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El nacimiento de Jon- el segundo parto de María.

Como esperando abril...

Eran las 3:30 de la mañana. Otra madrugada más en vela. Llevaba así desde mediados de marzo y ya estábamos a 6 de abril. Aunque las últimas noches había dormido mejor. Y casi ni tenía episodios de contracciones. A ver si no me ponía nunca de parto... Sí, solo estaba de 40+3 pero, como Breixo había nacido en la 39+5 y esta vez llevaba tantas semanas expulsando tapón y con pródromos... se me hacía eterno. Y no ayudaba la familia llamando todos los días... Si tengo otro miento en la FPP. Me sacudo esas ideas de la cabeza. Qué tontería, ¡cómo no va a salir! Recuerdo la conversación telefónica con Mª Ángeles dos días antes. Pienso en lo curioso que me resulta hablar con mujeres "desconocidas" como vosotras. Aunque siempre trabajé con textos de mujeres nunca me había "mezclado" con ellas hasta que fui madre. Algo hizo click. Alguna tripa se me rompió cuando me robaron mi primer parto. Sin él, sin Breixo, sin vosotras, jamás habría tenido la fuerza para llegar hasta aquí, cumplir mi sueño, esperar a número 2 tranquilamente en nuestra casa. No puedo dejar de daros las gracias.

Me levanto al baño. Tengo la vejiga muy dolorida. Hace una semana que noto sobre ella la cabeza del peque. Me paso el día en el baño y ando como un pato, con las piernas abiertas. Aunque, a diferencia del primer embarazo, consigo posturas cómodas para dormir, estoy algo aburrida de estas y otras molestias. Me parece que mi cuerpo ya no aguanta más. Número 2 tendría que estar ya listo para salir. Ay, número 2 para vosotras, Sergio y yo sabemos que esperamos a Jon, no me preguntéis por qué.

Unos días antes me había despertado a las 6 con contracciones y la sensación clara de estar de parto... Me apuré por la casa adelante recogiendo cosas canturreando "sí, sí, sí, el parto ya está aquí". Pero no. A veces me desesperaba un poco, otras me olvidaba de fechas y disfrutaba de la barriga que sabía que echaría de menos... Se hacía duro tanto pródromo.

Como todas las madrugadas, estoy muy despejada. No vuelvo a la cama, no me gusta dar vueltas y tampoco quiero despertar a los chicos. Recojo por casa. Tengo alguna molestia en la vejiga. Va y viene, como si fuesen contracciones, pero no me lo quiero creer. Enciendo la tele, el ordenador, me muevo un poco en la pelota. Eso suele ser suficiente para que cesen las molestias y me entre el sueño. Las horas pasan, esa molestia no. Pero sigo incrédula. A ver si voy a tener ahora una infección de vejiga...

Me doy cuenta de que van a ser las 8. No tengo sueño pero decido acostarme a ver si lo que quiera que sea pasa. Por si acaso, cronómetro en mano, me pongo a contar "quizás-contracciones". Son cada 5 minutos. La duración varía. 25 segundos, 40, 45, 40 otra vez. Sergio abre un ojo. "Qué". "Tengo contracciones, creo, supongo que se me pasarán cuando os levantéis". Es sábado, tienen que irse al mercado toda la mañana. Yo hace semanas que no voy, la silla es muy incómoda y no aguanto allí tantas horas. Además, ya hace que no me apetece salir de casa. Me gusta ese ratito de soledad. Y me ha gustado mucho preparar el nido. Otro de los placeres del parto en casa.

Se levantan, se van... y yo sigo igual. Me ducho, a ver si paran las contracciones, ya sean de útero o de vejiga. Como va a ser que no, decido tirarme en el sofá a ver si consigo dormir. Lo hago a ratitos y así me encuentra Sergio cuando regresa pasadas las dos de la tarde. Breixo está dormido en el coche. Como encima de la pelota, Sergio en el coche con el niño. Las contracciones empiezan a molestar. No puedo terminar el plato. Voy a por la prueba definitiva antes de llamar a las matronas. Me voy a meter en la bañera. Por el pasillo, una contracción que me pone a cuatro patas. Justo entra Breixo y se me acerca para ayudarme a levantarme. ¡Más majo mi niño!

