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3 años después de una cesárea

A los 25 años tenía claro que no quería ser madre, empezaba a pensar en operarme para no embarzarme. Estaba pasando por una crisis vocacional, porque después de 3 años de estudiar derecho me dí cuenta que no era a lo que realmente quería dedicarme, la crisis desencadenó una depresión que duró varios años.

Al cumplir los 28 años, me embaracé sin desearlo, fue muy inesperado y a pesar de tener el apoyo de mi pareja con quien tenía una relación estable de tres años, no podía dejar de sentir mucho miedo. Consideré el aborto y visité algunas clínicas para solicitar información. Mi pareja no estaba de acuerdo, pero estuvo presente en todas las fases por las que atravesé. En ese momento mi entorno se dividía entre amigos y familiares que me alentaban a tenerlo y amigas feministas que me alentaban a abortar si es que realmente eso es lo que quería, así que decidí quedarme en casa sola todo un fin de semana para tomar la decisión. Lo que dicen del aborto es cierto, nadie quiere abortar, lo que se quiere en ese momento es no haberse embarazado. Al final decidí tener al bebé, tuve una especie de revelación de vida y aunque respeto a las mujeres que abortan y estoy a favor de que lo hagan quienes no puedan o no quieran tener un hijo, me dí cuenta de que si yo tomaba esa decisión era por mi perspectiva ingenua de la vida y me di cuenta que la vida no es perfección, no se trata de tomar siempre las decisiones correctas en el momento correcto y que ni mi desarrollo profesional o mis viajes soñados podrían superar la experiencia de acompañar a un ser humano en su transitar por el mundo, un ser humano que además está dentro de tí. Al principio deseaba que fuera cesárea para no tener que pasar por la tortura de las contracciones y las interminables horas en labor de parto, pero conforme transcurrió el tiempo, decidí que la mejor alternativa era el parto natural, por todas las bondades que implica por supuesto, y además quería que mi bebé luchara al nacer, quería experimentar el sentirlo nacer y verlo salir de mi cuerpo después de pasar por el dolor, incluso me parecía muy interesante experimentar mi límite de dolor. Finalmente, me dijeron que mi hija estaba sentada y que el cordón umbilical le rodeaba el cuello con dos vueltas, así que decidí no tomar riesgos y aceptar la cesárea. Cuando nació sentí que era alguien extraño y ajeno a mí, le dí un beso y se la llevaron y volvieron a sedarme, nunca sentí dolor, pero estaba totalmente desconcertada y abstraída, no sentía apego hacia mi hija. Una semana después me percaté que la herida de la cesárea estaba infectada y empezó el dolor. Visité a una doctora, que no era mi ginecóloga y con quien tuve que acudir de emergencia, me drenó la herida manualmente provocándome un dolor insoportable. La herida supuraba pus a borbotones, el área estaba hinchada y de color morado, sangraba y supuraba. En ese momento también empezaban las discusiones con mi pareja, quien me acusaba de no haber cuidado "mi higiene" lo suficiente y haber tenido "el parto más fácil del mundo" y haberlo complicado yo misma al provocarme una infección. Esta teoría fue descartada por tres médicos diferentes, quienes nos explicaron que la infección podía haber surgido por causas diversas y ninguna de ellas estaba relacionada con mi rutina de limpieza, que dicho sea de paso era muy estricta. Me recuperé de la infección en aproximadamente dos semanas, no obstante, las discusiones con mi pareja iban subiendo de nivel, hasta que descubrí que le enviaba mensajes románticos a una de sus exnovias, a quien además le compartía todo lo referente a mi proceso de post parto: lo mal que me sentía, lo triste y preocupada que estaba porque no sentía apego hacia mi hija, el duelo por mi vida anterior que no iba a volver a ser igual. En ese momento me sentí devastada, fue la época más difícil de mi vida, atravesar una coyuntura como esa, en donde tenía que asimilar mi nueva identidad, mi nueva forma corporal, el hecho de que mi pareja me fuera infiel, al menos emocionalmente y que no pudiera darme un respiro para asimilar todo eso porque tenía que hacerme cargo de una bebé recién nacida que me requería al cien por ciento. Me separé de mi pareja después de ese incidente y acudí con una maestra de meditación, que me ayudó a asentar mis emociones y a trabajar en el vínculo con mi hija, en quien me concentré por completo después de la separación. Me concentré en lo maravillosa que era mi hija y empecé a amarla con locura. Dos años después regresé con mi pareja, después de muchos esfuerzos por conservar la relación, sin embargo, no he podido perdonar su falta de comprensión respecto al proceso que pasé, no entiende que para mí es como si me hubieran amputado parte de la experiencia que debí vivir y que nunca sabré si habría sido mucho más fácil vincularme con mi hija al tener un parto natural. La parte que fue más dolorosa de su traición fue que sucediera en el contexto de ese momento, la depresión post parto, mi nuevo estatus de madre. Si bien, la meditación pudo conectarme con mi espiritualidad, creo que necesitaba verbalizar a conciencia y prolongadamente todo lo que no he podido hablar con casi nadie.