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El nacimiento de Ángel

El 29 de abril de 2006 nació mi hijo. Se llama Ángel, es un niño muy grandote, guapo y con mucho carácter. Se merecía haber tenido un nacimiento digno de recordar; íntimo, intenso y acogedor. Sin embargo, ese día para mí fue el comienzo de la etapa más dura de mi vida

PREPARTO

Recuerdo mi embarazo con nostalgia. Tuve algún que otro ardor de estómago en el primer trimestre, con el paso de los meses algo de ciática y diabetes gestacional perfectamente controlada con dieta y la práctica de natación. Fue una época muy dulce, quizá por los cambios hormonales, me encontraba genial y sobretodo, recuerdo sentirme muy mimada por todos los míos, especialmente por mi marido, que al igual que yo, no sospechó en ningún momento que el parto fuese a desarrollarse como lo hizo. No me informé en profundidad acerca del parto. No lo creí necesario, simplemente fui al hospital a donde “vamos todas”, a parir “como lo hacemos todas”. Allí los médicos sabrían lo que había que hacer, yo solo tenia que estar e intentar aplicar las respiraciones que nos enseñaron a mí y al resto de incautas en la clase de preparación al parto.

PARTO

Lo viví todo como si fuera una película, como si no me estuviera sucediendo a mí. Estaba tan desconectada de mi misma y de la situación, que tengo que hacer un gran esfuerzo por poner mis recuerdos en orden.

Era sábado, comenzaba el puente de mayo y el día anterior había quedado con una amiga y había estado paseando. Me encontraba muy ligera a pesar del barrigón, estaba un poco constipada, pero nada grave, apenas una congestión nasal, sin tos, ni fiebre, ni nada. Supuestamente salía de cuentas el 3 de mayo, pero hacía ya días que había perdido el tapón mucoso, y en la última revisión la ginecóloga había asegurado que el parto iba a adelantarse.

Esa noche había dormido muy bien, (quitando las dos o tres veces que tuve que levantarme para ir al baño) y al despertar estuve remoloneando en la cama con Luis, mi marido. No tuve pródromos o por lo menos yo no me enteré de ellos. Al levantarme empecé a notar las contracciones. Me extrañó porque eran muy seguidas, casi cada 5 minutos desde el principio, así que nos fuimos para el hospital porque parecía que iba rápido.

A las 12:00 estaba ingresando, y con la primera exploración me dijeron que estaba ya dilatada de 2 cm. Me llevaron a dilatación, una habitación súper pequeña al lado de los paritorios donde la matrona me rompió sin previo aviso la bolsa, me enchufaron el gotero, que supongo sería oxitocina (en ningún momento me dijeron lo que iban a hacer ni mucho menos me pidieron permiso), y me ataron al monitor.

Por suerte ni me rasuraron, ni me pusieron enema, pero si lo hubiesen pretendido supongo que habría accedido como una mansa corderita. Luis se fue a rellenar los papeles del ingreso y me dejó sola. Recuerdo estar tumbada de lado hacia el monitor y tener varias contracciones bastante fuertes. Pero esto duró poco porque enseguida me pusieron la epidural. Nadie me había explicado los riesgos verdaderos de la epidural, la pedí porque “todas la usan” y “es una tontería pasar dolor innecesariamente”. A estas alturas me da vergüenza reconocerlo, pero no tengo ni idea de sí ya estaba de 5 cm. o no, solo sé que a partir de ese momento todo empezó a torcerse.

Empezó a descompensarse el azúcar y me pusieron varias bolsas de suero para estabilizar la situación. La epidural me hizo más efecto en el lado derecho que en el izquierdo, de hecho se me durmió completamente esa pierna (yo creo que a parte de ponérmela mal, me pusieron demasiada cantidad) y empecé a tiritar.

Al principio me dijeron que era efecto de la anestesia y que se me pasaría.

Luis tuvo que ir a buscar un par de veces a la matrona para avisarla de que me encontraba mal, hasta que por fin se le ocurrió tomarme la temperatura, y ya tenía 38 grados de fiebre.

