431

El nacimiento de Pilar, parto de Xime

A un mes del nacimiento de mi segunda hija quiero compartirles tal vez no muy bien escrito pero con mucha emoción la historia de mi súper bebé que fue sorpresa para todos.

Estos nueve meses transcurrieron de manera normal con nauseas, vómitos, dolores de cabeza pero sobre todo de espalda, va…de todo mi cuerpo (marcando diferencias todo esto no pasó en mi primer embarazo) pero lo manejé genial, un poco quejosa pero nada más. Aumenté 11 kilos en todo el embarazo sobre los 54 que peso normalmente pero mi panza era grande, llamativamente grande, tanto que cada persona que me veía me decía algo al respecto, era tan redonda como se imaginen (la típica: me decían te tragaste una pelota!), se proyectaba dulce y armoniosamente hacia adelante y era mag-ní-fi-ca. No había día en que no le hablara o cantara a mi bebé. Era una locura por conocerla.

Juro que pensé que se me iba a adelantar el parto por ser el segundo. Pero se acercaba la fecha y no pasaba nada. Tanto subir y bajar escaleras, tantas caminatas, tantas charlas con Pilar diciéndole que nazca cuando ella quiera pero que ya estábamos esperándola, tantas lunas pasaron y nada.

El domingo 27 de Abril me sentí más pesada de lo normal, me vi más hinchada de lo acostumbrado y unas contracciones bastantes incómodas me dieron un entusiasmo nuevo.

Al control con mi obstetra del día siguiente fuimos como un día más, como un control más. Entré sin esperar mucho ya que mi dilatación se estaba haciendo esperar. Luego del abrazo, del saludo y de preguntar cómo está mi familia como lo hacía en cada control obstétrico me dio la noticia que ya tenía fecha para inducirme el parto la semana siguiente que se cumplían 41 semanas. Y quedé como nublada. Durante el tacto sólo pensaba en esa fecha que me había dicho y cuando noté que demoraba lo que fue para mi una eternidad le pregunté “no dilaté nada, no?” se sacó los guantes y me dijo “si, estás en casi 5 de dilatación, tenés las membranas desprendidas y el cuello bastante borrado y en excelente estado. Bueno te vas a quedar internada porque me parece que Pilarcita nace hoy”. Automáticamente se me instaló una sonrisa en la boca. Había dilatado, sí, que maravilloso, pero no me quería quedar. Sentía que todavía no era el momento. Y haciendo caso a lo que me decía el corazón y la razón por conocer mi cuerpo la miré y contesté “me parece que no me voy a quedar, realmente me gustaría irme a lo de mi hermana (que resulta que es mi hermana gemela y es médica) a seguir con mi trabajo de parto allí y después vuelvo”. Me miró medio desconcertada y me dijo “bueno, bárbaro, como vos quieras” y prosiguió a relatarme las señales de alarma para volver a la clínica.

Salimos callados los tres. Estábamos asustados o ansiosos? No sé. Pero les aseguro que mi pareja-amor-concubino-padre de mis hijas Matías, mi hijita-amor de mi vida Emilia y yo teníamos el corazón a mil. Pili estaba llegando. Como era ella? Como eran sus manitas?

El resto de ese día Lunes 28 nos dedicamos a tomar mate, pasear y comer cosas ricas. Pero lo mejor fue que pude pasar esas últimas horas con panza rodeada de familia e inundada con los continuos besos de Emi para su hermanita que ya faltaba poquito para que la conociera.

Ya el Martes 29 en la casa de mi hermana las contracciones se hacían cada vez más presentes. Para distendernos un poco nos pusimos a bailar mi hija, mi hermana y yo. Bailamos y cantamos con música a todo volumen. A puras carcajadas estuvimos. Que mejor que un trabajo de parto sea así, no?. A la siesta ya no podía estar con los dolores. Escuchamos sus latidos, sonaban dinámicos, celestiales, sonaban como una melodía para mí. Mi bella hermana médica, teniendo varios partos en sus manos, se dispuso a controlarme la dilatación. Casi 8. Con un entusiasmo que ni les cuento me bañé, bañé a mi amada hija, me sequé el pelo y me miré por última vez con panza en el espejo del pasillo y partimos todos a la clínica.

Llovía y hacía frío. En la sala de espera quedaron ansiosos mi hermana, mi preciosa hija mayor, mi mamá, mi cuñada y su marido y sus hijos.

A las 22 de la noche del martes 29 ya estaba con la bata celeste ese que deja la espalda y el traste al descubierto y deja el pudor de lado. Feliz, sin creer que en minutos o en horas la tendríamos con nosotros. Acostada y tranquila en posición ginecológica mi doctora me revisa y me expresa sin dudar que “venía una cabeza bastante grande”. Esas fueron sus palabras. Confieso que me corrió un poco de miedito por mi confiado y ansioso cuerpo. Fue lo primero que me dio a pensar de que iba a ser diferente a lo que yo esperaba.

