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25 horas muy duras en las que ESTEL nos ha dado una lección de vida

Miércoles 24 de abril del 2019

IMPOTENCIA DELANTE LA SENTENCIA

Entrábamos en la consulta de ginecología del Hospital Josep Trueta de Girona. Primera pregunta "milagrosa" de la doctora: "¿Cómo estás?"

No sé qué pretendía saber la doctora con esta pregunta y yo no sabía qué responder. La doctora me pedía que ¿cómo estaba físicamente, emocionalmente o psicológicamente?

La primera, Bien. No me dolía nada.

La segunda, indecisa.

La tercera, destrozada.

Pero mi respuesta fue simplemente "vamos haciendo", según yo, aunque no sé cómo estaba ESTEL ni cómo estaba el papi, él también forma parte de todo ello y a menudo NADIE pregunta por él.

Así que la doctora podría interpretar CUALQUIER respuesta que para ella fuera válida.

Un bonito gesto por su parte fue preguntarnos si queríamos hacernos una última ecografía. Obviamente dijimos que sí. Ver a ESTEL fue un regalo para nosotros, como lo era cada día que íbamos a hacer una eco. Creo que ella tan pequeña y linda sabía lo que estábamos a punto de empezar pocos minutos más tarde, así que en la eco nos quiso decir adiós con su pequeñita mano.

Era el mediodía, y tras la eco, comenzó la amargura. La enfermera auxiliar no dejaba de mirar el reloj, se le acababa el turno y tenía prisa por marcharse. Me puse a llorar desconsoladamente. No me podía creer que estuviera viviendo aquello. Pasó un rato, hasta que volví en sí, pero en aquella sala todos estaban mirándome y esperándome. La enfermera seguía mirando el reloj. Yo confusa, desconsolada y sobre todo en contra de mi voluntad tenía que tomar la última decisión y ya veía encima del mostrador un vaso de plástico con agua del grifo y una pastilla allí al lado. Todo preparado.

Le dije a la doctora que no quería hacerlo. Pero sus ojos, su mirada me decían que debía hacerlo. Ella no verbalizó nada pero lo decía todo. El papi estaba aquí a mi lado. Callado y desconsolado por verme a mí así. Tampoco decía nada. La enfermera sólo miraba el reloj y a mí solo me daba la sensación de que me “metía prisa”.

Le dije a la doctora que no tenía más remedio y que estaba de acuerdo (no sabía lo que me hacía). Lo hacíamos, lo hacía. Llevaba agua fresca de mi casa, sabía que la necesitaría. Antes pero, firmé los papeles. ¡Qué momento aquel!. Parecía que estaba firmando mi sentencia de muerte. Ahora sí. Todo apunto y la enfermera me dio la pastilla. Abrí el sobrecito con las manos temblorosas, tanto que al momento de tomarme la pastilla me tiré el agua por encima. Pantalones mojados. Garganta cerrada. Estómago revuelto. El agua fresca sólo estaba por encima de mis pantalones y la pastilla quedó en la mano. Al final, no tenía más remedio que tomarme la pastilla con agua del grifo. Con la cara llena de lágrimas, el corazón roto y la pastilla empezando a hacer efecto, nos volvimos a casa. Ya lo habíamos hecho, ya lo había hecho. Ya había empezado todo. Mi mente no paraba de pedir perdón a ESTEL. ¡Me sentía tan cruel!

Viernes 26 de abril del 2019

DESCONCIERTO. MIEDO.

Habían pasado 36 horas aproximadamente desde que me tomé la mifepristona. A las 7 y cuarto de la mañana ingresamos en la planta de maternidad del Hospital Josep Trueta de Girona.

Un celador nos acompañó a nuestra habitación, en la puerta había un hermoso cartel con unas mariposas. Claramente nuestra ESTEL pronto volaría como aquellas mariposas que le daban la bienvenida. La enfermera nos recibió, me dio una bata y me miró las constantes.

La doctora llegó un rato más tarde y volvió a preguntarme: ¿cómo estás?

Deduzco que ya sabía la respuesta pero ya no podía hacerme atrás. Hacía unas horas habíamos comenzado un proceso, ahora lo teníamos que continuar y terminar. No había nada que negociar. Me hizo un tacto y me puso vía vaginal cuatro pastillas de misoprostol. Empezaron a hacer efecto y mientras tanto me ponían una vía y me hacían una analítica.

Un rato más tarde llegó la psicóloga. Le conté que tenía miedo. Que tenía sentimiento de arrepentimiento. Intentó hacerme ver que eso que íbamos a hacer era un acto de amor, y que no debía sentir este arrepentimiento. Ella, muy bonita, me daba ánimos y fuerza. Parecía que de momento sólo sentía unos pequeños retortijones en mi barriga. El útero se empezaba a contraer o quizás era ESTEL que estaba empezando a sufrir sus efectos y me estaba avisando que no se encontraba bien, que le hacía daño. En silencio, en cada retortijón, le pedía perdón. Le decía que lo sentía y que yo no quería que se fuera de esa manera. La sentía a cada hora, hasta que al final la sentía cada minuto y cada segundo, ella no paraba, sus golpes me dolían, sus manos estaban en la parte derecha de mi vientre, las notaba. No entendía lo que me decía.

Cada tres horas venía una enfermera y me daba vía oral más pastillas. Cada tres horas, dos pastillas de golpe. Empecé a perder la cuenta de las pastillas que llevaba: ¿ocho? ¿diez? ¿doce?, quizá más.

