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El nacimiento de Sofía en el Hospital Severo Ochoa

Hola a todos y todas, padres, madres e hijos.

Quisiera agradecer a todo el mundo el apoyo que los testimonios nos aportan a las futuras madres y padres. Los mensajes y las experiencias nos llenan de esperanza y consuelo. Nos tranquilizan y comprendemos con ellos que la llegada de nuestro hijo al mundo está en nuestras manos, y nos anima a vivir el momento en plenitud, como la experiencia íntima y llena de amor que es. Conocí vuestra página durante el embarazo de mi pequeña y los testimonios de otras madres me animaron a desear tener un parto lo más natural posible, con el mínimo de asistencia no natural.

Desearía contaros nuestra experiencia, el maravilloso momento del nacimiento de nuestra hija, Sofía, la luz de nuestros días. Pues, aunque pueda sonar un poco cursi, en el primer momento en que la vi sentí que todo tenía sentido, todo estaba en orden y la habitación entera se llenó de luz.

Todo comenzó el jueves 10/04/2008. Ese día tenía cita en el Hospital para monitores. Estaba de 37 semanas, y aunque habíamos tenido un pequeño susto con una posible infección de citomegalovirus, todo quedó en eso, un gran y terrible susto, y el embarazo había sido buenísimo. Ese día mi pequeña estaba muy tranquila, cosa poco habitual en ella, pues cuando teníamos tocóloga y/o ecografía daba unas patadas tremendas y se agitaba sin parar, era su forma de decirme que estaba impaciente por que mamá la viera. La prueba de monitores fue normal, aunque la enfermera no paraba de preguntarme si notaba el bebe. Después pasé a la consulta de la ginecóloga, y ahí fue donde comenzaron las complicaciones. La doctora me realizó un tacto vaginal muy brusco, doloroso e incómodo, no paraba de pedirme que me estuviera quieta que me iba a hacer más daño, que me relajara, ¿cómo pretendía que me estuviera quieta si me estaba forzando para tocar la cabeza de mi niña?. Luego comprendí que lo que buscaba realmente era arrancarme el tapón mucoso, lo que logró, adelantándome el parto 15 días.

Desde ese momento Sofía ya no estuvo tranquila, el momento se acercaba pero mi cuerpo aún no estaba listo. Ese mismo domingo tuvimos que acudir a urgencias, estaba expulsando el tapón mucoso y tenía contracciones cada 5 minutos, Ángel estaba muy enfadado, ambos queríamos un parto sin asistencia no natural y sabíamos que por culpa de ese tacto parte de la experiencia se había estropeado. Cuando llegué me pasaron con una ginecóloga muy amable que no me hizo ningún daño, me dijo que estaba de 1cm de dilatación, me practicó una ecografía y puede ver a mi pequeña. Todo iba bien, me pasaron a monitores, y una enfermera me trataba de tranquilizar bromeando conmigo acerca del buen día que hacía.

Me mandaron a casa, pero sabía que no tardaría mucho en volver. El lunes tuve contracciones sin interrupción durante todo el día. Me duché y rasuré, me tumbé del lado izquierdo como recomendaban y las contracciones no pararon. El momento estaba cerca. Ángel ya no quiso separarse de mí, estaba más nervioso que yo misma y no paraba de preguntarme si quería volver a urgencias. Yo pensaba que las contracciones a pesar de ser molestas no podían ser de parto –creía que dolerían muchísimo- y prefería aguantar lo más posible en casa, tranquila pasé el día y llegó la noche. Sofía desde el principio había sido muy activa por la noche, pero siempre había podido dormir durante todo el embarazo, esta vez fue diferente. Me acosté muy cansada y dormí hasta las 3:00, a partir de ese momento las contracciones fueron más dolorosas y empezaron a repetirse irregularmente cada 2-3 minutos, aunque aún duraban sólo 30-40 segundos, y la niña se agitaba en mi vientre. Desperté a Ángel y juntos empezamos a controlar las contracciones, él luchaba contra el sueño mientras yo luchaba por contenerlas y concentrarme en su control. A las 6:00 del día 14/04/08 decidí que ya no podía más, las tenías cada 1.5-2 minutos y duraban 50-60 segundos. Desperté a Ángel que se había quedado dormido otra vez y le pedí que llamará a mi madre para avisarle de que Sofía ya llegaba, y mientras me duché. Recuerdo que lo pasé un poco mal al salir de la ducha, tuve una contracción tan fuerte que me agarre con fuerza al lavabo y temí ser incapaz de dar un solo paso, pero me recuperé muy bien –incluso pude hacer la cama antes de irnos-. Me puse ropa cómoda y cogimos las bolsas que ya había preparado como uno o dos meses antes –siempre temí que mi niña fuera prematura, en la familia de mi madre es muy habitual que los partos se adelanten-.

