejor la episiotomía, pero ambas dijeron que no, que era un desgarro pequeñito de grado I, que no me preocupase. Cuando acabaron de coserme, me subieron a una camilla y me llevaron a la sala de postparto.

Ya en la sala de postparto entró mi madre. Estaba muy contenta de haber podido estar conmigo, aunque fuese esperando en el pasillo. Durante el embarazo le había dicho a todo el mundo que no les avisaría hasta que la niña ya hubiese nacido, así que mi madre se sentía privilegiada de haber podido seguir el proceso de primera mano. Yo me sentía muy feliz. Todo había salido muy bien, natural, como yo quería, y me sentía muy agradecida a las dos matronas que me habían atendido. Desde allí le contamos la noticia a todo el mundo y poco después llegó mi padre, que se quedó conmigo mientras Ramón y mi madre iban a desayunar. Estuve allí unas dos horas.

A las 12h ya estaba en la habitación. Se llevaron a la niña para medirla y ponerle los primeros tratamientos y me levanté solita para ir al baño. Las enfermeras me ayudaron con la posición de la niña en la lactancia y ella se agarró muy bien. Había veces que al succionar los entuertos se acentuaban. Pero en general, me encontraba muy bien. Tenía un subidón de adrenalina increíble. Estuve todo el día de aquí para allá con la niña siempre conmigo.

Tengo un recuerdo muy bonito del parto. Aunque duele, duele mucho, es un dolor muy soportable y, sobre todo, temporal. Es pasajero. En cuanto el bebé estuvo en mis brazos ya no lo recordaba. Animo a todas las futuras mamás a imaginar positivamente como será ese momento y vivirlo intensamente cuando llegue. Nuestro cuerpo está preparado para ello, sin duda, aunque personalmente creo que toda ayudita que le hagamos previamente, tanto física como mentalmente, es muy bienvenida.