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El parto de María. El nacimiento de Bruna.

Este relato de mi experiencia de parto me gustaría que fuera un regalo para Bruna el día que decida tener un hijo.

He conseguido ser madre a los 38 años. Y digo conseguido porque no ha sido fácil. Hace más de tres que empezamos a buscar un embarazo que no llegaba, que se hacía de rogar sin motivo. “Estáis los dos bien”. Ahora se llama infertilidad por causa desconocida. Éste fue el diagnóstico con el que comenzó nuestro periplo en el mundo de la reproducción artificial. Una carrera de fondo en la que nadie te asegura que llegarás a la meta.

Y sí, después de muchos intentos, de muchas decepciones, de semanas y semanas pinchándome hormonas y más hormonas, lo conseguimos…

He querido empezar el relato de parto mucho antes, porque para mi es fundamental para entender porqué he querido tener un parto respetado.

Someterse a un tratamiento de fertilidad conlleva un gran desgaste emocional y físico para cualquier mujer.

Socialmente es un tema tabú reconocer que no puedes tener hijos, que eres yerma, que no vales…Personalmente, la medicalización del proceso hace que pierdas completamente el control de tu cuerpo y delegues a la ”ciencia” aquello que no has podido hacer por ti misma.

Por eso, para mi intentar parir naturalmente ha sido la forma de recuperarme por dentro, de reconciliarme con la mujer y la madre que soy, de sanar las heridas, recuperar la autoestima, de enseñar a mi hija que nosotras podemos, como pudieron mi madre y mi abuela, de sentir toda la fuerza de la soy capaz, de renacer.

Sin embargo, intentar un parto natural en un hospital público en Barcelona no es tan fácil como parece.

De hecho, en las clases de preparación al parto ya se habla de las virtudes de la epidural, que seguro las tiene, pero el parto natural aparece como una rareza y no se explica el procedimiento a seguir si quieres optar a ello.

En mi caso, gracias a la asociación Dona a llum, per un part respectat me enteré que podía pedir una derivación a la Maternitat del Hospital Clínic, donde tienen un programa específico de parto natural y una fantástica bañera. Mi comadrona no opuso ninguna objeción y desde la semana 36 de embarazo empezamos a asistir allí a las sesiones informativas.

Recuerdo el buen rollo que supone ver otras muchas parejas como nosotros con el mismo deseo de conseguir un parto respetado, la complicidad entre las madres a la hora de plantear dudas y explicar inseguridades, la visita guiada a la sala de partos; pero también a la enfermera diciéndonos que no sería fácil, que no todas llegábamos, que muchas gritaríamos pidiendo la epidural, que a veces la sala de la bañera podía estar ocupada, que cada parto es un mundo, que nunca se sabe..que..

Para la preparación al parto reconozco que leí todo lo que pude, me hinché de ver vídeos de partos en casa y tuve algunas páginas de Internet de referencia: el parto es nuestro, dona a llum, entre otras; pero llegó un momento en que me bloqueé y empecé a tener miedo de pasarme de fecha, miedo a una cesárea.. Para entonces, me sirvieron los ejercicios de sofrología que aprendí en el curso de la Maternitat y la homeopatía.

A tres días de salir de cuentas y de mi cita para las correas, rompí aguas nada más acostarme. En un momento así, todo lo estudiado y lo sabido se olvida y salta la alarma. El líquido amniótico salía continuamente y decidimos llamar al hospital explicando la situación todo y que queríamos un parto natural.

Desde la sala de partos nos indicaron que lo mejor era que fuéramos para quedarnos más tranquilos.

Una vez allí, tras el tacto de rigor: estaba dilatada de de 2 cm solamente, comprobar que la niña estaba bien y las aguas eran limpias, nos ofrecieron la posibilidad de ingresarme. El trabajo de parto todavía no había comenzado y podríamos esperar doce horas antes de tomar ninguna decisión.