El latido cardiaco del niño empezó a fallar, le pusieron el pinchito en la cabeza para monitorizarle, y llegó un momento en que no se le escuchaba bien, por lo que me metieron de urgencia al paritorio. A todo esto yo no decía nada, estaba en mi mundo, no recuerdo llorar, ni hablar con mi marido, ni siquiera quería escapar de allí, es extraño pero creo que ni siquiera pensaba. A Luis no le dejaron pasar al quirófano, pero no le echaba en falta (él no podía ayudarme). Tampoco tenia miedo, creo que era todo tan mecánico, impersonal y frió que terminé contagiándome yo también de esa atmósfera tan enrarecida.

Me trasladaron al potro como un saco de patatas. La pierna derecha se me caía literalmente del estribo. Desde la posición en la que estaba me veía los pies, llevaba unos calcetines horrorosos de color rojo, pues con las prisas no había encontrado otros para ponerme. Por cierto que nunca más los he vuelto a usar, los tengo guardados y sonará tonto pero en alguna ocasión me han dado ganas de quemarlos.

Me mandaban empujar y yo hacía lo que podía, pero no tenía fuerzas, ni un buen apoyo ni idea de sí en realidad lo estaba haciendo porque no sentía nada La ginecóloga me decía que lo hacia bien, pero a mí me sonaba a falsos ánimos, a frase dicha por cumplir. Y en efecto muy bien no parece que lo estuviera haciendo porque la doctora terminó cortando por lo sano, me hizo la episiotomía y utilizó los fórceps para terminar de sacar al niño. Venía con vuelta de cordón.

Me lo puso un momento al pecho y enseguida cortó el cordón y se lo llevaron a examinar. A mi marido le dejaron entrar justo en ese momento y se fue a ver como le hacían las pruebas a una salita que había al lado, lejos de mí.

Me lo trajeron con un gorrete, me lo pusieron al lado y pude rozar mi mejilla con la suya sólo un instante, lo suficiente para ver que estaba demasiado caliente, y lo comenté, pero me dijeron que era por la lamparita que les ponen mientras les hacen las pruebas y que se lo iban a llevar a la UCI porque tenía problemas respiratorios.

Luis le acompaño a la UCI y luego regresó conmigo al quirófano y estuvo agarrando mi mano mientras me cosían. Ese rato se me hizo eterno, duró el triple que el expulsivo; no en vano me habían metido un gran tajo. Según me contó después mi marido tenia un boquete enorme. Él le preguntó a la doctora que qué era eso negro que tenia encima de mi vientre y ella le dijo que era meconio. Mi niño nada más nacer “se cagó” en mí y no le culpo…

Cuando salí del paritorio eran las 6 o así, fue rapidísimo. Para algunos, que esta “horita” hubiese sido realmente tan corta parece ser algo de agradecer, yo sin embargo cambiaría ahora mismo ese parto “express” y todo lo que padecimos después, por haber tenido un parto de esos como los que tuvieron nuestras abuelas, que parecen eternos pero que terminan con el bebé en brazos de una mamá exhausta pero radiante de felicidad.

Oficialmente di a luz en un hospital privado madrileño, pero mi sensación es que en realidad me extrajeron al niño. Recibí un trato correcto por parte del personal sanitario, (por suerte no me topé con ningún desalmado que encima me diese malas contestaciones), así que no tuve ningún objetivo contra el que descargar mi frustración. El culpable de todo había sido un desconocido para mí hasta ese momento: el protocolo.

Yo no tenía ninguna idea preconcebida de cómo sería mi parto, no me imaginé escenas de color de rosa como aparecen en las películas, pero mi intuición me decía que no tenía que ser así, que algo había fallado.

Para recuperarme y superar el trauma, intento culparme lo justo por mi ignorancia, lo que no quita para que me arrepienta todos los días de no haber indagado un poco más y así habernos ahorrado, mi niño, mi familia y yo, tanto sufrimiento innecesario.

SEPARACIÓN

La respiración se le regulo enseguida, pero mi niño efectivamente tenia fiebre, “casualmente” la misma que había tenido yo, por lo que ante la posibilidad de una infección se quedó ingresado en la UCI, para administrarle antibióticos. El tratamiento duraba una semana, más un par de días para ver su reacción al finalizar la dosis, en total, tardamos diez días en poder llevárnoslo a casa.