Paso un buen rato a remojo. Las contracciones no cesan pero molestan menos. Sin salir del agua llamo a Marta. Creo que estoy empezando el parto. Tienen como hora y media de camino. Salgo y me meto en la cama. Igual consigo dormir y todo se para. Por la ventana, el campo de castaños centenarios. Sergio entra con una vela en forma de estrella que tenía reservada para el parto. La ha hecho una vecina. Yo había pensado en parafernalia "parto en casa": velas, música, penumbra... pero lo cierto es que no me apetece nada. Estoy contenta con mis contracciones, muy tranquila, no tengo miedo. Estoy feliz, así lo he elegido. Tengo grabadas las palabras de la matrona de mi primer parto. "No se puede venir a parir así María, hay que sonreir". Pero yo no podía. Esta vez voy a reirme todo el parto. Veo muchas veces el reloj, quiero que lleguen ya las matronas. Creo que las necesito para creérmelo.

Sobre las 18:30 oigo ladridos. Ya están aquí y salgo a la sala a recibirlas. Es donde hemos pensado parir. La habitación, con una cama de 2 metros en el suelo, se nos queda pequeña. Comprueban el latido del bebé. Perfecto. A mí me observan, no vamos a hacer tactos. Se quedan. Me daba miedo haberlas llamado demasiado pronto, como en mi primer parto. Llegué al hospital con 1 cm y allí me ingresaron... Todas pensamos que estaré de 3-4 cms. Me aprietan el sacro por si me alivia durante las contracciones pero es al contrario, me comprime más la vejiga y me resulta molesto, igual que el calor sobre ella. Estoy mejor sin que me hagan nada, sola, aunque, al contrario de lo que pensaba, me gusta que estén allí conmigo. Las tres matronas, Sergio, Breixo. Todos allí, no me molesta el ruido ni la luz.

Voy buscando posturas cómodas. Acabo en el sofá, a cuatro patas, con la cabeza sobre el puf. Así descubrimos que tengo línea púrpura. ¡Qué ilusión! Les pido fotos. ¡Quiero fotos de todo! Estoy a lo mío, las matronas me acompañan. Me gusta que estén allí, sobre todo Marta. Sergio y Breixo van y vienen. Algunas contracciones me hacen gritar, no pensé que fuese de gritar pero no puedo evitarlo ni intento hacerlo. Las llevo muy bien así, no me preocupo por diafragmas ni respiraciones. No me siento en "mundo-parto", estoy allí y hago preguntas. Eso sí, pierdo la noción del tiempo por completo. Cada vez que pregunto, han pasado dos horas. Las matronas ponen plásticos por el sofá y el suelo. Por si rompo aguas. Las veo y me lo estoy creyendo. Estoy de parto, estoy en casa.

Tengo náuseas. Casi no bebo nada ni mucho menos como. Pido una diadema para el pelo que acaba puesta en mi frente, a lo indio. Les hace gracia. Mi cuerpo empieza a empujar. La línea púrpura se ha alargado. Me dicen que va quedando menos. Breixo reparte galletas. Se asusta a veces con mis gritos. Solo tiene 16 meses. En cuanto comienza a llorar, su padre y las matronas gritan conmigo, para que crea que se trata de un juego. Levanto la cabeza del puf. Sergio pela patatas. Me río. Está preparando la cena. Todo tan normal, tan como debe ser un nacimiento...

Mi vulva comienza a abrirse en cada contracción, en cada pujo. La bolsa asoma, la toco con los dedos y me encanta. Me emociono. Estoy desnuda. Necesito orinar cada poco por la presión que sigo teniendo en la vejiga. Ya ni voy al baño, simplemente pido que me pongan un empapador debajo. Estoy cómoda, no tengo frío ni calor ni vergüenza. No estoy con extraños, no tiemblo, mi cérvix está blando, al contrario que en mi primer parto. Otro tanto que me apunto y me tranquiliza. Se empieza a ver la bolsa. Jon tiene que estar cerca. Aquí mis recuerdos se confunden, se entremezclan los tiempos. Creo que estoy en expulsivo pero pasan las horas y seguimos igual. "¡Estoy tardando más que Anahí!". Creo que me sugieren cambio de postura y me siento en la pelota. Marta me sujeta por detrás. Tengo un espejo delante y puedo ver cómo me abro. Me encanta. "Pues no me duele nada, estoy empujando y no me duele y tampoco me ha dolido mucho dilatar", le digo a Marta. "Es que estás muy drogada". Endorfinada perdida. Pero sigue pasando tiempo y estamos igual. Avanza la noche. Breixo se ha dormido. Ahora es Sergio quien me sujeta por la espalda. Ellos han ido durmiendo un poco por turnos. Yo no estoy cansada, solo se me seca la boca y tengo ganas de que nazca ya, que tiene que faltar poco, ahora sí, va a nacer aquí, en casa, lo tengo al alcance de la mano. Pero las contracciones son cada vez más espaciadas. De venir cada 5 minutos pasan a ser cada 15. Creo que me hacen un tacto. Estoy de 7 cms. Efectivamente, la bolsa está muy abajo, pero la cabecita sigue en primer plano. Marta me dice que tengo que descansar. Buscamos una postura medianamente cómoda, sentada en el sofá y apoyada en el puf. Marta me hace reflexología y creo que Sergio me pone las agujas de acupuntura. Consigo dormir algo pero, de repente, estoy muy incómoda en esa posición. Vuelvo a las cuatro patas, culo en pompa y sin moverme ya que cada vez que lo hago tengo una contracción. Eva me dice que cambie de postura. "No puedo, si me muevo tengo contracciones". "De eso se trata, sin contracciones no va a salir y en esa postura tampoco, lo estás frenando". Pienso que tiene razón, que debo tener algún bloqueo y estoy huyendo de mi propio parto. Eso sí que no. Asoma una pequeña desconfianza con mi cuerpo. Aún no lo sé pero es la rendija abierta a los fantasmas de mi primer parto...