Al insistir en que queríamos un parto natural, nos aconsejaron pedir el alta voluntaria, bajo nuestra responsabilidad, pero recalcando siempre que volviéramos antes de las 12 horas; porque según el protocolo del hospital si a las 24 horas de la rotura de la bolsa no se había indiciado el trabajo de parto habría que inducirlo.

Y sí, volvimos a casa, todavía no tenía contracciones, por lo que decidí relajarme todo lo posible, hacer ejercicios con la pelota, comer alguna cosa y seguir tomando la homeopatía con más frecuencia.

Sabía que la acupuntura puede estimular el trabajo de parto, así que llamé al Cenac, un centro especializado de Barcelona, pero me dijeron que una vez rota la bolsa ellos no podían arriesgarse a ponerme agujas. Eran las cuatro de la tarde, habían pasado 12 horas y seguía sin contracciones.

Decidí entonces contactar con Dona a llum a través del Facebook y preguntar qué podía hacer.

En la horas siguientes, recibí respuestas de muchas mujeres, algunas de ellas comadronas o doulas, tranquilizándome. Leer cosas como que antes o después el trabajo de parto se iniciaría por si solo, que el líquido amniótico se va regenerando, que la estimulación del pezón puede ayudar y que en otros países se espera más de 24 horas para inducir el parto en caso de rotura de bolsa, me dieron la seguridad necesaria para esperar un poco más.

A las ocho de la noche, empecé a tener las primeras contracciones algo dolorosas y con una frecuencia de casi de 5 minutos. Preparamos la maleta y cogimos un taxi para ir al hospital.

Era viernes por la tarde y estuvimos más de una hora esperando en la puerta de urgencias antes de ingresar.

De nuevo me hicieron un tacto, esta vez estaba dilatada de 4 cm, me pusieron las correas para comprobar el estado del bebé y me dijeron que esta vez sí me quedaba ingresada.

Habían pasado unas 20 horas desde la rotura de la bolsa y como era de esperar la ginecóloga de guardia ya nos explicó que lo mejor era ir induciendo el parto con prostaglandinas.

La comadrona intento convencernos de que aunque quisiéramos un parto natural, esta medicación iba a ayudarme a ponerme de parto.

Insistí en esperar un poco más. Si el protocolo era 24 horas como máximo, por qué no podía esperar un poco más. “Mujer, no vamos a ponernos con el trabajo de parto de madrugada, claro”. “Además, ya sabes que hay riesgo para el bebé”.

Al final, conseguí que nos enviaran a una habitación, con la hoja del consentimiento para la medicación preparado para firmar y el aviso de que vendrían a recogernos en un par de horas. “Y si no estás de parto, habrá que inducirlo”.

Una vez en la habitación, nos pusimos manos a la obra con la estimulación del pezón. Y efectivamente funcionaba, a cada roce, que sentía doloroso como casi un arañazo le seguía una contracción fuerte. Éstas ya dolían, eran punzadas intensas.

Sobre las 00,30 subieron a buscarme en una silla de ruedas y volvimos a la sala de partos, pero esta vez a un box con dos camillas y una cortina de separación donde estaban las correas. Por aquel entonces, ya había olvidado en la maleta mi plan de parto y la petición de que quería un control fetal intermitente, entre otras cosas.

Me pusieron unas cintas sobre la barriga y conectaron el monitor. Empecé a tener contracciones cada vez más dolorosas, pero podía respirar y coger fuerzas entre una y otra. Realmente, estaba muy incómoda. Tenía frío, estaba sangrando y escuchaba los gritos de la chica del box de al lado, veía entrar y salir gente con batas verdes y realmente no tenia ni idea de qué iba a pasar.

Con las sacudidas de dolor mi cuerpo se agitaba y un par de veces se desconectó la máquina. Una comadrona que no había visto hasta entonces entraba cada tanto para ver como evolucionaba. Había perdido totalmente la noción del tiempo y no sabía ni que hora ni que en que día estábamos. Según mi compañero pasé como una hora con las correas.