A mí me subieron a planta, y parecía un fantasma de lo pálida que estaba. Había perdido mucha sangre y me quedé anémica, por lo que tuvieron que ponerme hierro intravenoso. Lo pase mal porque las enfermeras no conseguían cogerme las vías y me pincharon muchas veces. Empezaron a llegar familiares, en parte enfadados porque no les habíamos avisado cuando ingresamos (queríamos intimidad en los primeros momentos, sobre todo para poder poner al niño al pecho y que se enganchase bien) y en parte asustados por la situación y defraudados por no poder ver al niño.

Mi niño estaba en incubadora, y en ese caso sólo había dos horas para entrar a verle, las 6 de la tarde y las 12 de la mañana. Yo salí del quirófano a eso de las 6, por lo que no pude volver a verle hasta las 12 de la mañana siguiente. El vació que sentía era increíble. Estaba derrotada.

Cuando conseguí levantarme, con muchísimo dolor, la sangre corrió por mis piernas y manchó mis relucientes zapatillas nuevas que había comprado para la ocasión. Me costaba horrores andar y sobretodo ir al baño. La cicatriz era enorme y yo estaba muy débil. De feliz embarazada había pasado a ser una especie de despojo humano.

Cuando fuimos a ver al niño al día siguiente, estaba en la incubadora lleno de cables y sólo podíamos rozarle metiendo la mano por un agujerito. Luis me decía que le dijese cosas, pero yo no sabía que decirle. Fuera estaba toda la familia apretada contra los cristales intentando verle (es el primer nieto, el primer sobrino,...), pero la incubadora estaba lejos y apenas le vieron un pie que nosotros le levantamos. Tenía mucha pelusilla en la espalda, los pies y las manos muy grandes y los ojos achinados.

Ya no tenía fiebre, de hecho le bajó enseguida, y más rápido se le habría pasado si le hubiesen dejado conmigo sobre mi pecho, pero ya estaba ingresado y ya no había vuelta atrás. Cuando ahora leo testimonios de otras madres que consiguieron regular la temperatura de su bebé sólo con el contacto piel con piel me muero de la rabia.

Le habían hecho una punción lumbar, que dio negativa y estaban haciendo cultivos para averiguar el origen de la supuesta infección, que luego se comprobó que nunca había existido. Yo le “pegue” la fiebre que tuve durante el parto. El niño sufrió por la forma tan antinatural en que había nacido, y todo se habría normalizado si nos hubiesen dejado en paz y solos. Pero nos separaron. Se cargaron la impronta, el vínculo y la lactancia. Yo no estaba preocupada porque ya antes de que nos diesen los resultados de los análisis, sabía que a él no le pasaba nada, estaba “como una rosa”, pero lejos de mí.

Ahora que ha pasado el tiempo estoy cada vez más convencida de que a mi niño le ingresaron para hacer uso de las instalaciones de un hospital recién inaugurado, es decir, para justificar la necesidad de una UCI ha de haber pacientes que requieran de sus servicios, y si no los hay se fabrican.

Creo que no estaba triste sino enfadada, me sentía estafada, porque todo se había ido al garete innecesariamente. No sabía expresar lo que sentía con palabras, ni tampoco nadie me dio pie para desahogarme. Todos estaban pendientes de la evolución del niño y yo no importaba, de la misma manera que tampoco pinté nada durante el parto.

Es más, creo que me consideraban culpable de lo ocurrido, me veían como una endeble a la que el parto la había superado. De hecho recibí reprimendas de familiares por llorar y por no mostrarme sonriente y sociable ante las visitas. No obtuve comprensión por parte de nadie, por que nadie sabía por lo que había pasado y lo que eso estaba significando para mí.

LACTANCIA

Al tercer día le pasaron a cuna y ya pudimos cogerle. En la UCI intentábamos con bastante poco éxito que el niño mamase, con la dificultad añadida de que yo tenia una vía cogida en la mano para el hierro, el niño estaba lleno de cables que se soltaban a la mínima que tirábamos y las máquinas empezaban a pitar, y sobretodo la falta de intimidad. Yo, que no avisé a nadie para poder tener tranquilidad para poner al niño al pecho, me veía con las tetas fuera, enfrente de las cristaleras con los familiares observando mi lucha infructuosa por establecer la lactancia.