Creo que voy a la bañera. Me acuerdo de Odent. O el agua para el parto o lo acelera. Pero en mi caso, aún con el agua, sigo igual. Tengo que conseguirlo. Vuelvo a la sala y me quedo de pie apoyada en el mueble. Así me molestan más las contracciones pero me aguanto. Balanceo la cadera, subo y bajo y, por primera vez, empiezo a empujar yo en cada contracción. La vuelva me molesta y hace ya rato que me ponen compresas empapadas en infusión. Recuerdo perfectamente ese olor. Grito más fuerte. Breixo se despierta. No sé cuánto tiempo llevo así pero soy consciente de que las contracciones son cada vez más escasas. Y lo que es peor, empujo sin ganas, sin sentido. Me dicen que me acueste, que tengo que intentar descansar y que es probable que si descanso un poco el parto se vuelva a activar. Obedezco. Forran la cama con plástico y ponen una sábana vieja. Me acuesto con Sergio y con Breixo. Ellas tres se apelotonan, pobres, en una cama de matrimonio.

Son las 6 de la mañana. Nada más acostarme sé con toda seguridad que si me despierto sin cambios voy al hospital. Tumbada me molestan bastante más las contracciones, pero quedan en nada comparadas con los tremendos pujos que siento. Es una fuerza brutal, imposible controlar. Me quedo tumbada y dejo que simplemente suceda, no me muevo. Las contracciones siguen siendo cada 15 minutos. Duermo algo entre ellas. Empiezo a preocuparme. No entiendo por qué mi cuerpo empuja si aún estoy de 7 cms. Algo tiene que estar mal. Temo dañarme el cérvix empujando cuando la dilatación no es completa. Temo lastimar a Jon. Deseo con todas mis fuerzas que la bolsa se rompa, que nazca ya Jon. A él se lo digo, se lo pido.

Me despierto y ya no aguanto más la posición. No me he movido. Estoy tumbada de lado con un cojín entre las piernas. Son casi las 8. Las contracciones son más seguidas. Me levanto al baño. Por favor, que se rompa la bolsa. Que algo haya cambiado. Pero tampoco, me limpio la bolsa, sigue allí y sigue intacta. Voy a hacer una prueba de pujo. Vuelvo a la sala y me apoyo en el sofá, en cuclillas. Empujo pero me doy cuenta de que, de nuevo, han desaparecido las contracciones. Me toco la vulva, no noto nada diferente. Voy a tener que ir al hospital. No me lo puedo creer. Esto no puede estar pasando.

