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El nacimiento de Gaia Candela

Mi primer parto fue una de las experiencias más increíbles y sin duda la más extrema para mantener las capacidades físicas y emocionales al límite de lo posible.

Gaia nació a término, después de una larga noche de trabajo de parto y una mañana de contundentes contracciones, las cuales me transportaron a algunos de esos días en la selva, en los que las piernas ya no obedecían y el cansancio general se transformaba en una absurda carcajada desencajada que me recordaba entonces aún estar viva y de pie. Sin embargo, esta vez todo fue mucho más intenso, más interno y la verdad es que bastante más increíble, embriagante y emocionante a la vez.

Durante el embarazo no tuve problemas de salud más que varices gestacionales en una pierna, situación que obligó a mantenerme activa a diario, tanto que el día anterior al parto le dimos la vuelta al pantano de Navacerrada con Jaime. Recuerdo esas horas de caminata suave en una tarde de verano con un bombo gigante que ya me colgaba de manera descomunal y que me negaba ver los pasos que daba, sensación extraña, me sentí tan identificada con la gente obesa durante este periodo de mi vida como nunca antes, aprendí a ver y experimentar todo desde otra perspectiva. Desde ponerme las bragas subiendo las piernas hacia los costados para que no chocara con la panza, hasta dejar de sentirme avergonzada por esperar pacientemente a que terminaran de atarme los cordones de los zapatos. Jaime durante este tiempo adquirió destrezas de psicólogo, bastón y remolque entre otras cosas…en especial para cruzar zonas pedregosas o con agua…yo me sentía como una argamasa de hándicap hormonal en todo el sentido de la palabra. Sabía que estaba al borde de un acantilado… que pronto tendría que saltar...y claro, por más que te prepares, siempre hay dudas si lo podrás hacer o no, aunque en este caso, cuando el parto se inicia, es como si alguien te empujase (alguien en tu interior), pues ya no puedes decidir tu si saltar o no... pues en el momento en el que te has dado cuenta, ya estás en el aire.

En el transcurso del parto todo se dio sin complicaciones y con normalidad, sin embargo, como este momento nunca es como uno se lo imagina, hay cosas que me hicieron falta, de las cuales tres fueron esenciales y compartiré con ustedes en este relato; 1. Que si ya haces el traslado hasta el hospital, tengas la garantía de un acompañamiento o supervisión de alguien con experiencia en partos, no sólo durante la fase del expulsivo (al menos cuando es tu primer parto); 2. Que no tengas que pasar frío; y 3. Música (esto último es una rayadura personal).

El calor del verano Español obliga a dormir recién a partir de la media noche para adelante, por lo que aquel día a esa hora, recién me disponía a descansar y me sentía feliz de que lentamente se iban apagando las voces, los gritos y conversaciones públicas de los veraneantes que cenaban, jugaban y transitaban abajo en la plaza del pueblo donde vivíamos. Los bares iban recogiendo sillas y recuerdo caminar hacia mi cueva con satisfacción para dar paso a un bien merecido descanso, apoyar las rodillas sobre la cama y de repente sentir la primera contracción. Mi reacción fue: Ohhh nO!...ahora estoy muerta de cansancio, primero necesito dormir algo para tener fuerzas y energía para parir!...desconcierto abrumador… ¿eso realmente había sido una contracción?, luego pensé, “no, fue solo una falsa alarma, estoy alucinando por el sueño que tengo, …mañana si eso cuando quiera que venga”, pero en eso vino la siguiente contracción y… la siguiente. No me quedó otra que avisar a Jaime de lo que me estaba sucediendo. El acantilado ¡ahora! pensaba, no…qué va!, si ya estoy en el aire! Sin embargo, el acantilado le puso TAN feliz y extasiado a Jaime, que buscó papel y con esmero comenzó a apuntar la hora, los intervalos, la duración (incluso, como es de esperarse de un científico trazó una guaychupilerendi-gráfica a lo largo de la noche). En fin, tuve que cambiar mi cara de desconcierto por resignación, forzar una media sonrisa adormilada, meter mi cansancio en algún florero del salón y ponerme manos a la obra, pues parecía que Gaia tenía planes para nosotros esa misma noche, y así empecé a deambular como sonámbula por todas las habitaciones, practicando todas las cosas que habíamos aprendido con Tania nuestra matrona. Fue una labor tranquila, en silencio, oscuridad e intimidad total… puesto que ya todo el pueblo se había retirado a descansar y solo la brisa nocturna se atrevía a atravesar las ventanas. En la casa n3 de la plaza de los Molinos aquella noche, un tren y una niña se habían puesto en marcha.

Llegamos al hospital cerca a las nueve de la mañana, y al vernos tan compenetrados haciendo ejercicios de balanceo y respiración frente al mostrador mientas nos atendían, rompieron el protocolo y nos dejaron pasar directamente a una habitación donde podríamos seguir con nuestro mambo de “hippies”. En la habitación me pusieron unos monitores inalámbricos que me dejaban mover con libertad, me sentía genial, habíamos logrado romper el protocolo y eso era algo especial! Era una habitación de paritorio totalmente vacía, sin embargo con los pocos recursos, seguimos con el trabajo de dilatación. Así pasaron las horas entre caminar y practicar diferentes posturas de dilatación. Me di cuenta que se nos había quedado la mochila con todos los enseres en el carro, mi ropa, las velas (¡que ingenua!), el mix de música que había mezclado rigurosamente para este momento de dilatación, etc. Pero daba igual, era imprescindible que Jaime se quedara a mi lado, cualquier accesorio que había considerado importante para este momento podía ahora quedarse donde estaba.