Al final perdí todo el pudor y me quedaba prácticamente desnuda para facilitar la tarea, pero ni aún así.

Yo estaba muy interesada en darle el pecho, por lo que durante el embarazo asistí a una reunión de La Liga de la Leche, para informarme sobre el tema y preguntar todas mis dudas al respecto. Incluso ya estando en el hospital, ante las dificultades que me estaban surgiendo, me puse en contacto con una de las chicas de la liga, que se horrorizo al saber que estaba separada del niño y que no me dejaban entrar libremente a darle de mamar. Los primeros días, antes de la subida de la leche, el niño si conseguía agarrarse.

Había alguna enfermera que me transmitía confianza y me daba buenos consejos, pero luego en el siguiente turno aparecía otra que me decía cosas distintas, por lo que me encontraba desorientada y sin apoyo. Recuerdo especialmente una que después de lo que me había costado que el niño cogiese la teta, como empezó la máquina a pitar llegó y para volver a colocar los cables me movió al niño y luego no hubo manera de volver a engancharle. Quise matarla.

Con el paso de los días supongo que el niño empezó a acostumbrarse a la tetina de los biberones que le daban por la noche cuando no me dejaban entrar en la UCI y empezó a rechazar el pecho. Cuando me subió la leche fue peor, mis pechos estaban hinchados, duros, calientes y me dolían mucho, al niño le costaba sacar la leche, los dos nos poníamos nerviosos, nos desesperábamos. Al final terminábamos la tortura tirando del biberón, y como era muy tragón se lo terminaba en un santiamén. Por las noches era cuando peor lo pasaba, parecía que mis pechos iban a explotar, me despertaba chorreando de sudor y la única ayuda que recibía era unos guantes llenos de agua caliente que me ponía para evitar que se me enquistasen. Me dieron un sacaleches manual al que cogí mucha manía de tanto usarlo (prácticamente tuve una tendinitis). Me daba masajes, y me sacaba la leche una vez en mitad de la noche y también por la mañana, ya que a las 9 no dejaban entrar en UCI porque era la hora del baño de los bebés.

Al principio salía cantidad, pero la producción fue disminuyendo, supongo que por que estaba débil y estresada, por los estrictos horarios de visita y la utilización de biberones, y sobre todo porque el principal estimulo para dicha producción no estaba a mi lado.

A mí me dieron el alta 2 días antes que al niño, durante los cuales me fui a casa con la intención de reponerme lo máximo posible y estar más fuerte para recibirle cuando él llegase. Me costó horrores subirme al coche cuando salí del hospital por los puntos, así que era impensable estar yendo y viniendo para verle en las horas de visita. Tenia cargo de conciencia por dejarle allí, pero me propuse compensarlo aportando la leche que consiguiera extraerme y que mi marido le llevaría. En un día conseguí sacarme sólo 70 ml, que era la cantidad que él se tomaba en una sola toma. Pensé que así no íbamos a ningún lado. Que yo no sería capaz de satisfacer sus necesidades. Y desistí. La noche antes de que viniera me tomé la dichosa pastillita, sintiéndome como si me tomase cianuro. Me costó muchas lágrimas tomar esa decisión, pero no me encontraba con fuerzas para seguir intentándolo.

POSTPARTO

Nuestros días en el hospital eran un no parar. El horario de visitas era: 12 – 3 – 6 – 9. Para poder entrar teníamos que ponernos unas batas, unos zapatos y un gorro de papel verde y lavarnos las manos con un gel desinfectante y alcohol, lo que le estaba fastidiando las manos a Luís. Como estaba muy débil y casi no podía andar, iba hasta allí en silla de ruedas. Por el camino pasaba por la sala de espera y un día escuché a una orgullosa abuela hablar por teléfono y comentar que “había ido todo genial”, “el doctor había estado con ella en todo momento” y que “no le habían tenido que dar ni un solo punto”. Yo me quería morir.

Cuando no estaba en la UCI, me dedicaba a comer, tomar medicinas, lavarme y cambiarme la compresa, sacarme la leche y vuelta a empezar. Apenas tenia tiempo de descansar.