Marta me propone un tacto para tomar una decisión. Cuello edematizado, 7 cms de dilatación, cabeza en primer plano. Irrumpe el fantasma de mi primer parto. Mi cuello está duro, por ahí no puede salir mi bebé. Si por ese motivo mi primer parto fue instrumental, ahora, después de horas en casa, me esperaba una cesárea seguro. Marta me ofrece irse, a ver si, con menos gente, la dinámica vuelve. Ni se me pasa por la cabeza dejar que se vaya. Mi decisión ya está tomada y solo le pregunto qué me van a hacer en el hospital. Ya les estoy entregando el control. Me contesta que me pondrán la epidural para que pueda descansar un poco, que seguro que con eso termino de dilatar y ya veremos... Me pregunta a qué hospital quiero ir. Tampoco se me había pasado por la cabeza elegir. Teníamos Ourense a 20 minutos, por si había una urgencia, pero no era el caso. Lo lógico sería acudir a un hospital respetuoso, y el único de Galicia está a algo más de 2 horas. Dejan entrar dos acompañantes así que le pido a Marta que venga. No concibo que no esté conmigo. También tenemos que decidir qué hacemos con Breixo. Justo lo que yo no quería, tener que dejarlo con mi madre, no tenerlo al lado para recibir a su hermano. Encima, antes del hospital hay que llevarlo a Vigo. Cojo la bolsa que tengo preparada. Fue un error no dejar nada listo para Breixo. Sergio mete cuatro cosas en una bolsa de plástico mientras yo me visto. Me molesta la ropa pero no puedo ir desnuda. Las contracciones empiezan a molestarme mucho y, lo peor, esos pujos bestiales con una fuerza que no sé de dónde sale. Ya no estoy cómoda en ninguna postura porque estoy desesperada. Pienso que no es justo, que he aguantado todo lo que he podido para nada. Me derrumbo y lloro. Marta me dice que me desahogue, que es bueno. Sergio intenta calmarme. Me dice que está muy orgulloso, que lo he hecho muy bien, que no es culpa mía. Yo solo le repito que no suelte al niño si yo no puedo, que no deje que le hagan nada, que no los separen. Por momentos, estoy tan mal que veo imposible subirme al coche. Pienso que sería mejor llamar a una ambulancia, pero sé que me llevaría a Ourense y no quiero. Les pido algún calmante a las matronas, creo que no voy a soportar el viaje, pero no pueden darme nada.

Bajo al coche y no sé cómo ponerme, no me puedo sentar. Espero a Sergio que está sentando a Breixo, medio dormido, en pijama, tapado con una manta. Me lleva hasta el coche de las matronas. Se habían organizado para que yo fuese con ellas hasta Vigo. Lo prefiero, estoy más tranquila con Marta, que es la que sabe, y tranquila también con que Sergio esté con Breixo. En el trayecto, Sergio avisa a mi madre y marcan un punto de encuentro al que la va a llevar la madre de Marta. No sé cómo organizan todo esto, bastante tengo con lo mío. Además de llamar a mi madre llama a la suya, me cuenta después, porque está muy triste, piensa que el parto va a ser como el de Breixo... No me queda más remedio que sentarme de copiloto, ponerme el cinturón y aguantar. Marta me dice que se me pararán las contracciones y es cierto durante un buen rato. Tengo ganas de hablar pero ellas van calladas. Cada vez que Jon se mueve tengo una contracción seguida de un pujo bestial. Echo hacia atrás la cabeza y aguanto como puedo. Marta, que conduce, me ve por el rabillo del ojo y me pregunta si es una contracción. "No sé". Es algo irregular y depende del movimiento de Jon así que creo, o quiero creer, que el parto se ha parado. Pasamos por Ourense, contracción, me pienso si pedirles que paren y acabar ya con esto. Pero sé que Jon será tratado mejor en el Salnés. Aguanto. Llegamos al punto de encuentro. Mi madre, su novio y la madre de Marta se llevan a Breixo. Esto no lo quería. La cara de mi madre es un poema, un "te lo dije". Carla y Eva también se quedan allí, tienen que trabajar en unas horas. Estoy triste. Me cambio, vuelvo a ir de copiloto pero esta vez en nuestro coche. No me pongo cinturón, ya no puedo. Marta va sentada detrás de mí y me toca durante las contracciones. Tiene la mano fría y eso me alivia. Pasamos por Vigo, por Pontevedra, con sus respectivos hospitales, las contracciones por momentos seguidas... pienso en parar pero aguanto. Ya no quiero hablar, solo que me anestesien de una vez y que esto acabe. Solo quiero tener a Jon sano y en brazos. En el coche, suena Silvio pero ni lo oigo.