De camino al hospital avisamos a mi suegra, y mientras Ángel le ponía en antecedentes yo rompía aguas. 20 minutos después pasábamos a recoger a mi madre y a mi hermana que no pararon de animarme, y bromear hasta que llegamos al hospital.

Allí todo fue muy rápido. Mientras mi familia practicaba el ingreso, me pasé a la consulta de la ginecóloga. La que estaba de guardia no era muy amable, pero afortunadamente luego hubo un cambio de turno y así conocí a Loli, que fue mi consejera y un gran apoyo durante el parto, fue mi matrona. Cuando me tantearon, me dijeron que estaba de 3cm y que efectivamente había roto la bolsa, que me quedaba ingresada, el trabajo de parto había comenzado. Me practicaron una ecografía para comprobar que Sofía estaba bien, y ahí estaba mi campeona, en el canal de parto y bastante activa.

Después de cambiarme de ropa y pasar a mi esposo para que recogiera mis cosas e informarle de que el bebe estaba en camino –no parábamos de sonreír llenos de gozo- me pasaron sola a Dilatación 1. Me rasuraron –algo un poco tonto, pues yo ya iba rasurada-, aunque estaba tan feliz de que el momento hubiera llegado que no me importó, me pusieron un enema y me dejaron sola. Me encontraba tan bien que estuve andando por el pasillo, contemplando el amanecer del nuevo día mientras mi hija se habría camino hacia su nueva vida.

A la hora más o menos, llegó Loli junto con una enfermera, me preguntaron por el enema, que tal me encontraba, me palpó para ver como avanzaba el parto, me monitorizó junto con la niña, me puso antibiótico y luego suero, y me preguntó que clase de parto quería. Hablamos del tema y me animó a seguir con mi deseo de un parto sin epidural, ni oxitocina, lo más natural y tranquilo posible. Me ayudó muchísimo y me dio mucha moral el saber que ella iba a estar conmigo todo el tiempo, que respetaba mi decisión y que se iba a ocupar personalmente de que se respetara mi deseo por parte del equipo médico.

A continuación pasó Ángel, y juntos sobrellevamos las contracciones con la habitación en penumbra. Él las controlaba por el monitor y me avisaba cuando estaban terminando, mientras, yo de pie comprobaba que me resultaba mucho más cómodo pasarlas apoyándome contra la cama. Alternaba una fuerte y otra suave pero larga, al principio creí que iban a doler mucho pero luego me di cuenta de que se soportaban bastante bien, lo único que me preocupaba era que estaba muy cansada y temía no tener fuerzas para los pujos, junto con una gran sensación de sed que mi marido paliaba como podía, humedeciéndome los labios con una gasa empapada en agua.

