Las entradas de Rocío Rosa

Con motivo del Día Universal del Niño, el pasado 20 de noviembre el periódico El País publicó el siguiente especial titulado #63VIOLENCIASDEINFANCIA con su correspondiente hashtag sin el que hoy apenas se puede pasar.

 

25 Ene '18 · Súper poderes

La última vez que volé descubrí mientras hacía zapping en la pantallita del avión dos películas de animación de estas supuestamente infantiles pero tan simpáticas y bien hechas que enganchan a cualquiera: la primera iba de un bebé ejecutivo graciosísimo (con su traje de chaqueta y todo) que le amarga la existencia a su hermano mayor. La segunda, de una empresa de fabricación y distribución de bebés gestionada por unas cigüeñas de lo más expresivas.

En ambos casos los protagonistas de las películas eran riquísimos bebés de ojos gigantes que venían al mundo mediante unos sistemas de producción en cadena que los enjabonaban, echaban talco, ponían el chupete y los pañales. A continuación los bebés eran enviados a las casas asignadas, bien mediante una empresa de transporte convencional, bien mediante la clásica cigüeña.

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Han pasado varios meses desde que pude ir a la última reunión mi grupo local. Lo llamo “mi grupo local” porque era al que iba siempre, el que me pillaba más cerca de casa y al que, desde la segunda o tercera vez que fui, sentía que pertenecía. Era solo el segundo grupo local al que iba desde que me fui de Granada, donde también allí tenía mi grupo local.

Ya entonces, antes de mudarme a este país en el que no existe El Parto es Nuestro, me sentía muy afortunada por vivir en ciudades en las que había grupos locales. En cada uno de mis paseos camino de la reunión mensual, ya fuera entre callejuelas granaínas, ya metiendo el carrito en el ascensor del metro, siempre iba pensando en la suerte que tenía.

05 Oct '17 · La sala de lactancia

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La primera que vi estaba en el aeropuerto de Málaga, hará ya 5 ó 6 años. Yo por aquel entonces ni era madre ni tenía planes de serlo a corto plazo y recuerdo que me produjo bastante curiosidad ¿qué habrá detrás de aquellos altos paneles? ¿Estará lleno de mujeres dándole el pecho a sus hijos?

Luego vino mi niño, al que he amamantado en  todas partes. Si tuviera que enumerar los lugares en los que le he dado el pecho,  casi me sería más fácil pensar en dónde no lo he hecho: por ejemplo, en una sala de lactancia.

10 Jul '17 · La herida interior

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Quienes conozcan la obra de Alice Miller estarán sin duda muy familiarizados con el concepto del “niño interior”, ese Yo auténtico y eterno que todos llevamos dentro.

Esta psicoanalista,  que dedicó la mayor parte de su vida a la investigación del maltrato en la infancia y sus consecuencias, aborda en su extensa obra cómo las personas que sufrieron heridas durante su niñez (malos tratos físicos, afectivos, la ausencia de la mirada sincera y atenta que todo niño necesita para reconocerse y crecer) portan en su interior a esos niños heridos que piden consuelo y calmar su llanto.

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Estaba de unos cuatro meses cuando supe con inmensa alegría que había clases de danza del vientre para embarazadas en mi ciudad.  Me faltó tiempo para apuntarme y presentarme allí con mi cinturón de monedillas en la mochila.

Estaba dispuesta a colocármelo en las caderas cuando vi que mi maestra, y ahora amiga, preparaba unas colchonetas en el suelo y me invitaba a colocarme en una de ellas para trabajar el suelo pélvico antes de bailar.

Así empezó todo. Mi relación con mi suelo pélvico. Y descubrir la falta de conocimiento que, por norma general, las mujeres tenemos de esta parte tan importante de nuestro cuerpo. Es habitual que las mujeres empecemos a tener consciencia de la importancia de estos músculos en el embarazo o posparto, y a veces ya es demasiado tarde para evitar su deterioro.

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Aquellas crías de mono Rhesus (a las que previamente se había separado de su madre tras el nacimiento) eran colocadas junto a dos muñecos: el primero, construido en alambre y dotado de un soporte para el biberón; el segundo, carente de alimento pero fabricado en pelo para simular el tacto de la madre. Es bien sabido el resultado: la cría prefiere pasar la mayor parte del tiempo con esa mamá que le da calor con su mullidito pelo que la de alambre que le preporciona solo comida, a la que solo acude para comer en momentos puntuales en los que siente hambre.