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Contado por una madre primeriza de 24 años.

Después de ocho meses todavía duele recordar lo que ocurrió durante aquellas 38 horas que estuve de parto. Pero de todos modos pienso que debo escribirlo aquí para, por un lado, desahogarme yo y, por otro, hacer conscientes a las personas que lo lean de que este tipo de cosas siguen ocurriendo, en pleno siglo XXI, en los hospitales más reputados de las ciudades del primer mundo.

La mañana del día 30 de julio, sobre las 11, me desperté con la ropa interior mojada, me cambié y decidí esperar por si se trataba sólo de flujo o simplemente sudor (acabábamos de tener una ola de calor y con 40 semanas de embarazo cumplidas hacía tres días, es normal sudar bastante.). Llamé a mi pareja al trabajo y decidimos que cuando él llegase (sobre la una y media), comeríamos y saldríamos hacia el hospital. Al llegar allí, me hicieron esperar, a pesar de que no tenían a penas gente y de que les avisé que podía tener una fisura en la bolsa. Cuando por fin entré, me exploraron y decidieron que me pondrían prostaglandinas (le dieron un nombre al artilugio, pero no lo recuerdo) sin siquiera consultármelo. En medio del lío les comenté que quería que mi parto fuese natural mientras fuera posible y no quería que me metieran nada, ya que las prostaglandinas, en general, son para ayudar al cuerpo a dilatar y yo quería que mi cuerpo lo hiciese sólo. Ya de noche, después de una tarde entera de espera, me subieron ya tarde a la habitación y me trajeron algo de cenar. Me dijeron que había que esperar y que hiciese todo de forma normal, que todavía no daría a luz esa noche. Yo sentía pequeñas contracciones pero no eran rítmicas ni extremadamente dolorosas, así que, me fié. Por cierto, le había comentado ya a esta primera médico, que tenía un plan de parto, pero me dio largas en lugar de cogerlo. A la mañana siguiente, mientras desayunaba, me dijeron que me iban a bajar a partos, que me apurase a desayunar. El café estaba hirviendo así que me encaminé a mi supuesta labor de parto, con nada más que un trozo de pan en el estómago. Llegué abajo y me encontré una enfermera y tres médicos (intuyo que dos de ellas eran estudiantes por la pinta) La médico "principal" me dijo que ya que estaban a punto de pasar 24h empezaba a ser arriesgado dejar que el parto fuese normal, porque no había dilatado casi nada y podía haber riesgo de infección. Me preguntó qué hacía en la cama (me habían conectado el monitor y no me dejaban moverme) y pidió que me trajesen una bola de pilates (a petición mía, después de darme varias opciones de comodidad) y cuando le comenté lo del plan de parto, volvió a seguir con lo que estaba diciendo como si no se hubiera enterado. A partir de aquí todo fue estrés. Me pusieron oxitocina y antibióticos. Empecé con 4 de oxitocina y acabé con 34 en menos de 12 horas. La enfermera, de la vieja escuela, no hacía más que molestarme, diciéndome que en la pelota no hacía nada, que tenía que ponerme la epidural (cuando estrictamente dije que no). Me convencieron, además de ponerme el enema, que he de reconocer que me alivió un poco, pero no era necesario. El dolor cada vez era más intenso (por culpa de la oxitocina) y mi cuerpo no dilataba. Me hicieron como cuatro exploraciones en las que me hacían mucho daño y me ponían mala cara o me respondían mal si me quejaba. Mis gritos eran cada vez más altos, así que esta señora decidió decirme que no podía gritar así, que asustaba a las demás, iban a "pensar que me estaban matando". Lo peor es que casi era cierto. Se burlaron varias veces del tema del plan de parto, me dijeron que era orientativo, que no tenían ni idea e incluso que eso era para mí, que no tenían que cogerlo. Cuando están obligados, según la OMS y el Sergas a incluirlo en mi expediente. Me rompieron la bolsa de forma manual, sin avisarme si quiera. Ya entrada la tarde y después de que me derrumbase totalmente por las "recomendaciones" de esta señora y por el miedo, pedí la epidural. Casi dos horas me tuvieron esperando por la epidural entre gritos y dolores de parto (seguía sin haber dilatado más de 4 cms). Cuando llegó la anestesista, mandaron salir a mi novio y me dijeron que daba igual cuanto doliera no me podía mover. Hice lo mejor que pude y salió bien. Me dejó el típico "mando" con el que controlar los analgésicos y me tiré casi dos horas en que la epidural no me llegó a quitar el dolor por completo en ningún momento. A la 1 menos algo, tras cinco horas con la epidural puesta y cuando ya le estaba dando al dichoso botón cada minuto, decidieron que lo mejor era hacer una cesárea (cosa que la médico de la mañana había dicho que si no dilataba en dos horas me harían, habían pasado 15). A partir de aquí un circo, me hicieron leer los papeles del consentimiento, me preguntaron cinco o seis veces cosas absurdas y finalmente me llevaron al quirófano. No dejaron entrar a mi pareja. Una vez allí, me preguntaron si sentía dolor y les dije que sí, empezaron a abrirme y les dije que sentía como si me estuvieran cortando con un cuchillo, noté cómo separaban mi carne con las manos. En ese momento empecé a repetir continuamente que me dolía y me pusieron una mascarilla. Como me relajaba pensé que sólo era eso, un relajante... es lo último que recuerdo. Me habían dormido sin mi consentimiento. A continuación, me despierto con una sábana delante de la cara, viendo doble y completamente aturdida. Oigo un ligero llanto y me dicen si quiero ver a la niña. ya pesada y vestida (yo quería que la pusieran sobre mí al nacer y retrasar los protocolos, pero no me dieron opción). Acepto verla y la ponen "flotando" al lado de mi cabeza, no la veo bien. Le doy un beso como puedo y la quitan de mi lado, diciendo que se la van a dar al padre. Entro en la crisis de ansiedad más grande de mi vida. Me sacan del quirófano, por el pasillo me parece ver a mi novio y mi suegra con la "cuna" del bebé, que me dicen que la niña está bien. Me llevan a un área de recuperación y, sin más explicaciones, me dejan sola, aún con problemas para respirar y a oscuras. Viene una empleada (no veía nada así que no sé si era una enfermera o lo que era) me dice si estoy mejor y le digo que no, que necesito ver a mi pareja, sólo él sabe calmarme cuando estoy así. Me dice que no puede. Vuelve al rato y le repito lo mismo, tras varios intentos consigue localizarlo y él baja. Me tranquilizo. Cuando llegué a la habitación, al bebé le habían dado un biberón (yo quería lactancia materna exclusiva) y estaba dormida. No conocí a mi hija hasta la mañana siguiente. A todo esto, a mi pareja no lo informaron en ningún momento y lo hicieron esperar durante horas cuando yo estaba en el área de partos los dos días. Durante los meses posteriores entré en un estado de semidepresión, no podía dejar de recordar una y otra vez la experiencia y sentirme culpable por cada una de las decisiones que tomé y me obligaron a tomar y por todo el sufrimiento que podía haberle causado a mi hija, que soportó conmigo las contracciones de parto durante más de 15 horas. Aquí dejaré esta historia, esperando que sirva de algo haberla contado, para alertar quizás o, soñando un poco, para evitar que vuelva a ocurrir. Los hechos aquí narrados ocurrieron entre el 30 de julio y el 1 de agosto de 2013, en el hospital clínico universitario de Santiago de Compostela a una madre primeriza de 24 años.