Si el apoyo a la lactancia nulo, la atención post-parto fue peor. Empezando porque no fui atendida por mi ginecóloga, sino por otra que estaba de guardia, y que mi ginecóloga no se dignó a hacer acto de presencia en ningún momento en el hospital, y eso que estuve allí 7 largos días, y que se trataba de la sanidad privada.

A la matrona que atendió mi parto sólo la vi una vez más, el resto de los días fueron a la habitación a hacerme la visita de rigor un médico distinto cada vez, que en ocasiones se contradecían los unos a los otros. Es más, una me quiso dar el alta cuando no era capaz de tenerme en pié yo sola. Tan sólo me hacían tactos para ver como involucionaba el útero, pero nadie me observó el sangrado ni los puntos, supongo que su filosofía era que ellos te rajan pero que de curar los puntos tenia que encargarme yo sola. Un día empecé a notar un olor especial en la compresa, como dulzón, manchaba un poco de color amarillento y pregunté a una enfermera -muy jovencita y como se demostró, bastante inexperta- que me miró y me dijo que todo estaba bien. Al rato llegó una ginecóloga y dijo que se me había infectado un punto. Para colmo de males se me soltó otro punto por utilizar un flotador para sentarme. A todo esto se unía una hemorroide del tamaño de un súper tomate cherry que tardó un montón en desaparecer. Cuando al mes fui a revisión con mi ginecóloga (la ausente, que evidentemente hoy en día no cuenta conmigo entre sus pacientes), me dijo que la hemorroide era signo de que, aunque no lo hubiese sentido, si que había empujado en el expulsivo. ¿¿¿????

HERIDAS EMOCIONALES

Casi no me acuerdo de los primeros días en los que estuve con mi hijo ya en casa.

Tardé mucho en encontrarme bien, me sentía sobrepasada por los acontecimientos.

Yo estaba amargada y él enfadado, y lo demostraba llorando por todo.

No me sentía vinculada con él, no le sentía mío, no le disfruté. Me encontraba triste, dolorida y cansada, y él lo notaba. No fue hasta los tres meses en que, de repente, se tranquilizó, nos dimos un respiro y nos enamoramos, o bueno, no sé él, pero yo descubrí que me gustaba ese niño, más incluso que mi marido...

Aún hay veces que me siento insegura sobre la conexión que tenemos. Cuando se enfada y se pone borde, creo que no me quiere, que no me reconoce como su madre, que le fallé y que en ocasiones se acuerda de lo que pasó y todavía no me ha perdonado.

No tiene mayor importancia pero me doy cuenta de que no tengo fotos suyas de recién nacido, aunque por otra parte, esos fueron días que no me gusta recordar, así que quizá sea mejor así.

Durante ese tiempo, mi marido estuvo siempre a mi lado, soportando como podía mi infelicidad y ejerciendo de padrazo tanto de día como de noche. Al igual que yo, estaba desorientado, no comprendía que me pasaba, pero de todas formas nunca me juzgó duramente como si hicieron otras personas de mi entorno, se limitaba a escucharme y a esperar pacientemente que llegase el día en que recuperásemos la normalidad en nuestras vidas. Estaba preocupado por mí, por el bebé, por nuestra familia. Cuando empecé a investigar sobre lo que me había pasado y le empecé a hablar de las recomendaciones de la OMS, de los protocolos, etc... enseguida tomó conciencia de lo que nos había ocurrido. Su comprensión y apoyo fue clave para empezar a salir del agujero en el que estaba metida. Gracias a que encontré a las chicas de El Parto es Nuestro pude empezar a reconstruir mi vida y a poner las cosas en su lugar.

Físicamente no me ha quedado ninguna secuela, pero mi vida ya no es la misma. Esta experiencia me transformó, cambió mis prioridades, mi manera de ver el mundo y de relacionarme con los demás.

Todavía me duele la incomprensión de gente de mí alrededor que no sabe y parece que no quiere saber que las cosas hasta ahora no se están haciendo bien en los hospitales, pero eso ya es otro cantar.

Espero que mi testimonio sirva para que quien lo lea no caiga en los mismos errores que yo y consiga tener un parto suyo, que no le traiga más dolor que el de las contracciones.