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EL NACIMIENTO DE GERARD

Ya hace ocho meses que Gerard está a este lado de la piel y el recuerdo de su nacimiento todavía me estremece. Gerard es nuestro segundo hijo. Llegó a nuestras vidas después de unos meses de búsqueda, entre el deseo, la inquietud y la sombra del miedo. Después del nacimiento de su hermana mayor supimos que soy portadora del síndrome de X frágil, una condición genética relativamente frecuente aunque ampliamente desconocida y, con frecuencia, confundida con el autismo. Y ese mismo día empezó nuestro dilema de si nos arriesgábamos a darle un hermano a Martina o nos conformábamos con la suerte que habíamos tenido. Y el amor que nos quedaba por dar -y recibir- pudo más que el miedo.

Supimos que Gerard estaba en camino a principios de noviembre y yo, en cuanto lo supe, me sentí invadida por una especie de energía, algo me decía que mi hijo iba a estar bien, que la suerte volvía a estar de nuestro lado.

Aún así, las primeras semanas fueron duras. Decidimos mantener el embarazo en secreto hasta que una biopsia de corion nos confirmara lo que mi intuición ya me decía. Fue difícil ocultar barriga -es verdad que la del segundo se nota antes- y náuseas a todo el mundo, disimular el asco en las celebraciones de Navidad y mantener la sonrisa con el ansia de que los Reyes Magos me trajeran el mejor regalo que podía desear. El 7 de enero nos biopsiaron. Nos esperaban 72 largas horas de reposo absoluto, con una niña de dos años y siete meses que quería jugar con mamá a toda costa... Fueron tres días de mucha soledad, pese a la compañía de mis hermanas y confidentes, muchas horas tumbada en el sofá pensando, deseando que llamaran del hospital para darnos los resultados. El 14 de enero, una semana antes de lo esperado, llamaron. Mi pareja y yo salimos corriendo del trabajo (trabajamos juntos) al hospital para recibir la mejor noticia posible: nuestro bebé no solo había escapado del SXF sino que tampoco era portador. Era un niño absolutamente sano.

Empezamos a pregonar la noticia con una inmensa alegría. Llamamos a nuestras familias y amigos más cercanos para contarles que esperábamos un nuevo miembro en la familia y se lo dijimos a su hermana, que aún no lo acababa de entender. Y empezamos (más bien empecé) a pensar en el parto...

El parto de Martina fue una inducción/lote completo que acabó en ventosa a las 41+5 SG. Me libré de la episiotomía porque me negué a ella, a gritos, bajo amenaza de un desgarro que no se produjo. Deseaba un parto de mínima intervención y me llevé lo opuesto con los comentarios añadidos de 'las dos estáis bien, da gracias' que me hacían sentir mala madre por estar enfadada con nuestra historia. A Martina le debo el empeño y el coraje para darle a su hermano un nacimiento mejor. A mi hermana Marga y a mi ahijada Tonina, su apoyo y su silencio. Guardaron el secreto para no fastidiar nuestro planes puesto que las tres sabíamos que difícilmente encontraríamos más apoyo en la familia. A mi pareja, Damià, le tengo que agradecer infinitamente que se dejara 'convencer' tan fácilmente, que me acompañara en este camino siempre a mi lado, apoyando todas mis decisiones y ayudándome a encontrar a las maravillosas mujeres que nos acompañarían para recibir a Gerard.

Y llegó el día. Después de un embarazo duro, con náuseas hasta la semana 32, un verano horrible por el calor y 41 semanas y dos días de embarazo -soy mujer de embarazo largo, por lo visto- llegó el gran momento.

El sábado 25 de julio pasé la tarde con Martina en casa de una amiga. Damià trabajaba y yo no tenia ganas de estar metida en casa y aburrirme. Ella estaba embarazada de 31 semanas y también iba a parir en casa. Los niños jugaban y nosotras hablamos de partos, lactancia, crianza...

Al llegar a casa ya me sentía extraña. Tenía una especie de malestar raro que no había notado antes. Preparé tortillas (gracias Virgínia por la sugerencia de menú) para Martina y para mi y nos pusimos a cenar. Y al acabar de cenar, Martina le pidió llorando a su hermano, que naciera ya... Todos estábamos muy ansiosos. Al poco rato de acostarnos empezacé a notar contracciones, le mandé un mensaje a Damià para que no tardara en volver. Cuando el llegó ya habían parado, bromeamos un rato sobre mis embarazos eternos y la verbena que se celebraba justo enfrente de casa, y me acosté. Me dormí rápido, como si mi cuerpo supiera lo que estaba por llegar y quisiera hacer acopio de energía.

De repente, sobre las 3 de la madrugada, con la ventana abajo, empezó la marcha. Irregulares, intensas, muy seguidas, a veces ni un solo minuto entre cada una! pero llevaderas. Supongo que la gran alegría que sentí al ponerme de parto hizo que lo viviera como algo genial. La sombra de la inducción había empezado a planear sobre mi el viernes, en la visita a vigilancia fetal. Ese mismo viernes habían venido a casa nuestras matronas, a las que recibí llorando y suplicando que me dijeran qué hacer, porque no podía volver a pasar por una inducción. Necesitaba parir a mi hijo.

A las 4 de la madrugada Martina se despertó y se desveló. No me podía acostar con ella, no podía estar ni sentada, y no quiso dormir sin mi. Me daba la mano en las contracciones, entre divertida y perpleja. Llamamos a su madrina, mi ahijada, que llegó a las 5.30, directa de las fiestas de su pueblo para acompañarnos y cuidar de Martina mientras Damià y yo nos trabajábamos el parto.