A las 14:00h, ya llevaba 7 horas en el hospital, y parecía ir todo bien. Loli me dijo que aún me faltaban 3cm para los 10cm, y que creía que aún tardaría una o dos horas más, pensó que le daría tiempo a comer y llevarme a paritorio, pero se equivocó. No llevaba 10 minutos fuera cuando me entraron unas ganas enormes de empujar. Ángel avisó a las enfermeras, y enseguida vino una matrona y una ginecóloga. Me dijeron que estaba estacionaria, que la dilatación no avanzaba y para colmo que la niña debía venir con una vuelta de cordón pues en cada contracción le bajaba mucho el pulso. Tenía muy largo el cuello y si empujaba lo iba a llenar de hematomas, y me pidieron que aguantara sin empujar. Me tumbaron y me pusieron un medicamento para ablandar el cuello. En ese momento creí que no podría soportarlo, los pujos me venían con cada contracción y tenía que retorcer la almohada con las manos para tratar de no empujar mientras gritaba con cada fibra de mi cuerpo. Al cabo de 5 minutos llegó el momento en que no pude aguantar más, y con cada pujo seguí mi instinto y empecé a empujar, notaba la cabeza de mi niña encajada entre el ano y la vagina, sentía como ella también empujaba hacia fuera para liberarse. En ese momento la ginecóloga que no me había dejado ni un momento me dijo que estaba saliendo pero estábamos aún en dilatación. Avisó a gritos a las enfermeras y a un celador y casi en volandas me llevaron por el pasillo a paritorio mientras ella se ponía la bata y los guantes. Ángel, que había salido un momento para tranquilizar a mi madre, por poco no llega a tiempo. Cuando me metieron en paritorio, yo misma me subí al potro de obstetra, el pobre celador se quedo muy sorprendido de mi agilidad, pero es que yo no podía esperar más.

Ya colocada, Ángel se situó a mi lado y me sostuvo la cabeza, la ginecóloga me avisó que era necesaria la episiotomía y tras autorizarla me fue dirigiendo en cada pujo, mientras, una matrona seguía controlando mi respiración –ese ha sido el mejor ejercicio de todos los aprendidos en las clases materno-paternales-. En tres empujones salió mi niña disparada, llorando con mucha fuerza –nunca olvidaré ese primer saludo a la vida de su pequeño cuerpo-. La pusieron sobre mí mientras esperaban a que alumbrara la placenta. Su cuerpecito cálido, y sus grandes ojos, se convirtieron en el centro de todo para mí. Sentí muchos deseos de llorar, pero sólo podía acariciarla y hablarle, decirle lo hermosa que era, e intentar tranquilizarla, ya había pasado todo. Ángel estaba muy emocionado y no paraba de besarme y acariciar a nuestra hija. Por fortuna todo había salido muy bien y nuestra hija llegó al mundo rodeada de amor a las 14:45. Mi matrona llegó corriendo a paritorio cuando la ginecóloga había terminado de cerrarme la episiotomía. La pobre mujer, estaba muy emocionada. Me dijo que le hubiera gustado mucho haberme asistido en el parto, que ella creía que la epi se hubiera podido evitar llevándome al otro paritorio, que estaba listo para un parto en cuclillas. La tranquilicé, pues en ese momento entendí que por una vez, en mi caso si era necesaria la episiotomía, pues no había terminado la dilatación cuando Sofía ya estaba intentando salir.

El personal del Hospital Universitario Severo Ochoa, nos atendió estupendamente. El parto fue casi de ensueño, y antes de dos horas después de nacer mi hija yo ya podía levantarme e ir al baño para asearme y miccionar, y lo mejor de todo es que no nos separaron y pude atenderla en todo momento poniéndola al pecho y dándola calor con mi propio cuerpo.

Esta ha sido la experiencia más intensa y gratificante de toda mi vida. Nuestra hija nos ha cambiado completamente, y a mí me ha mostrado que es lo verdaderamente importante de este mundo. Cada vez que la miro doy gracias por lo bien que fue todo, y recuerdo con gran gratitud a todo el equipo médico que me asistió. Felicidades a todos, pues hacen un gran trabajo para velar por todas las mamás y bebes.

Por último, pero no menos importante, decir que la presencia y el ánimo de mi marido, fueron indispensables. Sus caricias, y su conversación, su desvelo durante las 8 horas que duró el parto en el hospital, y todo el apoyo y cuidados que nos ha dispensado a las dos desde ese instante no tiene precio. Si antes de nacer nuestra hija éramos una pareja, ahora somos una familia, y quiero rendir tributo a todos sus esfuerzos durante el parto, recordándole no como el gran ausente sino como otro protagonista más de esta experiencia de vida en un papel no inferior, sino diferente y tan necesario para el nacimiento de Sofía como el mío propio.

Gracias a todos por prestar este espacio para que mujeres como yo, podamos dejar testimonio de nuestra experiencia con la vida.

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