Según iban pasando las horas, la sensación de estar en un espacio de intimidad, libertad y genialidad pasó a sentirse como un espacio de abandono, duda y a ratos también de angustia. Pues estábamos literalmente solos, en ningún momento vino alguien a verificar si el proceso era normal, si me encontraba bien o necesitaba algo. Por suerte habíamos tenido una guía excepcional a lo largo del embarazo, quien nos proporcionó un bagaje tan amplio de información, que en ese momento resultó ser de uso existencial. Sobre todo esta persona nos dio confianza, valor y métodos para encontrar paz y tranquilidad durante las contracciones. Sin embargo, nunca imaginé que pasaríamos por esta fase del parto los dos solos, prácticamente desde que llegamos a las nueve hasta casi las cuatro de la tarde. Sentí miedo cuando se acercó la fase del expulsivo...sabía que no estaba completamente sola, que estaba con mi compañero de batalla y que nunca me iba a fallar o abandonar, pero también sabía que él nunca antes había atendido un parto y que estaba igual de absorto que yo, además…estábamos en un pinche hospital con buenos recursos, en la ciudad capital, en el supuesto primer mundo y no entendía por qué no se asomaba ALGUIEN!?, era todo muy extraño…como estar en una peli de suspense y mal rollo.

Sentí frío en el hospital desde que llegamos. La habitación que nos dieron (como todo el resto del hospital) estaba por supuesto con aire acondicionado y a pesar de que afuera las personas se achicharraban, yo temblaba. Temblaba en parte por el cansancio, y en gran parte por el frío que sentía me envolvía el cuerpo. Miraba por la ventana mientras pasaba una contracción y veía cómo la gente caminaba sofocada por fuera del recinto... era el sol de mediodía... podía hasta oler como el más mínimo bichito se cocinaba bajo ese sol aplastante de finales de julio. Entretanto sin embargo, el frío, el agotamiento y ese dolor rítmico que no cesaba, me hacían sentir como en un tren que iba a gran velocidad… desde que habían comenzado las contracciones, cada vez iba más rápido... más… y más. Iba a toda máquina y no había forma de frenar o de bajar de él, sin piedad, con cada contracción cogía más fuerza e intensidad y habían menos intervalos de descanso. Este tren simplemente seguía su curso desenfrenado como si de un caballo salvaje se tratase.

Le pedí a Jaime que me consiguiera una manta o algo para cubrirme, pues en esa habitación no había absolutamente nada. Jaime que durante esas últimas horas además de sus recientemente adquiridas soft-skills, estaba añadiendo las nuevas last-minute destrezas: grúa, metrónomo, balancín, tranquilizador y único contacto racional con el mundo exterior, salió con una mirada de preocupación y así quedé completamente sola con mi particular situación en esa fría y blanca habitación. Entonces, en mi soledad y mi dolor entendí que este camino era solamente mío. Mío y de mi hija. Y mi hija solo sería si yo la dejaba ser, si le permitía el paso, si me dejaba caer al vacío, si me enfrentaba y entregaba. En ese momento me di cuenta que tenía solo una opción. Parir, o sea, abrirme. Era mi cuerpo que se enfrentaba a un huracán… y podía sentir el huracán dentro de mí. Era consciente que este tren solo se detendría con el nacimiento de Gaia, y por eso, tenía que seguir en él. No había marcha atrás. Ni parada intermedia para bajar un momento a descansar. Estaba ahí dentro y listo.

Cuando Jaime regresó con una manta gruesa y pesada me dijo asombrado y preocupado que no había encontrado a nadie en los pasillos, que había tenido que buscar la manta en varios lugares...me la puso encima y sentí como si fuera una piel de búfalo que me caía encima. Por un instante pensé que seguramente me veía como una cavernícola patética con semejante trasto pesado en pleno verano por encima y con una panzota que se me chorreaba por delante. Sin embargo también sentí un alivio inmediato y abrasador pues poco a poco entraba en calor… la manta me calentó la espalda y así olvidé rápidamente la imagen de mujer cavernaria que me perseguía. Poco después un líquido tibio bajaba entre mis piernas mojando mis pies, el suelo a mí alrededor y las tevas de Jaime. Era Gaia que ya se asomaba! Desde el momento que rompí la bolsa, las contracciones se hicieron mucho más intensas (algo que no creí posible), era el huracán en mi interior que se abría paso e iba desgarrando todo en su camino… tejidos, músculos, tendones y hasta movía huesos, todo se estiraba y descolocaba. Mi voz también cambió y empezó a soltar un gemido de tornado y de metamorfosis, pues mi garganta también estaba implicada en esta transformación, era como un bramido ancestral, el que recuerda e invoca a nuestros ancestros, el que nos recuerda que somos animales y que venimos de la tierra. De ahí venimos todos, de este grito primal, podemos rodearnos de tecnología y edificios, pero siempre seremos animales y eso nos lo recuerda nuestra forma de parir, nacer y amar.