A las 6 rompí aguas estilo Hollywood. Y empecé a reír, no podía parar!!! Todos riendo! Las contracciones empiezan a ser regulares y más espaciadas, pero las llevo bien. Llamamos a Silvia, una de las matronas y mientras la espero me meto en la ducha. Abdala, nuestro hijo en acogida, duerme y parece que no se entera de nada... Llamamos a mi cuñado para que venga a recogerle. Sobre las 6.30 llega Silvia. Me saluda, y me ofrece un tacto, pero le digo que prefiero esperar. Las contracciones me parecen suaves, comparadas con mi experiencia previa, y el ambiente que se respira es casi festivo. Estoy eufórica. Una euforia que solo se nubla unos minutos en que sospechamos la presencia de meconio en el líquido amniótico. Le suplico a Silvia que no me trasladen... A las 7.45 me dice que ahora ya tendría que mirar: 4cm amplios!! El cuello está tan blando que le cuesta precisar. Por ahora muy, muy llevadero. Deambulo, me voy al baño, otra ducha, canto algo parecido al canto carnático, según ellas!! Me sale solo!!! Camino... A las 8 llega Bea y ambas matronas concluyen que no era meconio sino restos del tapón mucoso que el líquido había arrastrado. Respiro aliviada, nos quedamos en casa!!!

Me vuelvo al baño, tenemos una bañera grande y me ofrecen meterme, pero aún no quiero. Paso las contracciones en la pelota de pilates, charlando animadamente con todos entre cada contracción. Silvia me dice que no se lo puede creer: 'Si no supiera que estás de parto diría que no lo estás!'

A las 9 le pido a Damià que empiece a llenar la bañera. Es un gran acompañante, siempre pendiente de mis necesidades y deseos... Las contracciones empiezan a ser duras, pero aún espero más dolor. Ponemos música, el concierto para violonchelo de Elgar, y me meto en el agua. Todo es mucho más suave, de hecho, las contracciones se espacian, son muy llevaderas y me entra sueño... Silvia, riendo, me amenaza con pararme la música! No sé cuanto tiempo pasa. Las contracciones vuelven a ser más duras y me adormezco entre ellas. Hace un rato que he dejado de hablar, ajena a todo y a todos. De repente, empiezo a empujar dentro del agua, pero no encuentro la postura. Intento arrodillarme, no puedo, al final me pongo de lado. Me sacuden 3 o 4 contracciones brutales, mi voz cambia, grito y digo que no voy a poder. Me quejo, siento una presión brutal en el ano y les digo que quiero hacer caca. Bea me dice que no me preocupe, pero que es la cabeza del bebé y que si me hago caca no pasa nada. La miro, incrédula, y le digo que no puedo. Me asegura que sí, que no tenga miedo. Me dice que puedo empujar si quiero, pero no quiero. Estoy agotada y no quiero. Me vence el sueño, no estoy... Les oigo hablar en susurros, Damià me besa y sonríe pero no sé qué dicen. Me miran la tensión y me proponer salir del agua un rato, está algo baja, el parto se está estancando y yo me duermo. He dejado de sentir contracciones. No siento dolor en absoluto y les pido que me dejen dormir con la promesa de empujar cuando me levante. Son las

11. Al salir del agua me entran muchas ganas de empujar. Silvia me dice que me siente en el váter, convencida como estoy de que lo que quiero es evacuar... Les echo fuera del baño. A todos, incluido Damià! Una necesita intimidad para ciertas cosas... Me siento en la taza del váter y empujo. No muy fuerte. No tengo ni idea de cuanto tiempo estuve sentada ahí. En algún momento decido tocar. Meto un dedo en mi vagina y toco algo!! Me levanto, ágil cual gimnasta, y ando hacia la puerta. Me traen el taburete de partos e intento sentarme pero la presión en el ano es tan fuerte que no puedo. Con la lata que había dado con colocar el taburete en el sitio preciso y nada más tocarlo lo empujo lejos! Me apoyo en el marco de la puerta y empiezo a empujar, de pie. No siento dolor, solo muchas ganas de empujar!! Me proponen volver al agua, pero no quiero. Empujo muy suavemente y Gerard va bajando. Le pido a Damià un espejo y él vuela al otro baño a traérmelo. Silvia le propone que se ponga de pie delante de mi y yo abrazo a su cuello. Llamamos a las niñas, que estaban en el comedor. Martina y su madrina se sientan en el suelo del pasillo y observan entre mis piernas como va asomando la cabeza de Gerard. En algún momento levanto la cabeza y le digo a mi ahijada que no es para tanto... Me contaron que parí sonriendo... Los pujos son suaves, pero efectivos, mi niño va bajando, le vemos a través del espejo, y de repente, el aro de fuego!!! Escuece!! Grito y empiezo a soplar. La cabeza está fuera y Gerard, aún con su cuerpo dentro de mi, empieza a lloriquear! En el siguiente pujo nace. Nadie le toca ni tira de él. Damià y yo le cogemos juntos!!!! Ya está aquí! De mi útero a mis brazos. Damià rompe a llorar, mi ahijada también. Y yo solo digo, ya está??!! He podido??!! Y me río! Mi niño ya está con nosotros! Son las 11,57. A las 12.40 alumbro la placenta, con mi niño en la teta, no hay vías, ni monitores, ni gente entrando y saliendo. Solo mi pareja y tres mujeres a las que nunca agradeceré lo suficiente haberme acompañado en la que, sin duda, es la mejor experiencia de mi vida.