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23 Jul 2014
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3 comentarios

Desafiando a Dios

Por L.P.

Las mujeres son y están condicionadas para interpretar las sensaciones de sus cuerpos a partir de los discursos que se desprenden desde el saber de los expertos (María Jesús Montes)

[Imagen: Se titula "La Santísima Trinidad" y es de Antonio de Pereda y Salgado (Valladolid, 1611- Madrid, 1678), el cuadro está en el Museo de Bellas Artes de Budapest, Hungría.]

Este es mi tercer embarazo. Después de un primer parto con violencia y un segundo parto respetado, después de todo lo aprendido gracias a ambas experiencias, me planteo desde el primer momento ser dueña de mi vida y de mi cuerpo desde que soy consciente de que estoy gestando un nuevo ser. Y soy consciente desde el minuto uno, desde las primeras decisiones, del terrible sometimiento que sufrimos las mujeres por el hecho de estar embarazadas.

La primera decisión importante ha sido elegir cuándo comunicar a nuestro entorno de familiares, amigos y conocidos que estoy esperando un bebé. En mi familia y círculo más cercano, la práctica absolutamente dominante ha sido esperar a realizar una primera ecografía, en la sanidad privada o en la pública, entre las 8 y las 12 semanas de gestación, para compartir la noticia del embarazo. Yo misma lo hice así en mis dos primeras gestaciones. La justificación que esgrimía para este modo de proceder era que necesitaba que el médico «me confirmara» que, efectivamente, estaba embarazada, y que me corroborara que «todo estaba bien y en su sitio». De alguna manera, incluso creo que no tuve plena consciencia de estar embarazada hasta que no «vi», hasta que mi ginecóloga no me mostró, esas difusas sombras blancas y negras en el monitor ecográfico.

En esta ocasión, hemos decidido compartir la buena nueva antes de asistir a ninguna ecografía. Y las reacciones de nuestro entorno han sido, sobre todo, de extrañeza. Caras raras que mezclaban alegría con desconfianza a la vez que de inmediato lanzaban la pregunta: «Pero… ¿todavía NO te has hecho ninguna ecografía?».

No puedo dejar de preguntarme cómo se ha conseguido que las mujeres estemos tan sometidas al estamento médico, tan desconectadas de nuestros propios cuerpos y nuestros propios procesos, que necesitamos que alguien venga a «confirmarnos» un estado tan evidente como es el embarazo para que podamos ni tan siquiera «creérnoslo». Al mismo tiempo, nuestro terror al «fracaso»; la incapacidad de nuestra sociedad para gestionar la pérdida, el duelo y la frustración; nuestra nula tolerancia al hecho de que en la vida puede pasar cualquier cosa, en cualquier momento, nos hace aferrarnos a la necesidad de que a todas horas nos confirmen que «todo está bien».

Me siento orgullosa de la decisión que he tomado, pero al mismo tiempo siento que estoy desafiando a Dios, un dios personificado en la figura del médico. Y soy consciente de que esto es sólo el principio de un camino sin retorno que intuyo que no será fácil de recorrer, aunque ante mis ojos se presenta como tremendamente esperanzador: el camino hacia la recuperación de la confianza perdida, hacia el conocimiento de mí misma y de mi fuerza y mi poder.

Considerando el enraizamiento y poder de las ideologías hegemónicas, no seguir lo pautado escandaliza a doctos y profanos. El riesgo ha tomado estructura de realidad y se utiliza, con su aliado el miedo, como medio de coerción para convencer de la lógica del orden social y amenazar con valores morales la ideología y prácticas de los/las disidentes y, estos discursos se dirigen principalmente a las mujeres embarazadas que se ven expuestas en diferentes situaciones.

Referencia: tesis doctoral Las culturas del nacimiento. Representaciones y prácticas de las mujeres gestantes, comadronas y médicos. Maria Jesús Montes Muñoz. Universitat Rovira i Virgili, 2007.

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Un par de extractos más de la tesis:

«En nuestra opinión, la lectura patologizadora y medicalizadora de los procesos reproductivos que se suceden en el cuerpo de las mujeres y el intenso control médico que se ejerce sobre ellas, además de llevar implícita una importante carga de jerarquización y de inferioridad para éstas (Esteban, 1994:5), les genera sentimientos negativos como la inseguridad y desconfianza en su propio cuerpo (Montes y Bodoque, 2003), logrando así que “las mujeres se sientan inválidas, dependientes del médico” (Juan, 1991:30), de quien se espera que “cure” o dé solución a unas manifestaciones físicas que, aunque normales, se viven como irregulares y amenazantes.»

«El poder de la medicina como institución es parte de la organización estatal de control social de los países capitalistas y por la necesidad de mantener la fuerza de producción. El control de las mujeres y sus cuerpos gestantes se plantea como una necesidad social. El control “no se opera simplemente por la conciencia y la ideología, sino que se ejerce en el cuerpo, con el cuerpo (...) El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica” (Foucault, 1990:125).»

Marisol (unverified)
24 Jul 2014
Excelente entrada, me identifico plenamente con el escrito de L.P. y si confirmo que en mi caso fué un camino irremediablemente sin retorno, la maldición del dios 'parirás con dolor' no me llegó, tuve un primer parto hospitalario y un segundo parto -ya informada plenamente de lo que era la violencia obstétrica- en casa natural gozoso y pleno. Este tipo de entradas me hacen tener esperanza en la recuperación del cuerpo de las mujeres, en la recuperación de su sexualidad.
Maria_ (unverified)
4 Ago 2014
De acuerdo pero con matices, lo normal es que todo salga bien. Por desgracia en mi primer embarazo a las 11 semanas me diagnosticaron un feto anencéfalo y tuve que abortar. La verdad es que agradecí mucho no haber contado, más que a mis familiares más íntimos, la noticia de mi embarazo.
Cheli Blasco
4 Ago 2014

María, siento mucho que tu bebito no se haya podido quedar. En el embarazo, con los hijos... es todo tan tan personal. Por suerte nuestras elecciones son nuestras. solo nosotras sabemos lo que es mejor para nuestra familia, qué compartir, qué mantener en la intimidad. Me alegro que aún dentro del dolor de despedirte de tu hijo, lo hayas podido vivir con la intimidad que necesitaste, sin tener que dar explicaciones por doquier.

un fuerte abrazo,

cheli