Minutos después de descubrir estos sonidos guturales que reproducía y salían de mi garganta, los cuales no solo invocan a nuestros ancestros, sino también a los vivientes, la solitaria y abandonada habitación se inundó de gente, de esta gente de hospital que se había extraviado por los pasillos. Matronas, enfermeras y más asistentes, no sé de dónde salieron ni cómo o cuántos llegaron. Solo recuerdo la bulla, alguien que me dijo que me subiera a la camilla, que me coloque como me sintiera cómoda… recuerdo un gran alivio cuando gente un poco más enterada en el asunto cogió las riendas de lo que estaba sucediendo, pues yo francamente había perdido el control sobre mi cuerpo y mi mente. Recuerdo escuchar una voz, que en ese momento me pareció ser la voz más dulce y tierna, era como la voz de una madre, de un hada que me susurraba indicaciones al oído; recuerdo: baja el mentón, suelta el aire, aprieta los dientes, reúne tu fuerza, ánimo…me guiaba y dirigía la menguante fuerza que me quedaba. No llegaba a comprender lo que mi cuerpo estaba haciendo, solo intuía que era algo muy animal… algo que me llevaba al inicio de la vida, como al origen de todo y de la humanidad.

Me puse de cuclillas sobre la camilla... el tren salvaje y descarriado en el que estaba finalmente había bajado de ritmo, como si durante la primera parte de la dilatación las contracciones hubiesen estado representadas por un cuarteto de violines apurados, y ahora entraba un solo de contrabajo profundo… incluso la respiración tenía una tregua de tiempos. De repente escucho decir: ¡es morena!, y me sentí totalmente abrumada; ¿Cómo pueden decir que es morena si aún está dentro de mí? (¿o ya estoy realmente alucinando?) En ese momento alguien colocó un espejo entre mis piernas y en la siguiente contracción pude observar cómo la cabeza de Gaia coronaba. Fue algo fascinante ver a mi criatura (que hasta entonces había sido como una pequeña alienígena) estaba ahí!, en el umbral a la vida en el exterior. Sin embargo, se fue la contracción y Gaia desapareció nuevamente en la oscuridad. Ver un pedacito de ella por primera vez tan cerca y real, fue la mayor motivación para buscar dentro de mí, convocar y recoger toda la fuerza que me podía quedar. Estaba en trance, exhausta, todo mi cuerpo solo quería derrumbarse, la metamorfosis, el tren, el huracán y otra vez el contrabajo que sonaba entonces recuerdo dar todo, todo, todo lo que me quedaba y sentí el anillo de fuego como si todo se rompiese y quemara de una. Finalmente asomó la cabeza, luego una mano y en la siguiente contracción fue saliendo a los brazos de un papá en estreno. Cuando terminó de salir enterita mis piernas se desplomaron, mis rodillas empezaron a temblar descontroladamente y no era capaz de sostenerme ni utilizar algún músculo de mi cuerpo ni un segundo más. Sentí que había subido a todas las montañas del mundo mundial y mi cuerpo había quedado inerte, tenía por primera vez sed después de 14 horas y sentía que mis labios estaban destrozados. Los de arriba y los de abajo:-)

Con ayuda me recosté en la camilla e inmediatamente pusieron a una Gaia llorona sobre mi pecho. La recompensa más reconfortante que podría imaginar, una sana, tiernita y fresca Gaia Candela que mojada sobre mi piel comenzaba a respirar, inundando la habitación con olor a líquido amniótico y llanto. No sé si el líquido era amniótico o hipnótico... pues Jaime y yo nos quedamos obnubilados y embobados con su presencia. Ella también estaba exhausta, tenía la cara hinchada y morada como una luna. Después de un largo día de acción, toda una noche de ejercicios de dilatación, una mañana fría de hospital, la mezcla del estrés y la emoción del parto, fue genial cuando todo el personal de salud salió de la habitación igual de rápido como había entrado, para dejarnos nuevamente solos, aunque esta vez ya éramos tres.

A pesar del frío, del abandono, y de que no tuvimos la opción de un parto en casa o en una casa de partos, pienso que tuvimos suerte. Suerte de no tener complicaciones, de que Gaia naciera sanita… de que finalmente nos auxiliaron cuando ya no supimos por dónde seguía el camino. Y por otro lado, la soledad vivida durante este proceso, aunque involuntaria, nos ha proporcionado una experiencia de trabajo en equipo, que marca un hito. Es una experiencia que nadie nos la podrá quitar jamás. Que ahora vemos esta experiencia como una fortaleza para lo que nos queda por delante en la crianza de Gaia y Tariq.

Espero que las madres que se sienten inspiradas puedan escribir y expresar lo vivido. Ha sido todo un viaje para mí volver a recapitular esta etapa increíble de transformación, metamorfosis, alienación y apertura a lo desconocido.

Samay