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El día que nació Jon

Todo comenzó el día anterior, el 15 de septiembre cuando me disponía a buscar a Aita al trabajo como casi todos los días, comenzó el trabajo de parto. Eran las siete de la tarde y recién terminaba de hablar con él para recogerle con el coche, en Caracas anochece a las cinco y media y a esas horas no me gustaba que tu padre ande solo por la calle. Tras colgar el teléfono fui al baño, ya sabes, una mujer embarazada de 41 semanas, va al wc constantemente. Fue en ese momento cuando descubrí que había botado el tapón mucoso, y eso significaba que había llegado el momento, era más o menos inminente tu nacimiento. Llamé a Aita, y entre mezcla de ilusión, nervios y alegría se apresuró a llegar a casa para vivir juntos este acontecimiento. Me apresuré a llamar a Carmen, nuestra obstetra y a Belkis, la persona que nos impartió parte del curso prenatal en Embarazarte, y que sería nuestra doula en el momento del parto. Ambas me advirtieron que el parto no tenía porque ser inminente, que preparase las cositas por si acaso, pero que estuviese tranquila. Yo estaba bastante tranquila, por fin había llegado el momento tan ansiado por tu padre y por mí, íbamos a tenerte por fin en nuestros brazos, después de nueve meses de espera. Como ya lo tenía todo preparada desde hacía muchos días, me dispuse a preparar unas espinacas andinas , cosa que tu padre siempre mencionará. Y es que temía que se estropeasen en nuestra ausencia, y eran excelentes. Después de recoger y tener todo listo por si teníamos que partir esa misma noche, nos fuimos a dormir. Yo pasé toda la noche con molestias, que creí no eran importantes, resultando ser la contracciones leves de la primera fase del trabajo de parto. Eran unas contracciones que venían y se iban, pero que me despertaban en mitad de la noche. A la mañana siguiente teníamos cita con Carmen, y aprovechamos y nos llevamos todos los bártulos por si nos quedábamos ya en la clínica. Pasadas las ocho de la mañana Carmen nos recibió y tras una eco dijo que estaba todo normal, excepto mi tensión, un poco alta y aunque no era preocupante iba a probar un remedio natural y en el caso de no bajar quizás inducirían tu nacimiento. Pasé a una sala llena de mosquitos gigantes y me acosté en un sofá para descansar un rato, la noche había sido movida y estaba cansada, creo que Nos fuimos caminando hasta un restaurante cercano a la clínica y ya tenía alguna que otra contracción que hacía que me tuviese que parar en el trayecto. Recuerdo aquel almuerzo muy rico y divertido porque el muchacho que nos sirvió no se podía creer que yo estaba en la semana 41 y con contracciones. Almorcé bastante, una sopa, un escalope de pollo y un postrecito. Cuando terminamos de comer nos fuimos a la clínica y con calma hicimos el ingreso. Al llegar a la habitación Belkis nos esperaba, me puse mi camisón y fuimos a dar una vuelta por los pasillos. La Clinica Cristóbal Rojas es humilde y sencilla, tanto es así que la primera vez que la visité yo no quería parir allí. Da aspecto de abandono, de falta de medios. Estabamos cambiando de la mejor Clinica de Caracas a una muchísimo más humilde por puro instinto, no confiábamos en el Dr. Caripidis porque él no confiaba en mi capacidad para parir con 38 años y una arteria poplítea obstruida. Se lo agradeceremos infinitamente... Sin duda ahora estábamos en el mejor lugar, desconocíamos lo que nos esperaba y todas las emociones tan fuertes y tan puras que íbamos a vivir en las próximas horas. Según iba pasando el tiempo yo empezaba a abstraerme cada vez más, a evadirme de lo que pasaba a mí alrededor, me agachaba cuando empezaban las contracciones, buscaba el lugar dónde mejor me sentía, escuchaba música, me sentaba en la pelota, me tumbaba... nadie dirigía mi baile, nada más estábamos tú y yo, bailando juntos... En algún momento de la tarde entró Carmen en la habitación y me preguntó si quería que viese de cuantos centímetros estaba, cuando pasó una contracción accedí y Dios... estaba de seis centímetros, perfecto! Fue entonces cuando Belkis me sugirió ir a la bañera y accedí