Hasta ese momento cada vez que me daba una contracción cantaba mentalmente una canción que mi hija me enseñó que me trasladaba mágicamente al lado de ella, a su voz y a su carita. Pero para las 12 de la noche ya no podía más, ya no me podía concentrar en esa canción ni en nada, sentía que las contracciones empezaban en las lumbares, descendían por todo mi útero y explotaban en mi pelvis. Un dolor que carcomía. Sentía que no bajaba del todo mi bebé. Sentía que había perdido el control de la situación. Por qué demoraba en abrirse paso Pilar?. Por una milésima de segundo se me cruzaron, mal cruzados, el fórceps y la cesárea por la mente. A la 1 y 15 de la mañana por pedido mío llegó un ángel vestido de azul que trajo su formidable peridural. Y en un minuto ya estaba lista para seguir.

“La cabeza viene descendiendo en asinclitismo, apoyó primero en el labio anterior y lo está edematizando” dijo la doctora a las otras médicas residentes que allí estaban. “Ohoh, esto huele mal” pensé. Pero la doc me miró y con un “dale Xime que podés” y Matías con su “dale gorda que ya se le ven los pelitos” fueron suficiente para mí. Y dejé de pensar y volví a mi estado anterior de sentirme dueña del momento y de mi cuerpo, de apreciar y de estar con cada fibra de mi ser sólo para ella, para ayudarla a nacer, para ayudarnos a conocernos. Y pujé.

Con los ojos cerrados sentí la presión de su cabeza. Luego vino la episiotomía pequeña, insignificante, casi nada comparada a la perfecta y majestuosa realidad que acontecía.

“Tiene el pelo colorado” dijo sumido en lágrimas Matías mientras me sostenía la cabeza. Y salió su cabecita con mi segundo pujo. “Una más Xime” me dijo la doctora y en esa última fuerza que hice, la hice no sólo con los músculos abdominales sino con toda mi alma y todo mi cuerpo y pude percibir tan claramente, tan nítido la salida de sus hombros que me dije “ya está” y mi cuerpo se relajó y sucumbí en un llanto profundo. Sabía que el resto del cuerpo, una vez desprendidos los hombros, sale sólo. Fue tan intenso. Y a la 1 y 48 de la mañana y habiendo estado 279 días adentro mío en 3 pujos se desprendió de mi Pilar, tan angelical, tan natural, tan suave. Las lágrimas me caían a chorros.

Recuerdo en ese momento como una película en cámara lenta ver los cachetes regordetes de mi hija mientras me la ponían encima de mi vientre llena de sangre, calentita y con ese llanto que anunciaba que todo había salido bien. Más que bien.

“Es enorme y divina” me dijo mi doc y todas las enfermeras, médicas y neonatóloga allí presentes se reían y me felicitaban. Juro que jamás olvidaré ese clima de festejo y alegría en que me envolvieron.

Yo seguía besando y acariciando a mi bebé, era tan larga y grande. Lloraba entre risas. Parecía loca. Una locura hormonal del piel a piel, de conocerla por fin, de tenerla entre mis brazos. Y Matías cortó el cordón. Y se la llevaron para vestirla, pesarla y lo demás. A los minutos volvió la neonatóloga anunciando entre sonrisas “es una hermosa bebota de 4.565 kg y 55 cm de largo”. Todas quedamos boquiabiertas. Y yo seguía sollozando y riendo sin poder creerlo. Como entró en mi útero?. Inconcebible. Como pude ayudarla a nacer? Era enorme.

Por supuesto que la ropita que tan amorosamente Matías le planchó y yo le guardé para ese día no le entraron. Así que podríamos decir que el primer atuendo de Pilar fue de una payasita hermosa. Disfrazada quedó mi grandiosa chiquita.

Se prendió a la teta tan perfectamente que al instante de nacer ya éramos una otra vez. Hace un mes que nació y seguimos sólo con leche materna, sólo teta. Y ojalá siga así por mucho tiempo más. Como su hermana mayor que tomó teta hasta los 3 años y logramos hacer 5 meses de lactancia en tándem.

El posparto fue maravilloso, sin dolores, nada pero nada de dolor. Si digo que me tomé dos analgésicos es mucho. Inclusive fue mejor que el posparto de Emilia que pesó 2,900 kg. Y eso que fue bueno también.

No sé cómo tuvo ese peso y ese largo Pilar. Yo no tuve alterada la prueba oral de tolerancia a la glucosa durante mi embarazo. Al primer día de nacida le hicieron controles de glucemia y todo salió normal, yo aumenté sólo 11 kilos durante el embarazo repartidos módicamente así que por ese lado no creo que sea, Matías y yo no somos tan grandotes como para decir que es herencia directa. Familiares obesos tampoco. No sabemos.

Lo que sí sé ahora es del alcance y capacidad asombrosa de mi cuerpo, sobre todo de mi útero y canal pélvico y que parí una beba de 4.565 kg y 55 cm de largo por vía vaginal sin problemas GRACIAS a ella que supo nacer, al equipo médico de la clínica, a mi cuerpo y gracias a Dios.

Y lo que también sé es que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

Y a mi me dio una gran sorpresa perfecta, bellísima y colorada que se llama Pilar.

Espero que sirva a muchas mamás. Fuera miedos y a vivirlo plenamente como debe ser: un momento trascendental en la vida de cada ser humano. Saludos!!