Segunda parte de la historia...en el hospital

Llegamos al hospital, por fin, sobre las 11:30. No aguantaba más sentada, tampoco de pie, ni siquiera a cuatro patas. Solo me mantiene pensar que pronto me anestesiarán y acabará todo, que queda poco. Tengo un pinzamiento del muslo a la rodilla izquierda que se intensifica con las contracciones. Nunca había estado allí, no tenía pensado este traslado. Entro con Marta mientras Sergio aparca. Es ella quien habla, creo que yo estoy a cuatro patas porque una mujer que espera en la sala me trae una silla de ruedas que estaba abandonada en el pasillo. Me siento, aunque así tampoco estoy cómoda. Marta me lleva a la sala de espera y enseguida tenemos con nosotras a Sergio. Cada movimiento me desespera. Nos llaman pronto a una pequeña consulta. La médica me pregunta pero yo no puedo hablar, le digo a Marta que le explique. Me toman la tensión. Solo quiero que me pasen ya y me duerman. Tenemos que seguir esperando porque están limpiando la sala de dilatación. Bromeamos con que la podemos limpiar nosotros... Paso vergüenza. Estoy sentada en una silla de ruedas en medio de una sala llena de desconocidos que me miran. Intento que no se me noten las contracciones pero es imposible. Me miran y cuchichean. Miradas de condescendencia, caras de pena. Justo lo que no quería, ser el centro de atención. Quiero desaparecer. El tirón de la pierna me mata. No me creo que esto esté pasando. Sergio está en cuclillas delante de mí y aprovecho para apoyarle la pierna, a ver si estirándola me molesta menos. Una señora se nos acerca a decirnos que mejor me apoye en la bolsa (la que llevábamos al hospital, estaba al lado de Sergio). Me sienta fatal. ¡Pero a qué se mete nadie! Tras una espera que se nos hace eterna, oímos mi nombre y una enfermera nos conduce, por fin, a la sala de dilatación.

En un primer momento, hasta que te exploran, solo dejan entrar un acompañante. Ya habíamos decidido que sería Marta y que íbamos a contar la verdad sobre el parto, que no tenemos nada que ocultar. La sala tiene una cama con pinta de poder articularse bastante, la máquina de la monitorización, una mecedora, una bañera, un mueble cajonero y un pequeño baño. Hay ventanas con persianas. La matrona se presenta, se llama Inés. Está con otra más joven, supongo que residente, que, casualidades, se llama María. Inés es muy amable, muy tranquila. Me da un camisón y recoge mi ropa en una bolsa. Marta les cuenta mientras yo me tumbo como puedo. Menos mal que es Marta la que habla, es un alivio no tener que explicarme yo. Ya no estoy cómoda en ninguna postura. Me ponen las correas y veo las estrellas. Tengo la barriga hipersensible y el mero roce me duele. Me las aparto con la mano. María intenta ponérmelas más flojas pero no hay manera de que no me molesten. Los recuerdos en esta fase de nuevo se me entremezclan. Creo que es la matrona la que me explora. Sigo a 7 cms. Pues nada, a ver cómo va la cosa. "¿Pero es que esta mujer se va a ir sin hacerme nada? ¡Quiero mi epidural!". La matrona, muy dulcemente, me explica que no me la pueden poner, porque no he hecho la visita previa con el anestesista. "Me la van a poner sí o sí porque, si no he podido parir en casa, menos voy a hacerlo aquí...", pienso yo. Pero digo: "Es que esta vez no me han dado cita con el anestesista (en Ourense te la administran, si quieres, en el mismo momento del parto), pero me la pusieron con el mayor, ya me vio un anestesista, ¿no vale?". Se van y allí me dejan con mi desesperación. Las correas no registran los latidos de Jon, sino los míos. Marta rebusca en los cajones. Pienso que si entran ahora las matronas y la ven allí revolviendo, la echan, y era lo que me faltaba... Pero parece tranquila. Me pone el aparatito en el dedo. "Se ve claro que eres tú pero no vayan a pensar que está el bebé con bradicardia". Yo estoy taquicárdica. Marta reajusta las correas para conseguir una buena monitorización y que no haya que repetirla.