La comadrona me dijo que iba muy bien y que ya estaba muy dilatada. Entonces le pregunté si estaba libre la sala de la bañera, que quería intentar parir natural. Se asombró, de hecho me dio la sensación de que no lo sabía.

Enseguida me levanté, fui al baño, caminaba con dificultad y entramos en la famosa sala. Fue emocionante, habíamos conseguido llegar hasta allí. Parecía imposible y lo habíamos logrado..

Mientras llenaban la bañera entre las comadronas ya empezaba a sentir las contracciones cada vez más fuertes, no me veía capaz de sentarme en la pelota y me ayudé un par de veces de la tela colgada en el techo para aguantar las punzadas. Aquello dolía.

Había una luz tenue indirecta y la bañera estaba iluminada por dentro. Me ayudaron a entrar dentro, las punzadas eran cada vez más intensas, me senté en cuclillas un momento pero el dolor aumentó. Uf, aquello iba muy rápido y cada vez me dolía más.

“Lo siento, pero no puedo estar aquí, necesito salir”. La comadrona me preguntó que del 1 al 10 le dijera cómo puntuaba el dolor que sentía. “Un 7, mentí”. Era un 9 seguro.

Salí de la bañera. Me había olvidado de todos los ejercicios de respiración, de toda la teoría, aquello hacía pupa y empecé a gritar por el dolor de las contracciones.

Busqué la manera de apoyarme para hacer fuerza, primero me puse de rodillas bajo la silla de parto..podía hacer fuerza con los brazos … pero había un espejo en el suelo y me aconsejaron cambiarla. Probé con la ginecológica…infinitamente peor… la espalda me dolía y costaba mucho más hacer fuerza. Al final me di la vuelta y me puse a cuatro patas encima de la silla. Notaba mucho dolor en la vagina y en el ano cada vez que hacía fuerza.

A cada empujón gritaba y gritaba con fuerza. Gritar me ayudaba de alguna manera, era como si me hiciera sacar el dolor, sacar el animal que llevo dentro..

No fui consciente, pero parece ser que alguien entró a la sala alertado por los gritos.

“No puedo, no puedo”. “Si puedes, escuchaba, si ya está casi, venga uno más, mientras notaba una mano caliente y una húmeda y fría en mi espalda. Una de la comadrona, otra de Òscar.

”Es como una hemorroide gigante” les decía...”Que no, que es la niña” se rieron.

No sé cuanto tiempo pasó, para mi mucho, pero se ve no llegó a la media hora. En aquel tiempo estuve prácticamente en trance, dentro del dolor, con los ojos cerrados intentando hacer toda la fuerza de la que era capaz, tenía sed y entre pujo y pujo pedí agua; me dolían los brazos de hacer fuerza, notaba la presión en el ano y la vagina. ¡Ahhhh, ahhh!. “Venga, que se le ve la cabeza, un poco más”, escuché.

Y a Òscar preguntando: ¿puedo grabar?. Nooooooooooooooooo, grité.

“Vamos gordita”, le dije…Y en aquel pujo salió la cabeza. Tuve la sensación de haber defecado, tal cual.

Noté entonces como bajaba la presión y salía un líquido caliente. Después como tiraban y salía el cuerpo. “Ya está, ya está, muy bien”. Escuché como Òscar lloraba emocionado y me la ponían delante…junto a la barriga…qué cosita.

Los tres abrazados unos segundos…Bruna nos olía, nos miraba y el mundo se había parado.

Este relato no hubiera sido posible sin la ayuda, el apoyo y el respeto de Òscar, mi compañero en este viaje. T’estimo, pardalo.

Sin la profesionalidad de Berta e Isabel, las dos comadronas de la Maternitat que me ayudaron en el parto.

Sin el relato sincero y emocionante de los partos de Raquel. Gracias por ser capaz de despertar mi curiosidad..

Y sin el asesoramiento de las mujeres de Dona a Llum.

Barcelona, 12 de febrero de 2014