La noche del martes de repente se rompió la bolsa. El susto fue grande, 27 semanas, nuestro primer embarazo. Fuimos al hospital. Siguieron unos días y noches muy duros, de mucha incertidumbre. Tras la maduración de pulmones, teniendo en cuenta el estado del bebé y la ausencia de contracciones tocó tomar una decisión. Tuvimos varias conversaciones con los médicos, pero el viernes por la mañana fue la más larga con un ginecólogo y un neonatólogo, y con la psicóloga, que nos ayudó en especial. Se tomaron mucho tiempo, nos explicaron todo, hablamos sobre un parto inducido, una cesárea, las posibilidades que tenía nuestra hija de sobrevivir, de posibles problemas a corto y a largo plazo. Nos dieron la información necesaria y nuestras opciones, nos escucharon. Para ellos era importante que tomábamos las decisiones juntos. Nos explicaron que la mejor terapia era el contacto piel con piel.