Al rato, entran las matronas con otra mujer. Es joven y guapa. Lleva el pelo claro recogido en una coleta y gafas. Volvemos a repetir la historia, observan que la monitorización está correcta y la nueva me hace un tacto muy doloroso. No sé si es matrona o gine, supongo que gine porque no tendría sentido que me viese otra matrona. Me dice que me van a romper la bolsa y, si seguimos igual, me pondrán oxitocina. "¿Sin epidural?". "No te vamos a poner epidural, romper la bolsa no duele y la oxitocina tampoco". "Sí que duele, además es que no aguanto, llevo así muchas horas y ya no puedo, tiene que estar mal colocado o algo, no es normal". Todo esto lo digo llorosa, suplicante. Recordarlo me da mucha vergüenza... "Es que la epidural no te la vamos a poner". Qué chula que es la tía... Anda que no me la van a poner, no me pueden hacer cesárea a pelo... Por una vez me pongo en el lugar de mujeres que, por el motivo que sea, necesitan ciertas intervenciones y los profesionales se las niegan. Me pongo al otro lado. "Y tiene la cabeza bien, un poco girada pero, aunque estuviese en posterior es parto, ¡no se hace cesárea por eso!". Empiezo a dudar de que sea gine... Yo sigo suplicando, a mí me van a hablar de parto natural, ¡si vengo de parto en casa! Pero si no se puede no se puede, no quería epidural ni que me rompiesen la bolsa pero, qué le vamos a hacer. Vuelvo a mi preocupación "Es que estoy empujando y le voy a hacer daño al niño que se está dando con el cuello del útero". "¡¿Pero que tonterías estás diciendo?!", me grita. "¿No has visto el monitor? El niño está perfectamente". Se sienta en la cama. "Lo que pasa es que estás bloqueada". Yo estoy completamente desesperada y empiezo a enfadarme. Me veo con este sufrimiento indefinidamente hasta que esta idiota comprenda que tienen que intervenir. Entra Sergio. Me había olvidado de él, pobre, debemos llevar allí casi una hora... "¿Qué tal?", pregunta. "Esta tía, que no me quiere dar drogas", suelto, que es que no filtro. "Oye, ¡no soy una tía!" "Es que no sé cómo te llamas, no te has presentado". "Tienes razón, me llamo Viviana Bidueira y soy ginecóloga". Habla mucho, cuenta que tiene dos hijos, el segundo sin epidural, que le encantan los partos pero que solo la llaman para cesáreas, cree que el mío va a ser niño... Muy bonito todo pero qué me podéis poner que, de verdad, no aguanto. Dopamina y haloperidol. Muy bien, eso mismo. Marta me mira raro pero yo me hago la loca. La gine se va. Inés me rompe la bolsa. Siento las aguas salir y ni miro ni pregunto porque sé que son claras. Huelo, por fin, líquido amniótico. María me coge una vía, mientras Inés me anima a meterme en la bañera. Marta también. Creo que por no oírlas y por aquello de probar todo, accedo al agua. "Me dejan meterme en la bañera con la bolsa rota... bueno, ellas sabrán...". Todo para que cuanto antes se den cuenta de que me tienen que anestesiar. Ahora me llevo las manos a la cabeza. ¡Qué tonta fui! ¡Cómo desaproveché disfrutar de esos momentos! Claro que ahora es muy fácil de decir... "Pero no me puedo meter con la vía". "Sí, sí, sí puedes". Inés llena la bañera mientras Marta me pregunta si estoy segura de querer esa medicación. "Mira que tienes que dejarte llevar, si no, lo vas a pasar mal, no puedes intentar controlar". No entiendo nada, pero que me lo pongan primero y ya veremos cómo me las arreglo después...

Entro en el agua. Inés me enciende dos velas, muy "kit parto en casa" pero, para mí, innecesarias. Baja las persianas y ahí ya no me aguanto. "No hace falta, no me molesta la luz". "Si quieres las vuelvo a subir", contrariada. "Deja, deja". Pobre, con las molestias que se toma y yo tan borde... Se van. Por qué demonios no me han puesto la medicación... Sergio hace un par de fotos. Marta me aprieta el punto de la pierna que provoca contracciones y vaya si funciona. ¡Capulla! No le vuelvo a acercar una pierna... Y, hablando de piernas, el pinzamiento que tengo en la izquierda se intensifica al flotar en el agua, además empiezo a tener frío. Salgo. Inés me trae zumo de melocotón.

Intento encontrar la postura en la cama. Voy de un lado a otro como fiera enjaulada. Pierdo la toalla y no me importa, tampoco quiero camisón. Completamente desnuda delante de desconocidas, es una deshinibición inusitada para mí... Sé que voy al baño. Estoy muy incómoda también en el váter. María viene a ofrecerme flores de Bach. Casi la mando a paseo. A mí con flores... "Somos terapeutas florales", le digo, pa chula yo. Estoy muy enfadada, contesto mal. No sé si antes o después de esto estoy en la cama cogiéndole la mano a Marta y suplicándole que haga algo por favor, que consiga que me anestesien ya, que no puedo más. ¡Dónde están esos malditos calmantes! Estoy desesperada, descontrolada, fuera de mí... "Ya verás cómo te compensa no ponértela", me susurra Marta. No me entiende. Mi última esperanza: Sergio, "Sergio, por favor, haz algo, ayúdame, tienes que decirles que me pongan la epidural", suplico. Él pone cara rara. Semanas después me recuerda que le había explicado que era probable que en alguna fase del parto suplicase la epidural. Su trabajo era impedir que me la pusiese... La deshinibición, el enfado... igual estaba más de parto de lo que pensaba. "Te puedo poner las agujas". Sí, eso, agujas, golpe en la cabeza..., lo que sea pero ya y, por si no es suficiente, grito como una perra herida en cada contracción, que vuelven a ser relativamente frecuentes, como cada 5 ó 3 minutos. "Sergio, no voy a tener más hijos", le digo muy seria. "Dale una semana", dice Marta con una sonrisa. "Que no, que no, lo digo en serio".

