669

Carta a mi matrona del Hospital Rey Juan Carlos

Querida matrona del Hospital Rey Juan Carlos de Móstoles:

Hoy mi bebé cumple dos meses. Nació el 22 de febrero y tú nos atendiste el día 21. Hasta hoy no había tenido tiempo de sentarme y escribirte esta carta, que necesito para cerrar la herida tan grande que ha quedado después de mi parto.

Llevaba 9 meses imaginando el momento de dar a luz, planeando mi parto e informándome sobre todo el proceso, intentando que fuera lo más natural y respetado posible. Tenía una actitud positiva, pensando que, precisamente en ese hospital, se toma en cuenta lo que la mujer siente y se considera el día del parto como uno de los más importantes y trascendentes en su vida.

Quiero decirte que me hiciste daño, mucho daño. Quiero que sepas que desde ese día no he dejado de pensar en ti, casi como una pesadilla recurrente que necesito olvidar. No te imaginas la ilusión con la que llegué al hospital. Tampoco sabes el miedo que sentí al ver que todo se complicaba. Tenía tanto miedo que no era capaz de controlar los temblores de mi cuerpo durante varias horas.

No puedo ponerle nombre a esta carta porque no te presentaste. Ibas a acompañarme en el momento más importante de mi existencia pero no sé quién eres. Solo sé que estabas enfadada, que entrabas dando portazos y nunca me miraste a la cara.

Cada vez que salías de la habitación sentía alivio, y cuando volvías me sentía pequeñita, indefensa en esa situación tan vulnerable. ¿Por qué me tratabas tan mal?

Me habría gustado que, cada vez que metías tus dedos en mi vagina, lo hicieras con más cuidado. Muchas veces te pedí por favor que esperaras a hacer el tacto vaginal cuando se pasara la contracción. No me escuchaste, no me ayudaste, no podía ni si quiera hablar mientras me inspeccionabas por el dolor que sentía. También me habría servido de mucho que me animaras, en vez de subir los ojos al cielo y decirme que mi dilatación iba fatal y que así poco podíamos hacer.

Mi parto fue inducido con oxitocina, fue muy doloroso, y las 14 horas que intenté dilatar sin epidural fueron el momento más duro que he tenido que pasar hasta ahora. En estas circunstancias, no me ayudaban tus resoplidos. También me sentí muy ignorada cuando subías el goteo de oxitocina cada vez que entrabas en la habitación sin informarme ni avisarme de que el dolor y la fuerza de las contracciones iban a ir a más.

Cuando la monitorización fallaba y entrabas gritando que no me moviera a la habitación, me asustabas. Veía y escuchaba los latidos de mi bebé, porque tú no querías quitar el sonido a los monitores. Cuando me dijiste que el corazón de mi bebé iba fatal, también sentí terror. Y cuando me obligaste a tumbarme en la cama porque te venía mejor de esa forma, a veces perdía el conocimiento durante varios minutos porque no podía soportar el dolor en esa posición. Te pedí cambiar de postura, ya que antes habíamos constatado que las pulsaciones mejoraban cuando yo estaba de cuclillas, pero no fue posible. Supongo que mi bebé también sentía la agonía que bañaba mi cuerpo.

Las pocas palabras que cruzaste conmigo fueron hostiles, y en muchos casos en una situación en que yo no podía responderte por la intensidad y frecuencia de las contracciones. Te traté con todo el respeto y cariño que pude, deseando que cambiaras tu actitud hacia mi y que todo mejorara.

Lo último que recuerdo de tu presencia fue cuando me dijiste que el corazón de mi bebé se veía tan mal que era necesario monitorizarlo de forma intrauterina. Te pedí por favor cambiar de postura otra vez, de esa forma las pulsaciones mejoraban. Me dijiste que no, y que ni se me ocurriera moverme ahora que iba a estar controlado de esa forma. De nuevo, sin ningún cuidado, introdujiste tus dedos en mi vagina para poner el electrodo en su cabecita.

Todavía me saltan lágrimas cuando recuerdo tu brusquedad, tu falta de tacto en un momento tan delicado. Por suerte, las dos veces que intentaste conectarlo a su cuero cabelludo no lo conseguiste. Supongo que hay cosas que es necesario hacer con cuidado para que salgan bien. En ese momento, la matrona que me estaba atendiendo hasta tu llegada hacía varias horas volvió después de asistir otro parto. Colocó el catéter con amor y me explicó todo, me dio ánimos, me trató como cualquier mujer (y ser humano) merece.

Por suerte, mi bebé nació horas después de forma vaginal incluso cuando ya se barajaba la cesárea. Quiero que sepas que la dilatación que no conseguí durante las horas que me atendiste se aceleró una vez no volví a verte más.

Querida matrona, no podía pasar un día más sin sacar esto de mi cabeza. Ahora que mi bebé está en mis brazos, he reunido la fuerza necesaria para escribir estas líneas. Quiero que sepas que las dos semanas posteriores al parto fueron un infierno, en gran medida gracias a ti. Nunca en mi vida me he sentido tan humillada, maltratada e infantilizada como por ti. Nunca voy a olvidarte.

También quiero que sepas que te perdono. Una mujer que trata así a otro ser humano en una situación tan vulnerable debe tener muchísimo dolor interno. Solo quiero que otras mujeres en esa situación intenten pararte los pies o pedir ser atendidas por alguien más humano. Desde luego no he dejado de pensar que quizá te equivocaste al elegir tu profesión, y sería más lógico que te dedicarás a cualquier otra cosa donde no hubiera trato con seres vivos.

Sin más, querida matrona sin nombre, nos despedimos mi bebé y yo. Probablemente en su subconsciente también queden vestigios de mi angustia durante ese momento tan delicado. También agradezco la presencia y el excelente trato de todas las demás matronas que nos asistieron, en especial a Ester, Paloma e Isabel. Por suerte un caso como el tuyo fue un hecho aislado.

Deseo que ninguna mujer pase lo que tú me hiciste pasar a mí. Todas merecemos ser tratadas con respeto y ternura en lo que será un momento inolvidable en nuestras vidas.