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Cesárea por placenta oclusiva. Bebé pre término (semana 36)

Mi embarazo cursó con placenta previa oclusiva, y por lo tanto no fue posible un parto vaginal.
Tras 3 sangrados profusos con traslado al hospital, el 16 de diciembre de 2010 por la tarde, en la semana 36, mi doctora decide que es más seguro intervenir esa misma tarde ante el riesgo de sangrado. Previamente, me habían administrado inyecciones para madurar los pulmones, y de esta manera nos asegurábamos de que el bebé estuviese lo más listo posible para empezar su precipitada vida extrauterina. Me preparan para la cesárea. Debido a la inmovilidad de días anteriores para evitar sangrados, mi espalda está contracturada, pero nadie le da importancia.

Me bajan a quirófano (o a una sala previa al mismo) donde hace bastante frío y no puedo evitar tener temblores esporádicos.
Viene la anestesista, que gracias a que he pedido mi historial ahora sé quién es, lo cual me ayudará para nunca jamás volverme a cruzar con ella. Sin presentarse, sin saludar, y con una actitud como de estar a disgusto me espeta un “no te muevas”. Me sorprende su actitud, y también que me tutee, pero no digo nada. Clava la aguja y yo meto un respingo. Ella resopla, muy molesta, no ha podido introducir la anestesia. Me vuelve a soltar “no te muevas”. Esta vez me agarran diferentes personas, por delante me abrazan, por los lados me sujetan, pero la aguja al clavarse me hace volver a dar un respingo. La anestesista me espeta esta vez “a ver, ¿no entiendes que no te puedes mover?”. Yo empiezo a tener miedo en ese momento, no sé por qué está tan enfadada conmigo, también veo que por la contractura de la espalda, y el frío que tengo no puedo controlar los respingos, y encima me pongo a temblar de forma involuntaria. El único que me da una palabra de aliento es un chico, supongo que enfermero, que me dice “tranquila, tranquila, todo irá bien”. Me vuelven a sujetar, y la aguja vuelve y yo me vuelvo a mover pero esta vez ella mantiene la inyección y la anestesia entra. Visiblemente molesta se va sin decir nada.

La cesárea discurrió sin mayor problema. Yo atada, con una confusión enorme por el trato de la anestesista, y también confusa porque me doy cuenta de que me siento la espalda aterida y con dolor. Sacan a mi hija, nadie me dice nada sólo oigo cómo cantan “3,025kg”. La oigo llorar un poco, alguien me la enseña sin acercármela y se la llevan de inmediato. Cierro los ojos para intentar recordar su rostro, porque ha sido tan fugaz el encuentro que temo olvidarme de su cara. Estamos en la semana 36 de gestación ¿3kg? Qué grande…

Afuera esperan el padre y los abuelos. A ellos también les enseñan a la niña un momento y se la llevan en un carrito-cuna.

Me preguntan cómo me encuentro, y yo refiero sensaciones muy raras en la espalda, siento parte de la espalda atontada, no siento estar tumbada en una camilla si no en el borde de la misma. Viene la anestesista, visiblemente enfadada. Me pregunta “qué es lo que te pasa”. Le explico mis sensaciones y me contesta “vas a tener que explicarte mejor”. Le explico de nuevo y sin contestarme de nuevo desaparece. Nadie me dice nada. Ahora sé por el historial que se fue a hablar con mi doctora y acordaron ingreso en REA “para observación y seriación enzimática para patología orgánica asociada”.

El padre está fuera esperando y cuando salgo no podemos ni cambiar dos palabras. Él se queda allí, los abuelos esperan también pero acaban yéndose a casa. Mi marido se va a la habitación confiando en que en cualquier momento apareceremos yo y el bebé y podremos estar los 3 juntos.

Yo estoy en REA sin que nadie me diga nada. Junto a mi hay enfermos de todo tipo, todos recientes de sus operaciones. Un hombre tose que se me ponen los pelos de punta, y me pide disculpas. Le digo que no pasa nada, que tranquilo. No entiendo qué hago allí. Tengo mucho frío, me cubren con una manta eléctrica que da calor a todo el cuerpo. A los pocos minutos desaparece la sensación rara de la espalda, por lo que intento parar a alguien de los que van pasando para preguntar si ya puedo subir a la habitación. Me indican que todavía no. Les digo que estoy preocupada que quiero iniciar la lactancia cuanto antes para no tener problemas, me dice una de ellas “cariño no te preocupes, yo estuve dos días sin ver a mi hijo y luego di el pecho sin ningún problema”.

