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El nacimiento de Javier en casa

El 10 de marzo del 2014 cumplí un sueño. Este sueño empezó a gestarse tres años antes, cuando “me robaron”, porque yo lo permití, el parto de mi primer hijo, Alejandro.

Poco tiempo después de tener a mi hijo Alejandro, contacté con el grupo de apoyo a la lactancia de mi localidad, y allí escuché por primera vez el término “parto respetado”. Poco a poco me fui dando cuenta de que mi primer parto no lo había sido. Tenía claro que si tenía otro hijo lucharía con todas mis fuerzas para que todo fuera diferente. Y así fue. Mi segundo hijo, Javier, nació en casa. Tardé bastante en decidirme, hasta la semana 38 de embarazo no lo tuve del todo claro, pero ya a partir de ahí no dudé ni un momento que esa decisión era la acertada. Me costó mucho desaprender tantos y tantos mitos que rodean a los partos y darme cuenta de que un parto no es algo “peligroso” ni que haya que temer.

El parto de Javier fue un parto rápido, fácil, apenas doloroso e íntimo….tanto, que casi no le da tiempo a la matrona de llegar. Llegó cuando ya estaba empujando, porque MI CUERPO así me lo pedía, es increíble cómo el cuerpo SABE lo que tiene que hacer en cada momento, nadie me lo tenía que indicar. A la matrona sólo le dio tiempo de ponerse detrás de mí junto a mi marido y al poco tiempo nació Javier. Recuerdo que me dijo que lo cogiera de la alfombra, pero de los nervios le dije que no podía…hasta que ella me lo entregó. Lo primero que pensé es que tenía unos testículos enormes, porque desde mi postura a cuatro patas fue lo primero que le vi antes de darme la vuelta y cogerlo de las manos de C., mi matrona, un cielo de persona y una profesional como la copa de un pino.

Nos acomodamos en el sofá, y allí me quedé en vela con Javier pegadito a mí debajo de la bata lo que restaba de noche, hasta que mi hijo mayor se levantó por la mañana y su padre lo trajo en brazos al salón, el mismo sitio donde parí y donde aún nos encontrábamos. Nunca olvidaré la cara de mi hijo Alejandro cuando vio a su hermanito, cara de sorpresa total…con lo que Javier se había hecho esperar…

Y tanto que se hizo esperar, nada menos que… ¡42 semanas más 4 días!. Así que, mientras el parto resultó muy fácil, la espera no lo fue tanto. Si volviera a parir de nuevo no le diría a nadie la fecha probable de mi parto, al menos no les diría el día exacto que los médicos consideran. Porque pasada esa fecha hay muchas preguntas de la gente cercana, preocupación, consejos bienintencionados, y eso se une a la ya lógica preocupación que tiene uno. Mi madre siempre me dijo que ella se retrasó con los dos partos que tuvo, en uno de ellos veintitantos días. Yo siempre pensé que quizás no se acordaba bien o no habían llevado bien la cuenta. Pero ahora sí creo que pudo ser posible.

Poco antes de cumplir la semana 40 de mi segundo parto me fui a casa de mi madre, en Roche, una urbanización que hay cerca de Conil. Me fui con mi hijo Alejandro, que ya tenía 3 años recién cumplidos. Mi marido se quedó trabajando en Algeciras, como a una hora de camino, esperando que yo le avisara a la más mínima. Había decidido parir en casa, sí, pero no en la mía, sino en la casa de campo de mi madre. Preferí no decirle nada a mi padre, ni a la familia de mi marido. A mi madre sí, claro, para eso iba a parir en su casa. Ella me apoyó totalmente en esta andadura.

Pasó la semana 40. Cada vez tenía más molestias y dolores, pero no acababa de arrancar. Mi marido, ya pasada la semana 41 de embarazo, se pidió días de permiso y se vino conmigo a Roche. Nos dedicamos a dar largos paseos, y de vez en cuando, nos íbamos a Cádiz a ver a la familia y amigos, así nos distraíamos un poco. Me habían dado cita para ir a monitores al cumplir la semana 41, pero no acudí. Yo sabía que mi bebé estaba bien, que allí me darían cita para una inducción antes de cumplir la semana 42, y no quería.

Recuerdo especialmente una tarde noche paseando por la playa de Cádiz con mi marido y mi hijo Alejandro que venía con su bici….aún era una dulce espera, aunque tenía momentos en que le daba vueltas a qué pasaría si llegaba a la semana 42 sin haber parido. Lo hablábamos a veces, pero no teníamos claro qué haríamos llegado ese momento.

No paraba de pensar que después del largo camino recorrido para llegar hasta allí, sobre todo mental, y algunos obstáculos más que tuvimos que superar, mi “sueño” no iba a poder cumplirse y que, para colmo, me esperaba otra inducción.