con gusto. Nos fuimos a la sala de partos dónde estaba la bañera. En aquella habitación había dos ventanas por dónde entraba la luz natural, una bañera de hidromasaje, una silla de partos, una camilla y una incubadora. No tenía aspecto de sala de hospital, más bien de una habitación con algo de material quirúrgico. Entrar en la bañera fue maravilloso, las contracciones eran mucho más llevaderas. No soy consciente del tiempo que pasé allí, cada vez eran más fuertes y temí no poder llegar hasta el final. Cierto es que al pasar la contracción la sensación de descanso me invadía y podía tomar aliento. En un momento sentí que no podía más, que necesitaba terminar con ese dolor y llamaron a Carmen, ella me dijo que si íbamos a quirófano para poner la epidural el proceso se iba a parar, que todo estaba bien y que lo estaba haciendo genial. Sus palabras de apoyo me animaron, aunque no muy segura accedí a que me pincharan una buscapina para mitigar el dolor. Quise descansar y al parecer me quedé adormilada dentro de la bañera, el parto era inminente y mi cuerpo se estaba preparando. Pasaron unos minutos, quizás alguna hora y quería salir de aquella bañera, necesitaba salir no sé por qué, pero no quería estar allí, ya no estaba cómoda. Nada más salir sentí unas ganas terribles de empujar, esta sensación era nueva, no sabía dónde agarrarme, me abracé a Belkis y me ayudó a sentarme en la silla de partos. Allí colgaba la sábana azul que un día vi recogida colgando del techo, estaba suelta, parecía esperarme, iba a ser mi aliada. En un momento entró Carmen y preguntó “¿ya tiene pujos involuntarios?” yo no podía contestar, pero sí, algo había cambiado, eran pujos. Volvió a mirarme y dijo tajante “ preparar todo que esta mujer va a parir” ...todavía recuerdo sus palabras y me emociono. No me podía creer que ya ibas a nacer, iba a poder tocarte, olerte, aquello que parecía interminable estaba siendo precioso y por supuesto que iba a poder. La sensación de empujar era irrefrenable, cada vez más intensa, sentí que me iba a partir en dos, sentí que ardía mi vulva (después supe que aquello era el llamado “circulo de fuego”) En cada “descanso” entre pujo y pujo recolocaba mis brazos entre la sábana buscando firmeza y seguridad para afrontar aquellos momentos tan intensos. No pasó mucho tiempo cuando Carmen le dijo a Ángel “mira, ya se le ve la cabeza, ¿quieres verle?” . Allí estabas, apunto de nacer... Un último pujo y saliste de una sola vez, sin paradas, directo a los brazos de Carmen que te puso inmediatamente sobre mí. Fue una sensación que no olvidaré en la vida, solo quería llorar y no salían lágrimas, agradecer a todos los que allí estaban por ayudarnos a recibirte de aquella manera. Jamás hubiese podido imaginar que la experiencia podía ser así de fuerte y gratificante a la vez. Pasaron unos minutos y pasamos de la silla de partos a la camilla para que yo estuviese más cómoda y así recibir a la placenta contigo encima de mi pecho. Tenías el cordón corto y apenas podía caminar erguida contigo en brazos. Ya tumbada en la camilla y transcurridos unos minutos Carmen cortó el cordón después de una contracción que apenas noté y alumbré la placenta, le dimos gracias por el trabajo que había hecho. Mientras Carmen me daba dos puntos en el desgarro que se había producido durante el expulsivo la pediatra de guardia te pesó y tomó medidas. Ya estábamos listos para irnos a la habitación. Fui por mi propio pie. Ya en la habitación Belkis nos ayudó a que te pegaras bien al pecho y al rato se marchó a su casa. Todos teníamos que descansar, había sido una tarde muy intensa y teníamos que reponernos de tantas emociones. Dormías como un angelito, decidimos que durmieses conmigo y no en la cunita que estaba junto a la cama. Hoy es el día, a punto de cumplir tres años, que sigo diciendo que “me encanta dormir contigo”. Hoy 28 de agosto de 2012 finalizo el relato que empecé dos meses después de tu nacimiento, para que no olvides lo importante que fue para toda la familia, cambió nuestras vidas, fue una experiencia única que nos hizo reflexionar sobre el modo de nacer de los niños en el siglo veintiuno.