Me quedo pensativa, me sentí muy rara, no me están escuchando y me están contestando sin profesionalidad ninguna.
Ella junto con otra compañera habla animadamente de las navidades y de los regalos para sus hijos mientras manejan a los pacientes. Me pareció una falta de respeto estar ahí de chascarrillos tratando a gente que está recién operada. Pasan las horas, pero pierdo la noción del tiempo, ya que no tengo reloj. Pregunto la hora, pero me piden tranquilidad. Cada vez que viene alguien a mirarme protesto, cuándo me suben a planta. Pregunto a qué esperamos, pero es como si nadie lo supiera.
Tras mucho tiempo en REA, aparece la anestesista, y como ya es costumbre suya para conmigo, no me dirige la palabra, pero por las instrucciones que les da a dos que vienen con ella, creo entender que me van a hacer una radiografía de la espalda con una especie de máquina portátil. Si el resultado de dicha prueba le gustó o no, no lo sabré nunca, porque de nuevo se marchó sin decir nada. Yo le acerté a preguntar si ya podía irme de allí, su contestación “te esperas”.

El padre sigue en la habitación. No ha pasado nadie a informarle de nada. Llama a recepción y pregunta dónde estoy yo y dónde está su hija. Le pasan con el nido. Allí él se interesa en conocer a su hija, le dicen que se la llevarán a la habitación “enseguida”. ¿Enseguida cuándo es? Sigue pasando el tiempo, vuelve a llamar, le vuelven a contestar lo mismo, pero pasan las horas y nadie le dice nada. Finalmente sale de la habitación y busca ayuda. Por fin un enfermero le muestra algo de empatía y averigua que yo estoy en REA. Este enfermero le acompaña a REA porque lo ve desesperado. Mi alegría al verle entrar por esa puerta fue inmensa, pero se empaña en seguida cuando le hago la pregunta “¿y dónde está la niña?” Me dice que no tiene ni idea, que no ha conseguido verla desde que se la llevaron, que no sabía nada de mi y no sabe nada de la niña, que piensa que está en el nido.

A partir de ahí yo siento que esto está llegando muy lejos, me revuelvo en la cama pido que me expliquen qué hago allí todavía, dónde está mi hija, por qué nos han separado a los 3 de este modo, sobretodo sin explicarnos nada, el enfermero que ha acompañado a mi marido nos quiere ayudar, indaga un poco por aquí y por allá y al poco tiempo nos suben a planta porque efectivamente yo ya no pintaba nada allí. Pasé al menos 6 horas en REA. Mi marido me pone al día de sus llamadas al nido sin éxito. Llamo yo, y me contestan lo mismo “enseguida la llevamos”. Insisto varias veces, empiezo a sospechar que o bien han perdido a nuestra hija, ya sea porque no saben cuál es o porque no saben dónde la han puesto, o que ha pasado algo realmente malo que no nos lo quieren decir. Sigo insistiendo, ya ni cogen el teléfono. Nos asustamos.

A día de hoy y a pesar de nuestra insistencia en este tema, no nos han podido aclarar qué ocurrió. Nosotros no hemos llegado a descartar que nos la perdieran y que eso fuese la razón de las calladas y largas por respuesta. Ellos dicen que al ser nacida en la semana 36, se la llevaron para observar un “posible distrés respiratorio”. Es llamativo que me afirmen eso pero que no tengan ningún documento donde haya quedado reflejado, ningún nombre de pediatra ni enfermera, nada. ¿Es que lo están dando por supuesto? ¿Si no hubo distrés ni tratamiento, por qué la separaron 8 horas? Muchas preguntas que se han quedado sin respuesta.