Creo que me ofrecen la pelota pero ni se me ocurre. La silla de partos. Apoyo los antebrazos y la cabeza. Estoy a cuatro patas y me tiemblan las piernas. Tengo unos pujos bestiales totalmente involuntarios que me dejan sin respiración. Es una fuerza animal, brutal, desmedida, salvaje. María se empeña en ponerme las correas. Me duele horrores, me aprieta la barriga, ni espera a que pase la contracción la muy... Empiezo a llorar. Sufro como en mi primer parto, recuerdo el comentario de la matrona, "María hay que sonreír" y no puedo evitar decir que "esto es una pesadilla". ¿En qué momento se ha convertido mi parto en esto? No se puede recibir así a un bebé...

Supongo que las matronas empiezan a preocuparse por mis gritos. Entran con la gine. Inés trae la medicación. Yo estoy de culo a la puerta. "Pero si está empujando". "Esta tía es gilipollas" (me he vuelto muy mal hablada, al menos no lo he dicho en alto...). "Llevo así desde las 6 de la mañana...". Viviana quiere que me tumbe para un nuevo reconocimiento. Estar acostada me mata. El dolor sigue siendo en la vejiga y aledaños. "No puedo". "Venga, que te tengo que ver, es un momento". Me va a meter la mano y, de un tirón, se la aparto. ¡Premio de agilidad para la parturienta! "Yo así no puedo hacer nada", le grita a la pobre Inés. Marta, martavillosa, en todo momento a mi lado, me susurra al oído. "María, déjate ver, aguanta un momento, es ella la que decide si te ponen epidural o no". Marta salvó mi parto. Si no llega a estar, si no llega a actuar de mediadora entre ellas y yo... no sé cómo hubiésemos acabado. Solo confiaba en ella y en sus palabras porque no era cualquier desconocida. Obedecí. Aguanté.

Estoy convencida de que sigo igual, de que no ha habido ningún avance, no he notado ningún cambio. Inés me pone buscapina. Viviana mete la mano. Estoy en una contracción y me duele horrores. Grito. "Si está casi en segundo plano". Debo estar casi en completa. Me hace muchísimo daño. "He rechazado el útero". Después me lo explicaron con la metáfora del jersey. Ha hecho que la cabeza termine de pasar por el cuello cisne. Por mucho que diga que el cérvix no duele porque carece de terminaciones nerviosas... ¡y una mierda! Pero no hay dolor sin chute de endorfinas y, en este caso, ha sido un chutazo. Empiezo a notar una fuerza como si de una bofetada me hubiesen devuelto a mi cuerpo. Es él quien toma el control. Me dejo doler, no me encojo ante el dolor, lo busco, me enfrento a él, me entrego. Es como no retirar la mano del fuego que te la abrasa. Esto es parir, no tener miedo.