Cada vez el dolor era más fuerte, pasaron 12 horas hasta que llegaron las 8 de la tarde, la doctora me hizo un tacto, dilatación mínima pero me parecía que ya no podía aguantar más aquel dolor que me estaba matando, a mí y a ESTEL, cada vez más fuerte. El papi también estaba sufriendo. Mi dolor llegó a su corazón y éste cada vez se hacía más pequeño. Le faltaba el aire. Me abrazaba y lo abrazaba. Ambos teníamos miedo. Él no aguantaba verme así.

Sábado 27 de abril 2019

ALEGRÍA y TRISTEZA. HOLA y ADIÓS PEQUEÑITA ESTEL.

Pasadas las doce de la noche pedimos la epidural. Nos bajaron a la sala de dilatación. Parecía que ahora con la anestesia podríamos descansar un rato, abrazados nos dormimos los "tres" en la misma cama. La noche era larga. El papi y yo nos íbamos despertando de vez en cuando, nos mirábamos un rato, llorábamos, y volvíamos a abrazarnos. Nos encontrábamos los "tres" bien apretados en la misma cama pero ESTEL ya no se hacía sentir, ¿dormía o ya se había ido?. A primera hora de la mañana, hacia las seis, definitivamente pensé que ya la habíamos perdido. Llevábamos casi veinticuatro horas de parto desde que ingresamos el viernes por la mañana.

A las ocho de la mañana volvió la doctora a hacerme un tacto. De nuevo, poca dilatación y deciden cambiar el procedimiento y empezar con dilatadores mecánicos. Al cabo de un rato, un nuevo tacto y ya había dilatado dos dedos. Así que volvimos a empezar con las pastillas. Cuatro pastillas vaginales de golpe.

Dolor horroroso. La epidural inexistente. Sólo media hora más tarde, necesitaba empujar. Sentía que me hacía mis necesidades en la cama, todo encima. Me metí la mano en la vagina, noté algo diferente. Creía que era la cabecita de ESTEL. Llamé a la enfermera. Ella llama a la doctora. Nuevo tacto y me confirma que la cabecita de ESTEL estaba muy cerca.

En pocos minutos noté que su cabecita estaba aquí, la sentía, la volví a tocar con mis manos en la vagina, después de notar una quemazón y después de varios pujos, en pocos minutos apareció ESTEL en medio de un baño de lágrimas.

Pensando que ya no había vida, no quería que nadie la tocara pero lo cogí y ella movía, sus brazos, sus manos, su boquita, grité: ¡está viva! ¡está viva! Miré la cara de la ginecóloga, sus ojos se volvieron cristalinos, giró su mirada. El papi lloró, yo lloré. La abuela lloró.

Me la puse aún con el cordón que nos unía, sobre mí. Ella se movía. Estaba viva. Nos hacía el regalo que deseábamos, que tanto le había pedido: verla con vida, a los pocos segundos solo me quedaba pedirle perdón por haberle hecho aquello, sobre todo decirle que no sufriera, que podía marcharse tranquila cuando ella quisiera, que estaríamos bien. Pedí a todo el equipo médico que nos dejara solos, necesitábamos estar un rato con ESTEL.

Antes, sin embargo, sin yo darme cuenta nos clamparon el cordón. A partir de este momento nuestro vínculo cada vez era más débil. Al cabo de unos segundos la doctora me dejó cortarle el cordón. Me la acerqué al pecho. Le intenté dar calor con mis manos y las del papi.

ESTEL, dando sus primeros suspiros me cogió del cabello. Su instinto era más fuerte y más vivo de lo que pensábamos.

Le abrigué, le hablé, la escuché, sentí el papi diciéndole lo guapa que era; él, enamorado de ambas, lloró. Dudamos de nuestro llanto. Era de alegría por tenerla entre nosotros. Era de pena porque veíamos que ESTEL se estaba apagando.

Pudimos bautizarla y confirmarla. ESTEL respondió al cura Sebastián. ESTEL respondió al agua bendita moviendo su cuerpo.

Poco rato después, aproximadamente hacia las 11 de la mañana, hacía los últimos suspiros y su corazón se detuvo. Ya no sentíamos su latido. Ya no movía las manos. Ya no movía su boquita. Su cuerpo se empezaba a enfriar y por mucho que el papi y yo tratamos de calentarla ya no podíamos hacer nada más por ella. Sólo abrazarla y seguirla amando.

Una enfermera comprobó que ya no había latido. ESTEL ahora ya fría, comenzaba a volar, libre y antes de irse para siempre le hacíamos una bonita postal para el recuerdo: ESTEL SABATER SIMON, nacida a las 8:45, peso: 360gr y talla: 30cm. Hicimos las huellas de los pies y manos.

Al cabo de un rato, me arrancaron la placenta que aún reposaba en mi vientre. Volví a sufrir y de un tirón, se la llevaron. Mi quitaron la vía y me quisieron dar la pastilla para cortar la leche. La rechacé. Era lo único que me quedaba de mi hija. Nos miraron con mala cara, como si estuviéramos locos y haciendo algo mal. El único consejo que me dieron fue que me pusiera sujetadores apretados para que no me subiera la leche.

Finalmente nos subían en la habitación de las mariposas. Habían sido más de 25 horas muy duras. Muy intensas en que ESTEL nos había dado una lección de vida.