Dos horas más tarde (y ya van 8 desde la cesárea) se abre la puerta y una enfermera nos trae un bebé en una cuna, nos dice “tenía algunos quejidos”.
Mi marido y yo nos quedamos mirándola sin reaccionar. Yo no la reconozco, lo primero que pienso “y ahora cómo sé que esta es la mía”. Qué desvinculación tan completa. Ni qué decir que la niña venía lavada, vestida con algo del hospital, con pañal y dormida por los biberones de leche de fórmula administrados. Todas estas tareas nos correspondían a nosotros como padres, y nosotros debíamos de decidir sobre su alimentación en cualquier caso.

Yo... no sabía qué hacer con ese bebé que dormía. Parecía tan ajena a todo, tan de serie, tan fría. ¿De verdad esto era la felicidad de la madre al reunirse con su cría? Algo andaba mal.

Qué suerte tuvo nuestra hija de que a mi marido le quedase algo de instinto. Que la cogiese en brazos, la acunase y le dijese unas palabras preciosas. Yo sólo los miraba sin decir nada. Le cambió un pañal, qué bien lo hizo, para ser el primer pañal que cambiaba en su vida. En mi resurgió el optimismo, y le pedí que me la trajese. Pobrecita. Yo pensaba, bueno, igual no es mi hija, pero vaya, que está aquí con nosotros y está solita. Vamos a quererla. ¡Es guapa eh! Me la puse al lado de la cama. Me hubiese gustado hacer piel con piel pero no me salió. Ella estaba dormida, vestida. Yo, cosida. No lo vi claro. Decidí observarla a mi lado, esperar a que naciese ese vínculo roto.

El personal del hospital se pasaba cada x horas a dejarnos un biberón de leche de fórmula, y al verme reacia a dárselos me advirtieron que no debía de bajar más de peso al ser pretérmino. Un bebé pretérmino de 3kg. Muy a mi pesar se los iba administrando. También me la ponía al pecho, pero cuando logré engancharla me encontré con que la niña lloraba de hambre. Pedí ayuda pensando que no me subía la leche (nadie en el hospital pudo explicarme que la subida de la leche se produce normalmente al tercer día y que eso nada tiene de anómalo). Un enfermero me pidió permiso para, según él, facilitar la subida de la leche. Pasó entonces a estrujarme los pechos con fuerza, fue bastante doloroso y tuvimos dos sesiones de este “masaje”. Queremos pensar que las intenciones de este enfermero eran buenas pero la verdad hay que tener muy poca idea de lactancia para hacer esto.

Allí todo el mundo nos tenía que decir algo, me insistían en que no la dejase dormir tanto y que la hiciese comer más. Yo intentaba despertarla pero ella dormía muy profundamente (tal y como deben de hacer los recién nacidos). Alguien del hospital, no sé si auxiliar o enfermera, decidió ayudarnos a despertarla a la voz de “esto se hace así” y seguidamente le tapó la nariz pinzándola con los dedos. Por suerte, por fin, yo reaccioné y apartándola de un manotazo de la cara de mi hija, les dije que no requeríamos más de su ayuda. El mismo día del alta conseguí establecer lactancia exclusiva, sin ayuda.

Cuando unos días más tarde tuvimos que volver por la ictericia del recién nacido, y nos quedamos ingresadas, tiré por el lavabo uno tras otro todos los biberones de leche de fórmula que me suministraron y le di el pecho a mi hija, con lámpara y todo, las dos azulitas.
En el historial figura que ella ganó peso a base de suplementarla con leche de fórmula.

Nosotros no teníamos grandes expectativas sobre el parto, y con que se nos hubiese tratado con educación y respeto, manteniéndonos informados, habríamos guardado buen recuerdo aún a pesar del protocolo aplicado. Desde entonces son muchos los sentimientos de que nos estropearon el nacimiento de nuestra hija con todo este cúmulo de cosas que hemos relatado. Mucho el trabajo que yo he tenido que hacer para integrar esta vivencia en mi vida. Siento decir que fue un error grave confiar en la Fundación Jiménez Díaz para recibir a nuestra primogénita.

En otro hospital hace mes y medio, ha nacido nuestra segunda hija, en un parto completamente respetado, en un ambiente íntimo, donde nadie nos ninguneó y sobretodo donde se respetó al bebé, que al fin y al cabo, es lo que más cuenta. Si quieres, lo puedes leer aquí.