Hablé con C. de nuestros miedos y me recomendó que tomara unas infusiones, paseara mucho, le indicó a mi marido algunos masajes, le enseñó a escuchar el corazón de Javier, etc, etc

Los paseos con mi marido, aunque casi no podía con mi alma, continuaban. En muchos de ellos me ponía a subir y bajar las escaleras de la playa. Todos los días escuchábamos el corazón de Javier, lo cual nos tranquilizaba bastante. C. me dijo que yo era una embarazada muy sana, que no me preocupara, que ella no pondría en riesgo la vida de mi bebé. Esas palabras me tranquilizaron mucho, fueron como un bálsamo. Pero también me dijo que podía ser que yo estuviera bloqueada y necesitara “soltar” todo lo que tenía dentro, que quizás eso ayudara a que se desencadenara el parto. Según ella me podría ir bien ver a una terapeuta que me ayudara, y me dio el nombre de una que ella conocía.

El día antes de cumplir la semana 42 C. vino a vernos y nos dijo que si lo teníamos claro ella nos daba unos días más de margen.

Y así llegamos a la semana 42 de embarazo. Ese mismo día fui a hacerme una ecografía por lo privado, lo necesitaba para poder afrontar la espera que me quedara. Le dije al ginecólogo que estaba de 41 en vez de 42 porque yo solo quería saber que mi bebé estaba bien, no tenía ganas de escuchar consejos, ni tampoco de que intentara alarmarme. Bastante tenía yo ya conmigo misma, no era necesario nada más. Se extrañó al saber que estaba ya de 41 y que en vez de haber ido a monitores estuviera allí para hacerme una eco, me dijo que no era habitual.

La ecografía salió perfecta, mi niño estaba muy bien, le vi la carita, me dijo que tenía suficiente líquido y que todo correcto. Creo recordar que me dijo que ya pesaba 3,440 gramos. Salí de allí pletórica, era lo que me faltaba para seguir “tranquila” con mi embarazo. Además así, al preguntarme los conocidos y familiares, les decía que acababa de hacerme una eco y que todo estaba bien. Eso ayudaba a calmar los ánimos y a mí me servía de “excusa”.

Acudí también a mi cita con la terapeuta. Estuve allí una hora y me harté de llorar. Me desahogué bastante, que era de lo que se trataba.

Pedí cita también con un matrón de Algeciras que hacía unos masajes en los pies tras los cuales aseguraba que te ponías de parto en las siguientes 24 horas como mucho. No funcionó.

La suerte estaba echada, solo me quedaba esperar lo más tranquila posible hasta la nueva fecha que me había dado C. para que se produjera el parto, que eran unos cuatro días más pasada la 42. Creo que ella hubiera esperado lo que hiciera falta si todo seguía bien, pero como me veía con miedo me iba dando plazos. Además venía a verme siempre que se lo pedía.

Me dio algunos consejos más, como que me diera largos baños y me masajeara los pezones. Como último recurso me dijo que el último día bebiera un poco de aceite de ricino. Me harté esos días de infusiones, chocolate negro, baños con masajes en los pezones, sexo a diario, paseos y más paseos….hasta que llegó el último día y mi marido me preparó el aceite de ricino. Lo tomé sobre las 7 de la tarde. Antes de hacerlo me sentí rara, estaba como desganada, sin apetito ninguno. El caso es que me lo tomé y confieso que no confiaba mucho en que diera resultado, pero tenía que intentarlo. Al cabo de unas dos horas me entraron lo que yo pensé eran retortijones. Sobre las 22,30 dormí a Alejandro dándole el pecho, los retortijones aún eran suaves. Luego, al rato, mi madre se acostó, no sin antes preguntarme preocupada si me encontraba bien. Le dije que estuviera tranquila, que no estaba de parto, solo con retortijones a causa del aceite de ricino. Sin embargo, mi marido, cuando ya mi madre se acostó y nos quedamos solos, se puso a cronometrarme cada vez que me quejaba y empezó a decirme que quizás eran contracciones. Yo le dije que no.

Pero “las contracciones” que yo tanto negaba, fueron aumentando en intensidad y frecuencia, tanto, como las ganas de ir al váter. De repente escuché un “clic” que venía de mi pelvis, había escuchado cómo se “abrían” mis huesos, me pareció alucinante. Ahí ya no lo dudamos más y decidimos que era mejor llamar a la matrona.

Así lo hicimos. Mi marido buscó su número y llamó un par de veces, pero no conseguimos hablar con ella. Nos pusimos un poco nerviosos, y seguimos intentándolo. Mientras, fuimos poniendo empapadores por el salón, sofás, etc. Al rato nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado de número, teníamos dos números de C. y estábamos llamando al antiguo. Era muy tarde ya, las 23,45, volvimos a llamar y por fin conseguimos contactar.