Creo que fueron cinco contracciones de expulsivo, aunque probablemente no en este orden. "Mira, está aquí la cabeza". Sí, los cojxxxxx. Estoy que muerdo, que gruño. Sergio y Marta se "asoman". "¡Que sí, que se ve la cabeza!". Me ponen un espejo. ¡Nomelocreonomelocreonomelocreo! Y entonces ahí está, un círculo de pelo moreno, una cabecita pequeña y apelotonada. La cabecita de Jon. Jon está naciendo. Inés me quita la buscapina, "te ha pasado un suspiro" y trae el carrito del material tapado. Me creo por fin que ya está aquí. Me vengo arriba. Menos mal que no supe que eran las tijeras de episiotomía y no las pinzas del cordón que yo pensaba... Me animan a empujar y lo hago, ahora sí soy toda a una, me concentro toda yo en ese trocito de cabeza que se abre paso, la veo ascender antes de cerrar los ojos, pues empujo así, mi cuerpo empuja sin ver, la cabeza hacia atrás. "Cógete las rodillas". Casi no puedo, me duele doblar las piernas. Las contracciones, los pujos, siguen siendo cada 3 ó 5 minutos. Viviana se ha sentado al borde de la cama. "Apoya el pie en mi pierna mientras descansas, mira qué bien, aún puedes descansar entre contracciones". Y entonces irrumpe otro fantasma de mi primer parto: "¿Puedo ponerme de pie?". Mejor parir en vertical de toda la vida. Estoy convencida de que Breixo hubiese nacido sin ventosa si me hubiesen ayudado a incorporarme. A ver si Jon no va a salir por estar sentada... Se hace el silencio. Parece que me hubiera vuelto loca. Viviana le pregunta a Inés si puedo. Las matronas coinciden en que mejor no moverme ahora. "¡Cómo ibas a cambiar de postura con la pelvis abierta!", me dijo después Marta. Yo qué sé, en ese momento me sentía capaz de hacer el pino-puente. "Ahí viene otra, vamos", les digo. "Mira la que no podía", se ríe Inés. Y vuelvo a empujar. María me dobla la pierna derecha y duele. No se qué me hace Viviana pero me está doliendo muchísimo. "Para, me haces daño", grito, grito como nunca en mi vida. Después Sergio me dice que lo único que hacía era mantener separada la vulva, supongo que proteger el periné. "No dejes que vuelva a meterse", grito. Una tontería. Podía haber aguantado unas contracciones más para que saliese el solo. La cabeza está fuera, Viviana se ocupa de los hombros. Todos me animan, están muy emocionados. Yo grito, grito por todo lo que no grité en mi vida. Noto una grandísima presión entre las piernas. Nada de aros de fuego ni de "me parto me parto", solo una presión, una fuerza acoplada a mi pelvis, a mi cuerpo, el cuerpo de Jon atravesando el mío. Y otro empujón, me duele pero me gusta, es muy intenso. Una sensación que repetiría todos los días. Las palabras pálidamente reflejan este momento. Y empujo, y es una fuerza que concentra a todas las mujeres humanas que parieron antes que yo, a todas las mamíferas madres, hijas, en una conexión telúrica, mágica, una tribu, una cadena invisible que me pone en deuda con todas las mujeres del mundo. No es dolor, es vida. Sale propulsado Jon en un último pujo.

Huelo mamífero. "¡Es un niño!", exclama Viviana. Estiro los brazos para recibir a mi hijo. Lo pego a mi pecho, resbaladizo en vérnix, caliente, indescriptible, el pelo manchado de líquido amniótico. Pestañas cortas y rubias. Manos estiradas, arrugadas, muy blancas. El cordón umbilical, dentro y fuera de mí. Lo veo, lo acaricio, lo toco una y otra vez. Son las 15:10, solo han pasado tres horas, perdí completamente la noción del tiempo. Le doy las gracias a Viviana. "Yo no he hecho nada, has sido tú". Se va tan discretamente que no me entero. El cordón deja de latir en un suspiro. Lo toco. Es como esperaba. Lo corto yo. Inauguro a Jon para el mundo. Bienvenido, hijo. Todo el meconio en sus piernas y mi barriga.

Me revisan. Tengo un poco colorado abajo, en la horquilla. Ni desgarro ni puntos, como si no hubiesen salido por ahí 3 kg y 51 cms de bebé. Inés me pide que sople. Falta la placenta. No recuerdo tener más contracciones. Les digo que esperen, es pronto, tiene tiempo de salir. Pero me siguen atosigando con el tema, ahora que no puedo apartar los ojos de Jon. Marta me explica después que si en media hora no ha salido tienen que intervenir. Protocolo, si es que estamos en un hospital. La placenta sale. Le falta un trocito de membrana, suponen que estará en vagina pero deben asegurarse. María hurga, después Inés. Duele. Me aprietan. Hay sangre en sus guantes. Por fin terminan y veo mi placenta, le hacemos fotos. No dejan que me la lleve, quería enterrarla en el campo de castaños de Morgade, la aldea donde hace casi 50 años que no nace un niño. Pregunto si me puedo ir. Nunca he estado tan bien. Diosa todopoderosa.

Nos dejan a solas. Sergio va a comprar bocadillos. Llevo 24 horas sin comer pero no tengo hambre. Aún así pido chocolate, que estamos de celebración. No puedo apartar los ojos de Jon.

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