Cuando le contamos, nos dijo que aún no vendría porque yo estaba empezando y aún me quedaba. Después de colgar me vino una contracción muy fuerte. Me di cuenta que estaba sangrando y pensé en C. y en que quería que estuviera conmigo ya. Al salir del cuarto de baño le dije a mi marido que volviera a llamarla y le dijera que viniera.

A él le dio un poco de apuro volver a llamarla tan pronto, pero urgido por mí, lo hizo. Dijo que vendría enseguida. Su casa está como a unos doce minutos en coche de la de mi madre. Cuando colgó eran las 12 y media aproximadamente.

A partir de ahí, todo se precipitó, las contracciones eran cada vez más dolorosas y seguidas y yo pensé…madre mía, si estoy empezando sólo, cómo es que no puedo pasear despacito, ni caminar hasta la ducha para darme agua calentita que me alivie, ni….No me veía capaz de dar un solo paso. Lo único que me pedía el cuerpo era empujar. Se lo dije a mi marido, y recuerdo que él me dijo: “¿es pronto para empujar no?¿ no dicen que es malo empujar antes de tiempo?”, pero yo no podía parar de empujar, era lo que me pedía el cuerpo y me puse en una esterilla de yoga en el suelo delante del sofá con la cabeza y manos apoyada en él y me quedó claro que lo único que podía y debía hacer era empujar.

Por fin C. llegó (tardó un poco en llegar por un problemilla que tuvo con la puerta del garaje, eso lo supe más tarde) habló en la puerta algo con mi marido y se fue directa a la cocina. Sólo por mi forma de respirar supo que ya estaba en el expulsivo. Luego se puso junto con mi marido detrás de mí en la esterilla. Recuerdo que los dos me animaron, me apoyaron y acariciaron. Creo que hasta que no los sentí detrás animándome a los dos no me di cuenta real de que ya estaba a punto de terminar y de poder verle la carita a mi bebé…con lo que se había hecho esperar…

Las contracciones eran bastante dolorosas, pero soportables, y me daban un poco de respiro entre una y otra. En una de éstas empujé y salió la cabecita de Javier con su manita pegada a la cara. C. me tocó por la zona y recuerdo que eso me molestó y le dije que quitara la mano. Nunca se me olvidará que Javier lloró ahí ya a medio sacar, y luego, dos contracciones después, empujé con todas mis fuerzas, (con demasiada), y Javier salió “disparado”. Era la 1,45 de la mañana. Por fin lo tenía en mis brazos…casi no lo podía creer…Enseguida me tumbé en el sofá y me lo puse al pecho.

A los veinte minutos o media hora más o menos, se lo di al padre para intentar empujar y expulsar la placenta. Me resultó bastante fácil y salió pronto. Luego C., con mucha delicadeza, me cosió unos cuantos puntos por el desgarro que sufrí al empujar tan fuerte y por la manita en la cara que traía mi hijo.

Finalizado todo y después de pesarlo, nos quedamos solos con Javier. Recuerdo que mi madre estaba también por allí. Ahora mismo no sabría decir cuándo llegó ella, lo único que se es que no apareció hasta que ya había nacido, discreta que es ella, aunque había estado despierta y un poco preocupada escuchando desde su habitación.

Me tumbé de nuevo en el sofá con Javier encima mía y mi madre y mi marido cerquita. Al rato, él se fue a descansar con Alejandro. Estaba sorprendida e impactada de lo fácil que había sido. Mi cuerpo, como dije al principio, sabía lo que tenía que hacer y cuándo empujar, nada que ver con mi primer parto.

La espera, los nervios, y el miedo en algunos momentos habían merecido la pena. El recuerdo que me queda de aquellos días es sencillamente maravilloso: paseos matutinos por la playa, aquellas subidas y bajadas de escalera para ver si se decidía a bajar, aquellas escapadas a Cádiz para desconectar, aquella incertidumbre, expectación, temor, aquel sentirme cuidada y arropada….son cosas que no olvidaré mientras viva.

PD: A mi madre: gracias por “prestarme” tu casa, por superar tus miedos, tus dudas, y confiar en mí. Nunca lo olvidaré. Te quiero mami.

A mi marido: gracias por haber estado ahí a pesar de las dudas, apoyándome, brindándome tu compañía, sin presionarme en ningún momento, confiando a pesar de nuestros temores mutuos, escuchando el corazón de Javier cada día sin falta un día, otro día, y otro…

A Alejandro: gracias por abrirme los ojos y revolucionar mi vida y mi pensamiento.

A mi amiga Amparo, por confiar en mí y trasmitirme que “YO SÍ PODÍA”.